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OPINIÓN

Alberto Fernández y la relación de debilidades

El presidente Alberto Fernández encabezó la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso ante la Asamblea Legislativa

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El extenso discurso de Alberto Fernández en la inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso fue el resultado de una relación de debilidades antes que de una relación de fuerzas. Más allá de alguna frase perdida en la que insinuó una posible despedida, no dejó una definición contundente en torno a su eventual candidatura para la reelección, el tema que es la madre de todas las internas en el Frente de Todos.

Cuando Cristina Fernández de Kirchner comunicó que no iba a ser parte de ninguna lista en las elecciones de este año creyó que con ese movimiento provocaba la renuncia automática de Alberto Fernández a su postulación con la consecuente reorganización del peronismo. La persistencia del Presidente (y su círculo) puso en crisis la última movida de Cristina Kirchner y desató las incoherencias actuales: la afirmación de que la sentencia judicial implica una proscripción y el operativo clamor organizado desde las entrañas del propio kirchnerismo duro para que revise su posición y se postule como candidata. O sea, un clamor para que haga algo que, según su propia narrativa, está imposibilitada de hacer.

Muchos destacaron los storytelling de personas presentes en el recinto que presuntamente sintetizaban los resultados de las políticas públicas como una estética copiada del estilo norteamericano en los discursos del “estado de la unión”. Pocos recordaron que fue un recurso utilizado por Cristina Kirchner en el lanzamiento de Unidad Ciudadana, en 2017, cuando subió al escenario de la cancha de Arsenal a un grupo de personas afectadas por las medidas del gobierno de Mauricio Macri: una mujer que dejó de percibir una pensión, dos investigadoras que perdieron sus becas, entre otros, que eran llamados por sus nombre de pila en el mejor estilo duranbarbista.

El Presidente percibe que dentro de su coalición convive lo viejo que no termina de morir, lo nuevo que no termina de nacer y considera que en ese claroscuro puede tener alguna chance el mismo.

La declinación del liderazgo de Cristina Kirchner sin que ninguno de sus discípulos adquiera el necesario “volumen político”; el eterno empantanamiento del peronismo del medio anclado en sus territorios, pero sin despegue nacional; la incertidumbre en torno a si Sergio Massa irá por la senda de Fernando Henrique Cardoso o tendrá el destino de todos los ministros de Economía que tuvo este país (la crisis), conducen a Alberto Fernández a pensar que su debilidad no es exclusiva y que relacionalmente puede transformarla en fortaleza. Un vaso de agua y una ilusión no se le niegan a nadie.

Además, tiene un “plan B”: si no puede ser candidato para la reelección, al menos quiere pelear un lugar en la mesa de decisiones del peronismo que viene y sueña con un triunvirato de conducción compartido con Cristina Kirchner y Sergio Massa. En el empate argentino, soñar no cuesta tanto.

Alberto Fernández observa también que la debilidad no es privativa del peronismo: en Juntos por el Cambio las internas son feroces y la coalición carece de liderazgo claro. Además, a la derecha surgió un hijo descarriado (Javier Milei) que puede restarle bases de apoyo y lo más importante: votos.

El discurso en la Asamblea Legislativa estuvo armado en función de estas alternativas: el muestreo de algunos números de la macroeconomía sin sus “lados B” (el aumento del empleo sin hablar de la calidad de los nuevos puestos de trabajo; el crecimiento de la economía sin los indicadores sociales o la inflación que es el látigo cotidiano que azota a  las mayorías); la reivindicación de la moderación y la ferocidad de la “grieta” (contra el Poder Judicial y los “medios hegemónicos”); la diferenciación de Cristina Kirchner y su defensa irrestricta; el tono mesurado y la excitación rabiosa.

En las próximas jornadas se verá si Alberto Fernández —como Walt Whitman— contiene multitudes o si —como sucedió hasta ahora— no contiene a nadie.

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