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Ulises Román Rodríguez

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Son apenas las 9 de la mañana y bajo el tremendo sol de El Impenetrable formoseño Juana y sus compañeras pilagá recorren el monte en busca de la hoja de palma con la que trabajan en la cestería. A tan solo 30 minutos de distancia, en la comunidad de Lote 8, Norma Rodríguez, presidenta de la Asociación Hinaj (mujeres artesanas, en wichí), trabaja el chaguar, una bromeliácea nativa del bosque chaqueño. 

En el mismo horario, con el viento todopoderoso de la Puna, en Abra Pampa, Jujuy, unas diez warmis -mujeres, en quechua- desovillan lana de llama para tejer. A más de 1.500 kilómetros de ellas, en un local del barrio porteño de Palermo, con bocinazos como banda de sonido, Pierre, un turista francés, compra un canasto hecho por manos de mujeres pilagá de Las Lomitas (Formosa) y se lleva una bufanda de lana de llama para regalarle a su hermana.

Estas mujeres, que en sus lugares de origen trabajan artesanalmente aplicando conocimientos ancestrales, tienen en común la pertenencia a la Cooperativa de Mujeres Artesanas (CoM.Ar) cuya razón social es Matriarca: un espacio de desarrollo comercial del arte de comunidades indígenas y criollas de Argentina que reúne a integrantes de Chaco, Formosa, Salta y Jujuy.

Matriarca es la convergencia de varias personas e instituciones que lograron encontrarse para darle forma a un proyecto que, por separado, no se habría logrado. Por un lado está Paula Marra, ingeniera agrónoma -que desarrolló su carrera en el Grupo Los Grobo- interesada en el desarrollo productivo de distintas provincias del país - los llamados “territorios amarillos”- con el fin de explotar su potencial artístico y cultural. 

Por otro lado, Marina Gómez y su familia junto a la Fundación Avina, la Fundación Gran Chaco y la Asociación Cultural para el Desarrollo Integral (ACDI) y el apoyo -necesario en el territorio- de líderes y lideresas locales.

Poner en valor el trabajo indígena

De este modo, en 2011, se pusieron manos a la obra para generar un proyecto comercial e inclusivo para mujeres indígenas y criollas. Entre los objetivos primordiales del proyecto, Paula Marra se planteó que desde lo económico se revitalizara la cultura de estas comunidades generando oportunidades de insertarse en los flujos de comercio urbanos.

“Ese proceso duró muchos días. Andando de acá para allá, durmiendo en estos lugares y charlando con la gente apareció esta necesidad de decir 'nosotros sentimos que avanzamos hasta acá, que nos organizamos', mucha gente se alfabetizó de grande y se institucionalizaron armando cooperativas, pero después tenían dificultades para acceder al público urbano”, cuenta Paula Marra a elDiarioAR.

Toda su experiencia hasta ese momento era en los campos brindando servicios a sectores agropecuarios ligados a la soja. Por eso, para la ingeniera que vive hoy entre Argentina y Estados Unidos también fue un aprendizaje lo referente a la distribución de productos de consumo.

“Tenía la disciplina de crear una empresa y ellas querían hacer una empresa. Querían ser sostenibles, entonces le fuimos encontrando la vuelta juntas, explorando, haciendo cosas y después verificando cómo esas cosas funcionaban o no. Así fuimos llegando a un modelo que lo construimos entre todas: entre las jóvenes locales, las fundaciones, los distintos colectivos que estaban organizados, y llegamos a la conclusión de que la forma más sostenible de transformar la realidad es trabajar con colectivos organizados y no con individuos”, dice Marra, a punto de cumplir 10 años con este proyecto que transformó su vida y la de las mujeres que la integran.

Marra sostiene que “trabajar con personas líderes que estén comprometidas con la transformación de su propia realidad, con materia prima genuina que existe en el territorio, con saberes ancestrales y ponerlos en valor es el mayor capital que existe”.

En la actualidad, Matriarca es una red que aúna a más de 3.000 mujeres en la que cada una desarrolla un arte distinto. En su mayoría son madres que residen en el Gran Chaco y forman parte de las comunidades wichi, qom, qomle’ec y pilagá; warmi de La Puna jujeña y otras del grupo de mujeres criollas.

“Queremos consolidar esto para que dure en el tiempo y entendemos que mientras seamos muchas juntas eso nos hace grande”, explica la directora de la red. “Matriarca somos miles de defensoras de la cultura, cuidadoras de nuestros bosques y amantes de la belleza”.

Muchas veces sucede que el trabajo artesanal de las comunidades indígenas está inmerso en el comercio informal. Es común que se acerquen revendedores a comprar en cantidades por poco dinero, propongan trueques a su favor y pongan un precio que no es negociado. Esas costumbres han quitado mercado de referencia y no han hecho más que fomentar el individualismo.

Con Matriarca como intermediaria, las artesanas pactan un precio justo por sus productos y la cooperativa le suma los costos de transporte e impuestos. Ellas pueden ver sus producciones en la web y saben a cuánto se venderá su trabajo. 

Una lideresa natural

Norma Rodríguez tira ceniza de palo santo en su pierna, retuerce el chaguar entre sus dedos y lo que hasta unos días era parte de una hoja de palma se va convirtiendo en un hilo fuerte que su hija ayuda a enmadejar. 

Nacida y criada en Lote 8, una comunidad wichi de 880 habitantes ubicada en el extremo oeste de Formosa, casi al límite con Salta y Paraguay, Norma aprendió a trabajar el chaguar desde que tenía 8 años. 

“Nos levantábamos temprano con mi madre y nos íbamos al monte a buscar el chaguar. Ella me enseñó a hilar, teñir y tejer. Todo a mano, todo salido del monte. Es algo que nos van enseñando de chicas y nosotros lo hacemos con nuestras hijas y nietas”, cuenta la artesana a elDiarioAR sobre el trabajo que realizan con las hojas de esa planta nativa, de la que luego saldrán bolsos, vestidos, centros de mesa, polleras, canastos, carteras, muñecas, tapices y cintos.

En el año 2000, un grupo de mujeres wichis se unió a otras pilagá y qom para trabajar en conjunto. De esta organización nació, en 2009, la Cooperativa de Mujeres Artesanas del Gran Chaco que Norma Rodríguez preside desde 2018 y reúne a 23 asociaciones y 1.300 personas que, a su vez, están integradas a la red Matriarca.

Entre las mujeres indígenas del NEA, Norma es una referencia y su difusión del método ancestral de tejidos con chaguar le valió el premio a la Trayectoria que, en 2020, le otorgó el Fondo Nacional de las Artes (FNA).

Durante la pandemia la cooperativa fue el espacio de contención para la comunidad. “Tuvimos que aprender a usar la computadora para comunicarnos y vender. Ahí eran las más jóvenes las que nos enseñaban a nosotras. También los hombres pudieron vender leña y carbón a través de la cooperativa porque estamos con todos los papeles en regla para trabajar”, cuenta la presidenta.

Identidad y empoderamiento

La tarea de Matriarca a lo largo de estos 10 años ha sido de construcción en el territorio con mujeres que buscan un sustento sin perder su identidad. “Estamos hablando de mujeres que están empoderadas y tienen la capacidad de decidir por sí mismas si quieren aceptar o no esos pedidos. Lo sorprendente de esto es que tienen otra longitud de onda cerebral, son muy creativas. Creo que la geografía condiciona mucho a las personas y me parece que hay una fuerza y una energía creativa muy poderosa en estas localidades”, dice Paula Marra.

Desde que se gestó el proyecto se produjeron cambios en las comunidades, como el acceso a la electricidad, conexión a internet y domesticar sus propios cultivos. Además, durante el confinamiento por la pandemia se abrieron 1.700 cuentas corrientes en el Banco de Formosa. 

Para Paula Marra, todos esos cambios “son impresionantes porque demuestran la capacidad de liderazgo de estas mujeres: algunas fueron o son concejalas en sus pueblos, otras directamente referentes mundiales. Además trajo todo un cambio en la dinámica de relacionarse con los hombres”.

La red Matriarca tiene su local en la calle Bonpland 1970 del barrio de Palermo, en Aeroparque y a través de internet como medio para comercializar las producciones de estas artesanas nativas. 

“Nunca quisimos ser un local de venta, queremos ser un vehículo para llegar a los quieran hacer de esto un negocio, una forma de vida. Somos una distribuidora porque nos parece que de esta manera es un pasito más fácil para que las mujeres se apropien de la distribución”, explica Marra. Y agrega: “Nuestro foco está puesto en el diseño, en la distribución y en la comunicación a través de las plataformas virtuales de comercialización”.

En ese arte nativo conviven alfombras, tapices, carteras, adornos, accesorios, cestería, mantas, ponchos y chales. Cada pieza que se vende es única y lleva el nombre de la artesana que, con sus propias manos, creó ese producto.

“Cuando muchas más mujeres sepan utilizar los conocimientos y recursos que poseen para generar valor y desarrollar nuevas capacidades, más viva estará la identidad de las madres originarias”, concluye.

URR/CB

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