La religión como prepaga
Decía Ricardo Piglia que cualquiera puede criticar una página de Roberto Arlt, pero muy pocos pueden escribirla. A mí me pasa lo mismo con Juan Grabois. Mientras yo estoy preocupado por la programación de Netflix, él está ocupado defendiendo los derechos de los desposeídos. Claramente la sociedad necesita más de gente como él que de parásitos como yo. Grabois es carismático. Y pone el cuerpo en la acción política. Recuerdo una foto en la que está adentro de un camión de la policía, creo que esposado, por resistirse a la autoridad que hacía una redada con los vendedores ambulantes.
En la foto sale sonriendo, desafiante, como buscando al fotógrafo que haga bien su trabajo -al igual que lo hizo Alberto Korda en Cuba con el Che- y le saque el retrato que lo inmortalice. Grabois también escribe bien. No tiene un ghost writer como la mayoría de los políticos. Esta semana leí en este diario una columna de su autoría con un comienzo genial. Hacía un balance político de nuestro país. Es difícil no concordar con todo lo que dice: estamos peor. Después del macrismo, la pandemia.
Juan Grabois es implacable: el presidente ha cedido a los poderes hegemónicos y los únicos que se salvan en su texto son Cristina Kirchner -porque en pretérito creó una alianza que acabó con el macrismo- y, Oh Dios, El Papa a quien pone de ejemplo con una de esas frases que suele decir El Papa y que, a mi gusto, parecen slogans de una prepaga.
Es que, en realidad, la religión funciona en su “cobertura espiritual” como una prepaga. Y tiene una clara función social: hacer que la gente no se emancipe y sostener a los poderes establecidos, entre ellos, la jerarquía católica. Me llama la atención cuando la gente espera que El Papa apoye el aborto o haga una defensa de la homosexualidad. El Papa es el gerente de contenidos de la iglesia católica y trabaja de eso. Como muchas de las religiones que tienen un gran público cautivo, no se toman en serio a la muerte. Las promesas del más allá, la garantía de una vida eterna, la esperanza, son los condimentos de un guiso cuya digestión es tan pesada que hace que siempre te quedes en el molde.
Por eso el martes es mejor día que el lunes: el lunes todavía tenés esperanzas, el martes ya no.
Baruch de Spinoza, que fue perseguido con persistencia por los “creyentes”, lo vio claro en su “Ética”: “No hay esperanza que no esté mezclada con el miedo, ni miedo que no esté mezclado con la esperanza. La esperanza no es sino una alegría inconstante, surgida de la imagen de una cosa pretérita o futura, de cuya realización dudamos. El miedo es, también, una imagen inconstante, surgida también de una cosa dudosa”.
Así que, por un lado, Grabois mantiene una lucha intensa y necesaria por el derecho de los desposeídos, pero uno de sus puntales ideológicos -El Papa- es alguien que se considera heredero del favor divino, como lo hacían los reyes en el pasado para sojuzgar al pueblo y como lo hacen muchos millonarios que lograron convencer a la sociedad que es justo que ellos tengan todo y que otros no tengan nada. Por otro lado, y esto hay que reconocerlo, El Papa es la única persona que sabe con certeza que Dios no existe.
Prestémosle más atención a la gente que no sale en los diarios y no tiene deseos de trascendencia social y trabaja en lugares de servicio para los demás. Hay muchos y son los imprescindibles. Este no es un país de mierda, no todavía.
Nosotros, en cambio, sabemos que los planes sociales son necesarios porque hay gente que no tiene nada, pero no sirven de mucho si no se establecen políticas de estado radicales que distribuyan la riqueza de manera justa. El evangelismo funciona como una clonazepam para los pobres, pero ya vimos lo que hace la derecha en Brasil con ese movimiento, o lo que hace ese movimiento cuando le pega con la derecha. Héctor Oesterheld lo vio claro cuando escribió esa obra maestra de la historieta argentina, “El Eternauta”: lo único que nos puede salvar es el héroe colectivo, el pueblo emancipado y no los líderes carismáticos e iluminados. Prestémosle más atención a la gente que no sale en los diarios y no tiene deseos de trascendencia social y trabaja en lugares de servicio para los demás. Hay muchos y son los imprescindibles. Este no es un país de mierda, no todavía.
Una curiosidad: dicen que en “El Padrino III”, en el guión original, se iba a narrar la caída de Michael Corleone y el ascenso del personaje de Robert Duvall, el consiglieri, al puesto de Padrino. Pero Duval quería ganar la misma plata que Al Pacino y Francis Ford Coppola dio marcha atrás. Hubiese sido lindo ver qué pasaba con el consiglieri en el poder. En Argentina lo estamos viendo.
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