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El regreso de la vice Análisis

Cristina y la doble navaja sobre el 2023

Cristina ante un mural de Néstor Kirchner, ayer, en Pilar.

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Al cierre, entre la despedida y arenga, Cristina Kirchner sembró -o regó- la hipótesis de un regreso como candidata. Usó una frase que no es nueva pero funcionó como motor para alimentar el clamor, cada vez más explícito, del cristinismo para que la vice se suba al ring electoral del 2023. “Haré lo que tenga que hacer”, dijo la vice y el planeta K lo asumió como combustible para potenciar la aventura de buscar, a lo Perón, un tercer mandato.

De nuevo sobre un escenario, en el primero de los dos actos que anudará en doce días, Cristina aportó un título que potenció la expectativa, aunque otros referentes, en particular su hijo, y potencial heredero, Máximo Kirchner, hayan expresado sus reservas sobre la tercera postulación. Esos matices son un dato interesante que adquieren músculo a partir de otras definiciones, que hizo antes y que aportó este viernes en el plenario de la UOM.

Post elección del 2017, cuando latía un clamor similar para que compita dos años después, Cristina repetía en público y privado que su prioridad era que en el 2019 vuelva a haber un “compañero o compañera” en Casa Rosada. Con otros modos, el “haré lo que sea necesario” que lanzó en Pilar, quizá el único comentario de campaña, reactiva aquella lógica que no necesariamente, como ocurrió luego, no significaba su postulación.

Hay una tesis, que desde la mesa chica La Cámpora se interpretó ante elDiarioAR, de que la frase de Cristina en Pilar es el anticipo de una definición más contundente y clara que la vice dejaría en el acto del 17-N en el Estadio Único de La Plata. En rigor, una explicación sobre por qué Cristina decidió hacer dos actos con menos de dos semanas de diferencia, es que ante la UOM quería abordar los temas económicos y la cuestión judicial, la coyuntura, y dejar para el Día de la Militancia, ante la tropa propia, las definiciones de naturaleza política. “La táctica”, se sintetizó.

Por lo pronto, sus palabras en Pilar si bien pueden invocarse para militar la idea de la CFK-2023 de las gorras, como la que lució Lula Da Silva, aportan elementos que permiten leer lo contrario: que así como en 2019 recurrió a una figura para que encabece la boleta, el año próximo podría entender que el contexto, como hace tres años, puede plantearle que deba repetir el formato del candidato delegado.

“No me arrepiento”, dijo la vice cuando repasó, sin nombrarlo, el proceso de definición de la candidatura de Alberto Fernández. Explicó, para que nadie se confunda, que el objetivo era que no sigan Mauricio Macri ni sus políticas y que esa era, en ese momento, la decisión política que creyó más oportuna. Aportó, además, una frase que puede sostener la lectura de que Cristina no necesariamente será la candidata: la guía es el plan, no los nombres.

“Tuve que tomar una decisión que garantizara (la victoria del peronismo) ¿y saben qué? No me arrepiento porque, realmente, pudimos lograr el objetivo que no era votar en contra de alguien sino votar en contra de determinadas políticas. Nosotros no votamos en contra de nombres, ni a favor ni en contra. Votamos en contra de políticas no de personas”, sostuvo Cristina. Hay, ahí, un juego dual: Cristina se arrepintió de Alberto pero, deja en claro, que no se arrepiente del método.

Se puede aplicar la doble navaja de Ockham, concepto que expone que la explicación sencilla, más natural, es a priori la más probable. A pesar del fervor que en sectores K se generó en torno al regreso de Lula Da Silva, con la tentación de leerlo de manera lineal, en términos personales y políticos, la Cristina de hoy tiene más dificultades objetivas que la Cristina del 2019.

Un dato obvio: aunque se despegue del gobierno, marque matices y despliegue la destreza de apoyos quirúrgicos como destacar a Sergio Massa pero cuestionar la inflación y la cuestión salarial, la vice forma parte del oficialismo y el fuego contra el gobierno no distingue, fuera del dispositivo K, esa frontera. Es una diferencia enorme con Lula que pudo volver pero, además, volvió como parte de un dispositivo que supone una amplitud, la más emblemática con Fernando Enrique Cardoso y el vice Geraldo Alckmin, que Cristina no parece estar en condiciones de conseguir.

Si se ensayara una comparación criolla de los acuerdos que hizo Lula, motorizada frente al fantasma de la continuidad de Jair Bolsonaro, habría que imaginar una empatía entre Cristina y un sector importante de la UCR, algo que hoy aparece, si no imposible, al menos muy improbable. ¿Puede, en algún momento, irrumpir un factor que allane ese vínculo? Pura lectura de café. O de borra de café.

Sin ese escenario, la herramienta de amplitud que la vice tiene a mano ya la está usando: es Sergio Massa, que más que una convivencia si se quiere sin incendios en el gobierno, le aporta un nivel de estabilidad que solo pueden dar sectores de poder que históricamente tensaron con Cristina y que ahora, Massa mediante, se muestran más colaborativos. Una figura de vínculo diario con la vice plantea que hay matices claros entre Cristina y Massa, que el momento requiere una mirada, y una agenda de relaciones como la del tigrense -eso que Cristina dijo que el mundo está feo- y reflexiona que esa convivencia puede durar 3 meses o 10 años.

Si es tan inestable, el viernes Massa ganó tiempo aunque el guiño de la vice consista, por ahora, solo en reconocer su voluntad y su esfuerzo sin otorgarle, por ahora, ningún mérito a los resultados. Al principio, antes de la decepción de la vice, Martín Guzmán tuvo más suerte.

PI

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