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Opinión - Ensayo General

Del Marqués de Sade a Babasónicos: el sexo puede ser cualquier cosa

Tamara Tenenbaum Ensayo general rojo

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En la Facultad conocí a una chica que se dedicaba a estudiar al Marqués de Sade; creo que todavía se dedica a eso. Tengo grabada una historia que me contó, no sé si de ella o de alguien de su círculo. En mi recuerdo, ella tenía un esclavo sexual, un sumiso, con el que casi nunca tenían sexo; él se dedicaba a lustrarle los zapatos mirándola fijo, o a veces incluso sin mirarla. De esa historia me gustaba la idea de que el sexo, en realidad, pudiera ser cualquier cosa. No es que el sexo fuera una convención, no es que fuera una decisión consciente y consensuada: más bien, que cualquier actividad en la que el poder se organizara de determinada manera (de una manera innombrable, pero muy precisa) podría entonces volverse un encuentro erótico. Es un pensamiento que nunca abandoné, y que nunca deja de hacerme ruido cuando hablamos en la vida o en internet sobre la posibilidad de una sexualidad sin relaciones de poder. Algo de eso, todavía, se me hace como una contradicción inexplicable.

En las últimas semanas volví a leer los libros de Sade que no tocaba desde esa época, más algunos textos críticos que no había leído nunca, para terminar con dos tareas que tengo que liquidar en estos días: un capítulo de libro largo sobre conversación y afectividad (tiré una especie de brevísimo ensayo a público de ese texto la semana pasada, en esta misma columna) y otro texto para un libro sobre el erotismo en Babasónicos. Leyendo Filosofía en el tocador recordé mi primera percepción sobre ese libro: a los veinte, me aburría profundamente. Se me hacía monótono. La búsqueda permanente de lo explícito me parecía burda y poco sutil: por supuesto que burda y poco sutil era mi mente, a mí me faltaban capas para entender que hay muchísimo oculto en lo que no oculta. Pero sobre todo, creo, me parecía aburrido: en la ausencia de metáfora, en la insistencia sobre los culos y las tetas, la sensación era que el tipo estaba hablando una y otra vez de lo mismo, con las mismas palabras. 

Marcel Hénaff, un filósofo francés que escribió un libro sobre Sade, le pone mejores palabras que yo a esta sensación: en su escritura, lo que funda Sade es el cuerpo libertino, y lo que destruye es el cuerpo lírico. El cuerpo lírico es esa corporalidad imaginaria que se venía armando en siglos y siglos de no nombrar, de llenar el amor y la sensualidad de metáforas y tropos que están tan viejos y tan usados que ya ni siquiera los podemos percibir como tales: hasta “acostarse con alguien” es una metonimia (o una especie de sinécdoque, supongo, porque acostarse con alguien es una parte de lo que sucede cuando efectivamente una se acuesta con alguien). No es desnudez lo que busca Sade en este cuerpo libertino, no es un regreso a lo primitivo: se trata de una búsqueda vital y literaria por bucear en los abismos de lo superficial, en lugar de inventarle a lo real unas capas de tul y llamar a eso profundidad. 

Como en Sade, el problema de Babasónicos no es con el artificio, no es con el disfraz, ni con la técnica o la tecnología: hay incluso casi una oda a lo contra natura

Vuelvo a Babasónicos: puse a todas mis amigas a mandarme frases y letras que recordaran sobre sexo, esas piedras preciosas que Dárgelos deja entre versos. No son, como en las de otros autores —Spinetta, pongamos, o incluso Charly— metáforas complejas o imágenes ambiguas. Babasónicos representa, igual que el marqués, una oda al libertinaje tanto en su erótica como en su poética, tanto en sus temas como en sus usos del lenguaje. En los versos que rescatan mis amigas no hay casi metáforas; las frases que me mandan son de una ultraliteralidad maravillosa, como si Dárgelos hubiera logrado en ellas describir el sexo con una claridad que los velos de la costumbre y la convención no nos dejan ver. “Te da miedo enamorarte perdida y locamente de mí, sabiendo que también me gustan las demás”, dicen unos versos de “Las demás”, la canción definitiva sobre el deseo poliamoroso y sus ambigüedades, y la frase parece casi de un chico: es esa la poética del erotismo de Babasónicos, una lucidez que está hecha de una mezcla de sofisticación e ingenuidad.

Las cosas no se disfrazan, pero eso no es —de ninguna manera— una oda a la naturalidad o a la naturaleza. Como en Sade, el problema de Babasónicos no es con el artificio, no es con el disfraz, ni con la técnica o la tecnología: hay incluso casi una oda a lo contra natura. Donde Sade le cantaba al sexo anal y a usar las cosas para aquello que se supone que no sirven, Dárgelos le canta a “la noche y su sabor artificial”. Pensé mucho en esta última canción de Babasónicos, “La izquierda de la noche”, que salió cuando yo llevaba ya varias semanas sumergida en su música. Claro que la amé, todo lo que ellos hacen es para mí, pero me rebota la idea de si no representamos una época que ya no existe, una sensibilidad que es la que me quedó pero con la que ya no sé muy bien qué hacer en el presente. ¿Qué sería hoy el libertinaje, en la poesía como en la vida? ¿Qué cuerpo lírico nos queda por destruir? Quizás la misma pregunta es, en efecto, una deformación lírica. Tengo la intuición —la siento— de que todavía queda poesía en el uso y la destrucción de nuestros cuerpos físicos, eso que hacemos de noche, aunque quizás hayamos incluso gastado esta nueva literalidad sobre ellos. Hay algo en esa canción que se siente como un final de fiesta, los últimos estertores de nuestro mundo sádico.

TT

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