Opinión Panorama de las Américas

El ocaso en cámara (demasiado) lenta del venezolano Juan Guaidó

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Emmanuel Macron y Juan Guaidó se parecen. Son jefes de Estado reconocidos por EEUU y por el Parlamento Europeo, invitados por Joe Biden a su Cumbre para la Democracia anti china. Son dos varones occidentales y coetáneos. Apenas un lustro entre los 43 años del francés y los 38 del venezolano, apenas un bienio entre que uno fue declarado presidente en 2017 y el otro se declaró presidente en 2019. No cargan sobrepeso. Son jóvenes, afeitados, provincianos, atildados, de camisa limpia y corbata fina. Son masones de educación católica privada. Macron, los primarios en un instituto jesuita en la catedralicia ciudad de Amiens, donde nació; Guaidó, los de grado en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).

Son dos gestores apasionados, infatigables, incorruptibles, nos dicen. Para ellos, gobernar es administrar, y cada necesidad, cada demanda sólo espera el acto administrativo eficaz. Culminaron sus estudios especializándose en lo mismo: gestión pública. En la George Washington University; en la ENA. Elitista, la Escuela Nacional de la Administración proveía personal a la Vª República (se habló de ‘enarquía’, de que ‘España sufre a la ETA, Inglaterra al IRA, Francia a la ENA’); Macron la disolvió, o reformuló. Son de palabra firme y mesurada, del estilo que les hacía ganar en clase debates supervisados bajo el ojo docente. No se presentan como aburridos, no son De la Rúa contra Menem: el futuro es de ellos por pura prepotencia del trabajo juvenil, no por experiencia adulta redentora del pasado atroz. Tampoco son Kennedy contra Nixon: son jóvenes sin ser sexys. Tampoco encarnan el moderno progreso contra el prejuicio momio: no son el chileno Boric que en el balotaje presidencial del domingo 19 enfrentará a su rival Kast nostálgico de la soberanía pinochetista. Están en el justo medio entre revolución y reacción, la juventud de ellos es fotogenia electoral, imagen de una eternidad que no se desgasta con el uso. En la Argentina, es frustrante cuando nos falta la comparación local. Tal vez el antiguo político y legislador local Jorge Vanossi, vestal del Derecho Constitucional, siempre enfundado en su terno, que había estudiado en el Colegio De La Salle, a quien la malicia apodó ‘Vanidossi’.

El venezolano y el francés defienden a la república (democracia es palabra menos frecuente) contra enemigos peligrosos, autoritarios, “chicos malos”, fascistas, populistas, extremistas. Sus respectivas biografías en Wikipedia reciben, como los propios biografiados, regulares cuidados de manicura. En las entradas Juan Gerardo Antonio Guaidó Márquez […] reconocido como presidente encargado de Venezuela y Emmanuel Macron […] président de la République française todo parece cierto. Aunque, por el arte de la subrepticia falacia de énfasis, que arbitra qué destacar y qué escamotear, nada resulte en definitiva muy verdadero. Acaso a nadie se le escape, porque aun el sitio ya nos lo previene (a su modo). En el caso de personalidades políticas en pugna abierta por el gobierno actual de un territorio, puede ser riesgoso dar por descontado el desinterés en la redacción de lo que se leerá: se trata de CVs antes que de artículos enciclopédicos.

Existen límites al momento de solicitar del público su voluntaria suspensión de la incredulidad. La Secretaría de Estado los lamenta, pero Washington los conoce. Ya las primeras líneas de la más consultada de las enciclopedias registran la geografía del salto cualitativo. El abismo entre Macron y Guaidó es infranqueable: lo cavaron los votos, lo cavó el poder. El francés fue votado presidente por el electorado de la más presidencialista entre las repúblicas europeas; el venezolano nunca fue elegido presidente por el pueblo de la bolivariana, la más presidencialista de las repúblicas latinoamericanas. Macron es el comandante en jefe de las FFAA en la República francesa; quien dispone del monopolio de la violencia en la República Bolivariana de Venezuela es Nicolás Maduro.

Macron asumió, esta semana, la presidencia rotativa de la UE, que este semestre toca a Francia. Hay que decir que colocarse en este estrato de superpoderes supracontinentales no perjudica en nada a quien además de presidente en ejercicio es candidato en campaña para su la reelección en las presidenciales francesas de mayo.

Las recientes elecciones regionales y locales venezolanas del 21, más acá de todas las irregularidades y arbitrariedades de un oficialismo muscularmente autoritario, mostraron a una oposición dividida, que se derrotaba a sí misma

¿De qué dispone Juan Guaidó? Del reconocimiento  por parte de EEUU (y después por los aliados de Donald Trump, de los forzosos y de los forzados) de la constitucionalidad de un procedimiento de enero de 2019, cuando una Asamblea Nacional  a la que sólo reconocía la oposición venezolana (y EEUU) lo hizo ‘presidente encargado’. Es decir que al mismo tiempo que esta Asamblea parcial encomendaba a Guaidó el Poder Ejecutivo, desconocía la legitimidad de titularidad de la presidencia que en Caracas ejercía, y ejerce, Maduro. Será mucho (aunque la UE se bajó del reconocimiento pleno), pero es todo. Las recientes elecciones regionales y locales del 21, más acá de todas las irregularidades y arbitrariedades del más autoritario de los oficialismos, mostraron a una oposición dividida, que se derrotaba a sí misma.

Al igual que en Chile, que celebraba elecciones el mismo penúltimo domingo de noviembre, y donde el voto tampoco es obligatorio, en Venezuela fue a votar menos de la mitad del padrón. Según las crónicas, según las fuentes, el electorado bolivariano no siente más aprecio por el presidente encargado en 2019 que por el presidente votado para su primer mandato en abril de 2013. Aunque acaso sí más desprecio, o siquiera menosprecio. Nadie quiere un Macron que no votó, una perfección civilizada para edificación de la barbarie.

Si en Washington gobierna un heredero demócrata, el de Barack Obama, en Caracas también, el civil ‘socialista del siglo XXI´ que sucedió al comandante Hugo Chávez ¿Es un gobierno, el de Maduro? ¿O hay que hablar de régimen? El shibboleth del liberalismo latinoamericano es responder , basura, dictadura. Hay que decir que esta vehemencia contribuye a que las cosas sigan como están, una realidad que quienes así responden califican, consecuentes, como intolerable. Tanto o más colabora la acción concomitante de reconocer en el asambleísta  Guaidó a un presidente provisorio o de reserva permanente. Es por ello que el martes quien fuera el canciller de su gobierno parelelo, Julio Borges, anunció que renunciaba al cargo, y declaró que el gobierno de Guaidó debía desaparecer. La Asamblea que lo creó, y que ya auto-prorrogó su vigencia hasta el 5 de enero, debería también disolverse.

Occidente y América Latina parecían haber aprendido algo de la Guerra Civil Española. Quienes ven en Maduro a un dictador saben que es una afirmación contra-intuitiva, que requiere pruebas. Debemos creer que consienten en que abundan en el caso de Francisco Franco, ‘caudillo de España por la Gracia de Dios’, como estaba acuñado en las plateadas monedas de 1 peseta con la efigie del general golpista estampada en bajo relieve. Las democracias tenían embajada en Madrid: reconocer a gobiernos que no ejercen el monopolio de la fuerza sólo añade sangre a la sangre. Un día, no tan temprano, acaso no tan tarde, puede llegar el razonable, mejorable,  pacto de la Moncloa. 

AGB