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Panorama político

Resistiendo con ajuste

Cristina Kirchner saluda desde el balcón de su despacho en el Senado, el martes pasado.

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La ampliación de indagatoria sui generis de Cristina Kirchner en el juicio de “Vialidad” pareció dejar una conclusión: detrás de cada licitación nace un negocio, crece un corrupto, se desarrolla una causa y muere un relato. No importa si la narrativa pertenece a la tradición republicana o la épica nacional-popular porque en la Argentina “así funcionan las cosas”. Antes de la noche de furia en la que José López salió endemoniado y “con lo puesto” (nueve millones de dólares y una ametralladora) hacia el famoso convento de las carmelitas calzadas, las relaciones personales con el secretario de Obras Públicas eran un viaje al fin de la grieta. Los abundantes intercambios de mensajes con empresarios macristas que la vicepresidenta ventiló en su defensa —tan familiares como “encontrémonos los dos”, “cenemos los tres” o “seamos felices los cuatro”— eran en el mismo acto una denuncia y una autoincriminación. Porque si bien es cierto que para bailar el tango de la manganeta hacen falta dos y, por ende, es necesaria la participación de los empresarios que coimean, también es verdad que todas las tropelías que le adjudicó al agitado José López tuvieron lugar bajo su administración. En síntesis, en su cadena nacional de hecho, Cristina Kirchner no se limitó a redireccionar las imputaciones hacia sus adversarios políticos, sino que dejó en evidencia la íntima relación de altos funcionarios de su gobierno con poderosos empresarios vinculados al macrismo. El famoso poder detrás del poder concentrado en un teléfono rojo.

Pese a todo, el contragolpe desplegado con un gran olfato táctico por parte la vicepresidenta se apoyó en las fragilidades de los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola que estaban desbordados de intereses políticos, vínculos íntimos con los jueces y revolcones deportivos en la quinta de Mauricio Macri. Allí se amontonaron todos los cracks que no llegaron y tuvieron que conformarse con un Liverpool de cabotaje y con aire de familia.

El “lucianipalooza”, alentado desde las tribunas por los dirigentes de Juntos por el Cambio y el rabioso aparato mediático junto al pedido de doce años de cárcel para la vicepresidenta e inhabilitación para ejercer cargos públicos dejaron ver groseramente todas sus costuras que fueron aprovechadas por Cristina Kirchner para su contraataque.

Entre sus tantas imágenes metafóricas, Marx desarrolló una que puede ser útil para comprender este proceso judicial y sus precursores: “La anatomía del hombre es una clave para entender la anatomía del mono” escribió en los Grundrisse. Se refería a que los procesos sociales y políticos desplegados hasta su etapa superior podían contener las claves para entender sus formas menos desarrolladas o embrionarias. En la experiencia judicial del subcontinente, ese hombre fue Sergio Moro, el exjuez que en Brasil encabezó desde 2014 la operación conocida como “Lava Jato”, operó en la destitución de la expresidenta Dilma Rousseff, en la proscripción y cárcel de Luiz Inácio Lula da Silva, asumió como ministro de Jair Bolsonaro y terminó como candidato a senador, luego de que la Corte Suprema brasileña dictaminara —una vida después— que no fue “imparcial” durante todo el proceso.

En el cenit de la operación “Lava Jato” se hizo famosa una frase del procurador Deltan Dallagnol cuando presentó un Power Point con las presuntas conexiones de la trama y afirmó: “No tenemos pruebas, pero tenemos convicciones”.

Si Luciani y Mola no llegaron a tanto se debe una relación de fuerzas diferente, a procesos judiciales distintos y momentos políticos disímiles, pero eso no quiere decir que no los muevan las mismas convicciones y, sobre todo, los mismos métodos.

Esa pasión desaforada por erigirse en portadores de la justicia eterna, fogoneada por algunas fracciones de las clases dominantes, los condujo a cometer unos cuantos errores. El más importante: dejar en evidencia la parcialidad de todo el proceso por la simple razón de excluir a sus aliados en el poder real cuando todas las pruebas estaban a la vista. El carácter persecutorio se caía de maduro y así lo hizo notar la vicepresidenta durante su exposición de una hora y media.

El sábado por la tarde, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta hizo su gracia y sumó su provocación colocando vallas y fuerzas policiales frente a la casa de Cristina Kirchner para evitar la concentración de personas que se movilizaron para respaldarla. Llevó adelante una repudiable represión que incluyó detenidos (entre ellos legisladores y funcionarios). La interna en la coalición opositora y el cambio general del escenario político a partir del giro en el Frente de Todos, está “halconizando” a las distintas fracciones del PRO.

Massanomics

Mola y Luciani también lograron interrumpir a Cristina Kirchner cuando se estaba equivocando a bordo de su último experimento político. Cuando iba entregando una a una las banderas que siempre dijo defender de la mano del empoderado Sergio Massa que —junto a su flamante “mano derecha”, Gabriel Rubinstein— encaraba el ajuste fiscal más agresivo que se haya conocido hasta ahora (tarifazos y recortes del presupuesto en áreas como Salud, Educación y hasta en los créditos para las Pymes). Martín Guzmán quedó como un tibio gradualista frente al nuevo tijeretazo. Junto con la enérgica suba de tasas de interés y los “regímenes especiales” para la patria sojera, petrolera o minera configuran el cuadro de las massanomics a la medida de las demandas del Fondo Monetario Internacional.

Pese a esta hoja de ruta de alumno muy aplicado, Massa padece las mismas contradicciones que sus antecesores: considera que su ajuste es necesario, pero nunca es suficiente y aparece el síndrome de la sábana corta. Todo el mundo asegura que hay que ajustar, pero también que “el ajuste es el otro”: la Liga de los Gobernadores pide que no disminuyan sus partidas, lo empresarios del transporte exigen subsidios, los sojeros demandan concesiones, los aparatos sindicales que no recorten los fondos para los obras sociales, y así.

Todo mientras el famoso “ordenamiento de la macro” no ha tenido lugar. El último informe de la consultora PxQ que dirige Emmanuel Álvarez Agis asegura que en lo inmediato, las medidas anunciadas por Massa tuvieron como consecuencia una mejora en el margen de las expectativas que se vio reflejada en “una caída del riesgo país, reducción de la brecha cambiaria desde 160% a 120% y normalización del mercado de deuda en moneda local. Sin embargo, la falta de resultados en el frente externo genera que toda la estrategia esté en duda. En la medida en que los anuncios no se materialicen en un aumento de las reservas internacionales no se van a disipar las expectativas de devaluación”. Además, los pagos de importaciones ponen en duda la continuidad de la recuperación económica, le ponen un piso a la brecha cambiaria y mucha presión a los precios domésticos. Ante el principal problema que tiene la economía (la inflación), el informe considera que: “El Gobierno busca evitar un salto discreto del tipo de cambio oficial porque con una inflación mensual en la zona de 7% hay riesgos de una espiralización. Sin embargo, dentro de las políticas anunciadas no se incluyeron medidas concretas para atacar la reciente aceleración de la inflación. Al contrario, tras el 7,4% mensual registrado en julio, en las primeras semanas de agosto se observaron aumentos en regulados (GNC, transporte público, medicina prepaga, gas envasado y naftas). A su vez se registraron subas en el marco de precios cuidados. La quita de subsidios empezará a impactar en las facturas en septiembre. Además, hay presión desde las centrales de trabajadores para reabrir paritarias.”

En el contexto de esta precaria situación económica, el escándalo del juicio revitalizó la “grieta” en el terreno político. Cortó con tanta dulzura en ese clima de unidad nacional que se reflejaba en el furor por el “extremo centro” que invadía a casi todo el Círculo Rojo. Tan entusiasmados estaban que Marc Stanley, el embajador de EEUU en Argentina, se animó a exigir públicamente aquí y ahora la tan ansiada amplia coalición en su discurso en la reunión del Consejo de las Américas en el lujoso Hotel Alvear. Un Moncloa exprés y a la carta para imponer el ajuste.

Las acusaciones cruzadas por corrupción y el bochinche callejero inquietaron también al establishment que —una vez más— se vio salpicado por las declaraciones en las que aparecieron nombres emblemáticos de la “patria contratista” que prefieren el anonimato. Además, preocupa la dilución de “efecto Massa” devorado por una grieta que meta ruido en el clima de negocios.

Tiempo pasado

Finalmente, la revitalización política de Cristina Kirchner puede conducir a una autopercepción equivocada. Poca atención se prestó a los tiempos verbales en la reivindicación de su itinerario: «Si volviera a nacer veinte veces, veinte veces haría lo mismo», agitó la vicepresidenta. No dijo que lo estaba haciendo como parte del Gobierno que integra ni prometió que lo hará en el futuro. Mira el presente con ojos de espanto porque el experimento actual es la deconstrucción de su relato histórico. Un desarme pieza por pieza de lo que considera su obra. Por lo tanto, la batalla contra el Poder Judicial parcial, políticamente contiene una épica de la nostalgia. Una epopeya de reivindicación del pasado, una melancolía impotente por los tiempos idos. Precisamente, cuando la Argentina está hambrienta de muchas cosas, pero sobre todo de futuro.

En este contexto, el éxito táctico —unidad del peronismo incluida y movilización militante del “pueblo kirchnerista”—, también puede contener un declive estratégico. El respaldo para el combate contra sus enemigos judiciales tiene el costo de la capitulación definitiva ante sus adversarios económicos. El agotamiento de la “dirección moral” del kirchnerismo —que tuvo como fundamento el rescate de la cuestión social— es el trasfondo de las operaciones judiciales. Porque el show judicial está en la agenda y en los medios, pero el ajuste está en las cosas. El “resistiendo con ajuste” es una contradicción en los términos. Los teóricos del lawfare siempre dijeron que el objetivo no eran las personas, sino la intención deliberada de condicionar el proceso político e imponer el programa económico. Desde ese punto de vista, el lawfare ya ganó. El disciplinamiento está relativamente logrado con un gobierno que asume el ajuste como único horizonte de lo posible.

Cuando el debate nacional se reduce a distintas estrategias de contención de la disolución social a cualquier costo, esto es indicativo de una metamorfosis en la política misma que la conduce a su negación. En esas condiciones, el debate público deriva en sórdidas e interminables crónicas judiciales.

CC

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