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Intentará ser un correo al que los suscriptores le den Play. Una vez cada dos semanas llegará a la bandeja de entrada algo que a Julieta Roffo, su autora, le entró por un oído y, en vez de salirle por el otro, le salió por un texto. Habrá música pero también habrá ruidos, canciones y sonidos de los que sabemos todos y, ojalá, de los que sorprendan a los lectores. A lo mejor resulta bien.

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El viaje a Portugal que cambió la música argentina

Ariel Ramírez, creador de la Misa Criolla, es el señor alto de anteojos. Lo acompañan Los Fronterizos y el coro con el que estrenó la obra en Alemania.

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Leer este texto te va a llevar lo mismo que escuchar Gloria, el hit de la Misa Criolla, en la versión que grabaron Mercedes Sosa y Jaime Torres. La rompe toda.

Elizabeth y Regina Brückner eran hermanas. Porque compartían apellido y, sobre todo, crianza, pero también porque eran monjas en un convento de Würzburg, en Alemania, y así las llamaban a ellas y a sus compañeras. Antes de servir en Würzburg, las chicas Brückner habían pasado algunos años como monjas en Portugal y eso las convirtió en portadoras de un saber exclusivo una vez que se instalaron en el convento alemán: más o menos, sin grandes brillos, casi pichuleando, entendían español y podían hacerse entender en español.

Ariel Ramírez, compositor, pianista y uno de los músicos más enormes de los sonidos tradicionales argentinos, andaba por Europa a principios de la década de los cincuenta del siglo pasado, que es el siglo en el que nos criamos aunque leerlo así tan de repente nos haga salir un par de canas más. El santafesino usó Roma de base de operaciones en esos cuatro años de gira, pero anduvo movedizo entre distintos países y, muchas veces, se alojó en conventos. Un poco porque era más barato y otro poco porque era más tranquilo.

Cuando llegó a Wurzburg, después de muchos meses de arreglarse bastante bien hablando italiano, no entendía nada y no lograba hacerse entender con los curas que vivían allí. Pero en la cocina del convento encontró a Elizabeth y Regina, que preparaban la comida para todos y que podían, más o menos, conversar con él. La cocina se convirtió en casi el único lugar al que Ramírez iba cuando no estaba en su habitación.

Por la ventana de la cocina se veían dos cosas: un pedazo de bosque que en invierno se cubría de nieve y una casona enorme que a Ramírez le parecía tan hermosa que, dijo alguna vez, le daba la sensación de “estar un paso más arriba de la tierra”. La casona era parte de la edificación del cementerio judío de Wurzburg y se había usado, diez años antes de la estadía de Ramírez en el convento, como campo de concentración de las familias judías de ese rincón alemán durante el nazismo. Era el paso previo a que, en trenes o en las larguísimas marchas de la muerte, unos 2.500 judíos de Wurzburg fueran enviados a campos de exterminio.

En pleno Holocausto, prestar cualquier tipo de ayuda a los judíos se castigaba habitualmente con la horca. Y sin embargo, Elizabeht y Regina usaban la cocina de su convento todas las noches para preparar más comida que la que requerían sus compañeras y los seminaristas, y la acercaban a uno de los alambrados del cementerio devenido en campo de concentración.

Ellas mismas le contaron sobre esas noches a Ramírez: fueron ocho meses de empaquetar comida hasta que, cuando ya nadie levantó el paquete que dejaban en el alambrado, entendieron que el nazismo había decidido trasladar a sus prisioneros directamente hacia la muerte.

¿Qué hago contando todo esto acá? Casi 3.000 caracteres y ni un acorde.

“Al finalizar el relato de mis queridas protectoras, sentí que tenía que escribir una obra, algo profundo, religioso, que honrara la vida, que involucrara a las personas más allá de sus creencias, de su raza, de su color u origen. Que se refiriera al hombre, a su dignidad, al valor, a la libertad, al respeto del hombre relacionado a Dios, como su Creador”, contó Ramírez. 

Con toda esa inspiración, ese ímpetu, Ramírez se mandó la Misa Criolla, una obra que dura más o menos quince minutos y que lleva durando 57 años, desde su lanzamiento en 1965 hasta que te llegó este mail. Para ver qué hacer con esas dos musas de español acotado y creencias profundas, a Ramírez se le ocurrió conversar con un cura, Antonio Osvaldo Catena, amigo suyo desde la juventud y, al momento de poner en marcha la composición, presidente de la Comisión Episcopal para Sudamérica. Catena fue quien le sugirió a Ramírez que compusiera una misa que se sostuviera en géneros musicales de distintas regiones argentinas. En ese momento, que las misas todavía eran generalmente dadas en latín, mezclar una vidala, una baguala o una chacarera con la Biblia y la liturgia parecía bastante novedoso. Incluso lo suficientemente innovador como para que Atahualpa Yupanqui decidiera ser el socio inversor en la gira que Ramírez hizo por el noroeste para conocer en profundidad sus músicas e inspirarse.

¿La discográfica metió la cola? Por supuesto que sí. No le podía falta ese condimento que siempre le suma épica a alguna banda o a algún disco. Phillips, que a mediados de los sesenta publicaba la obra del santafesino, lo llamó para proponerle la reedición de su dúo con Jaime Torres, de piano y charango, que había sido un éxito. Ramírez, que tenía la Misa Criolla casi terminada y a Los Fronterizos y la cantoría de una basílica listos para poner sus voces, cantó retruco y propuso su nuevo proyecto. “Si me garantizás que vendés más de 2.500 discos, lo hacemos”, le dijo el presidente de la discográfica. La Misa Criolla, que salió a la venta pocos días antes de la Navidad de 1965, vendió esas 2.500 copias en su primer día en la calle. Ahora, que pasaron casi sesenta años, ya supera las diez millones de copias. Así que el espíritu del presidente de Phillips debe andar contento.

Además de Los Fronterizos y los coros, Ramírez puso a Jaime Torres a tocar el charango, al Chango Farías Gómez a ocuparse de la percusión, a Raúl Barboza a tocar el acordeón y a Luis Amaya en la guitarra. Yo entiendo prácticamente nada de folklore pero te juro que estos eran un Dream Team. Después de Los Fronterizos, cuando la Misa Criolla ya había sacudido al mundo porque nunca se había hecho algo así -ni en castellano ni en ningún otro idioma-, la cantó Mercedes Sosa, José Carreras, Patricia Sosa y, hace muy poquito, Abel Pintos en el Teatro Colón.

De lo de Abel Pintos me enteré hace pocos días. Hacía zapping y en TN encontré un pedacito de la presentación de Pintos, justo a la altura de Gloria, que es el hit de la creación de Ramírez. La que dice, apoyada en un charango, en una centena de voces y en la historia de Occidente, “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres”.

No pude seguir cambiando de canal. Me puse a investigar, aprendí quiénes eran Elizabeth y Regina y agradecí el viaje a Portugal en el que aprendieron un poquito de español, y te mandé este mail.

JR

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