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Tribuna de ideas
Democracía sí, democracia para qué

Raúl Alfonsín asume como presidente en 1983

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El intento de asesinato contra la vicepresidenta es un punto de inflexión, un hecho que no podemos dejar de condenar, y que a su vez nos invita a reflexionar sobre nuestra democracia y sus desafíos.

Primero lo primero: democracia siempre. Nací en 1985, por lo que soy de la primera generación que nació y vivió toda su vida en democracia, pero que sabe lo que costó construirla y los momentos de angustia que atravesamos para poder consolidarla. Por eso, para mi la democracia no se cuestiona; es la cancha en la cual jugamos el partido. Libertad de expresión, autonomía de pensamiento, elecciones libres, división de poderes. Dentro de esto, todo. Fuera de esto, nada. El diálogo entre distintas fuerzas políticas no tiene que ser algo extraordinario, ni una concesión política. Es el punto de partida, básico, para poder generar consensos y administrar disensos.

Con estas premisas claras e indiscutibles, en este contexto, creo que vale la pregunta: ¿democracia para qué?

Agota ya un poco escribirlo (y sobre todo vivirlo): Argentina lleva décadas de estancamiento. El PBI per cápita es similar al del año ‘74. Años y años sin crecimiento, con inflación a la suba y una pobreza que crece y se estructuraliza. Más de 5 millones de personas sin acceso al agua potable, a la electricidad, al gas. Y más de 7 millones que trabajan todos los días al margen del sistema económico formal. Y como si fuera poco, en la Argentina de hoy tener un trabajo formal no alcanza para no ser pobre: esa es quizás una de las marcas centrales de nuestra crisis actual.

Evidentemente, no hemos logrado generar debates ni consensos profundos para construir un modelo de desarrollo inclusivo y sostenible. Para decirlo en criollo: a nuestra democracia le están faltando resultados.

Hay muchas hipótesis de por qué llegamos hasta acá, lo cual es fundamental para aprender y no cometer los mismos errores. Pero quiero invitarnos hoy a preguntarnos: ¿cómo hacemos para construir un camino distinto que nos permita alcanzar mejores resultados?

Quizás parte de la respuesta está en poder generar una resultante nueva: un proyecto que sintetice miradas que a primera vista parecen opuestas y las integre. No hay apuesta más disruptiva que esta: ir en la búsqueda de consensos profundos y bien concretos, que den lugar al largo plazo. Dejar de enfrentarnos y dejar de romper. Necesitamos poder sanar, reconstruir, proyectar.

Una visión estratégica que marque claridad en el rumbo: saber a dónde queremos ir. Y, desde una profunda convicción democrática, ser capaces de tender puentes, salir de los extremos y generar acuerdos para avanzar. ¿Acuerdos en el vacío? ¿Acuerdos declarativos? No. Acuerdos que nos permitan resolver los problemas concretos que tenemos, y así podamos dar las respuestas que hoy se demandan.

Audacia para dar el primer paso y firmeza para sostener el rumbo, sobre todo en momentos difíciles, cuando está nublado y hay mucho ruido. No nos confundamos: la firmeza no es gritar fuerte y seguir rompiendo. Eso es fácil, lo venimos haciendo hace décadas y no está dando resultados. Menos gritos y más escucha, sabiendo que mis convicciones no se pierden si me siento a una mesa con el otro. Todo lo contrario: si el rumbo está claro, se convoca y se hace parte a las mayorías a aportar, para construir soluciones que trasciendan. Esa es la firmeza que reclama nuestra época.

Desde la democracia construir desarrollo. Construir estabilidad macro para generar un ciclo de crecimiento posible, acompañado de políticas nuevas que realmente integren, rompan dinámicas estructurales y así podamos tener un país con oportunidades reales para todos.

No es unos u otros. Es unos y otros. Dejemos de mirar que hace mal la otra parte y hagámonos la pregunta de qué estamos dispuestos a poner para tener mejores resultados. Este es sin duda el desafío más grande y urgente que como generación tenemos por delante. 

MM

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