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Crímenes de la dictadura

Una lista oculta durante décadas permite reconstruir el mecanismo de las desapariciones en Tucumán

Juan Carlos Clemente durmió durante 30 años sobre 250 hojas que extrajo del Centro Clandestino de Detención "Jefatura"

David Correa

Tucumán —

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Nueve páginas con 293 nombres, historias de vida y, de ese total, 195 hombres y mujeres que tienen escrito a su lado las iniciales DF: “disposición final”, sus condenas a muerte. Es el listado del horror, protagonista por estos días en Tucumán del juicio que se conoce como megacausa “Jefatura III”, el decimoquinto proceso por delitos de lesa humanidad en la provincia cometidos antes y durante la última dictadura cívico militar.

El nombre más conocido del registro es el de Diana Oesterheld, hija del escritor y guionista Héctor Oesterheld, creador de “El Eternauta”, quien continúa desaparecido junto a sus otras tres hijas. A 40 años del retorno de la democracia se juzga en esta causa la responsabilidad penal de 27 exmilitares y expolicías que están acusados por violaciones de domicilios, vejaciones, privaciones ilegítimas de la libertad con apremios, torturas agravadas, abusos sexuales y homicidios calificados, en contra de 237 víctimas, 84 de ellas todavía desaparecidas.

Lo más importante de esta megacausa radica en que más de la mitad de las víctimas figuran con nombres y apellidos en documentos extraídos del propio Centro Clandestino de Detención (CCD) “Jefatura” por el testigo Juan Carlos Clemente, entre 1977 y 1978, y que conservó hasta 2008, cuando las presentó ante el mismo Tribunal Oral en lo Criminal Federal tucumano al dar su testimonio en el juicio conocido como “Jefatura I”.

Para la Fiscalía, son documentos “únicos en el país y de enorme relevancia histórica”. Prácticamente no existen registros de casos de listas elaboradas por los propios represores. Los pocos antecedentes que se conocen, como los de la ESMA, Garaje Olimpo y Club Atlético, fueron confeccionadas a partir del testimonio de las víctimas. De ahí su relevancia histórica y prueba clave para sentar en los tribunales a quienes estuvieron vinculados de manera directa con la dictadura.

El listado escrito a máquina se titula “Índice de declaraciones de DS (Delincuentes Subversivos)”, como llamaban los represores a los detenidos, y tiene cuatro columnas. La primera es para el número de orden, en la segunda se consignó el nombre del detenido, la tercera es para su alias o apodo; mientras que la cuarta es para observaciones sobre el destino de esa persona: “Libertad”, “Dis. PEN” (a disposición del Poder Ejecutivo Nacional) y DF (destino final), un eufemismo que implicaba la condena a muerte.

Juan Carlos Clemente declaró en el juicio “Jefatura I” en 2008. Según su relato, militaba en la Juventud Peronista hasta que fue secuestrado en julio de 1976. Pasó por los CCD Nueva Baviera, Arsenal “Miguel de Azcuénaga” y su último destino fue la Jefatura de Policía, sostuvo. En diciembre de ese mismo año le permitieron que durmiera en su casa, con la amenaza de que sus padres pagarían las consecuencias si realizaba algún movimiento extraño, hasta que en los primeros meses de 1977 le asignan funciones administrativas y le entregan un carnet de policía, del rango más bajo. Clemente contó que a fines de ese año se dio la orden de desmantelar el Servicio de Informaciones Confidenciales y el CCD. Una parte de la documentación fue guardada, mientras que otra fue quemada. De esta última, extrajo los papeles en tandas -alrededor de 250 hojas, en total, que aportó en el juicio en dos biblioratos- que luego envolvió en bolsas de plástico y las enterró en un contrapiso de su dormitorio, debajo de su cama. En 1984 renunció a la Policía pero no habló por temor. Durmió sobre esa valiosa documentación cerca de 30 años hasta que fue citado a declarar.

El juicio que se desarrolla en el Tribunal Oral en lo Criminal Federal abarca hechos que se cometieron en dos centros clandestinos de detención. El primero es el Nueva Baviera, un exingeniero azucarero ubicado en Famaillá, en el sur de la provincia, coordinado por el Ejército. Y el segundo centro clandestino es el que alguna vez fue -hasta bien entrada la democracia- la Jefatura de Policía, en la esquina de las avenidas Salta y Sarmiento, en el centro tucumano, hoy sede del Ministerio de Educación. Este lugar fue operado por el entonces temible Servicio de Informaciones Confidenciales (SIC). Caer bajo sus garras equivalía casi a una condena. Algunos restos de secuestrados, torturados y asesinados que están mencionados en el listado fueron hallados en el Pozo de Vargas, la fosa en Tafí Viejo, Tucumán, en donde se identificaron a 116 detenidos desaparecidos, hasta ahora. Eso demostró en juicios anteriores que hubo un plan sistemático que comprendió a distintos lugares que han sido señalizados como espacios o sitios de la memoria

Diana, la hija de Héctor Oesterheld

El nombre más conocido de la lista de Clemente es el de Diana Oesterheld, hija del escritor y guionista Héctor Oesterheld, creador de la reconocida historieta “El Eternauta”. Diana estaba en pareja con Raúl Abadi cuando deciden radicarse en Tucumán, en 1975, luego de que toda la familia pasara a la clandestinidad por militar en Montoneros. Las cuatro hijas del historietista también formaban parte de esta organización. Cuando Diana y Raúl se instalan en la capital tucumana ya tenían a Fernando, su hijo de un año. Allí continuaron con la militancia. 

El 26 de julio de 1976, Diana fue secuestrada por una patota de civil cuando se encontraba en la casa de unos amigos. Dos de ellos fueron asesinados y a ella se la llevaron junto a su hijo. Una semana más tarde. la familia paterna logró recuperar al bebé que había sido dejado en la Casa Cuna y lo llevaron a Buenos Aires. Diana tenía 23 años y estaba embarazada de seis meses. Desde entonces, solo hubo rumores de que había estado en cautiverio en la Jefatura de la Policía.

Raúl había evadido el operativo de casualidad. Pero un año más tarde fue asesinado en una cita cantada. Sus restos fueron hallados en una fosa común en el Cementerio del Norte tucumano e identificados en 2010, por el Equipo Argentino de Antropología Forense. 

En su testimonio de 2008, Clemente informó que pudo ver a Diana en el CCD Jefatura: “Escuché a un tipo que decía 'la hija de puta se quiso suicidar', vi que dos la llevaban a la rastra y muy ensangrentada; estaba embarazada”. La historia de la familia Oesterheld es quizás una de las más crueles de la última dictadura cívico militar, por el ensañamiento con que fue diezmada. Héctor, sus hijas Estela, Diana, Marina y Beatriz, tres yernos y dos de sus cuatro nietos fueron secuestrados, asesinados y la mayor parte, están desaparecidos.

“Mi nombre es Elsa Sánchez de Oesterheld y soy la mujer de Héctor Germán Oesterheld, conocido por todos sus trabajos de ciencia ficción”, sostuvo la mujer mirando a la cámara, cuando dio su testimonio para el Archivo Oral de Memoria Abierta. “Tuve cuatro hijas y llegué a tener dos nietos de las dos chicas mayores. En la época trágica de nuestro país eliminaron a mis cuatro hijas, a mi marido, a mis dos yernos y a dos nietitos que quedaron, porque dos de las chicas estaban embarazadas, de las cuales lamentablemente no pude saber nada. Son nueve personas desaparecidas de mi familia. Me quedé sola con dos nietitos”. Elsa falleció en 2015 sin conocer sus destinos

El destino de Mariana  y Tucho

En la quinta audiencia de la megacausa declaró Juan Alberto Cisneros, quien trabaja en un hospital de la capital tucumana, sobre la desaparición de su hermana Mariana Haydee Cisneros. Al dar su testimonio también se refirió al de René Humberto “Tucho” Cruz, también de destino desconocido, porque eran novios. Tenían 21 y 22 años cuando los secuestraron en una calle céntrica de Jujuy, el 1 de junio de 1977. 

La pareja se conoció en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), ella estudiaba agronomía y él arquitectura. Enrolados en el peronismo, participaban de actividades estudiantiles. Aunque por entonces, en plena dictadura, su militancia se había reducido al mínimo. Los Cisneros eran de Catamarca y la familia decidió enviar a Juan y Mariana a estudiar a Tucumán. Lo mismo sucedió con los Cruz, que eran de San Salvador de Jujuy. Los tres vivían en una pensión cercana a la Quinta Agronómica de la UNT, en donde se dictan varias carreras y se encontraba uno de los comedores universitarios, centro de asambleas que tuvieron un gran protagonismo durante los Tucumanazos, en 1969 y 1972, luchas populares durante las dictaduras de Ongania y Lanusse, en las que confluyeron sindicatos y organizaciones estudiantiles universitarias, sobre todo.

Una noche, narró Juan ante los jueces, hombres de civil golpearon la puerta de la pensión y preguntaron por René, que era conocido como “Tucho”. Por suerte, agregó, no se encontraban porque habían viajado a Jujuy por la Semana Santa. Los hombres se retiraron, sin dar ninguna explicación, aunque las palabras de uno de ellos lo alarmaron. Le dijo que el padre necesitaba comunicarse de manera urgente. Pero Juan sabía que el papá de Tucho había fallecido unos meses antes. La pareja supo así que los estaban buscando.

El papá de Mariana en vano procuró que regresara a Catamarca hasta que supo del secuestro de ambos. Para buscarla, trasladó a toda la familia a Tucumán. No se detuvo e incluso llegó a una persona que decía ser cercana a Antonio Domingo Bussi, quien por entonces mandaba en la provincia y decidía sobre la vida y la muerte. “No la busque más porque su hija está muerta” fue la única respuesta que recibió. Desde entonces, agregó Juan, dejó de preguntar por su hija. Recién en democracia y fallecido su papá, su madre presentó una denuncia.

Antes de terminar con su testimonio ante el tribunal, agregó: “Pasaron muchos años y un día me enteré de que una persona detenida en la exJefatura pudo recopilar una documentación y se publicó la nómina en el diario La Gaceta”. Era el listado que sumó Clemente en el juicio “Jefatura I”. Buscaron los nombres de Mariana y “Tucho” y los encontraron. A su lado estaban las iniciales DF, sus condenas. “Ahí figuraban el nombre de mi hermana y el de Tucho”, recordó. Y la sala se llamó a silencio.

Los tres secuestros de Hugo

En la última audiencia fue el turno de la testigo María Cristina Díaz, de 59 años, quien vive en Tafí Viejo y recuerda cada detalle del secuestro de su hermano Hugo Díaz durante la noche, en la casa de sus padres. Por las dudas, declaró con un papel en la mano donde tenía anotaciones que no deseaba olvidar ante los jueces. El 10 de marzo de 1974 se llevaron a Hugo por primera vez. Fue liberado el mismo día del golpe, de madrugada, en la puerta del cementerio municipal. “Estaba golpeado, delgado, irreconocible. Fue muy doloroso verlo así”, sostuvo, entre otros detalles, conmovida. Perdió el trabajo y su vida cambió para siempre por el miedo, contó. El 1 de julio, cuando su hermano vivía en la casa de sus suegros, ingresaron hombres de civil y volvieron a llevarlo, aunque esta vez junto a su esposa, Norma Santillán. Antes, robaron todo lo que pudieron. Al día siguiente los liberaron.

Como si alguien se hubiera ensañado con este taficeño, el 13 de agosto, un día después de su cumpleaños 28, una patota policial volvió a entrar a la casa en donde vivía Hugo y los secuestraron por tercera vez. Fue lo último que supo de él su familia. Desde ese momento, Norma, su pareja, no paró de buscarlo, hasta que el 5 de enero de 1977 la secuestraron por segunda vez. Su hermano Ramón Santillán, que también declaró en el juicio, sostuvo: “fuimos a reclamar en el ingenio Concepción, en donde nos dijeron que había detenidos y nos atendieron pésimo, sobre todo, a mi padre. Nunca nos dieron datos de nada, aunque golpeamos muchas puertas”.

“Quiero decir que, aparte de las víctimas principales que fueron mi hermano y su esposa, nosotros los familiares, los que quedamos, también hemos sufrido muchísimo. Todos nosotros, mis hermanas, mis padres y yo, la familia de mi cuñada, fuimos víctimas. Estoy esperando justicia, saber dónde están sus restos”, expresó María Cristina Díaz, la hermana de Hugo, antes de terminar con su testimonio. La primera vez que las familias supieron algo sobre el destino de ambos, que continúan desaparecidos, fue en 2010 cuando se conoció la lista que aportó el testigo Clemente. Los buscaron y confirmaron que pasaron por el CCD Jefatura. Junto a sus nombres alguien escribió las iniciales DF, “disposición final”, sus condenas a muerte.  

En las audiencias de esta megacausa “Jefatura III” ya dieron testimonio varios familiares de desaparecidos que encontraron sus nombres en la lista aportada por Clemente. Se espera que la cifra se incremente en los próximos meses.

DC/MG

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