El llanto ocurrió hace apenas unos meses. En agosto, sentado en su despacho del Ministerio de Salud, frente a una cámara de TN y con la investigación del fentanilo contaminado encima, Mario Lugones se quebró al hablar de las muertes ocurridas hasta ese momento. “Me pongo muy mal cuando hablo de esto porque soy médico… es un atentado a la gente”. Era un gesto de humanidad por parte de Lugones justo cuando recibía la mayor presión pública desde su designación al frente de la cartera sanitaria en septiembre de 2024.
Sin embargo, esa imagen hoy no le alcanza. Lugones llega a la segunda etapa del gobierno de Javier Milei con un desgaste público evidente, presiones judiciales crecientes y una vulnerabilidad mediática que se volvió peligrosa. Pero puertas adentro su situación es distinta. Pese a todo, el ministro parece estar más afirmado que hace un mes, sostenido por el reacomodo interno que confirmó a Santiago Caputo en el control político del área (el asesor también maneja el PAMI a través de funcionarios sin experiencia, pero de su máxima confianza), aun en medio del avance persistente de Karina Milei sobre sectores de su influencia.
La señal más evidente del desgaste externo del ministro tuvo lugar el jueves pasado en Diputados, cuando su ausencia se hizo notar en la comisión investigadora por el fentanilo. No fue la primera vez que Lugones evitó dar explicaciones. Tampoco asistió a la interpelación por las coimas en la Agencia Nacional de Discapacidad (Andis), ni a la comisión de Salud, ni a la citación de esta semana, cuando dejó plantados por segunda vez a legisladores y familiares de las víctimas. “Son unos truchos los funcionarios que no dan la cara”, lanzó el diputado Pablo Juliano en un clima donde incluso los libertarios se quedaron sin defensa retórica y optaron por desviar el foco hacia Axel Kicillof y Nicolás Kreplak, una maniobra que los enfrentó con los presentes.
Pero la suerte de Lugones se juega sobre todo al interior de la Casa Rosada. Y mejoró con un movimiento clave: la reciente renuncia de su vice, Cecilia Loccisano, funcionaria que manejaba la botonera administrativa del área y que era la bisagra entre Caputo y un actor menos visible pero decisivo para entender la trama sanitaria: Rodrigo Lugones, el hijo del ministro.
Consultor político, socio de Caputo en la consultora Move Group y presencia frecuente en Madrid, Rodrigo funciona desde el inicio de la gestión como enlace natural entre el sector privado de la salud y el propio ministerio. Es él quien mantiene los vínculos con clínicas, laboratorios, farmacéuticas, aseguradoras y prestadores, y quien traduce la lógica del negocio sanitario al lenguaje de la política y viceversa. En Salud lo definen como “la extensión del poder de Caputo en el área” y, al mismo tiempo, como el engranaje silencioso que permitió que su padre operara como ministro en las sombras incluso antes de ser designado.
Por eso la salida de Loccisano no debilitó a Lugones. Abrió, en cambio, una ventana para que Caputo reacomodara su propio dispositivo. La reemplazó Guido Giana, un operador aún más cercano al estratega presidencial que la funcionaria saliente. Aunque es alguien con acceso directo al Salón Martín Fierro –el centro de operaciones de Las Fuerzas del Cielo en la Casa Rosada– no es una figura que provenga del mundo libertario puro.
Su recorrido arrancó en el PRO y en el vidalismo, fue concejal y armador en Presidente Perón, un tránsito breve pero suficiente para adquirir lectura política y oficio territorial. Después pasó por el PAMI durante la gestión de Cambiemos, donde manejó números, contratos y auditorías. Pero el salto definitivo de Giana al ecosistema Lugones ocurrió cuando asumió la dirección administrativa del Sanatorio Güemes, la institución privada propiedad del hoy ministro, donde es socio de Enrique “Coti” Nosiglia y Luis Barrionuevo.
Frentes acumulados
Con el correr de los meses, los frentes se fueron acumulando para Lugones. El conflicto sin resolución en el Garrahan fue uno de los que más lo desgastó: la protesta salarial en el principal hospital pediátrico del país derivó en afiches que lo acusaban de “vaciar” la institución y lo expuso como responsable político de un ajuste que nadie quiso asumir. Sin embargo, incluso en ese episodio, Lugones eligió correrse de escena. En lugar de encabezar la defensa oficial, delegó la exposición pública en su entonces viceministra: Loccisano negó cualquier desfinanciamiento y acusó a médicos y enfermeros de responder a “fines partidarios”.
La maniobra buscó evitar que el ministro pagara el costo político, pero terminó consolidando la percepción de un funcionario que aparece en el diseño de las decisiones, pero no en la explicación de sus consecuencias. A ese desgaste se sumaron otras denuncias todavía más sensibles: los 33.000 pacientes que recibieron dosis adulteradas de fentanilo, las más de 11.000 ampollas cuyo paradero aún se desconoce y la decisión del juez Ernesto Kreplak de apartarlo como querellante para investigar las posibles omisiones de los organismos de control bajo su mando. Fue un golpe técnico y político: por primera vez, la Justicia lo ubicó en el centro del problema sanitario y no como un mero acusador externo.
Pero allí ocurrió algo inesperado: el caso Spagnuolo. En agosto, los audios sobre supuestas coimas en la compra de medicamentos sacudieron a la Andis, a los Menem y al ecosistema directo de Karina Milei, pero paradójicamente descomprimieron la situación de Lugones. El foco político y mediático se desplazó hacia ese escándalo y dejó de enfocar al ministro, del que todos pedían su renuncia. Por primera vez en meses, recuperaba aire.
El Gobierno reaccionó rápido: desplazó a Spagnuolo y designó como interventor a Alejandro Vilches, un funcionario propio del equipo de Lugones. La maniobra generó ruido afuera, pero internamente reforzó otra cosa: el ministro retuvo influencia sobre la agencia y el dispositivo quedó intacto, por más que la imagen del médico se haya deteriorado en el camino.
Equilibrios inestables
Con este paisaje, el diagnóstico interno es claro: Lugones está debilitado hacia afuera, pero políticamente estabilizado hacia adentro, sostenido en un equilibrio precario que depende menos de su desempeño individual y más de la disputa mayor entre Santiago Caputo y Karina Milei. Salud se transformó, al mismo tiempo, en su problema y en su refugio: es el área donde acumula cuestionamientos públicos, pero también uno de los pocos espacios donde el asesor presidencial logró conservar poder real en un gabinete que le es cada vez más adverso.
Es que el sostén de Caputo no vuelve a Lugones indestructible. Lo vuelve estratégico, que es distinto. Su ministerio enfrenta semanas sensibles: el inicio del verano siempre vuelve a encender la alarma del dengue, además de los reclamos salariales abiertos y la expectativa de que la ANMAT entregue respuestas concretas a la Justicia. Un error de gestión podría recalibrar todo el tablero.
Karina sigue de cerca todo. No porque a la hermana del Presidente le interese la política sanitaria, sino porque cada territorio donde Caputo retiene influencia es un territorio que ella no domina. En el oficialismo sostienen que, si Lugones cayera, la puerta para disputar Salud quedaría abierta. “Sería piedra libre”, sintetizó un funcionario consultado por elDiarioAR. Es un escenario que Caputo busca evitar a toda costa.
Hoy, la pregunta no es si Lugones está fuerte o no. La incógita es si Milei puede prescindir de él sin alterar el delicado equilibrio que sostiene a Santiago Caputo tras las elecciones del 26 de octubre. Una virtual salida podría leerse como la caída de un pedazo fundamental de su poder. Detrás del ministro, ya lo saben todos, también está Rodrigo. Y en un gabinete que vive de la tensión contenida, ese vínculo es el único salvavidas verdaderamente estable.
PL/MG