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Opinión

El debate que falta

El debate de los candidatos en la provincia de Buenos Aires

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Los que tienen menos que perder, tienen más para ganar; y viceversa. Es una especie de regla tácita de los debates. Los que tienen menos que perder y más que ganar son los cuatro candidatos por fuera de la grieta. Las dos principales mayorías ponen más en riesgo y, por tanto, están más limitados.

Pero el riesgo es un capital y los cuatro “pequeños”, con diversos matices, lograron sacarle réditos. Paradójicamente, en la mayoría de los casos, no por mérito propio sino por defecto de una estrategia obligada y cantada a la que estuvieron sometidos Victoria Tolosa Paz y Diego Santilli: la de la polarización. 

Pero un segmento cada vez más grande de los electores argentinos está cansado de la política binaria, y va convenciéndose de esa potente idea que de a poco va cobrando forma: la dinámica de grieta solo es negocio para los políticos amarillos y azules y no resuelve los problemas del país ni los dramas cotidianos. De las elecciones del 2019 al 2021 la grieta rindió 20 puntos menos: pesó 90% hace dos años y apenas alcanzó los 70 puntos en las elecciones recientes (es cierto que estamos ante elecciones de corte diferente). Este hartazgo se siente y está reconfigurando el tablero político, con emergentes como Javier Milei o José Luis Espert, el tercer lugar de la izquierda a nivel nacional y el lugar de otras minorías conservadoras.

Y sin embargo la grieta es una fuerza arrolladora que empuja el voto por espanto al adversario. Por esto mismo es difícil advertir si esta eficaz escenificación de la dinámica de grieta, en la que Tolosa Paz y Santilli se enfrentaron entre ellos excluyendo otras voces, tendrá como corolario un crecimiento de los cuatro “pequeños”.  

Espanto al adversario, esta es la clave que ordenó la performance de Tolosa Paz, que tuvo un perfil de ataque y más ataque. Trató a Santilli de “dos” de Horacio Rodríguez Larreta, le restó liderazgo, lo llevó al terreno de la indefinición de fronteras entre la Ciudad y la Provincia a partir del amparo para impedir el traspaso de fondos de un distrito a otro para afrontar temas de seguridad, le pidió explicaciones por la ausencia de Mauricio Macri en la justicia, pidió por el paradero de Fabián “Pepín” Rodríguez Simón y aludió a la mesa judicial.

En definitiva, Tolosa atacó y se limitó a defender al gobierno con frías cifras que difícilmente logren transmitir alguna clase de compromiso emocional con los electores. Le costó o no quiso dialogar con ningún participante; básicamente, hizo de la ausencia de diálogo y el ataque su bandera. Ejercicio de kirchnerismo en las buenas. Su momento más difícil lo resolvió en silencio y con ninguneo.

Dos veces le preguntó Espert qué se podía esperar en relación con la deuda. Espert dio en la tecla porque ésta, junto con su par “ajuste sí o no”, es la gran pregunta de la época. Las dos plazas del día de la Lealtad lo pusieron de manifiesto con claridad. La imposibilidad de la respuesta no es una elección, es la expresión de las tensiones internas de la coalición de gobierno.

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Santilli, a su vez, no se quedó atrás y le pegó donde más le duele al oficialismo. Vacunatorio vip, fiesta en Olivos, año y medio sin escuelas con más de un millón de chicos en el abandono escolar y, finalmente, clientelismo reloaded que incluye desde bicicletas y heladeras a viajes de egresados. Pero también aprovechó su tiempo para presentar propuestas, como la ley de empleo joven o la reforma del código procesal penal. La mayoría de estas propuestas, o consignas simuladas como propuestas, adoptaron la forma de la intervención ejecutiva antes que legislativa. Debía ser un duro, pero no está en su genética ni en el estilo que viene cultivando en la Ciudad de Buenos Aires. Estuvo tibio y esa fue principal desavenencia ante un escenario en que una buena de su electorado pide dureza.  

Tal vez lo más relevante de sus intervenciones sea la clásica tensión de grieta. Santilli lo dijo sin vueltas: “Acá hay dos modelos, ellos o nosotros”. Aún a riesgo de que ese “ellos o nosotros” (es decir, el modelo de gestión del Gobierno Nacional o el modelo de gestión del Gobierno de la Ciudad) lo resitúe en su distrito de origen. Situar su modelo en la Capital Federal trae consigo el peligro de la ambivalencia, cuando muchos intereses de la Ciudad y la Provincia están enfrentados. Especialmente, aquel al que hizo referencia Tolosa Paz y que significó el fin del diálogo entre el presidente y el jefe de gobierno, justo ahora que el diálogo está en agenda.

Tolosa Paz no lo dijo tan abiertamente, pero todas sus intervenciones apuntaron también a la tensión de los dos modelos, pero en su voz la tensión no es dos modelos sino dos tiempos: pasado o futuro. Macri como encarnación del pasado o el modelo nacional que se arroga para sí el futuro.  

Uno de los pocos que le imprimió a un debate carente de vuelo y de ideas algo de espectacularidad fue Espert. Estuvo irreverente, desafiante, coloquial, espontáneo. Tuvo tres momentos difíciles que, aunque puedan cosechar adhesiones, están a contrapelo de los nuevos códigos culturales juveniles: el rechazo de la ESI, el cuestionamiento de la ideología de género y el desprecio por los derechos laborales. 

Su estrategia fue atacar a todos, pero en particular a Tolosa Paz y al kirchnerismo. Sabe que disputa votos con Santilli. Y no hay por qué negarlo, estuvo más duro que el hombre del PRO en las críticas y las formas.

Aburrido en extremo, una sombra al lado de la performance de Myriam Bregman, pero acertado en la estrategia. Así fue el desempeño de Del Caño. Se quedó con la agenda progresista que abandonó incomprensiblemente Tolosa Paz, y por momentos pareció un representante del kirchnerismo duro, haciéndole reclamos a Guzmán como si fuera un militante de La Cámpora. Buen juego, cuando su voto disputa con la candidata del Frente de Todos.  

Randazzo y Hotton fueron los únicos que hablaron de consensos. Ella se quedó con los valores y la interpelación de una sensibilidad cristiana y él no pudo dejar mensaje alguno excepto el dejar atrás el pasado y la falta de fuerza.

Un debate bastante soporífero y sin grandes sorpresas respecto de lo que puede aportar cada quien y qué lugares ocupan en un tablero tensado por el desencuentro y la falta de diálogo. Pero qué diálogo estamos en condiciones de exigir a estos competidores si al interior de cada coalición las tensiones y las disputas de liderazgo que definen políticas no terminan de decantar. Una mirada oblicua al debate no puede desconocer que hay un consenso tácito en mejorar la economía, en generar empleo, en mejorar la educación y la seguridad. Nadie parece querer otra cosa, pero nadie parece saber cómo lograrlo. Y no solo entre las distintas fuerzas sino al interior de cada coalición y ese es tal vez es el debate que falta. 

 SV

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