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SOY GORDA (ESEGÉ)

Portadoras de belleza y felicidad

La instalación con muñecas, creada por el grupo "Ser manada", puede verse en el Parque Avellaneda.

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Muñecas negras, marrones, blancas, grandes y pequeñas, gordas y delgadas. Espejo y reflejo de la constitución y la dinámica de las mujeres. De tela bordada o con géneros aplicados, de colores brillantes o sutiles, enredadas en hilos y lanas. Son abrazables, juguetonas, decorativas, amables, ásperas y suaves, rústicas y delicadas.

Las peponas poseen frases impresas, ilustraciones, manchas, figuras y abstracciones. Verlas es enamorarse y sumergirse en un túnel del tiempo hacia una infancia idealizada, un pasado de paraísos perdidos y nunca vueltos a encontrar, sobre lo que vale la pena y la alegría reflexionar.

Moñas, marionetas, títeres, peleles, fantoches, monas, maniquíes. Juguete portable y portador de felicidad, que se colecciona durante la niñez por su arte y belleza. Son entidades blandas, protectoras y neutralizadoras de malos augurios o enfermedades.

El grupo de mujeres Ser manada creó una instalación con muñecas que puede verse en La Casona de los Olivera, del Parque Avellaneda. Su obra consiste en un conjunto de 150 muñecas elaboradas con técnicas textiles, grabados y sellos. Una metáfora de la diversidad y el vínculo entre mujeres. Puede visitarse hoy y mañana.

Cada una de ellas expone, además, una obra individual. Silvia Domínguez: “Criador de Reinas de la Casa”; Claudia Lentino: “Amuletos sagrados”; Eugenia Luases: “Biontes”; Moni Paulino: “Trapos al sol”; Florencia Podestá: Entre deseos y distopías de la serie “Ciudades Invisibles”.

“Criador de Reinas de la Casa”, una escultura trabajada sobre un cajón de apicultura, emplea la frase patriarcal tan frecuente que destina a la mujer a aceptar ese rol en apariencia monárquico pero que la somete dentro del hogar. Son como las colmenas dirigidas por las abejas, quedan a luz y forman personas y sociedades.

“Trapos al sol” es un álbum de fotos familiares, en tela, que muestra los rostros y gustos de un universo privado. Escenas cotidianas de trabajadoras, sostenes de sus casas, fuertes, que en un ámbito opresor pudieron conquistar un espacio personal empujadas por el deseo. Los trapos al sol intervenidos, cosidos, remendados fueron el material de los ritos iniciáticos que las llevaron a comprender el mundo.

“Amuletos sagrados” son pequeñas memorias hechas con collage, sellos, tinta china, papel, timbrados. Entre exvotos y ánimas benditas evocan las conversaciones, los objetos, los olores facilitada por esa facultad psíquica de retener, recrear y recordar el pasado. Construyen así la memoria, que será particular y creará la biografía de cada persona.

“Entre deseos y distopías” son aguafuertes en relieve con diferentes estampas recortadas y montadas en foamboard. Suspendida en el abismo, la Ciudad Distópica cuelga como reflejo invertido del deseo. Los habitantes fragmentados descienden en caída libre hacia las profundidades perdiendo partes del cuerpo y borrando sus rostros no hegemónicos. Encima, se eleva la Ciudad del Deseo, extensa en colores y entramados dinámicos que posibilitan la convivencia.

“Biontes” también son aguafuertes que iluminan constelaciones con conexiones cambiantes, entradas y salidas, que se expanden y se retraen, veloces o lentas y pesadas. Cartografías de lo macro, cobijando lo diminuto, que desdibujan las fronteras porosas entre flora y fauna. Donde venas y arterias son raíces, tallos y flores.

Un domingo me invitaron a bordar con ellas. Armaron un taller en el que participaron infancias, jóvenes, hombres y mujeres. Dispusieron de telas con forma de muñecas, una sobre otra. Corté, hilvané, pegué, sufilé y fui durante una tarde parte de esa manada dándole vida a mi propia pepona, un modo amable y sororo de estar en el mundo, conversando de las tristezas y alegrías del país, compartiendo mates y sueños multicromáticos. No fue el vino pero si la mezcla de yerba y agua la que entibió “sueños al jadear desde su boca de verdeado dulzor y entre los libros de la buena memoria se queda oyendo como un ciego frente al mar. Mi voz le llegará, mi boca también tal vez le confiaré que eras el vestigio del futuro. Rojas y verdes, luces del amor prestidigitan bajo un halo de rouge...” (Luis Alberto Spinetta, Los libros de la buena memoria).

Las cinco artistas visuales asisten al taller de investigación sobre grabado de Patricio Bosch. Allí se conocieron y decidieron darle visibilidad al trabajo común con estas obras.

Con los géneros, las tijeras y plasticolas sobre la mesa, me contaron que arriba y abajo del asfalto “existimos en ese inter-ser, en el entre que siempre está en construcción, que se desmonta y rearma, que se dibuja y desdibuja. Es imposible no ser en colectivo, aunque a veces permanezcamos solos a pesar de estar con otros; aunque cada uno se ocupe de lo suyo participamos del grupo”.

¿Somos parte o no de la manada? ¿Qué distancia mantenemos con los otros? ¿Estamos unidos y a la vez afuera? ¿De qué manada somos parte? ¿De muchas? “Por momentos somos borde y la manada se desborda, otras veces centro ¡O borde y centro a la vez?

Sabemos que participamos de varias manadas en simultáneo y de las propias, en nuestro interior. La manada nos da identidad que la memoria amarra, pero abrirnos a esa amplitud, a la vez, la pone en riesgo. “Nos dejamos invadir por una totalidad, por todo lo que adentro nuestro se vuelve marca, se entremezcla, y también se comprende. Sedimentos de generaciones, de inteligencias de muchas personas, de varios géneros, de lo animal y lo vegetal”, señalan en el texto curatorial.

Abrirse a lo colectivo implica para ellas “abandonar las reglas y los roles, los estereotipos, así como la economía en la que la necesidad suplanta al deseo. Supone el desafío de inventar un lenguaje propio y aceptar la contradicción. Implica ser parte interactiva de un organismo que necesita de la diversidad para funcionar, viviendo en un fluir incesante, que nos arrastra, pero a la vez nos invita a bailar juntos”.

LH

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