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Crónica

Convencer y contener: un día en la pelea voto a voto del oficialismo en el conurbano

Leo Grosso, diputado oficialista y ex precandidato a intendente de San Martín, en una de sus volanteadas por San Martín.

Mauricio Caminos

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“Chicos, se me hace tarde para ir a cirujear. Y también tengo que ir al comedor. Así que me hacen la cloaca; si no, no los voto”. La vecina del barrio 8 de Mayo, al borde del camino del Buen Ayre, suelta una carcajada para que su reclamo hiera menos. Lleva un sweater que mezcla el naranja y el celeste con estrellas negras, jean a la moda con cortes en las piernas y zapatillas blancas. Es una de las treinta mujeres que se reunieron en la parroquia San Roque González de Santa Cruz, enclavada en medio del asentamiento de migrantes paraguayos que está pegado al basural del CEAMSE. Escuchan que pronto les van a hacer obras de cloacas y conexiones de agua.

“Yo no la puedo convencer a mi hermana. Tiene 29 años. ¡Y está con Milei!”. María José habla con desazón, incrédula. Se lleva las manos entre las piernas, como para refugiarse en sí misma. A su lado, Verónica, una nena a upa, la interrumpe: “¡Y yo a mi papá! Y es grande ya: tiene 59. No está con Milei, está con cualquier otro, pero no quiere a Massa”, dice con cara de resignación. Son dos de la veintena de mujeres –otra vez mujeres– que están reunidas en el patio de un comedor popular que depende del Movimiento Evita en el pasaje San Pablo, en barrio Independencia, cercano al 8 de Mayo y de la estación de trenes de José León Suárez.

En la primera buscó convencer. En la segunda, contener. En el centro de las dos escenas sucesivas del jueves por la mañana, Leo Grosso, diputado nacional oficialista, referente en San Martín de la organización que conduce Emilio Pérsico: perdió en las PASO como precandidato a intendente contra el actual jefe comunal, Fernando Moreira, mano derecha del ministro Gabriel Katopodis, pero igual se pone al hombro la campaña electoral de Unión por la Patria. “Ahora no me juego nada, no soy candidato a nada, pero lo digo con el corazón: hay una discusión que me preocupa mucho dar, porque la patria está en peligro, de verdad”, dice Grosso, que intenta contener los votos sin saber que pocas horas después el estallido del escándalo Insaurralde barrerá con parte del esfuerzo. Tiene una habilidad sorprendente para explicar, sin perder el hilo ni sonar confuso, cómo se hace la instalación de un caño de agua en un terreno tomado o recuperar el 21% del IVA en la compra de alimentos. 

Grosso tendrá por la tarde otra asamblea y después una volanteada casa por casa. Su intensa agenda personifica la pelea voto a voto que lanzó el oficialismo desde la semana pasada para lograr su proeza de entrar al balotaje contra el candidato libertario. Su paraguas narrativo es la batería de anuncios de Sergio Massa, con el IFE para las personas en situación de indigencia y la eliminación del impuesto a las Ganancias –que sancionó el Congreso– como las medidas más recientes. Para empoderar al ministro-candidato las agrupaciones sociales y la CGT movilizaron el viernes unas cien mil personas por el microcentro porteño. 

El pararrayos

El 8 de Mayo tiene algunas calles asfaltadas y otras que no. Una zanja del cordón cuneta abierta. Pasillos donde apenas pasa una persona. Escombros en el suelo para no pisar agua podrida. La telaraña de cables en los postes. Un cartel en un árbol en la puerta de la iglesia que pide “Por favor no tirar basura ni animales”. Un chango de supermercado atado al tronco de otro árbol como un cesto para la basura. Las paredes de las casas sin revoque, pero con orificios de balaceras. Muchos pilares con carteles pegados con las caras de Grosso y Massa. 

Acá el Estado todavía no llegó. O está llegando; la señalética de las calles, por ejemplo, lleva la firma de la UTEP, la Unión de Trabajadores de la Economía Popular que integran desde el Evita de Pérsico al MTE de Juan Grabois. “Acá ustedes hicieron todo a pulmón. Abrir las calles, parar el primer poste de luz, traer la manguera de agua. El Estado llegó después, mucho después, y fue porque ustedes reclamaron. Pero una vez que nosotros logramos que el Estado llegue, también empezamos a ver que es importante que el Estado exista”, le dice Grosso a la treintena de mujeres que lo escuchan debajo del techo de chapa de la parroquia San Roque. 

Grosso está acompañado por su referente en el barrio y una funcionaria municipal. Les promete a las vecinas que serán las próximas beneficiarias del plan de instalación de cloacas y agua que está haciendo la Cooperativa 9 de Julio –que depende del Evita– en el marco de un programa de la Secretaría de Integración Socio Urbana, de Desarrollo Social. En 2022, el área que conduce Fernanda Miño –ligada a Grabois– invirtió $240.721 millones en barriadas de todo el país, fondeados sobre todo por el impuesto a las grandes fortunas y del impuesto País al dólar. 

Su libreto tiene lógica, pero no hay mucho feedback político. Las vecinas lanzan principalmente reclamos o cuestionamientos, y de los más variados. La falta de Estado también es no tener a quién reclamar, o no saber cómo. El barrio ya tiene un cuarto de siglo. “Yo soy nueva y a mi no me querían dar el certificado de vivienda”, se queja una mujer. “Yo no tengo medidor de luz. ¿Me van a venir a poner?”, pregunta otra. Una más: “La otra vez me vinieron a censar para ponerme la cloaca y yo no estaba, ¿ahora cómo hago?”. Y otra: “¿Van a hacer las veredas? Porque a mi me quisieron cobrar. Mi vecino les pagó y le hicieron”. Una última voz: “Cada mes vengo pagando el agua. $1.800 por vez. Y esta vez me trajo mi vecina y aparte abajo dice ‘deuda anterior, $12.000’. ¡Y no sé por qué!”.

Grosso hace de pararrayos. Demuestra cintura para responder por todo, delegar lo que no sabe y dar su palabra a las promesas. Después busca ir al hueso, de su porqué principal está acá esta mañana. “Hay algunos candidatos que dicen que para que haya obra pública tiene que pagar la gente, y que la tienen que hacer las empresas privadas. Que no haya más ministerio de Obra Pública o que no haya más cosas que haga el Estado. Esto no es terror, pero es muy difícil cortar algo que ya se empezó a hacer. Imagínense si la respuesta que nosotros tendríamos acá es que esperen a las empresas”, arremete Grosso contra Milei, pero no lo nombra. 

Milei es el fantasma que da vueltas. Su cara no está en ningún poste. Pero en San Martín sacó 55 mil votos. Quedó tercero, detrás de Massa y Patricia Bullrich. “¡Decí quién es, decilo!”, le reclaman a coro y entre risas algunas mujeres. Grosso calla y sigue con la vista a uno de los pocos hombres jóvenes en la reunión, que justo en ese momento se para y se va. “Yo también soy peronista”, aclara una vecina, por lo bajo, a su compañera de asiento. “Y kirchnerista”, subtitula. La que escucha asiente, sin abrir la boca.

La catarsis

Antes de meterse por un pasillo, a Grosso lo para un sodero-militante. “Estoy buscando convencer a las clientas. Hay que hablar, Leo, hay que hablar”, le pase el parte. Unos metros más allá un vendedor ambulante lo para para contarle cómo va el emprendimiento de panadería con otros adictos recuperados. Otro hombre, que estaba sentado en el suelo del pasillo, lo para en seco: “No tengo ninguna ayuda”, se presenta. En dos cuadras el diputado estrecha abrazos, apunta teléfonos, delega un pedido.

“Ustedes saben que los políticos se mandaron muchas cagadas, ¿no? Macri nos dejó la deuda con el Fondo y se mandó una cagadón que nos clavó cien años de problemas. Los nuestros se mandaron muchas cagadas que no pudimos resolver. Ahora, no seamos nosotros, no seamos la gente, el pueblo, el que se mande la tercera cagada de ponerlo a Milei. Tres cagadas al hilo para nuestro pueblo no sé cuánto aguantamos”, teoriza Grosso sentado en una silla desvencijada dentro del comedor del Evita en el barrio Independencia. Faltan apenas horas para que se conozcan las fotos del jefe de Gabinete bonaerense, Martín Insaurralde, en medio de unas vacaciones de lujo en el Mediterráneo que trazan un contraste extremo con este entorno. Hay globos con los colores de Boca, juguetes atados al sin fin de suculentas. Sorbos de mate y mordiscos a un pan casero. Unos perros intentan cazar una iguana entre las macetas que abundan en el patio. Grosso hace catarsis y baja línea electoral al grupo de mujeres: algunas son de una cuadrilla que hace tareas de limpieza de barrio a cambio de un Potenciar Trabajo. Otras sostienen el merendero.

En San Martín hay unos 200 comedores. Solo el Evita tiene unos treinta. El del pasaje San Pablo tiene ya siete años y actualmente entrega treinta tuppers por noche. La cifra aumenta considerablemente a los días 20, cuando ya el bolsillo del vecino se gastó la mensualidad. “A fin de mes nos convertimos en pulpo”, dice Cachorra, una de las mujeres a cargo, y enumera el menú que trata de variar todos los días: fideos con tuco, guiso, pizzetas, canelones, ñoquis. No abundan las proteínas. También es Desarrollo Social la cartera que asiste a los comedores populares, aunque tanto las organizaciones oficialistas como los piqueteros de la izquierda le reclaman permanentemente a Victoria Tolosa Paz la entrega de más y mejores alimentos. 

Grosso pone a prueba a su militancia: “¿Conocen las medidas de Massa? ”El ‘plan platita’, como le dicen Bullrich y Milei, que están en contra. ¿O saben lo que dicen ellos“, desafía. ”En Facebook un hombre decía que, con la dolarización, un café con una medialuna lo va a pagar un peso con veinticinco. Y eso no es así“, rescata Andrea, una de las vecinas. ”Quieren privatizar la educación pública, quieren privatizar Aerolíneas Argentina, quiere sacar el Banco Central, poner un voucher en las escuelas“, enumera María José. ”Massa dio un bono para el que no cobra nada. 94 mil pesos en dos cuotas“, agrega después Andrea. ”La semana que viene vamos a pensar dispositivos para poder asesorar a la gente y ayudarlo a que se inscriba al IFE“, apunta Vanesa, una de las ”comandantes“ de la cooperativa. Son muchas, pero hablan pocas.

Grosso busca darle insumo a la tarea de micromilitancia de sus compañeras para con sus vecinos, amigos, familiares hacia el 22-O: “Hay un gran enojo. La gente vota a Milei porque está enojada, está cansada. Y tienen razón, pero ese enojo no puede cegar la posibilidad de empeorar más las cosas”, razona. Pide que cada mujer al menos consiga un nuevo voto para UP, plantea la fórmula “2x1” –“un votante de Milei arrepentido vale doble”– y marca la estrategia de captar a los ausentes en las PASO, que en el partido fueron 70 mil personas. “Tampoco es decirle vos sos un pelotudo. Porque si me decís eso a mí, ya no te escucho más. Ni decirle que es un gorila. No. Es con respeto, con comprensión, buscando sobre todo a los enojados que no votaron”. 

“¿Alguien conoce a un votante de Milei y que esté arrepentido?”, pincha entonces en la asamblea. María José habla de su hermano. Verónica de su papá. Paola recuerda a su vecina Mirtha: “Hace poco se sacó una foto con vos Leo, qué hijadeputa!”. Y Cachorra lanza su anécdota: “El viernes viajé para Zárate y estaban todos los compañeros de mi hermano. Empezamos a discutir esto porque había amigos que habían votado a él. De lo que estaba bien, lo que estaba mal. Y bueno, ahora quedaron de acuerdo que van a votar a Massa”, asegura. Se escucha un vaaaaamos a coro. Los perros de la casa empiezan a ladrar. Grosso levanta los brazos. Pide un fuerte aplauso. Vino a contener y encontró a alguien que convenció. Para contagiar esa épica que necesita el oficialismo, arenga al resto: “¡Mañana salimos todos para Zárate!”.

MC/DTC

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