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Intentará ser un correo al que los suscriptores le den Play. Una vez cada dos semanas llegará a la bandeja de entrada algo que a Julieta Roffo, su autora, le entró por un oído y, en vez de salirle por el otro, le salió por un texto. Habrá música pero también habrá ruidos, canciones y sonidos de los que sabemos todos y, ojalá, de los que sorprendan a los lectores. A lo mejor resulta bien.

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Koto, yo te conozco

Babasónicos en los años de Jessico.

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Leer este texto te va a llevar lo mismo que escuchar dos veces Deléctrico. De manija nomás, en unos párrafos entenderás.

No sé a cuántos kilómetros de Lugano estás leyendo este Cuchá Cuchá pero le apuesto en dólares a Google Maps que yo te consigo la manera más rápida de llegar, mirá: un golpe seco de tambor, cinco, seis, en realidad siete repiqueteos que hacen un sonido metálico, parecidos a unos flechazos de los que te vas a acordar para siempre, y ya vas entrando al barrio. Ahora unos sintetizadores, un rasguido de guitarra cada tanto y, como si te envolviera, un coro que repite “ahh, ahhh, ahhhh, ahhhhh” cada vez más subido de tono. Hasta que se calla de repente porque sólo importa la voz que dice: “Ella va a salir esta noche dejando atrás su vanidad, quiere gustar y ser gustada, sentirse deseada, bailar y bailar”.

No sé a cuantos kilómetros de Lugano te encuentra este párrafo pero tardaste 57 segundos en llegar a la cima de la Torre Espacial del Parque de la Ciudad y, esto es lo más importante del viaje, te llevó menos de un minuto meterte en Jessico, ese disco al que Dárgelos le puso nombre trans once años antes de que se aprobara la ley de identidad de género. ¿Ya meneaste la cadera? ¿Ya pensaste que, bailes como bailes, el frontman de Babasónicos es mucho mejor que vos? ¿Ya confirmaste que a nadie le queda tan bien emplumarse?

¿Qué hago acá hablándote de Jessico? En principio, cumplo con una de las costumbres que el periodismo arrastra casi como esas cajas que, aún sin abrir, sobreviven a todas las mudanzas: recordar los aniversarios redondos. Jessico cumplió veinte años y, sólo por eso y nada menos que por eso, la banda y PopArt, la discográfica que los edita justamente desde ese lanzamiento, publicaron Tan freak y tan popular, un podcast de nombre perfecto en el reconstruyen la publicación del disco, un quiebre total en su destino.

Una vez alguien me dijo que Revolver, de The Beatles, es el disco que equivale al momento exacto en el que pinchás la yema de un huevo frito y empieza a chorrear: todo eso que estaba contenido y que, además, es lo más rico, finalmente aparece, se derrama, se vuelve incontenible. Bueno, para mí que Jessico es cuando Babasónicos pinchó su propia yema.

Pero sobre todo hablo de Jessico porque en las últimas semanas hice lo que, estoy segura, también hicieron varias y varios de ustedes en sus casas: vi Okupas, esa crónica del derrumbe anunciado que nos agarró demasiado jóvenes como para ser quienes pelearan los ahorros en el banco o la olla en la calle, y que ahora nos agarra tutores y encargados de nosotros mismos, con todas las posibles crisis -las sociales, las económicas, las personales- asomando la cabecita sin que intermedie ningún escudo humano.

De los datos que escuché y leí sobre Jessico para esto que ahora (te) escribo, agarro tres para meter un poquito de contexto. La semana que el disco salió a la calle, a fines de julio de 2001, Tower Records se fue de la Argentina. En el transcurso de ese mes, Musimundo cerró dos semanas todas sus sucursales para intentar poner sus cuentas en orden. El 20 de diciembre de ese año Fernando De la Rúa se fue de la Presidencia de la Nación en helicóptero y Nora Lezano les sacó a los Babasónicos la foto de tapa del suplemento No de Página/12 porque Jessico había sido votado Disco del Año. Diego “Uma” Rodríguez no salió en la foto porque se había quedado custodiando la casa-estudio-de-grabación que la banda tenía en Tortuguitas para que no la saquearan. Los que sí salieron en la foto decidieron no sonreír: había muertos en la calle.

Entonces, efeméride mediante, hablo de Jessico sobre todo porque un disco que en el medio de todo eso que cuentan esos tres datitos arranca y sacude un hedonismo del tamaño de “cómanse a besos esta noche, total nadie lo va a notar” me parece un poco el cafecito que se toma el perro del meme en el que todo se incendia y hay que aferrarse a alguna cosa para poder decir “this is fine”.

“Fue una época muy oscura, un contexto en el que nadie apostaba por la diversión, y nosotros respondimos con mucha alegría. Jessico es un disco que te protege del afuera, de la realidad”. Diego Tuñón, el tecladista de Babasónicos, dice algo de eso en el podcast y otro poco en el documental Una historia de rock en tiempos convulsos, que se ve enterito en YouTube.

Tuñón es el responsable de que “Los calientes” no haya sido la balada lenta que Dárgelos había imaginado: buscó sampleos hasta el cansancio en Napster -levantá las sotitas que se te cayeron, dale- y, cuando encontró los que le gustaban, los acomodó para que la balada se convirtiera en una de bailar (y bailar).

De lo que Tuñón no fue responsable -tampoco el resto de los integrantes de la banda- fue del corte con el que PopArt salió a promocionar Jessico. “Para nosotros era ‘Los calientes’, sin ninguna duda, pero por primera vez no nos metimos con esa decisión”, dice Dárgelos en el documental. La cosa es que los directivos de la discográfica escucharon el rasgueo oriental con el que empieza “El loco”, ese que parece que se mete en un templo asiático pero resulta que va y se mete en el Top 3 de todas las radios argentinas durante un semestre, y dijeron: “Es por acá”.

El rasgueo tiene un historión detrás. Resulta que cuando Menem era presidente, el Estado de Japón le regala un koto, que es el instrumento nacional de ese país y que es de la familia de las cítaras. Menem, sin saber mucho que hacer con él (?), le regala el koto a Charly García y Charly lo deja tirado en un depósito de Circo Beat, el estudio al que Babasónicos fue a mezclar Jessico. Fito, el dueño del circo, les dice que revuelvan el depósito y usen lo que quieran de ahí. Gabo Manelli, el primer bajista de Babasónicos, encuentra el koto y se obsesiona con inventarle un rasguido a la melodía que “Uma” se había despertado cantando un tiempo atrás y en la que Dárgelos apiló palabras como “lupanar”, “volutas” y “díscolo” en un par de minutos. Gabo insiste, insiste, insiste, y lo saca, y lo graba y pone un koto a sonar en Rock & Pop. Y vos, que tal vez te estás enterando ahora de cómo se llama la máquina de hacer ese ruidito que te sabés de memoria, le acabás de entender el nombre a este Cuchá Cuchá. Ojalá estés sonriendo.

Apunté más sobre Jessico. Que la canción que estuvo más cerca de quedarse afuera del disco fue “Fizz”, porque la votación en la que todos los integrantes decidían si sí o no fue demasiado peleada. Que hubo alfajores para sobornar a favor del sí y que Manelli, sólo porque le costaba el riff de bajo, la prefería afuera, eventualmente en los lados B. “Hubo corrupción”, admite Dárgelos, impulsor del voto positivo, en el documental. Se coló la canción que habla de colarse en una fiesta: maravilloso.

También aprendí que la que iba de cajón al disco era “Deléctrico”, una mezcla entre chiste interno y anécdota ajena. Gabo había sido el de mejor desempeño de todos los que habían estudiado en la escuela industrial. Mientras el baterista, Diego “Panza” Castellano, se ocupaba de acustizar el estudio que construyeron en Tortuguitas, Manelli -que moriría siete años después- estaba a cargo de las instalaciones eléctricas. Por sus habilidades lo apodaron “Deléctrico” y lo de “¿va a venir? ¿no va a venir?” fue un coro que improvisaron entre “Uma”, “Panza” y Dárgelos una tarde de impaciencia ante la impuntualidad de Gabo.

La otra parte es culpa (?) de un patovica de Attaque 77: resulta que Ciro Pertusi le contó a la voz de Babasónicos sobre la vez en la que el custodio se impacientó con un fan insistidor que quería fotos con la banda sin esperar a que terminaran de comer. “Le dijo ‘flaco, ¿qué parte de no no entendés?’”, se acuerda Pertusi en el documental, y dice: “Y bueno, Adrián, que hace una letra con cualquier cosa, agarró y escribió ‘Deléctrico’”.

De Deléctrico sé esto: que cuando se pueda hacer una fiesta con todos nuestros amigos, sin ningún barbijo y ninguna distancia social, la pondría primera, antes que ninguna otra. Que esas cuerdas tipo western de Mariano Roger alcanzarían para levantar a todos los sentados, para dejar rápido el vaso en la mesa o levantarlo bien alto, para decir “boludo, escuchá este temazo” y para que la fiesta se dé por realmente empezada. Que si la pusiera de nuevo al final de la noche, con el sol anaranjando encima nuestro y el incendio pandémico apaciguado alrededor, la bailaríamos hasta el último ruidito. Hasta que la voz distorsionada de Roberto Galán nos dijera “es usted el que debe dominar al disco” aunque eso fuera mentira, porque a esa altura Jessico ya tiene las llaves de tu casa guardaditas en el bolsillo. Que miraría alrededor y pensaría “this is fine”.

Hablo de Jessico para que tengamos a mano esas ganas de seguir bailando a pesar de cualquier derrumbe que Babasónicos envasó en doce canciones. Todas no perecederas.

JR

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