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Murió Norberto Oyarbide
Oda a la madre, lealtad a la Federal y blanco del homo-odio: la vida del juez más denunciado en la historia argentina

El juez Norberto Oyarbide

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Cuando Norberto Oyarbide bajó del micro llovía. Era verano, era Retiro y era la primera vez que pisaba la Ciudad solo. Tenía 20 años y los últimos dos los había pasado barriendo los pisos de una empresa de alarmas en Concepción del Uruguay, en Entre Ríos. Allí había nacido, allí habían muertos sus dos hermanos, allí habían quedado, en la casita de piso de tierra, sus padres: él peluquero, ella, ama de casa. Oyarbide quería ser “Doctor”. Y por eso estaba recién llegado a Buenos Aires. Año 1971. Traía consigo una valija pequeña de cartón que se desarmó apenas la rozó el agua de tormenta. 

Consiguió una pieza en una pensión de San Cristóbal y un trabajo que ya sabía hacer, limpieza nocturna en una empresa porteña, que apenas alcanzaba para la comida. Decidido a anotarse en la carrera de Medicina en la Universidad de Buenos Aires, el título de Perito Mercantil con el que había egresado del secundario no le servía. Había que ser, en aquel tiempo, bachiller o maestro. No valían, siquiera, esas notas sobresalientes. Se inscribió, entonces, en Derecho. Para 1976 entró en el Juzgado Correccional N°6 como auxiliar sin sueldo. Fue el primer envión para instalarse en el Poder Judicial durante 40 años, la mitad como juez federal.

De maestranza a alquilar un anillo por 7.500 dólares al mes. Excéntrico, controversial: siempre en el centro. Coleccionista de arte, apasionado por el folclore, amigo de actrices y actores. Gustaba de la farándula con la misma intensidad con la que abrazaba el protocolo. Tenía una mesa reservada a su nombre en un restó de Puerto Madero: allí se bebía el mejoe champagne. Mediático por gusto o a la fuerza. Devoto de su madre, aliado de la Policía Federal. Gay y acaso víctima de una pornovenganza, cuando aquella palabra no existía. Refinado y, a veces, ordinario. Su nombre se popularizó durante la presidencia de Carlos Menem. Presentó su renuncia durante la presidencia de Mauricio Macri. Batió el récord de denuncias en su contra por mal desempeño: 47, un hito. Norberto Oyarbide murió a los 70 años. Estaba internado por una neumonía bilateral desde julio, un cuadro que se agravó luego de contagiarse de coronavirus.

Causas, cuarteto, renuncia y después

En 2001, Oyarbide investigó al ex presidente Carlos Menem por supuestas cuentas sin declarar en Suiza y lo sobreseyó. En 2005 revocó la prisión domiciliaria de Jorge Rafael Videla. En 2009 investigó al ex presidente Néstor Kirchner y a la actual vicepresidente Cristina Fernández por presunto enriquecimiento ilícito: los sobreseyó. Ese mismo año investigó a Mauricio Macri, entonces jefe de Gobierno porteño, y parte del gabinete por espionaje ilegal con fines personales. Oyarbide lo procesó y otro juez -Sebastián Casanello- lo sobreseyó. En 2011 se subió al escenario de la Mona Jiménez. Cantó con él La última curda y bailó Beso a beso. Fue en el Sargento Cabral, el estadio templo del cuarteto. Hubo aplausos y desconcierto.

Para 2016, Macri había asumido como presidente y Oyarbide ya ostentaba 47 denuncias por mal desempeño. El juicio político en su contra, que se tramitada en el Consejo de la Magistratura, era una amenaza: podían destituirlo y con la destitución, perdería los beneficios. Así que Oyarbide le presentó su renuncia a Macri, que aceptó encantado. El flamante ex juez seguiría ganando a lo VIP: el 95% de lo que cobraba como magistrado en funciones. Seis meses después de dejar el despacho de Comodoro Py, pasó por la peluquería y se tiñó el cabello: platinado.  

Carmencita, esa madre

Faltaban quince días para que Gregorio Mario Oyarbide se casara con una mujer cuya familia era “dueña” de la mitad del pueblo, Villa Elisa. Pero el destino lo cruzó con Carmencita. El casamiento, por supuesto, se anuló. Gregorio y Carmencita dieron el sí, se instalaron en un ranchito y tuvieron tres hijos: dos murieron. La apuesta fue, entonces, para Norberto. “Mi padre era un galán muy requerido por las mujeres y lo sorprendí en situaciones de infidelidad”, contó Oyarbide en una entrevista a La Nación. El padre le exigió silencio ante la falta. El, dijo, se colocó una máscara para “salvar la dignidad de su familia”. Y se pegó a la madre, Carmencita.

La mujer de “presencia gigante”, la “exigente”, la que le marcó “reglas muy claras de conducta”. Esa mujer, la que en vísperas de su muerte dio instrucciones: “Creo que en pocos días voy a dejar de estar contigo en forma física pero voy a estar en tu corazón acompañándote siempre. Así que no tengas temor si eso ocurre. A mí no me gustan esas cosas de coronas y flores y demás… Tampoco me gustan esos cajones barnizados, berretas. Te voy a hacer gastar un poco de dinero: un cajón de roble y un ramo de rosas blancas. Y no vayas a cometer el error de servir café, como en todos los velatorios. Serví champagne porque ese es el día más feliz de mi vida. Me voy habiendo cumplido una misión fantástica que es haberte tenido a vos. Lo único que te pido es que no admitas censuras en tu vida, que nadie te domestique, sé libre e intentá ser feliz”. 

Norberto Oyarbide recitará a su madre en cada programa de tevé cada vez que le pregunten por ella. Cuando la entona, también la actúa y se quiebra. Carmencita quería un ataúd de lujo y cerrado, las rosas blancas y el champagne. Y quería, también, que su hijo vistiera con ese traje que ella ya había separado. Y Oyarbide cumplió. La madre murió en 2006, a los 96 años. Vivieron juntos hasta su último día.

“A mí no se me ocurriría preguntarles qué hacen en un cuarto con otra persona”

Es el año 1998. Norberto Oyarbide está acorralado por la prensa. Es un escándalo: trampolín mediático y salida exigida del clóset. Han circulado unas imágenes de un circuito privado de cámaras de seguridad: Oyarbide, juez federal, estuvo en el prostíbulo Spartacus. Han circulado versiones: el juez paga por los servicios de los trabajadores sexuales, en aquel momento llamados “taxi boys”. Y hay una denuncia: Oyarbide recibiría entre 10 y 15 mil dólares por mes para “proteger” el lugar de posibles allanamientos.

Entonces Oyarbide, frente a los micrófonos que por poco le pegan en la cara, dice: “En lo que hace a la imputación de la conducta sexual que ayer mereció distintos comentarios, quiero señalar que a mi no se me ocurriría preguntarles jamás a ninguno de ustedes qué es lo que hacen en un cuarto con otra persona…”. Pero los diarios, la televisión y la radio no se ocupan de otra cosa que no sean las sábanas del juez ni su identidad y orientación sexual. 

Entra en escena televisiva Luciano Garbellano, a quien los medios señalan como taxi boy pero él se asume empresario y dueño de Spartacus y dice esto: “Yo ponía el dinero y Oyarbide la gran capacidad de protección que tenía”. En la edición del domingo 30 de agosto de 1998, el diario Página/12 titula en tapa: “El Padrino”. La bajada adelanta información exclusiva que vincula a Oyarbide con “el mundo de la prostitución femenina en Capital Federal”

Las imágenes que ubican a Oyarbide en Spartacus las difunde Mariano Grondona en su programa Hora Clave. Grondona justifica la difusión: explica que lo hizo para mostrar “la evidencia de que este señor estaba ahí” y agrega que “si un particular va a un lugar ilegal, no tiene la obligación de denunciarlo, pero Oyarbide era un funcionario público, y debía hacerlo”. En el programa de Joaquín Morales Solá, Bajo Palabra, Oyarbide dice que la difusión del video le genera “daño infinito que no tiene retorno” y que alientan la “posibilidad” de renunciar a su cargo. No había redes sociales, sobraba talk show.

Por el caso, Oyarbide enfrentó un juicio político que, por entonces, se dirimían en el Senado. Y el juez tuvo “un golpe de suerte”: necesitaba dos tercios de los votos, pero justo ese día faltaron varios senadores porque la audiencia fue el 11 de septiembre de 2001, día del atentado a las Torres Gemelas. El juez fue confirmado en el cargo. Fue la astucia, el azar o un estilo muy personal: Oyarbide logró permanecer.

VDM

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