Una multitud verde que latió, sufrió y festejó ante cada voto del Senado
Tiene el cuerpo estirado sobre el asfalto caliente de Callao entre Sarmiento y Perón. Un codo apoyado en el cemento, la otra mano va y viene de una caja de marcadores: busca el negro, el violeta y el verde más oscuro. Su lienzo es un cartón del tamaño de tener que abrir bien los brazos para sostenerlo por encima de los hombros. Dibuja mujeres de distintas edades, con ropas diferentes, con banderas políticas diferentes, pero el centro de la cartulina todavía está en blanco.
Lo que pasa alrededor suyo, en Callao entre Corrientes y Rivadavia, se parece a la postal que dibuja. Está repleto de mujeres, de adolescentes, de jóvenes, de varones trans, de madres, hijas y alguna abuela. Sostienen los carteles con los que exigen un derecho y sostienen la espera de horas -y de años- porque el final de esta noche todavía está abierto. Sin escribirse.
Nunca se concentraron en apenas unas cuadras tantas camisetas de Ferro, las selecciones de México y Bolivia, y los Boston Celtics (¡los Boston Celtics!) pero cualquier cacho de tela verde sirve para uniformarse. Hay verde en los barbijos, en los vestidos y los tops elegidos para esta noche inolvidable, en la brillantina que destaca ojos y cachetes, y en el aerosol con el que alguien escribió “No estás sola” en la persiana de un local.
Explota el verde también en los miles de pañuelos de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito que se levantan tan acompasados por encima de las cabezas de tantas mujeres al mismo tiempo que dan ganas de conseguir una buena foto de todo eso como para mirarla dentro de diez o veinte años.
Hay un poco de baile, bastante cerveza, y una tensión que crece a medida que avanzan los últimos oradores de la madrugada. Delante de las pantallas hay silencio para escuchar lo que se dice en la sesión, y hay aplausos cuando algún senador subraya los motivos para votar a favor de que el aborto deje de ser clandestino y hay puteadas cuando algún otro legislador se opone al proyecto.
La chica de los marcadores no suelta el negro y apura el trazo.
La espera se hace cada vez más inaguantable a medida que avanza el discurso -en contra- del senador José Mayans, el último orador. Se parece a esperar los últimos 5 minutos reglamentarios de un partido que costó enormemente ganar y en el que nadie quiere relajarse y festejar antes de tiempo. Cada vez que aparece en la pantalla el conteo de minutos que lleva el discurso, alguien grita “voten, por favor, voten”.
Y entonces el discurso de Mayans se termina, Cristina Fernández avisa que es hora de votar y la chica de los marcadores sacude el codo como si no hubiera mañana. Uno por uno, se leen los votos de cada senador y los legisladores que todavía no los habían terminado de definir abren el micrófono y si dicen “Afirmativo” esta avenida ruge y si dicen “Negativo” esta avenida recuerda que no fue nada fácil llegar hasta acá.
La pantalla callejera le hace un primer plano al tablero del Senado, que dice “Aprobado” y que quiere decir que abortar en condiciones seguras dejó de ser un delito y ahora será un derecho.
Y entonces Callao convulsiona, se retuerce de alegría y de alivio. Ninguna foto va a salir bien en medio de estos saltos y estos gritos que dicen “lo logramos” y “aaaborto legaaal, eeen el hospitaaal”. En ningún video va a alcanzarse a ver cómo se entierran las uñas de una mujer que abraza en la espalda de la que recibe ese abrazo, ni cómo otras mujeres hunden la cabeza en el pecho de una amiga o de una hermana para llorar.
Hay que estar acá para ver cómo el llanto crece cada vez que esas dos mujeres vuelven a sacudirse en el abrazo o el efecto contagio de esas lágrimas, porque para donde mires hay una mujer conmovida porque el país y la historia acaban de cambiar delante suyo.
La chica de los marcadores levanta la cartulina, que ahora sí tiene el final escrito. “Es ley”, dice.
JR
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