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El género en disputa: el voto libertario y el post-feminismo de Las Pibas de Milei

Pibas libertarias

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El “fenómeno” libertario, como se sabe, forma parte hace tiempo del panorama político y cultural argentino. Aún con sus altos y bajos, sus figuras, modos discursivos e ideas inundan las polémicas, mueven los ratings, los algoritmos y moldean las previsiones en año electoral. Con la clásica excitación de los comicios y sus rutinas de rigor, emergen las encuestas y la gran mayoría muestra una diferencia notable en el género de los votantes ante la candidatura de Javier Milei. Solo por mencionar una, la Consultora Proyección muestra que, en este mes y en la Provincia de Buenos Aires, la intención de voto al líder de La Libertad Avanza es de un 21,5 % de los varones contra un 11 % de las mujeres.

¿En tan poco tiempo la juventud en su totalidad había olvidado los pañuelos verdes y las banderas arco iris para cantar La Renga y entusiasmarse con la versión criolla de la Alt-right?

Por supuesto, para los usuarios activos de redes sociales y testigos de primera mano de la articulación de las “nuevas” derechas ―hace muchos años, en Estados unidos― estos datos son parte de lo esperable, pero la narración sobre el libertarianismo y el avance de Milei por buena parte del periodismo y del análisis político local no parecía tener en cuenta la masculinización. Se usó y abusó del sintagma “los jóvenes” como agentes del giro a la derecha, se insistió en la “rebeldía” de Milei, así como hace cuatros años se había insistido en la “revolución de la marea verde”.

El resultado parece extraño, esquizofrénico. ¿En tan poco tiempo la juventud en su totalidad había olvidado los pañuelos verdes y las banderas arco iris para cantar La Renga y entusiasmarse con la versión criolla de la Alt-right? Algo no cierra en la imagen esquemática y de reemplazo que nos dan los efectivos diagnósticos periodísticos.

Brechas

Algunos especialistas académicos le han restado importancia al asunto de la masculinización o han matizado esta tendencia. El sociólogo y antropólogo Pablo Seman, en una entrevista con Alejandro Bercovich, afirma que se encuentra con votantes femeninas de la opción libertaria, y que el repertorio de defensa de las mujeres contra las agresiones de género ya forma parte del sentido común, con lo cual alcanza a las “pibas” que votan a Milei. Por su parte, el especialista Sergio Morresi señala en una entrevista que si bien hay una brecha de género, no es tan aguda, y deja como interrogante abierto si se mantendrá esa diferencia.

Sin desestimar estos atenuantes, lo cierto es que, ante los datos, algunas voces comienzan a interrogar y proponer hipótesis sobre la cuestión. El dossier “Las juventudes en año electoral” de Zuban y Córdoba revela en su estudio correspondiente a enero de este año que “existen diferencias estadísticamente significativas entre las preferencias expresadas por varones y mujeres jóvenes”: el 62,4% de los varones consideran que el Partido Libertario es el que genera más políticas para jóvenes y el 61% de mujeres consideran que, al contrario, es el Frente de Todos. Las preferencias electorales tienen porcentajes similares, ante lo cual los encuestadores plantean que “el vínculo entre géneros, juventudes y preferencias políticas debe ser profundizado y los datos nos invitan a preguntarnos si las agendas feministas inciden en esa relación”.

Ese vínculo es el que trataré de razonar en estas líneas, en una de sus dimensiones fundamentales: el libertarianismo es, en buena medida, una subcultura. Más específicamente, una subcultura fuertemente arraigada en Internet. Dado nuestro carácter epigonal y fuertemente traductor de ideas y de formatos globales, es necesario remitirse a los análisis realizados en Estados Unidos para comprender algunas de las características de estas manifestaciones. El ya clásico Kill all normies de Angela Nagle, publicado en 2017 desarrolla cómo las guerras culturales de internet que nacieron en plataformas como Tumblr y 4chan se articularon en la Alt-right norteamericana, preparada y latente para ser seducida por Donald Trump, mediante la asesoría de figuras como Steve Bannon.

Es un camino que incluyó varias prácticas y diversos intereses: el simple gusto por la transgresión online, por la incorrección, el deseo de proteger comunidades masculinizadas tales como los videojuegos de las “invasiones” violentas de la “política” o de la “ideología de género”, el crecimiento de youtubers incorrectos, el entusiasmo por el ciber bullying y, también, el liso y llano neofascismo. La trayectoria que explica Nagle incluye el surgimiento de influencers conservadores en las plataformas, algunos de los cuales lograron salir de esos espacios y participar de la esfera pública y se corona con el momento en el que “el chiste ya no es gracioso”: el final del camino en el que las expresiones de ultra derecha pasan al acto offline, en la forma de atentados o de la toma del Capitolio.

La masculinización del votante de Milei no se refleja, es claro, en el núcleo duro del candidato. Su hermana y su madre forman parte de un armado político leído sardónicamente en clave freudiana

Muchas de las figuras conocidas en la ultra derecha vernácula son copias de la Alt-right como moda ideológica que penetró en nuestro país (aún por fuera del libertarianismo): el abogado conservador, el youtuber con una máscara, los replicantes de intelectuales neoconservadores para el cupo intelectual y las jóvenes “atractivas” y antifeministas. En el panorama local, Juan Ruocco trabaja con los casos criollos de espacios virtuales plagados de memes y discursos marginales que crecieron hasta adueñarse del debate público. En su libro ¿La democracia en peligro? Como los memes y otros discursos marginales de internet se apropiaron del debate público (Paidós), Ruocco explica la dinámica de retroalimentación entre usuarios, influencers, intelectuales conservadores y candidatos, un ecosistema que cataliza la aparición de Javier Milei.

Conservadurismo light

La clave en estas perspectivas es comprender el peso que tiene internet y las plataformas en la subjetivación política de toda una generación que ya no busca en esos espacios solo información ni entretenimiento, sino también afirmación identitaria, comunidad y deseo de participación. La división binaria de tareas de las plataformas, que claramente distingue espacios feminizados de masculinizados, es una de las claves para pensar por qué los varones son más permeables al libertarianismo. Según varios sondeos de consumos culturales, una red tan politizada como Twitter cuenta con un porcentaje mucho mayor de usuarios masculinos que de usuarias. La masculinización notable de los influencers por fuera de prácticas feminizadas (cuidado personal, belleza, astrología, cocina, farándula) es una clave explicativa de las ideologías a las que pueden estar expuestos los usuarios según su género, y es también clave para pensar una tendencia anti feminista o “anti progresista” en internet en general: los libertarios no hubiesen crecido sin el empujón de grandes figuras de plataformas que trafican una suerte de conservadurismo light y silvestre, sin marco teórico.

Las camperas de cuero, el rock, la agresividad casi troll es prerrogativa de los hombres, las mujeres libertarias más visibles adoptan más bien una actitud adocenada, bastante lejana de la estética revulsiva.

Hay otra cuestión interesante para pensar la masculinización de este voto: el tipo específico de rebeldía que el libertarianismo propone. Es una forma que hay que comprender a la luz de la investigación de Kevin Mattson Todos rebeldes! Una breve historia del pensamiento conservador en la América de la postguerra, de 2008. Según este autor, en la etapa de Ronald Reagan ciertas voces dentro del conservadurismo se alzaron para proponer otras maneras de intervenir políticamente en el espacio público. Uno de ellos, David Horowitz, era de izquierda y se le ocurrió meter ese espíritu revulsivo y contestatario a su nuevo hogar ideológico, el partido republicano, plagado de miradas más moralistas y serias. Ese nuevo brío debía articularse como una rebeldía permanente ante un “establishment”. Para Horowitz, y años más tarde para toda la política de internet y de la ultraderecha, la agresión es ventajosa porque la política es una guerra de posiciones: un mal Nietzsche de bolsillo para matones.

Sobre esta apuesta general se monta una estética y una actitud que localiza en los varones esa rebeldía. Las camperas de cuero, el rock, la agresividad casi troll es prerrogativa de los hombres, las mujeres libertarias más visibles adoptan más bien una actitud adocenada, bastante lejana de la estética revulsiva. Este modelo diferencial de “Rebelde sin causa” fue explicitado en 2021 por el asesor de Milei, Mario Russo, politólogo y especialista en lenguaje no verbal; en una entrevista de Revista Crisis comenta «Yo quería un rockstar con campera de cuero que íbamos a equilibrar con una mujer conservadora (...) en términos de imagen de campaña, decíamos: “necesitamos la novia de Recoleta del sureño motoquero, necesitamos que la campaña genere eso y se transmita”». Es un modelo, claro está, dirigido a una fantasía masculina.

Estas consideraciones sobre la importancia de internet y de la imagen de rebeldía no significan sacarle peso a la crisis económica y a la acumulación de experiencias gubernamentales fallidas que sustentan una elección racional de los votantes, una opción de estilo in dubio pro ignoto, dado que Milei nunca gobernó. Tampoco significan aminorar la importancia de posiciones reaccionarias que se incuban hace tiempo, al calor de un macrismo que no está lejos de La Libertad Avanza en varios temas. Aún considerando estas dimensiones principales, intento subrayar la importancia de las redes como espacios no ya de comunicación sino de sociabilidad política, relevancia que puede explicar en parte la masculinización, y de forma más compleja que una lisa y llana reacción a la “revolución de las pibas”. No se trataría solamente de una reacción directa y homogénea a la marea verde, sino de formas más indirectas, cocidas al calor de diversos agentes y espacios de entretenimiento. El hecho de que este tipo de opciones hayan crecido tanto en países sin inflación y sin el percudido panorama económico argentino demuestra que hay algo más que mero “voto bronca” en el fenómeno.

La masculinización del votante de Milei no se refleja, es claro, en el núcleo duro del candidato. Su hermana y su madre forman parte de un armado político leído sardónicamente en clave freudiana. Carolina Píparo se corona como la figura bonaerense, enarbolando su capital punitivista extremo. Santiago Oría, el publicista de la campaña de La Libertad Avanza, pretende ver en este “line-up” de mujeres una impresionante “manifestación cultural de un modelo de mujer post-feminismo, a la vanguardia total de la nueva sociedad que se viene”. Una vanguardia tan impresionante que tiene a la ya extinta Phyllis Schlafly y su descendencia norteamericana del Partido Republicano como inspiración originaria.

De todos modos, la masculinización y el machismo que tratamos de describir como constitutivo de la subcultura libertaria de ninguna manera es privativo de ese movimiento; la cultura política argentina, transversalmente, es masculina: no me refiero únicamente a los políticos sino a los distintos agentes de poder ―económico, sindical, periodístico, judicial―.

Algunos analistas y estudiosos de estas radicalizaciones han subrayado cómo vienen alertando sobre el fenómeno de forma temprana, casi excepcional, sin ser escuchados. Pero deberían saber, probablemente saben, que no había tal excepcionalidad: son muchísimas las periodistas, referentes del feminismo y usuarixs de redes que alertan y conocen de primera mano la peligrosidad y la intolerancia de los grupos referenciados con Javier Milei. Las feministas, las personas trans, queer, las mujeres que hablan de política en redes, se cansaron de escribir frase invisible tras frase invisible de alarma y de gritar denuncias mudas. Esa desatención se explica también, en parte, por una corriente de “cansancio del feminismo”, por efluvios de crítica a la defensa de causas de identidad sexo genéricas y a formas sutiles, pero igualmente efectivas, de ridiculización.

Pero esas voces insisten, y esto genera un esperable panorama de tensiones con nuevas demandas feministas, que, lamentablemente, se dan en parte en un territorio digital muy viciado y fragmentado, no solo por las viejas grietas que han fatigado los diagnósticos recientes sino por elecciones de consumidor que incluyen un notable sesgo de género. Saltar esas barreras es quizás la tarea para quienes no deseen caer en la fácil tentación anti feminista y, a la vez, quieran articular las demandas de género en un “nosotros” político más amplio.

NI/PI  

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