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Es Navidad, amemos rápido

Es Navidad, amemos rápido.

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Pensaba estos días fríos de fiestas exprés en ese poema que el peruano José Watanabe escribió a partir del recuerdo del día en que un heladero al que se le había averiado el carrito, le pidiera el favor de cuidar el hielo en su ausencia. Mientras lo esperaba, el niño Watanabe vio cómo se diluía el enorme y gélido bloque en “formas puras como de montaña o planeta que se devasta” sin que pudiera hacer nada por evitarlo. En el poema, el sol le dice al guardián del hielo algo que es como una lección para el futuro: “No se puede amar lo que tan rápido fuga / Ama rápido”. Y así éste aprende, “en su ardiente y perverso reino”, a “cumplir con la vida”.

Son tiempos en los que todos somos como ese niño al que han hecho un encargo imposible. Así, cada día, aprendo a cumplir con la vida, a lidiar con la fugacidad, a cenar pronto, a charlar intensamente, a dormir poco. Pincho la música fuerte en la sobremesa. Bailo antes del postre. Me tomo la cerveza antes de que se caliente. Me salto los preámbulos del amor. En mi cabeza martillea siempre la frase “hazlo antes de que sea demasiado tarde”. Pero no me doy prisa. No corro. Ya no quiero llegar a ningún lado. Solo quiero que no se acaben las cosas, quiero hacerle un agujero negro a este momento y meterme por ahí y alargarlo al máximo como un túnel secreto, expandirlo como se expanden las cosas que no sabíamos que eran profundas. Bueno, para la física intensidad no es igual a fuerza, pero para mí sí. Solo pienso en propagar energía lo más inútil posible, enchufarme a la pared, recargarla, irradiarla hasta el fin.

Me dan ganas de organizar una pequeña fiesta llamada Eternidad, “de toque a toque”, como en mi adolescencia limeña de apagones y bombas y ron con Tang. Y secuestrar a las personas que se han atrevido a visitarme y que terminarán inevitablemente fugando como fuga el hielo. Porque la noche también se acabará y también el toque de queda. No os vayáis, lloriqueo, no os vayáis, quedaros conmigo. Y si se quedan un rato más me siento como cuando mi mamá se fugó a Coina con nosotras y nos podía coger en brazos a mi hermana y a mí a la vez como un animal muy grande. Como cuando me metí en las aguas verdes de Quistococha con cien niños libres y salvajes, y él me miraba ser desde la orilla. No, la vida no es corta, la vida es un viaje en mototaxi. Es mi abuelito de 102 años queriendo tomar el bus para volver a Chiclayo en Navidad y comerse unos chifles verdaderos, pescar y abrazar un árbol.

Y escribo lo primero que se me viene a la mente. Y marco el primer número de teléfono de marcación reciente. Y escucho, nada más que escucho. Y digo te quiero aunque sea pronto. Y digo te necesito aunque aún no te necesite. Porque lo haré. Y si me preguntan qué hacer les digo lo que pienso. Y si me ofrecen algo lo acepto. Y si me piden perdón lo doy. Y si me tiran odio lo devuelvo. Y si me sacan de ahí me voy. Y si me piden que regrese vuelvo. Y si me preguntan si deben hacerlo les digo que lo hagan. Y si quieren follar conmigo, follo contigo. Y sería capaz de tener otro hijo si no fuera porque también hay gente sensata a mi lado. Y me siento como cuando el profesor de educación física nos decía que trotáramos en el sitio. Así estamos, trotando en el sitio, corriendo sin movernos, llegando sin habernos ido. Derritiéndonos cada segundo, dejando nuevas formas puras en el mundo. Por eso prefiero amar rápido, como dice el sol, y amarlo todo, absolutamente todo, cumplir con la vida, por lo que pudiera pasar.  

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