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Opinión

Netanyahu y el costo de querer parecerse a las autocracias de Medio Oriente

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. EFE/EPA/ABIR SULTAN / POOL

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La dimensión política del mayor ataque terrorista que sufrió Israel en los últimos cincuenta años es proporcional a la crueldad con que Hamás se ensañó con los civiles israelíes el fatídico sábado 7 de octubre. El primer ministro hebreo, Benjamín Netanyahu pasará a a ocupar una de las páginas más tristes de la historia del Estado de Israel. 

Desde diciembre del año pasado, cuando pactó con partidos ultra ortodoxos y ultra nacionalistas un acuerdo que le permitió formar gobierno a cambio de que apoyaran su reforma judicial, la aventura política de Netanyahu ha socavado la seguridad del Estado, y ha corrido el foco de las amenazas que constituía el agravamiento del conflicto israelí-palestino a su tortuosa vocación de poder. 

Su iniciativa de reformar la justicia para desligar de cualquier control al Poder Ejecutivo, no solo paralizó al país durante más de medio año sino que lo introdujo en un estado de caos e incertidumbre peligrosísimos. A fines de julio, hasta los reservistas de la Fuerza Aérea de Israel, entre otros funcionarios militares, se habían sumado a las sucesivas protestas que distintos sectores de la sociedad israelí protagonizaban casi cada semana. 

Este jueves, cuando aún se contaban los muertos, se publicaron denuncias de miembros de las fuerzas de seguridad que, en condición de anonimato, señalaron las fallas -algunas insospechadas- de la inteligencia israelí. Por ejemplo, haber desestimado un aumento de la actividad considerable en las redes de militantes de Hamás durante las horas previas del ataque, o el exceso de confianza sobre los controles automáticos del muro que separa la Franja de Gaza de Israel. 

Más penoso aún es el hecho de haber mal interpretado meses atrás el nivel de gravedad de la amenaza que suponían las células de la organización terrorista en Gaza. El Financial Times, por ejemplo, también citó a funcionarios de inteligencia del gobierno egipcio, que habían advertido la posibilidad de que todo se saliera de control en Gaza.

El 20 de septiembre Netanyahu se reunión con Joe Biden en la Casa Blanca. Una reunión dilatada por meses, ya que el demócrata no quería recibir al primer ministro hebreo por sus aireadas diferencias. Allí, Netanyahu dijo que el acuerdo que se estaba negociando con Arabia Saudí llevaría a la ansiada paz entre palestinos e israelíes. A la luz de los hechos cabría preguntarse si no era, justamente, lo contrario. En cualquier caso, muestra el grado de desconocimiento sobre lo que sucedía en el terreno, lejos de las embajadas y los autos con patente diplomática.

Pero tampoco era cuestión de enfocar bien la lupa en las profundidades de la inteligencia israelí. Los hechos aparecían en la superficie. Las reiteradas incursiones del ejército israelí en Cisjornadia no hacían más que exacerbar la rabia de los palestinos. En julio de este año, cuando se produjo una redada con nueve muertos y más de 25 heridos, el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, se vanaglorió por la acción y aseguró que se estaban “preparando para cada escenario”. 

Amén de las cuestiones de defensa -suponiendo que las hubiera- el avance para controlar Cisjordania respondía a uno de los acuerdos de Netanyahu con los partidos ultras que dejó entrar a su gobierno, al igual que la aprobación tácita de su política hacia numerosas voces de la derecha israelí que, según apuntó Yuval Noah Harari en The Guardian, preferían un enfrentamiento con los terroristas de Hamás que alcanzar un acuerdo de paz con la Autoridad Palestina.

El escritor y filósofo israelí afirma que el conflicto con Palestina atraviesa su momento más peligroso desde 1948. No hay más que ver el bombardeo masivo que están produciendo las fuerzas armadas de Israel en las últimas 72 horas. El panorama es de una desolación lacerante, y todavía hay que esperar a ver los resultados de una avanzada terrestre que llevaría la destrucción de la Franja de Gaza a su punto culminante. 

De cara a lo que viene, Netanyahu formó un gobierno de unidad. La inclusión de la centro derecha, con presencia de militares experimentados, podrá ayudarle a recorrer el espinoso e incierto camino por delante en las próximas semanas con algo más que rabia y posiciones ultras. Pero poco podrá hacer por quitarle responsabilidades sobre lo sucedido. El propio primer ministro sabe que más temprano que tarde comenzará a investigarse la actuación de su gobierno, y las dramáticas fallas en la seguridad.  

El accionar de las democracias occidentales también requiere de un espacio para la autocrítica. Es cierto que en alguna ocasión se quejaron o plantearon sus diferencias con Netanyahu, pero habrían hecho más por las muertes de las personas inocentes si hubiesen sido tan contundentes y efectivos como lo están siendo ahora con respaldo y ayuda militar y financiera para el ataque de las fuerzas armadas israelíes contra Gaza.  

Lo sucedido en Israel debe enviar un mensaje o a los gobiernos de otros países que no alcanzan a valorar correctamente el costo asociado de la turbulencia política. En casos como el del gobierno israelí, ayudó a crear las condiciones para el ataque de Hamás. En otros, puede ser el escenario perfecto para la transnacionalización de activos estratégicos, el ingreso del narcotráfico, el conflicto social o la profundización de ciertas dependencias, por citar solo algunos casos.

AF/DTC

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