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OPINIÓN

Sombra terrible del neoliberarismo

Marc Stanley y Sergio Massa

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La novela de J. G. Ballard El rascacielos (High-Rise) imagina un edificio de cuarenta pisos que se convierte en un territorio de guerra violenta entre sus inquilinos. El colosal y lujoso proyecto de urbanización, lleno de comodidades, es habitado por un nutrido conjunto de profesionales que disfrutan de un hábitat personalizado: “El rascacielos había sido diseñado como una vasta maquinaria destinada a servir no a la colectividad de los ocupantes sino al residente individual y aislado”, se narra. Sin embargo, los antagonismos entre los vecinos, azuzados por problemas técnicos del edificio, rompe la idílica morada y, muy a lo Ballard, los conflictos derivan en un frenesí de destrucción. Los estratos sociales se acentúan, la hostilidad no cesa, mientras los pisos superiores comandan las funciones y dominan la vida del edificio. El rascacielos permitía la libertad de comportamiento y era un modelo que, a pesar de su inviabilidad social, “crecía al calor de la reducción de las inversiones en el área de la vivienda pública y la alta rentabilidad de las mismas en el sector privado”.

La democracia es objeto de ansiedades e interrogaciones y su amenaza no es ya el fantasma del comunismo sino otro tipo de insurrecciones. El neofascismo crece en encuestas y en propuestas políticas

A medida que avanza la novela, aumentan los sentimientos de rencor hacia los habitantes más encumbrados, sin embargo a los menos favorecidos les es difícil organizar un contraataque dada la falta de cohesión e intereses propios de los vecinos en los pisos inferiores, una “turba confusa” solo unida por una común sensación de impotencia. Así, se abre paso al único desenlace posible: una violencia desbocada y sin norte que coexiste con las rutinas de la vida cotidiana, hasta finalizar en la anomia de un desierto edilicio homicida. Este es el “Nuevo mundo” de ruinas, un “futuro que había llegado ya, un futuro agotado” que avizora Ballard en 1975.

Fallas múltiples

Cuarenta años más tarde, la adaptación cinematográfica de High-Rise dirigida por Ben Wheatley realiza la conexión directa con el neoliberalismo: la película termina con un discurso de Margaret Thatcher articulando sus clásicas loas al libre mercado, su voz emana desde la punta del rascacielos y corona la destrucción social, al mismo tiempo que reafirma el intento de ciertas ficciones de alertar sobre los daños del neoliberalismo.

En ese horizonte estamos: un periodo marcado por la crisis de 2008 y por la pandemia, en el que el orden actual delata sus fallas por múltiples lugares y sus resoluciones distan de ser unívocas y estables. La democracia es objeto de ansiedades e interrogaciones y su amenaza no es ya el fantasma del comunismo sino otro tipo de insurrecciones. El neofascismo crece en encuestas y en propuestas políticas. Las ficciones de Hollywood y de plataformas exploran, de manera mucho más intensa y didáctica que en décadas anteriores, el viejo y conocido tópico de la lucha de clases.

En la compilación Otro capitalismo tiene que ser posible. Pensar por fuera de la ortodoxia (Siglo XXI, 2023) la editora Mariana Mazuccato resume el panorama y, en línea con otros autores, reafirma la incompatibilidad entre este capitalismo y la democracia. La desigualdad, la exclusión y la polarización ponen en jaque el ideal liberal de un locus común, un umbral de comunicación que es fundamental para la vida democrática. Los ajustes fiscales fueron defectuosos, la tercerización y la globalización tuvieron consecuencias negativas y el sector financiero cada vez gasta más en sí mismo y no en bienes como infraestructura o innovación. La mayor parte de la sociedad queda en desventaja ante estos cambios, excluida o con salarios estancados, lo cual genera una profunda sensación de impotencia, una desconfianza profunda hacia las élites y hacia las instituciones conocidas: el caldo de cultivo perfecto para el miedo, los chivos expiatorios y los líderes que se ofrecen como los aniquiladores de los parásitos. El rascacielos.

Nacionalismo, industrialismo, crítica a la desigualdad, regulaciones estatales: la tentación de bromear sobre una peronización de Estados Unidos es demasiado fuerte y varios incurrieron en la comparación

Esta perspectiva acentúa el carácter económico del neoliberalismo, pero otras lecturas siguen la hipótesis de Michel Foucault según la cual, antes que nada, el neoliberalismo es una serie de técnicas políticas, un arte de gobernar. Esta idea es fundamental para varios textos que critican al neoliberalismo en su dimensión de lo biopolítico, de la administración de la vida: se trata de una racionalidad que fundamenta concepciones del desarrollo humano y atraviesa las relaciones de los individuos con internet y las nuevas tecnologías. Sin embargo, a partir de sucesos recientes, ha primado la crítica a las consecuencias del neoliberalismo en términos de un programa económico.

El ascenso de Donald Trump, por ejemplo, se ha leído como un síntoma de un sistema fallido. Otro síntoma es la proclama de un “Nuevo consenso de Washington” por parte de Jake Sullivan, el asesor de seguridad nacional de Joe Biden. En mayo de este año, definió este nuevo consenso como una respuesta al fracaso del conocido Consenso de Washington de fines de 1980, caracterizado por una fe extendida en la globalización, la desregulación y la racionalidad benefactora de los mercados; así como también por la prelación del sector financiero respecto de otros sectores de la economía.

Este optimismo ortodoxo mostró sus grietas, ya demasiado expuestas como para no proponer otro paradigma, sustentado por mayores regulaciones, inversiones gubernamentales y por la revalorización del rol del estado en la estrategia industrial. Sullivan agrega el problema del cambio climático y la evidencia de la desigualdad como un némesis de la democracia, luego de cuestionar el énfasis en la eficacia de los mercados tanto para crecer como para distribuir la riqueza de la mejor manera. Nacionalismo, industrialismo, crítica a la desigualdad, regulaciones estatales: la tentación de bromear sobre una peronización de Estados Unidos es demasiado fuerte y varios políticos locales incurrieron en la comparación.

Es necesario matizar y recordar que el “Nuevo Consenso” se articula cuando el Ave de Minerva del beneficio a las grandes corporaciones ya desplegó sus alas, cuando ya de hecho los grandes magnates y los sectores triunfantes cumplen funciones del Estado y deciden según sus deseos sobre cuestiones de bien público. Esta situación de poder extremo de las élites económicas ha sido caracterizada por economistas como Yanis Varoufakis o Paul Krugman en términos de “neo feudalismo”.

La incógnita sobre la nueva forma del peronismo seguirá en resolución, en un horizonte global incierto en el que ya no cuenta con una clara hegemonía neoliberal a la cual plegarse pero tampoco de una clara oposición contundente luego de un estallido

Es evidente, y el propio Sullivan lo señala, que estos cambios obedecen a un dominio norteamericano amenazado en especial por China, y por los efectos de vaciamiento que la globalización y la pandemia tuvieron en la industria norteamericana debido a la exportación de fuentes de trabajo y la pérdida de control sobre cadenas de abastecimiento. El asesor, no obstante, pretende generalizar el neo consenso a nivel global: el compromiso es de no “dejar a nuestros amigos detrás” y abordar los problemas de deuda que enfrenta una cantidad creciente de países vulnerables, a partir de una colaboración en un alivio genuino más allá del “extending and pretending”; para dicho alivio tanto los gobiernos como los privados deberían compartir la carga. En estas líneas, se anhela un mensaje auspicioso para nuestro país, asfixiado por el FMI.

Sin embargo, las desconfianzas en ese espíritu solidario con los países endeudados no tardan en aparecer. El economista marxista británico Michael Roberts afirma que el “Nuevo consenso” busca sostener la hegemonía del capital estadounidense y sus aliados con un enfoque distinto, pero no ofrece nada a los países que enfrentan niveles de deuda crecientes. Mientras que para Estados Unidos se propone una estrategia industrial, más controles comerciales y de capital, más inversión pública y más impuestos a los ricos, los países endeudados del Sur Global enfrentan un empobrecimiento sin perspectivas de mejora según el Banco Mundial. De estos países se espera austeridad fiscal y recorte del gasto; muy lejos de las seducciones anti ortodoxia de la administración Biden.

Massa, el tenaz fullero del poder, el de “los amigos con plata”, no se candidatea para gobernar el nacionalista EEUU de Biden. Se candidatea para gobernar la argentina del FMI, el peronismo de la escasez de dólares

Doble vara

Ante esta encrucijada, entre estas dobles varas del fin del neoliberalismo, en la primera aparición junto al candidato a presidente por el peronismo Sergio Massa, Cristina Fernández de Kirchner finalizó con la siguiente admonición: “El neoliberalismo quiere como a dé lugar, a palos o como sea que los trabajadores acepten cualquier resultado de sus ingresos. Les tenemos malas noticias, hay muchos peronistas todavía en la República Argentina”.

En la postdictadura, el peronismo es impensable sin el neoliberalismo. Ya sea para instalarlo en Argentina de la mano de Menem o para oponerse a él de la mano de los Kirchner, los ataques o las defensas del rol del Estado, de la intervención, la condena o no a la desigualdad y las odas o los vituperios al individualismo consumista forman parte de los discursos, leyes y pasiones de la política argentina de las últimas tres décadas. Es imposible, entonces, no sentir una suerte de eco tardío en tantas manifestaciones y debates en países desarrollados, y una suerte de déjà vu temático, que seguramente animó la referencia humorística de Cristina a “Juan Domingo Biden”, como comentario a uno de los hilos de Twitter del presidente de los Estados Unidos que proponía los puntos principales de una economía “pos neoliberal”. Es un lente peronizador similar el que el candidato Sergio Massa aplicó a su contacto de la administración Biden, Juan Sebastián González, director de Asuntos para América Latina en el Consejo de Seguridad Nacional. Al parecer, Massa ha insistido en la participación de González en las marchas en contra del FMI en Nueva York, y esgrimió la esperable humorada: “González es peronista”.

Pero Massa, el tenaz fullero del poder, el de “los amigos con plata”, no se candidatea para gobernar el nacionalista, intervencionista y concernido por la desigualdad Estados Unidos de Biden. Se candidatea para gobernar la argentina del FMI, el peronismo de la escasez de dólares en un momento histórico de oferta electoral corrida a la derecha económica. Este muestrario deja comparativamente a Massa lejos del representante más cabal del neoliberalismo; ante Milei quien cree que después del Nobel a Friedman no existió el Nobel a Stiglitz o Krugman, y ante la inicua Patricia Bullrich que promete coraje para recortar salvajemente el gasto y reprimir sin concesiones a los “parásitos de la gente”, Massa se presenta como un candidato de estabilidad de los mercados, pero también como el candidato de la obra pública que garantizará los dólares necesarios para la crónica escasez de la divisa.

Es Cristina quien está más a tono, hace años, con las críticas más efectivas al neoliberalismo a nivel mundial, pero la coyuntura nacional de crisis y las soluciones del horizonte posible la atrapan en un espacio demasiado reducido

Orden marcial

El trabajo, los recursos naturales y el acento en la soberanía nacional permiten articular a los distintos miembros de la nueva coalición en la campaña electoral, ante una oposición que promete un orden marcial. No obstante, no todas las voces influyentes del anti peronismo demuestran la falta de registro de los fracasos neoliberales: Carlos Pagni en su bestseller El nudo afirma que los años de la convertibilidad, y sobre todo su crisis, “engendraron un nuevo país. Se inauguró un ciclo con indicadores socioeconómicos intolerables para la imagen que la sociedad tenía de sí misma. Emergieron, como una evidencia incómoda y con una extensión inocultable, el desempleo y la pobreza.”

Queda en un interrogante cuánto de los discursos sobre el fin del neoliberalismo y del “Nuevo consenso de Washington” puedan convertirse en un nuevo consenso argentino, propugnado especialmente por Cristina, la que más reitera la importancia de la igualdad, de la protección de los intereses nacionales y del control a los más beneficiados económicamente. La vicepresidenta se encuentra en una notable paradoja: es ella quien está más a tono, hace años, con las críticas más efectivas al neoliberalismo a nivel mundial, pero la coyuntura nacional de crisis y las soluciones del horizonte posible la atrapan en un espacio demasiado reducido.

La citada presentación en el acto por la recuperación del avión de los vuelos de la muerte dejó asentada la insistencia de Cristina en apuntar a los grandes empresarios y al problema de la concentración desigual del ingreso acentuada en la pandemia, a partir de una publicación reciente del Fondo Monetario Internacional. Massa, por su parte, es conocido por sus nexos y la aquiescencia de un poder cada vez más cuestionado por el anti neoliberalismo: el poder financiero, cada vez menos abocado a la inversión productiva. Quizás, los dólares producto de cosechas sin sequías, la explotación del litio y los beneficios del Gasoducto Presidente Néstor Kirchner aceiten las tensiones y los intereses divergentes, pero la incógnita sobre la nueva forma del peronismo seguirá en resolución, en un horizonte global incierto en el que ya no cuenta con una clara hegemonía neoliberal a la cual plegarse pero tampoco de una clara oposición contundente luego de un estallido. Michel Foucault sugirió en 1979 que la única manera de escapar de la gubernamentalidad neoliberal es inventar otra gubernamentalidad. La pregunta local es qué aportará el peronismo en esas nuevas invenciones que ya están en marcha; ¿Puede haber un arte de gobernar peronista en la era de la crisis del Consenso de Washington desde la periferia, uno nuevo que vuelva a la historia más allá de la mera nostalgia por épocas irrepetibles?

Los fines del neoliberalismo recuerdan a la fatigada frase de Antonio Gramsci: el viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer y en ese claroscuro surgen los monstruos. Quizás en ese espacio liminar crezca también lo que salva, la comunidad organizada que pueda fugarse del rascacielos.

 NI/PI

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