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Opinión

Fernando Iglesias o el arte de rebajar

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Las particularidades de Fernando Iglesias hacen su generalidad porque todas están orientadas hacia una misma desembocadura: la del todo o nada, un apego fetichista al “yo tengo toda la razón y vos ninguna” que encendería las alarmas de la vergüenza en el propio Narciso. 

Es una generalidad que no podría ser más particular. Su conducta hiperconflictiva tiene la intransigencia del niño en estado de presociabilidad, más una milonga mental de Ser Superior que deriva naturalmente en el desprecio por cualquier cosa que no sea lo propio: las ideas propias, el nombre propio, el amor propio, la imagen propia y el patrimonio propio. ¿Cuál es al arte preferido de este deporte de exterminio ideológico? El arte de rebajar. 

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El Paraíso de Iglesias es el desacuerdo terminal de entrada. Rodeado de los fantasmas enemigos desplegados en 360°, cada conversación donde despunte la diferencia (y la conversación es diferencia) es una batalla de vida o muerte contra al populismo, al que le adjudica propiedades que no tienen perdón. Por eso entra bloqueado, blindado a las disputas y sale exactamente de la misma manera en que las comenzó. No obtiene nada de los intercambios públicos. No hay ningún aprendizaje de los otros, lo que ahora sorpresivamente incluye a los viejos incondicionales. 

Lo vimos en estos días. Después de los twitts feminífobos ilustrados con fotitos de mirón en los que le hizo la segunda el legendario Waldo Wolf, configurando una picaresca de soldados y lencería que no se veía desde Rambito y Rambón (Enrique Carreras, 1986), Iglesias fue convocado a su segundo hogar, La Nación +, donde lo recibió la delantera de metegol integrada por Majul-Carnota-Feinmann, todos girando al unísono a un mismo golpe de barra.

Esta vez no fueron un cuarteto. Apenas lo tuvieron sentado bajo esos reflectores que los pollos de criadero asocian al feed lot y a la mascare de su especie, le exigieron que se retractara de su intervención en el affaire Olivos, que el diputado encuadró en el rubro “fiesta sexual”. Sexo y odio. ¿Cuántas monografías de inspiración freudiana se inspiran en la relación entre agresividad y erotismo? 

Autodeslizados por necesidades del espíritu hacia las zonas más civilizadas de JxC, Majul-Carnota-Feinmann presionaron una y otra vez sobre Iglesias para que no les piante más votos a sus empleadores. Iglesias, sorprendido en su soledad, traicionado por el reblandecimiento de los que le festejaron hasta los saques laterales, ¿qué otra cosa podía hacer que reaccionar? 

Entonces redobló la apuesta, de las que les seleccioné estos Grandes Éxitos en Español:

1) “Me reservo el derecho a ser irónico”.

2) “Si tuviera pruebas, denunciaría; como no tengo pruebas, no denuncio”.

3) “Me parece bien que ustedes no compartan nada” (con él).

4) “Sería inverosímil con cualquier gobierno que no fuera este, u otro gobierno peronista, cualquier rumor de escándalo sexual”,

.5) “Yo me reservo el derecho de sospechar”.

En medio de la renuncia a disculparse y la reserva de sus derechos inalienables de cómico y detective privado, Iglesias amagó con revelar detalles acerca de unos “rumores que se oyen en la Cámara de Diputados desde hace un año”. Majul, afamado maestro de la continencia, pudo mantenerlo a raya mientras contribuía al scrum que con los pequeños Carnota y Feinmann bloquearon al viejo amigo. ¿Por qué lo abandonaron librándolo al frío de la soledad, luego da tanta felicidad común y ejercicios plenos de los derechos a la ironía y a la sospecha entre 2015 y 2019? La razón la dio Feinmann cuando le reprochó haberse “desviado” del qué (las visitas a Olivos) en nombre del quiénes (Florencia Peña, Ursula Vargues, Sofía Pacchi, “el  Chino”, etc).

Es que a diferencia de Feinmann, cuyo norte son los cuatro vientos, Iglesias sólo puede relacionarse con un recorte muy restringido del mundo: él. ¿Cómo iba a reparar en el qué si en el quiénes había minas, “un chino” y, además, eran todos peronistas? El odio de Iglesias se ordena segregando al que goza distinto, tal como indican los manuales del odio. Es un odio censor, supresor. Porque sea lo que fuere el peronismo, en la cruzada por su destrucción que lleva adelante de un modo megalómano, desesperado y tan conmovedor que nos recuerda a Fitzcarraldo llevando su buque muerto por el Amazonas, lo que detecta Iglesias en el populismo es un deseo del que no soporta su existencia. 

El deseo político del populismo tiene muchos afluentes, mana, demanda, quiere la fiesta del presente. Por eso la censura de esas fuerzas no conoce el descanso. Iglesias combate noche y día en su campo de batalla imaginario donde siempre gana a él. Es una actividad de abeja obrera. No hay un momento en el que no esté aleteando, mirando alrededor con sus tres ojos facetados. No puede parar. No puede callar. No puede dormir. La muerte del populismo y la vida de la República dependen exclusivamente de sus twitts, de sus ironías y de sus sospechas que se abren como explosiones hacia los nombres del horror y los derivados malditos de esos nombres: peronismo, kirchnerismo, y ahora: peñismo. Quizás lo que quiso decirle Feinmann fue: “No te obsesiones tanto con las personas, Fernando. Hacé política”.

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