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Fleetwood Mac, 1977
5 de agosto de 2023 13:13 h

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“Es un buen discurso, no es un buen diálogo”, le dice Daisy a Billy, acerca de una canción compuesta por él. “Escribís canciones sobre quién querés ser. No sobre quien sos”, le aconseja en otro momento. Son apenas algunas de las lecciones que desliza la serie Daisy Jones and The Six sobre un arte eminentemente norteamericano: el de componer canciones confesionales, que contienen historias y que bordean, siempre, a veces de manera más enmascarada que otra, al rhythm & blues. Un arte que es también –y necesariamente– el de fabricar éxitos.

La serie, diez capítulos originales de Amazon basados en una novela del mismo título publicada por Taylor Jenkins Reid en 2019, cuenta la historia de un grupo de rock desde su origen pueblerino y adolescente hasta el éxito fulminante y, qué duda cabe, la autodestrucción. Y, sobre todo, la de una relación eléctrica, devoradora y devastadora, la de su guitarrista y cantante principal, Billy Dunne, y la de Daisy Jones, una cantante y compositora armada con la extraña capacidad de convertir en oro cualquier cosa que toque. Y la no menos importante de convertirla después en polvo.

La autora de la novela cuenta que se basó en el recuerdo de la impresión que le producían los recitales y las canciones del grupo Fleetwood Mac cuando, de niña y adolescente, los veía por televisión. La historia no es exactamente la misma que la de aquel grupo. Sí lo son la pasión privada y su exhibición pública, las relaciones tortuosas, los amores/odios entre sus integrantes, las confesiones y rencores convertidos en material de las canciones, los escándalos, las adicciones, los excesos (se cuenta que Mick Fleetwood, baterista del grupo, llegó a gastarse ocho millones de libras en cocaína) y las numerosas y circulares separaciones y posteriores reencuentros. Y, por supuesto, el éxito descomunal. Daisy Jones vendría a ser la versión ficcional de Stevie Nicks, la artista que entró a Fleetwood Mac en 1975 y de quien acaba de editarse un álbum de diez discos con sus grabaciones completas de estudio como solista, de 1981 a 2014.

Billy Dunne, contraparte de Daisy Jones y factótum de The Six, sería Lindsey Buckingham, que en la realidad entró al grupo junto a Nicks y en la serie desarrollada por Scott Neustadter y Michael H. Weber es quien más se opone al ingreso de la nueva integrante. Las circunstancias son ficticias. La relación explosiva entre ambos no. Y tampoco el hecho de que después de veinte años de su separación sigan obsesionados una con el otro y viceversa.

Las canciones falsas del falso grupo son una muestra de verdadera artesanía. Son verosímiles. Parecen canciones de mediados a fines de los setenta de un grupo californiano en el límite entre el rock y la balada –o entre el rock y el pop, si se prefiere–. Pero, sobre todo, son, en su estilo, excelentes.

La historia del grupo auténtico –una historia que incluye por lo menos otras dos en su interior– es, en realidad, aún más interesante. Porque Fleetwood Mac, antes de convertirse en ícono del pop californiano y de llegar, como en Rumours, el disco de 1977 donde se tiran basura unos a otros, a vender veinticinco millones de copias, había sido una banda inglesa de culto y, junto con John Mayall, The Bluesbreakers, Cream –el trío de Eric Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker– y Traffic –donde cantaba el notable Steve Winwood– uno de los grupos más influyentes en ese tránsito en que el viejo merseybeat –el estilo patentado en Liverpool con The Merseybeats y, obviamente, The Beatles–, en paralelo a la psicodelia y el experimentalismo derivado de Revolver y Sgt, Pepper’s Lonely Hearts Club Band, se inseminó con el blues de guitarristas virtuosos como Buddy Guy y Freddie King. El grupo fundado en 1967 por el baterista Mick Fleetwood y el bajista John McVie (que aportaron con sus apellidos las dos palabras del nombre) incluía, en sus comienzos, una inusual formación con dos primeras guitarras, el genial Peter Green y Jeremy Spencer (ambos eran además los cantantes) a quienes se sumó, en 1968, un tercero, Danny Kirwan, de apenas 17 años. En “Albatross”, uno de los temas más célebres de esta encarnación prehistórica de Fleetwood Mac, Spencer, tal como era habitual en las piezas de Green, no toca y la guitarra que se escucha haciendo eco a la del líder es la de Kirwan.

Ese tema, editado como single en 1968, no fue incluido en ninguno de los álbumes originales del grupo y fue parte de su primer disco antológico, English Rose, publicado el año siguiente en los Estados Unidos. Por otra parte, en el segundo LP del grupo, Mr Wonderful, de 1968, ya había aparecido como invitada la cantante y tecladista Christine Perfect, en ese entonces miembro del grupo Chicken Shack, quien más adelante se integró a Fleetwood Mac y se casó con su bajista, cambiando su nombre por el de Christine McVie.

Si bien la música de este grupo tenía poco que ver con la que fue después, ya aparecía allí parte del ADN... Green, con un brote esquizofrénico aparentemente causado por el LSD, abandonó el grupo en medio de una gira por los Estados Unidos. Grabaron algunos discos muy buenos, sobre todo Then Play On, el último con Green, y tres que marcan la transición hacia el futuro: Kiln House, Future Games y Bare Trees.

Cambiaron de integrantes y de estilo. Lo que quedaron vivieron juntos en una mansión de Hampshire, en otra gira estadounidense Spencer desapareció sin aviso para unirse a la secta Niños de Dios y, un poco después, Kirwan, que se había vuelto una pieza fundamental en el sonido grupal, se peleó con todos los demás. Esa fue la etapa pacífica. Después, en 1975, llegó Buckingham que puso como condición la entrada de Nicks, su pareja, con quien había ya grabado un disco tres años antes, como miembro estable.

A partir de allí Fleetwood Mac volvió a tener una formación atípica: por un lado incluía dos parejas –no demasiado estables; McVie tuvo en algún momento un affaire con Nicks– y por otro la rareza de dos mujeres en una época y un ambiente como el del rock –y esa subespecie, el rock californiano– que no por reventados dejaban de ser machistas.

Como diría Sheherazade esa ya es otra historia –aquella en la que se inspira la serie de Amazon–. Una historia que ya nada tiene que ver –o no de manera directa– con el blues británico pero si con el mejor pop, el que se anima a las letras ácidas y el que no teme las sutilezas de un guitarrista siempre elegante y sutil como Buckingham y de una cantante nasal y volcánica como Nicks, situada exactamente en el borde entre el pop adocenado y el abismo. La segudilla de los tres primeros álbumes “americanos” es, en ese sentido, ejemplar. Fleetwood Mac (1975), Rumours (1977) y Tusk (1979), además de vender millones y de figurar –uno, dos o los tres– en las listas de revistas y críticos entre lo mejor de la historia del género, logran un equilibrio virtuoso entre técnica, sabiduría e invención. O entre control y descontrol que, al fin y al cabo, fue aquello en lo que el grupo acabó especializándose.

DF

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