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Pablo Ibáñez

Glasgow, Escocia —

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“¿How many cops to arrest climate chaos?” (cuantos policías para arrestar el cambio climático), se pregunta, mordaz, el cartel.

Lo portan un puñado de londinenses, a pocas cuadras del Scottish Event Campus (SEC), el complejo donde se desarrolla la COP 26, la conferencia que la ONU organizó en Glasgow, Escocia, en busca de un compromiso global para frenar el cambio climático.

La respuesta a la pancarta está en todos lados: en Glasgow, a simple vista, hay más policías que manifestantes. Al menos durante las dos jornadas en la que elDiarioAR estuvo en la ciudad con la cobertura de la gira europea de Alberto Fernández, la ciudad mostró dos caras. Una, repleta de vallas, donde es prácticamente imposible moverse de un lado a otro, con helicópteros sobrevolando a toda hora y miles de efectivos de seguridad. La otra, el centro comercial de la ciudad, casi ajenos a la cumbre y con los locales, los glaswegians, que aprovechan un atípico día de sol del siempre nuboso otoño escocés.

“Estaba en el trabajo pero salí a caminar, como muchos, porque salió el sol. No quise perder la oportunidad porque en esta época puede pasar un mes entero sin que haya sol. Y en invierno llueve casi todos los días”, cuenta Luis, un malagueño que vive parte del año en Escocia, y se mueve a paso lento a metros de la Estación Central, cerca de Buchatan Street, la elegante peatonal céntrica. Sabe que se realiza la COP, lo analiza como un fenómeno para la ciudad, pero su vida no se alteró más que por los controles y la cantidad de visitantes.

Hace semanas, que en Glasgow no hay alojamiento disponible. Por eso, las comitivas tuvieron que instalarse en otras ciudades, sobre todo en Edimburgo, a 75 kilómetros al este.

No muy lejos se escucha el repitequeo de una protesta. En lo alto, un helicóptero flota como un halcón. La marcha sigue unas cuadras y se detiene frente a la sede de Morgan Stanley. Policías con chalecos amarillos observan desde cerca. ¿Por qué una protesta ambiental elige como escenario un banco? La razón es bien simple: las entidades financieras han sido los principales financistas en la industria de los combustibles fósiles.

Por eso la protesta de las hadas del clima, portante el logo de la lucha contra el cambio climático, frente a Morgan Stanley junto a un quinteto de “viudas”, con un look victoriano que de algún modo asemeja al que luce la reina de Inglaterra. Por eso, en las pancartas aparecen, además, referencias a otros bancos como Barclays. Por eso, parte de las protestas se concentran en la zona financiera de Glasgow, una ciudad portuaria e industrial pero que tiene, además, un potente polo bancario.

No es, sin embargo, una manifestación masiva. Hubo, además, una protesta que bloqueó el transporte montado por la organización en Finnieston Street. Lo más potente se espera para el próximo fin de semana. Se anuncia una movilización importante, que podría considerarse el evento callejero principal, para el sábado.

El lunes, durante la apertura, el ingreso al predio fue caótico por lo que la organización tuvo que pedir disculpas y lo atribuyó al interés que despertó la COP26. También hubo inconvenientes con el tráfico por la plataforma web para seguir las disertaciones. En algún punto, el activismo se volcó a la participación en las conferencias y los foros, en el alerta en las disertaciones, más que a la intervención masiva en las calles.

Hasta acá, el punto más alto fue la llegada, el lunes, de Greta Thunberg, que no fue invitada a la COP27, pero que llegó el día de la apertura, el lunes, y encabezó una manifestación pacífica muy concurrida, junto a otros Fridays for Future. El mismo día, en la apertura del mediodía, había protestas en los accesos al campus y un despliegue policial monumental. La zona parecía militarizada y con triple control. A las medidas de seguridad, se le sumó además la cuestión COVID-19. Cada día, para ingresar había que mostrar un test de antígeno negativo. El martes, luego de la jornada inaugural, en una de las calles de ingreso había apiladas decenas de vallas.

Mientras tanto, en el centro de Glasgow, como en una peatonal cualquiera, había un show callejero por cuadra. Un chico, rubísimo y delgadísimo, tocaba la gaita mientras un grupo de policías a caballo, la mayoría mujeres, circulaban por la calle.

Un grupo de mujeres bolivianas que viajaron desde Londres para protestar contra el gobierno de Luis Arce, un irlandés que disfrazado de gallina se pone una máscara de Vladimir Putin. Más allá una protesta por Sudán y más acá un grupo de alemanes con carteles improvisados. Glasgow, en su doble faz, combina la protesta con el Radisson y un Mc Donald donde se juntan los manifestantes, una superabundancia de locales de “candy” y de venta de souvenirs escoceses. Los comerciantes buscan, también, un plus de la circulación extra, un peluche de Taiwán, una camiseta del Celtic o un llaverito de Nessei, el moustruo del lago Ness, el más célebre de los moustruos escoceses, quizá un sobreviviente solitario de una extinción como la que ahora nos amenaza.

PI

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