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OPINIÓN

El que reza en el espacio

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La ciencia ficción sucede en el pasado. Siempre. Ya superamos a Odisea 2001, también muchas de la fechas de los cuentos de Crónicas marcianas y el replicante líder de Blade Runner también es historia: estamos en el 2021. Las condiciones del espacio exterior han bajado hacia nosotros y ahora, para salir a la calle, hay que ponerse guantes, escafandras, barbijos. Hay gente ocupada en hacer dinero con esto, gente ocupada en ayudar al otro, gente a la que no le importa nada y gente rezando. “El que reza en el espacio no está en el espacio”, escribió William Burroughs y Cee, la protagonista de Prospect, interpretada por la joven Sofía Tatcher, lo sabe bien. Ella es una superviviente en un lugar hostil y tiene que moverse rápido para seguir existiendo.

Prospect es un relato triste dirigido y escrito por Chistofher Caldwell y Zeek Earl. En principio fue un corto y después un largo. La película trata de un padre y una hija que van en una nave hacia un planeta en el que -a manera de mineros- extraen unas gemas de la tierra. Para sacarlas hay que tener cuidado porque podés morir en el intento. El padre es experto y la chica está aprendiendo. La nave en la que viajan es retro, los aparatos que utilizan parecen salidos de un mercado de pulgas y nunca se entiende bien para qué sirven y los trajes espaciales son similares al look de los atletas del catch. El planeta podría ser tranquilamente los bosques de Ezeiza. No hay mucho presupuesto en Prospect, pero sí talento, poesía, misterio. En el aire del planeta hay unas esporas que obligan a usar filtros en los trajes para drenar el aire. La historia es muy chica. El padre y la hija son interceptados por un hombre que también está sacando gemas. El padre de la chica en vez de irse intenta robarle a este hombre las gemas que ya sacó y expone a la chica a una pelea innecesaria. El hombre tiene un ayudante que nunca se saca el casco, como los músicos de Daft Punk. Y éste se termina tiroteando con el padre de la chica. Se matan entre sí. Quedan vivos Ezra (el hombre que interceptó al padre) y la chica. ¿Se entendió?

Cuando la película empieza, vemos al padre y la chica comandando la nave. Cuando la película termina, vemos a la chica y a Ezra escapando en una nave. El padre ha mutado en esa otra persona y buena parte de la película es mostrar como suceden esos procesos. ¿Por qué cambian las personas? Es algo que parece sencillo, pero es inquietante. Tiene que ver con la alquimia. Si el cambio se produce mientras están ausentes y no podemos verlo -al cambio- surgen los mitos. Como el de Robert Johnson, que desapareció siendo malísimo con la guitarra y volvió tocando como Jimmy Page. La gente pensó que había estado en una encrucijada con el Diablo y, a cambio de su alma, El Señor de Abajo le otorgó dones.

En mi barrio había dos hermanos gemelos con labios leporinos. Los padres operaron a uno solo. ¿Por qué?, nos preguntábamos.

En Carretera perdida, de David Lynch, encierran a un hombre en la cárcel por matar a la mujer y cuando al otro día lo van a buscar se convirtió en otro. Y ahí empieza la segunda parte del film. La película -como los sueños, como los grandes poemas de John Ashbery- nunca explica exactamente qué pasó. Cuando le preguntaron a Lynch, sólo dijo: “trasmutó”. Era un hombre y se convirtió en otro.

Hay una novela hermosa de Joseph Roth, Job, que trata de una lenta transmutación. El hijo idiota de un rabino muy pobre se convierte en un extraordinario concertista. Uno se da cuenta sobre el final del libro, con gran emoción, que son la misma persona y que, en esa trasnmutación, su padre -el judío pobre- va a encontrar una redención.

En mi barrio había dos hermanos gemelos con labios leporinos. Los padres operaron a uno solo. ¿Por qué?, nos preguntábamos. Por qué no operaron a los dos. Había algo de cruel en esa simetría rota. Y nunca sabíamos quién era en verdad el que había sido operado.

Jorge, un amigo de una feria de artesanos en las que yo tenía un puesto hace miles de años -antes de la última glaciación-, tuvo un desengaño amoroso y se fue a Brasil a buscar oro con los garimpeiros. Estuvo ahí con el barro hasta el cuello y consiguió sacar unas pepitas. Las apartó y vio que había gente que lo estaba mirando. Se fue del lugar y vio que lo seguían en medio de la selva para sacarle el oro. Consiguió llegar hasta donde estaba una avioneta que lo sacaba del lugar por la mitad del oro que tenía. La tomó. Llegó a la frontera con Corrientes, siempre huyendo, y subió a un micro. Le quedaban dos pepitas en el bolsillo. De golpe, nos contó después, sintió que el micro se había dado vuelta. Pero el que se había dado vuelta era él. De fiebre. Tenía malaria. Un tipo de malaria rara porque lo habían picado dos mosquitos diferentes. Eso dijeron los médicos que lo trataron en el Muñiz, mientras estaba en una cama con agua helada, para que la fiebre no arrrasara con él. Se salvó. Cuando se fue, era un hombre gordito, bajo. Cuando volvió a aparecer por la feria, era un tipo delgado, fibroso, más alto. No parecía el mismo. Nos daba incomodidad estar con él.

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