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Crónica

“Vamos a sacar a estos chorros”: euforia en el bunker de Javier Milei, que quedó tercero en CABA

"Vamos a sacar a estos chorros", gritó Milei, que se autodefine como un "outsider de la política".

Julieta Roffo

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Como en las puertas de las escuelas cuando es la hora de entrar a clase o en los salones de fiesta cuando está por empezar un cumpleaños de 15, la entrada del hotel Grand View, en Once, es un desfile de autos que, a paso de hombre, conducen madres o padres y de los que se bajan adolescentes o jóvenes -muy jóvenes- que en algún momento volverán a llamar para que alguien los pase a buscar. La promesa les llegó por WhatsApp, por mensaje directo de Instagram o la vieron en la transmisión en vivo de alguno de los influencers que están dentro del hotel: “En un rato habla Milei”.

La promesa les llegó después de que los primeros datos oficiales sobre las PASO le dieran a ese pre-candidato de La Libertada Avanza el 13,66% de los votos y de que las más de cien personas que ya estaban en la calle no se pusieran de acuerdo sobre si había que cantar “olé olé olé, Javier, Javier” u “olé olé olé, Milei, Milei”. “Es que no nos conocemos. Somos muy nuevos. Pero mirá, recién empezamos y casi 15%”. Gabriel tiene 22 años, es de Barracas y estudia Medicina. Es parte de la mayoría que se vistió completamente de negro para hacer guardia en la valla que separaba a los invitados de los que no, bajo la esperanza de que en algún momento los dejaran entrar o alguien saliera a verlos, y entretenido con la pantalla que proyectaba una y otra vez la recorrida de Milei por la villa 31 y su acto de cierre de campaña.

En el el hotel hay animales. Banderas amarillas con la figura de un león negro y una consigna sin mayores detalles: “Milei 2021”. Un banner enorme con un águila con las patas, las alas y los ojos clavados en alguna presa invisible y la leyenda “La libertad avanza”. Una pantalla que también se sirve del zoológico para transmitir un mensaje: “No vine a la política a guiar corderos sino a despertar leones”.

Casi doce horas después de haber votado en la sede de Almagro de la Universidad Tecnológica Nacional, a donde llevó facturas para las autoridades de mesa y para los policías que custodiaban la escuela, Milei cumple con lo que había prometido: “Soy bilardista, lo que me importa es el resultado, por eso voy a hablar recién cuando estén los resultados”, describía el candidato, cuyo partido lo define como “el león libertario”.

Ahora, con esa forma de estar despeinado que su equipo de campaña volvió logo, se sube al escenario del búnker en el que concentró a unas trescientas personas, en su mayoría de veinte y treinta años. Milei hace que los parlantes del salón suenen a fritura, a roto, a que el tono de arenga se pasó algunos decibeles: “¡Viva la libertad, carajo!”, grita tres veces, y desde abajo le responden que sí, que viva.

“Acá empezó la libertad, es sólo el primer paso. Los números muestran el hartazgo de la gente en un país que sólo progresan los políticos. Ese hartazgo queda claro también en la baja participación”, grita Milei. Y grita más fuerte: “La casta tiene miedo”. Lo dice en referencia a “la casta política”, como nombró durante toda su campaña a los referentes de otros espacios políticos. “A la gente le cuesta creer que es posible sacar a la casta pero somos el testimonio de que si nos siguen apoyando vamos a terminar sacando a estos chorros. Si queremos sacar a los K votemos a los liberales. Estamos en condiciones de sacar a los K y de tratar de ganarles a las tibias palomas -más animales en el búnker- que pactan con los K”, grita Milei.

La euforia no es sólo suya: lo de “la casta tiene miedo” ya lo habían gritado sus seguidores apenas se conocieron los primeros resultados, adentro y afuera del hotel. Y había crecido con el correr de la tarde: a las 18, en el búnker se rumoreaba que conseguirían un 7%; dos horas después se envalentonaban con alcanzar los dos dígitos; a las 21 decían “llegamos a 12%” y unos cuarenta minutos después la información de más del 80% de las mesas porteñas escrutadas los puso a gritar. Primero “vamos, carajo” y “viva la libertad, carajo”, y después los versos sobre “la casta”. Ese envalentonamiento se institucionalizó enseguida: de los parlantes, antes de que Milei bajara desde su habitación hasta el micrófono, salía una especie de ska. “Javier Milei, el próximo presidente; Javier Milei, el último punk”, dice una y otra vez, y también “basta de basura keynesiana, ha llegado el momento liberal”, con una melodía lista para volverse hit.

La canción suena también en la calle. Gustavo manejó casi siete horas desde Villa María hasta Once para apretarse contra la valla que deja a los que no tienen pulserita de ningún color fuera de los festejos. “Somos cinco acá”, dice. “Queremos ser el brazo de los libertarios en nuestro lugar y ayudar a que esto sea un movimiento nacional. Hoy empezamos”. Tiene la pantalla del celular clavada en la aplicación oficial que da cuenta del escrutinio de las PASO. “Mirá, mirá cómo siguen llegando los pibes de los autos”, muestra.

Adentro, el hombre al que no pudo votar por cuestiones de jurisdicción, pega su último grito. “Queridos leones, sigan rugiendo porque la libertad avanza”, arenga Milei, subido al escenario y a casi 240.000 votos. No se despega de su hermana Karina, la encargada de que los hombres que ponen el cuerpo alrededor del del candidato para custodiarlo estén enseguida convertidos en cerco. Debajo del escenario, mientras los seguidores de adentro y de afuera siguen gritando que viva la libertad (¡carajo!), Milei se mete en un corralito hecho de patovicas que tienen un león en la campera y, empapado en transpiración y con la voz casi consumida les implora: “Aire acondicionado. Llévenme a un lugar con aire acondicionado”.

Afuera esperan por él. Cada vez más gente.

JR

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