Rovira revalidó su poder en Misiones y hubo más ausentes que votos para el candidato de los Milei

El resultado no sorprendió, pero confirmó lo esencial: en Misiones, la política se ordena desde un solo lugar. El Frente Renovador de la Concordia, conducido por Carlos Rovira, volvió a arrasar en las urnas y revalidó su hegemonía de más de dos décadas sin siquiera transpirar la camiseta. La lista encabezada por Sebastián Macías, titular de Vialidad Provincial, alcanzaba anoche el 32,51% de los votos y se imponía con comodidad sobre La Libertad Avanza, que lograba el 19,8%. La tendencia ya era definitiva con el 45% de las mesas escrutadas.
La Renovación retuvo con holgura el control de la Legislatura local, donde se renovaban 20 de las 40 bancas, y consolidó su dominio en los principales municipios. En la mayoría de ellos no hubo ola violeta ni sorpresa libertaria, sino continuidad. Silenciosa, meticulosa, implacable. En vano fue la visita de Karina Milei hace días días a la tierra colorada.

A solo una cuadra y media de distancia, los búnkers del oficialismo y de La Libertad Avanza funcionaron como polos opuestos de una misma tensión. El de la Renovación, la llamada Casa del Militante fue escenario de festejos contenidos, con poca o nula presencia de candidatos, al menos hasta las 21 cuando se dieron a conocer los primeros resultados. En el Hotel Julio César, en tanto, los libertarios procesaban su derrota con mezcla de bronca y euforia contenida: no alcanzó para ganar, pero sí para lograr algunas bancas.
Rovira votó temprano, a primera hora, en la Escuela Provincial N.º 528 de Posadas. Entró, emitió su voto y se fue sin hablar. Ni una palabra. Ni un gesto fuera de libreto. No lo necesitaba: la maquinaria ya estaba en marcha. Como en cada elección, el jefe político de la Renovación dejó que hablaran las cifras. Y las cifras volvieron a blindarlo.

La elección también dejó claro que el salto entre el fenómeno Milei y la construcción territorial no es automático. Misiones fue una de las provincias donde el Presidente arrasó en el balotaje de 2023 —sacó 56% de los votos—, pero esa energía no se transformó en estructura. Diego Hartfield, Samantha Stekler y Adrián Núñez encabezaron la única boleta libertaria con aval de la Casa Rosada, pero quedaron atrapados en la lógica del aparato rovirista: un ecosistema que integra, disuelve o margina según convenga.
El dato insoslayable de la jornada fue la escasa concurrencia: apenas el 57,6% de un padrón de más de un millón de personas habilitadas para votar asistió a las urnas, en línea con lo ocurrido en las elecciones provinciales de 2021, las primeras después de la pandemia. Con menos participación, la hegemonía se refuerza sobre una base más delgada.
También quedó expuesta la diferencia entre los centros urbanos —donde LLA tuvo mejor recepción, sobre todo entre los votantes más jóvenes— y las zonas rurales, donde la estructura del oficialismo conserva un control territorial aceitado. La política misionera es también una cartografía de contrastes.
En paralelo, la estrategia del rovirismo de fabricar sus propios libertarios funcionó con precisión. El “Blend” —el sello con estética de start-up que agrupó a candidatos jóvenes pro-Milei dentro de la boleta renovadora— logró diluir el discurso opositor sin confrontarlo. Lo que parecía una anomalía fue, en verdad, parte del diseño. Cada nombre en esa lista respondía a una segmentación.
La estrategia de mimetización fue aún más allá: en vez de confrontar con Milei, el oficialismo misionero lo absorbió. Desde hace meses, promovió mensajes, slogans y perfiles que coqueteaban con el discurso libertario, al mismo tiempo que denunciaban la supuesta ineficacia de los “porteños” enviados por Buenos Aires. Un modo de capturar al electorado sin ceder poder. Como si dijeran: “Milei somos nosotros”.
El resultado también evidenció el crecimiento de otras fuerzas. El Partido Agrario y Social (PAyS), con Héctor “Cacho” Bárbaro a la cabeza, obtuvo un 12,9% de los votos, lo que consolidó su vigencia como actor clave en el norte misionero. Bárbaro, alejado de La Cámpora y del kirchnerismo tradicional, tejió una campaña con eje en la producción agraria y la denuncia contra la concentración del poder político y económico. Su caudal lo dejó muy por encima de espacios tradicionales como el PRO y la UCR.
Por su parte, Ramón Amarilla, el suboficial detenido que encabezó la lista Por la Vida y los Valores, obtuvo el 12,8% y sorprendió con un caudal electoral significativo. Su candidatura había estado al borde de naufragar luego de que el Tribunal Electoral intentara impedir el voto de las fuerzas de seguridad, amparándose en una cláusula de la Constitución provincial de 1958. La medida fue interpretada como un intento de proscripción encubierta que desnudó el costado más autoritario del régimen. A instancias del gobernador Hugo Passalacqua, el procurador Carlos Giménez impulsó una salida política que el Superior Tribunal de Justicia convirtió en ley: las fuerzas de seguridad votaron. El cerrojo se cerró, pero también se abrió. El mensaje fue claro: el sistema se defiende, pero también regula el conflicto.
Unidos por el Futuro, el frente de retazos del PRO y la UCR, quedó relegado con un 5,9%, mientras que Tierra, Techo y Trabajo, el sello vinculado a organizaciones sociales, alcanzó un 3,9%. El 5,39% restante se repartió entre otros espacios menores.
El rovirismo resistió el embate libertario sin despeinarse. Pero ya no puede fingir que nada pasa. La hegemonía sigue firme, pero dejó de ser automática. Y ahora se abre una incógnita que inquieta incluso al poder más blindado: los legisladores de La Libertad Avanza que ingresarán en diciembre, ¿llegan para incomodar al régimen o para mimetizarse con él? La Renovación ya demostró que sabe absorber, integrar y domesticar. Pero esta vez, el margen de maniobra es más estrecho. Y el riesgo, más visible.
PL/MC
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