Fernando Araldi Oesterheld: “La serie tiene el mensaje de la resistencia, de la argentinidad, de lo popular”

La repercusión internacional de la serie El Eternauta trajo consigo la historia de Héctor Germán Oesterheld, el guionista de la historieta de la que habla el mundo, y la de su familia, diezmada durante la última dictadura cívico militar argentina. Entre 1976 y 1978 fueron secuestradas las cuatro hijas de Oesterhel y él por sus militancias en la organización Montoneros. Fernando Araldi Oesterheld, de 49 años, tenía un año recién cumplido cuando fue secuestrado junto a Diana, su mamá, en plena calle, en Tucumán. Ella y su pareja, Raúl Araldi, se habían radicado hacía poco tiempo en esa provincia. Desde entonces, Diana está desaparecida. “El Eternauta tiene el tema de la resistencia: es un mensaje atemporal, muy actual. Es un libro muy universal y muy argentino. Juan Salvo dice 'mi historia es de buscar', y nuestra familia tiene una historia y un presente de búsqueda”, reflexiona Fernando, en una entrevista con elDiarioAR
Al hablar de la serie es imposible de abstraerse de los números que generó su lanzamiento. La más vista en Argentina, Brasil, Alemania, Italia, España, Bangladesh, Arabia Saudita, Bolivia, India y Turquía, entre otros 27 países, según la plataforma Flix Patrol. También la número uno de habla no inglesa a nivel mundial, de acuerdo a Netflix. Se lanzó en 200 países y fue doblada a más de 12 idiomas y subtitulada en más de 30. “Imaginate la felicidad que tengo porque recuerdo en mi niñez que hubo varios ideas para llevarla a la pantalla pero eran proyectos para una película. En su momento, hubo interés de Adolfo Aristarain, Fernando 'Pino' Solanas y de Lucrecia Martel, más aquí en el tiempo. Y ahora se concretó en formato de serie por su consumo masivo y el interés de Netflix. Hubo mucho trabajo y dedicación, sobre todo, de mi primo Martín y de su esposa, que se dedican al cine, y se llegó a un acuerdo. No podemos estar más contentos porque es muy buena”, sostiene, con voz pausada, sin apuro.

–¿Qué opinas de los puristas de la historieta que le han puesto reparos a algunos cambios que se hicieron para el formato serie?
–Yo creo que, salvo algunos detalles muy puristas para los que puedan llegar a quejarse de que no tiene nada que ver con la original, aunque no tiene por qué, al tratarse de una adaptación en tiempo actual de Netflix, partiendo de esa base, la serie es increíble. Recién hace poco la vi entera y ahí están las bases del libro original, lo tiene todo. Tiene la resistencia, tiene la argentinidad, tiene lo popular y Ricardo Darín está muy, muy bien. Tuve la oportunidad de decírselo personalmente.
La publicación original de “El Eternauta” fue en 1957, en la revista Hora Cero semanal, como una serie de 106 episodios. Fernando nació 18 años más tarde, cuando la tira ya se había convertido en lectura de culto y estaba instalada. Confiesa que durante la niñez con sus abuelos paternos, en Pergamino, a los 9 años, un amigo tenía una versión completa, la agarró pero “más que nada por los dibujos”. “Como a los 13 o 14 años ya la leí con otro interés y, es más, ahora la estoy leyendo de nuevo debido a la serie y por mi abuelo, por el orgullo que siento.
–¿Qué encontraste en esa lectura actual?
–Hay varios mensajes, por ejemplo, el de la resistencia, que es atemporal. Y bueno, no sé, se puede usar para tanto. Económicamente puede ser un mensaje en contra del ultracapitalismo. En términos políticos, en contra de la dictadura. ¿Qué sé yo? Y por eso es tan actual. En el libro original creo que el mensaje del nadie se salva solo, es una resistencia que abarca a todos los estratos sociales. No es solo lo colectivo por sobre lo individual, es un vamos en conjunto, es con todos. Y eso es lo interesante también de ese mensaje. Es un libro universal y muy argentino. Hay una editorial de China que lo sacó y se agotó. Hasta está traducido en griego y en croata.
Ver la serie, aunque se la haya leído, es ir directo también a la historia de su autor, de Héctor Germán Oesterheld, sobre el que Fernando reconoce tener una profunda admiración. “Mi abuelo fue un orgullo, la coherencia entre los escrito y lo vivido que tuvo no me la quita nadie”, dice.
Mi abuelo fue un orgullo, la coherencia entre los escrito y lo vivido que tuvo no me la quita nadie
Una familia diezmada por la dictadura
El ensañamiento con los Oesterheld fue brutal. Beatriz Marta fue detenida el 19 de junio de 1976, tenía 19 años. Su cuerpo apareció días después en el partido de Tigre, en Buenos Aires, con impactos de bala. Dos meses después fue secuestra Diana, con 23 años y embarazada, la madre de Fernando. El 27 de abril de 1977 fue secuestrado el autor de “El Eternauta”, tenía 57 años, quien fue visto por exdetenidos de los centros clandestinos de detención El Campito (guarnición militar de Campo de Mayo), El Vesubio y la subcomisaría de Villa Insuperable/Sheraton. Está desaparecido. El 27 de noviembre de 1977 se llevaron a Marina, de 19 años, que estaba embarazada, junto a su esposo, Alberto Seindlis. Y un mes más tarde fue acribillada Estela, la mayor, de 25 años, junto a su pareja Raúl Mórtola, al resistirse al intento de secuestro. Tenían un hijo de tres años, Martín. La única que sobrevivió fue Estela Sánchez, la esposa del guionista, que pudo recuperar a sus dos nietos, se sumó a Abuelas de Plaza de Mayo y que hasta su muerte no dejó de buscar a su esposo, hijas desaparecidas y nietos apropiados.

Diana y Raúl formaban parte de Montoneros y militaban en Buenos Aires cuando. En 1975, se trasladan a Salta, en donde estuvieron pocos meses, hasta que se instalan en Tucumán, en una casa sobre calle Frías Silva al 200, en el barrio La Ciudadela, en la zona del club San Martín, en la capital tucumana. El 28 de julio de 1976, cuando en la vivienda había una reunión, una patota del Ejército ingresó a buscar a la pareja, que ya estaba en el radar represivo. “Un compañero la ayudó a escapar por el fondo, aún con su panza de seis meses, y no los atraparon. 'Pocho' –como le decían a Raúl– no estaba. Después hay un vacío, le perdimos el rastro sobre el lugar en donde ella se ocultaba, hasta que nos enteramos que la levantaron en la calle junto a su pequeño hijo”, contó a elDiarioAR Ángel González, quien militó junto a Raúl, aunque reconoce que no fueron amigos.
El secuestro de Diana fue el 7 de agosto, apenas unos días después de haber logrado escapar de las garras de la dictadura. Fernando, de un año y un mes, fue dejado por los secuestradores en la Sala Cuna, sin identidad. Un mes más tarde fue recuperado por sus abuelos paternos y vivió con ellos en Pergamino. Lo último que se supo de Diana es que su nombre figura en La Lista de Clemente, un documento clave en uno de los juicios por la verdad en Tucumán, y a su lado las iniciales DF, “Destino Final”, su condena a muerte. Por testimonio de un testigo, se cree que estuvo en el centro clandestino de detención “Jefatura de Policía”, una mazmorra que se montó durante el Operativo Independencia para detener y torturar.

Fernando cuenta que en Pergamino vivió en un contexto “muy de campo” y cree que la decisión de que se quedara con ellos obedece a que primaba el miedo, todavía era plena dictadura. “Recién a mis 17 años volví a Buenos Aires y comenzó un proceso de reconstrucción familiar con la familia de mi abuela materna, muy desde cero, desde el vacío. Es decir, volver a vincularme. No digo que no estaban pero viajábamos poco con mis abuelos paternos a Buenos Aires, solo dos veces al año, así que veía poco a mi otra abuela y a mi primo Martín”, rememora.
Sé que mi vieja está ahí, enterrada en algún lugar de Tucumán. Recorro las calles tucumanas pensando en ella, porque sé que anduvo por ahí. Ir a Tucumán es un retorno a un momento fundamental de mi vida
–¿Tu abuela Elsa te hablaba de tu abuelo?
–Sí, siempre. De las chicas, sobre todo, mucho. Y en relación a mi mamá siempre tuve claro que empecé a pensarla un poco desde la cuestión política. Tuve claro el contexto en que ella vivió de dictadura, sí o sí podía desaparecer, no había chance. Y no es una cosa tirada de los pelos, sino porque desde chiquita tenía una sensibilidad especial. Una anécdota que me contaba mi abuela fue que iban por la calle con mi vieja, que tendría unos 6 o 7 años. Vio a una chica en la calle con una beba y mi vieja se las quiso llevar, siempre quería ayudar. Eso es una cosa rara para una niña de esa edad y la adolescente que después iba a ser. Así eran las cuatro y así también fue Héctor.
En Buenos Aires, Fernando se encontró con muchos recuerdos, como cuadros, poesías, dibujos, cuadernos con anotaciones y un mundo nuevo que atesoraba Elsa. Considera que de sus padres y de su abuelo Héctor heredó el gusto por las letras. Estudió fotografía en Barcelona pero a los 35 años dejó la fotografía, comenzó a escribir y no paró más. Ha publicado los libros “El sexo de las piedras” y “Un veneno de sí”. “Tengo recuerdos no solo de mi mamá, de todas. Hay escritos, hay poemas, hay cuadros. Atesoramos eso. Mi viejo tenía una letra ilegible, así que tengo una cantidad de cuadernos y cosas que tengo que reescribir, que no los puedo decodificar y por suerte hay una compañera de secundario que ya se tomó el trabajo de traducirme algo. Básicamente son poesías, textos con tono poético, pensamientos”.
Raúl, el papá de Fernando se quedó en Tucumán tras el secuestro de su compañera, quizás con la esperanza de encontrar alguna pista que lo llevara a ella, al reencuentro. No pudo ser. Fue asesinado por las fuerzas represivas el 31 de julio de 1977, en la ciudad de Banda del Río Salí, al este de San Miguel de Tucumán. Fue en plena calle, al resistirse a su secuestro. Sus restos fueron arrojados a una fosa en el Cementerio de Norte, de la capital. Cuando comenzaron los juicios por la verdad un dato llevó a los peritos arqueólogos hacia la fosa en donde estaba enterrado como NN. En 2010, el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó que esos restos pertenecían a Raúl Araldi. “Cuando me lo informaron sentí que fue una alegría familiar pero también fue un triunfo para la sociedad, un triunfo colectivo”, reflexiona.

De todos modos, Fernando aún sobrelleva dos interrogantes, encontrar los restos de su madre y de su hermano o hermana, que debería tener 48 años. Y allí también entra “El Eternauta” porque con la serie se revitalizó la campaña para dar con el destino de sus tías y primos. La visibilización de ello fue la intervención que hizo HIJOS en los afiches que promocionaban en la vía pública la serie. “También está sirviendo la serie para la difusión de la gran tarea que hacen las Abuelas de Plaza de Mayo y aunque ahora muchos quieran hablar conmigo, todo es trabajo de ellas, no deseo que por ser Oesterheld haya algún privilegio para nuestra familia”, sostiene.
–¿Volviste a Tucumán después que te entregaran los restos de su padre?
–Sí, varias veces, es una provincia hermosa, a la que estoy muy unida desde lo emocional por mi vieja. Sé que está ahí, enterrada en algún lugar. Recorro las calles tucumanas pensando en ella, porque sé que anduvo por ahí. Ir a Tucumán es un retorno a un momento fundamental de mi vida.
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