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Sobre este blog

Intentará ser un correo al que los suscriptores le den Play. Una vez cada dos semanas llegará a la bandeja de entrada algo que a Julieta Roffo, su autora, le entró por un oído y, en vez de salirle por el otro, le salió por un texto. Habrá música pero también habrá ruidos, canciones y sonidos de los que sabemos todos y, ojalá, de los que sorprendan a los lectores. A lo mejor resulta bien.

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Andarás bien

Thelma y Louise no están en un embotellamiento y eso es porque el director sabe que ningún alarido se parece al que se pega a 120 kilómetros por hora.

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Acá siempre te cuento en una canción cuánto dura el texto que estás a punto de leer, pero hoy cambian las reglas. Maridá este envío con Desfachatados, de Babasónicos, una de las mejores canciones para el instante en que el auto se sube a la ruta.

De mi papá aprendí muchas cosas pero para la ruta, estas: las zapatillas más cómodas que tengas, los dos juegos de llaves del auto encima. De Patricia Kolesnicov, que es la única periodista a la que le digo “feliz día” el 7 de junio y también el Día del Maestro, aprendí muchas cosas pero para la ruta, esta: “Para pasar los camiones rebajás a cuarta y cuando casi lo pasaste ponés quinta y el auto hace ahhh, como si patinara sobre hielo”. De Guido Carelli, que es el periodista que me llevó a mi primera cerveza con periodistas y el que me enseñó qué notas se firman y cuáles no, aprendí muchas cosas. Para la ruta ninguna, pero para cuando llegás a destino, a estacionar. Su método entra en un dibujito y dura para toda la vida.

***

En 2005 Madonna editó su décimo disco, Confessions on a Dance Floor. I love New York es una de sus canciones y podría ser una columna del New York Times o del suplemento Viajes de cualquier diario de cualquier país, o un ejemplo de lo que las profesoras de Lengua de segundo año enseñan como “texto argumentativo”. Los motivos para amar Nueva York, canta Madonna, no son ni geográficos ni históricos ni paisajísticos, sino emocionales: las sensaciones que le despierta la Gran Manzana no se las produce ningún otro rincón del mundo, y con eso le alcanza para escribirle un temazo.

La noche que grabó el DVD -oh, esa antigüedad que alguna vez nos pareció tan novedosa- en vivo de esa gira, en Londres, Madonna cantó I love New York y le dijo a su público inglés: “No se lo tomen personal, Nueva York es un estado de ánimo, puede estar en cualquier lado”. Mi teoría es que Nueva York sólo puede estar en Nueva York y ese es su mejor truco, pero Madonna tiene más millas que yo.

***

La idea de que un lugar puede ser un estado de ánimo me quedó grabada y la última vez que me acordé de Madonna diciendo esa verdad fue este lunes, que manejé desde Villa Urquiza hasta la arena del estacionamiento de una playa del sur marplatense. La ruta, sobre todo ahora mismo que es verano, es un estado de ánimo.

Debe ser la promesa de un futuro inmediato deseado. Una playita, un arroyito, una sierrita, una visita guiada por una bodeguita. Las patitas en el pasto o en la arena o en el agua. Un plato de rabas que se asoma, un fueguito encendido en la parrilla de un camping municipal, una cerveza artesanal helada y consumida exactamente al lado de otra cervecería artesanal. Una ola perfectamente barrenada, aunque haya que rescatar la malla caída en cumplimiento del deber.

Debe ser la convicción de que entra en pausa el pasado también más inmediato. Los últimos días previos a agarrar la ruta son agotadores. Se parecen a las últimas dos personas que hay que ver entrar al baño de un bar o de un boliche antes de que toque el alivio propio: inaguantable. Las últimas 48 horas antes de agarrar la ruta incluyen dejar hecha la mayor cantidad de trabajo que sea posible, resolver de dos a cinco imprevistos, decidir si arriesgarse a que las plantas se mueran de calor o si mejor pasar a dejarle la llave a alguien que las riegue, armar la valija, chequear el pronóstico en el lugar de destino, consumir todo lo que vaya a pudrirse si queda en la heladera demasiados días, elegir los libros para llevar de viaje y evitar -con mayor o menor éxito- ser contacto estrecho.

Entre el chapuzón y los preparativos, la ruta. Y, claro, el capítulo musical de andar en la ruta, porque si no, a esta altura, ¿qué hago escribiendo de todo esto en este newsletter? Escuchar música en la ruta es una oportunidad para, por lo menos, tres cosas.

La primera: en tiempos de estar suscriptos a no sé cuántas plataformas, donde nuestro pulgar ejerce el voto pero el algoritmo ejerce EL PODER REAL y nos lleva para donde le parece, la ruta es perfecta para evitar el salpicón y escuchar un disco de pé a pá, como lo pensaron los músicos que lo crearon y como estábamos acostumbrados en la época de ir a Musimundo, arrancar el celofán, y seguir el orden de las canciones con el librito en la mano. No es que todo tiempo pasado sea mejor -aunque a esta altura habrán notado que a veces el Cuchá Cuchá puede ser un poco nostálgico- pero a veces ir en ese orden y no a los saltos se parece a desacelerar un poco, y para acelerar están los que andan pasando autos por la banquina. Mientras tanto, vos te reencontrás con una canción que no fue corte de difusión ni hit, que no escuchás hace diez años, y que te emociona más de lo que imaginabas. De Circo Beat, Dejarlas partir, de The Joshua Tree, Red Hill Mining Town, del vivo de Los Abuelos en el Ópera, el instante milagroso en el que Costumbres argentinas se engancha con Himno de mi corazón.

La segunda: la ruta es espectacular para descubrir cosas de las canciones que siempre estuvieron ahí pero que nunca habías escuchado, o que te habías olvidado. Coros que arman una melodía hermosa y que en el ruido cotidiano quedaban escondidos, un solito de guitarra, un rulo de batería. No sé si son las ventanillas cerradas, que aíslan de cualquier ruido molesto, o que la atención está puesta en manejar, una actividad en la que hay que concentrarse pero que no requiere pensar. lo más parecido a meditar que logré en 36 años. La cosa es que se escucha distinto -y mejor- a cuando escuchás en la vida cotidiana. 

La tercera: casi en ningún lado -la ducha pica en punta, algún día habrá que hablar del baño y la música en este espacio- se canta como en un auto que circula por la ruta. Thelma y Louise no están en un embotellamiento y eso es porque el director sabe que ningún alarido se parece al que se pega a 120 kilómetros por hora. Cuanto más te sabés la canción, mejor la gritás en la ruta. Sirve para “más, me das cada día más, aleluya por el modo que tienes de amar” y también para “no hay merienda si no hay capitánnn”. Lo único importante es que sea una que llevás en el corazón. Si sí, vas a sentir que el motivo principal para seguir manteniendo un auto son esos gritos pelados que combinan tan bien con el sol, con los girasoles, con los carteles de una marca de galletitas que ni idea pero que se fabrican en Miramar, con el parasol metalizado del auto que acaba de pasarte y con la sonrisa de la nena que te saludó. Vas a sentir que ojalá alguien te estuviera filmando.

Y encima, cuando te quieras dar cuenta, vas a estar más cerca de la orilla.

JR

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