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Larga marcha al 2023

Con distinto plan, Alberto y Cristina apuestan a la renovación del FDT y Macri primerea a Larreta en la búsqueda de su pata peronista

Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Mauricio Macri

Pablo Ibáñez

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Alberto Fernández y Cristina Kirchner hablan más de lo que trasciende pero menos de lo que necesita una alianza sólida. La Vice no supo, hasta que lo vio publicado, que entre las críticas ácidas al kirchnerismo Alberto lanzaría su reelección en un reportaje con Jorge Fontevecchía. El Presidente desconocía, hasta esa noche, que Cristina estaría en una cena con artistas y periodistas en Pilar y que, entre sobreentendidos, avisaría que ella está vigente y que se equivoca aquel que osa jubilarla.

Es un rasgo novedoso de la convivencia entre los Fernández: el pulseo público, abierto, que tuvo su paroxismo en el diálogo sobre el escenario durante el acto del 10 de diciembre en Plaza de Mayo pero encapsulado a lo que cada uno dice y, al menos en este último tiempo, sin derivaciones dramáticas. Es cierto que la vara quedó muy alta cuando Cristina hizo renunciar a varios funcionarios de Alberto y, horas después, publicó la que fue la más explosiva de sus intervenciones epistolares.

La coreografía de los Fernández, que cada uno alienta pero que sobre todo se nutre de la pulsión de los fanáticos de cada club, fija un norte a los movimientos políticos del Frente de Todos (FdT) en el año en que, coinciden en ambos búnkeres, se determinará si la alianza panperonista logra construir un escenario de continuidad más allá del 2023.

Gabriel Katopodis, en una frase poco revisitada, proyectó el 11 de noviembre un 2022 “sin pandemia, sin recesión y sin elecciones”. Ese escenario permite una metalectura respecto a que sin cierre de listas y disputa de candidaturas, los fervores internos se moderen y el FdT ingrese en una especie de tregua para enfocarse en la gestión, sobre la hipótesis de que solo una buena gestión puede permitir que en el 2023 una boleta frentodista sea competitiva.

Año par

El asunto es el cómo. Fernández, inusualmente activo en las charlas, habla de una “renovación” del Frente de Todos, dice que ese proceso está en marcha y que hay que aprender de la experiencia de los 80, cuando el peronismo se renovó luego de perder dos elecciones, la de 1983 y la de 1985. Agrega que ahora se perdió en 2021 y hay que evitar perder en el 2023.

Detrás de esa descripción, que también repite Juan Manzur, quien entra y sale de la órbita de simpatías del Presidente, late un argumento inquietante para el kirchnerismo: Fernández dice que tanto él como Axel Kicillof, la figura del dispositivo K con quien mejor convive -hay algo de empatía porque lo ve rodeado por La Cámpora-, están en etapa de recuperación y tienen margen de volverse competitivos, pero que la figura de Cristina tracciona de modo negativo.

Hay otra lectura, parcial e intencionada, que se escucha en la órbita del albertismo y en la oposición, según la cual Cristina intentó en los últimos dos años gestar la transición de mando en el planeta K y dejarle la jefatura a Máximo Kirchner pero que ese proceso no tuvo el resultado esperado. “Se corrió el velo del misterio y se vio que Máximo no está en condiciones de ser el jefe de ese espacio”, analiza un dirigente de JxC, de diálogo fluctuante con el jefe del bloque del FdT.

Visto así fue, hasta acá, una renovación guiada pero fallida que obliga a la vice a volver al centro del ring, a recordar que está vigente y alimentar, con gestos, apariciones y silencios, cualquier hipótesis: que está dispuesta a ser candidata a presidente el año próximo o que la táctica para encarar el 2023 es de más radicalización y no, como dice Fernández, de intentar reconectar con la zona núcleo.

“Todos tienen tareas: Cristina tiene que juntar los votos en el Senado, Sergio y Máximo en Diputados. Nadie tiene margen para hacer picardía”, entiende un funcionario que enfoca como único elemento clave en la agenda de estas semanas lo que ocurra, finalmente, con el FMI. Una tentación fácil: creer que un hecho, como ese, marcará un antes y un después como si su sola existencia sirviera para cambiar las tendencias.

Perros rabiosos

Las renovaciones de los Fernández son el alimento de los que un dirigente peronista, que dialoga con Alberto y Cristina, llama “los perros rabiosos” en referencia a los entornistas que se dedican, algunos por enojos personales, a militar los ismos dentro del FdT. Grita “unidad, unidad, unidad”, como un rezo pagano. Otro dirigente, de matriz sindical, habla de “gobernar, gobernar, gobernar”. El 2022, algunos en el albertismos dicen que los primeros 6 meses del año, son la clave para ver si se confirma el repunte y el crecimiento.

Al teorema Katopodis del año sin recesión, sin pandemia y sin elecciones, le surgió un fantasma: la tercera ola arrancó feroz, al menos en cuando a cantidad de casos, pero en el gobierno nacional, tal como dicen en el entorno del ministro de Salud porteño Fernán Quirós, apuestan a que la curva baje con la misma velocidad que está crecimiento y que, sobre todo, se mantenga la ecuación de que solo 1 de cada 100 casos requiera algún nivel de atención médica. La calma, en ese caso, depende de cuál es la cima de la curva: si los 52 de esos días o si hay, por delante, números superiores a los 100 mil como ocurrió en Europa.

La comezón del año par le ofrece al gobierno -en rigor, a los gobiernos- una oportunidad: sin elecciones ni campañas, los oficialismos tienen un margen mayor para instalar agenda y la oposición pierden visibilidad. En el tramo final del 2021, aun con sus tensiones latentes, los chirridos del FdT fueron tapados por el ruido de las convulsiones en Juntos por el Cambio, saga que se puede reconstruir en tres episodios legislativos: uno ocurrido en el Congreso -presupuesto y Bienes Personales-, otro en la Legislatura bonaerense -reelecciones de intendentes- y el tercero -autorización del juego online- en el parlamento de Córdoba.

Macri en la tormenta

En los tres lados, JxC votó cruzado, dejó heridos y traiciones, y reflejó como nunca antes la ausencia de jefatura. No hay ordenadores en el PRO y las facturas internas en la UCR están en un período de florecimiento. Los efectos de esa fractura no se reparten democráticamente entre los referentes opositores. Mauricio Macri es la única figura que genera conversación y que, además, se mueve en medio de la tormenta. La semana pasada, se metió en la interna cordobesa cuando un puñado de diputados del PRO impulsaron una ley que autorizó el juego online -que según el radicalismo local permitirá el ingreso de Daniel Angelici en ese negocio- y aceleró la fractura del dispositivo Juntos con un rápido realineamiento de un sector con el espacio que conduce Juan Schiaretti, el gobernador cordobés.

Ese episodio detonó la furia de Luis Juez quien sugiere que la empatía PRO-Unión por Córdoba debe leerse como un gesto de Macri hacia Schiaretti que aparece en el escenario mágico sobre la que Horacio Rodríguez Larreta proyecta su 2023. Entre el cordobés y el porteño está el consultor Guillermo Seita, que les vendió la template Hacemos a Schiaretti -Hacemos por Córdoba-, al larretismo bonaerense -Hacemos por Buenos Aires- y a Omar Perotti -Hacemos por Santa Fe-. El cordobés, que no tiene reelección en el 2023, empezó a migrar hacia el Hacemos por Argentina, una especie de resurrección de eso que alguna vez fue el Peronismo Federal donde confluyeron Schiaretti, Juan Manuel Urtubel, Miguel Angel Pichetto y Sergio Massa.

El desencanto del Círculo Rojo

Macri se asume “dueño”, en términos políticos, de la plaza política que es Córdoba y le avisa a Schiaretti que su destino en la provincia depende más de sus contribuciones -sobre todo, dividir Juntos para la elección de gobernador- que de lo que le pueda ofrecer Larreta que, se afirma, imagina al cordobés como su vice perfecto. Macri cree que una fórmula potente requiere de un vice de la UCR más que de un peronista: lo hizo en 2019, cuando lo bendijo a Pichetto, y no le alcanzó.

El entrevero cordobés, que generó una reacción de la Iglesia, tiene como rasgo central que muestra una mayor vitalidad de Macri que de Larreta en un momento donde la oposición está en un estado de ebullición. “El Círculo Rojo está molesto con Horacio: no entiende que en medio de este quilombo, no aparezca a ordenar”, apunta un dirigente opositor. En la lectura fina de lo que ocurrió con Bienes Personales, cuando JxC forzó una sesión donde perdió la votación es un caso. El trámite legislativo lo apuró Silvia Lospennato, con terminales en el larretismo, y el derrape final fue, en parte, porque el más experimentado de los diputados de Juntos, Mario Negri, fue desplazado de la jefatura del interbloque para entronizar en esa butaca a Cristian Ritondo, otro jugador de Larreta. Negri, con algo de malicia y regodeo, ve venir los errores y deja que se produzcan.

El caos opositor es un mal indicio para el establishment que, además, perdió plata con ese tropiezo legislativo porque figura entre los 15 mil contribuyentes a los que se le aumentó la alícuota de Bienes Personales, medida que alcanza a los que tiene un patrimonio superior a los 100 millones de pesos o bienes en el exterior.

Pasados los días, el rechazo al Presupuesto 2022 se convirtió en una carta para Fernández que tendrá a tiro de decreto, como nunca antes, la relación con las provincias. En Olivos, calmó a los mandatarios con que le dará lo que pidan pero ese hecho, más allá de las palabras, supone que lo que en otro contexto hubiese estado garantizado si se quiere de facto -por la ley- ahora requerirá de una dinámica extra que le otorga más juego al Ejecutivo, no sólo a Fernández sino también a Manzur.

PI

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