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Sobre este blog

A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.

Autora: Victoria De Masi

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La bala que no es para vos: al rescate de El Chiqui

El Chiqui, de Okupas.

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Una obviedad: los tiempos cambiaron. Lo que no es tan evidente es que la percepción del tiempo también cambió. De hecho, liquidé en dos madrugadas una serie que hace veinte años me llevó once semanas. ¿Iba los martes? Creo que sí. Los martes a la noche mi hermana y yo nos sentábamos frente al televisor de tubo en el living del departamento de Haedo. Era primavera, el ventanal estaba abierto de par en par. Oíamos la alarma del paso a nivel y el Sarmiento que pasaba. El tren y el trombón de la apertura, dos sonidos graves en simultáneo, y nosotras frente al televisor listas para ver Okupas.

Ahora es 2021. Ahora atravesamos una pandemia. Ahora extrañamos personas y rutinas de hace apenas un año y medio. El rewatch de Okupas me arrojó a la nostalgia más pura. A El Mocambo y la casa Yatay, en Morón, donde paraban los Nuca, Los Shambala, Los Yicos. “En Capital”, como decíamos los que vivíamos “en Provincia”, florecían los jacarandás y en Haedo, los tilos. Los tilos explotaban en el boulevard de Vignes. Okupas me envolvió en su perfume otra vez. Por qué Okupas sigue vigente lo cuenta Pablo Plotkin aquí: fue la matiné del colapso. Quizás lo que nos trae del pasado al presente sea la participación musical de El Mató. Santiago Motorizado le contó a Julieta Roffo que parte de su tarea en Okupas HD fue “pasar desapercibido”. Tamara Tenenbaum se refiere aquí al personaje en apariencia central, Ricardo Riganti.

Ricardo es un caído del catre pero no del sistema, un boludo, porteño y adorable. A través suyo explorábamos un mundo que a los clase media nos parecía lejano y reglado por unos códigos que conocíamos de lejos. (Ah, la clase media de aquellos años: gozó de la miel tramposa de los noventa, se hizo la sota hasta que le confiscaron los ahorros y tuvo que laburar tres veces lo que trabajaba en una para pagar apenas media olla.) Ricardo tiene apodos: Ricky, Richard. Sergio es Pollo o Pollito o Pollín o Negro. Walter también es “el rolinga éste”. Chiqui, en cambio, reafirma su apodo cuando alguien lo llama por su opuesto, “Grandote”.

Entonces, Chiqui, personaje interpretado por Franco Tirri. Es el pibe que liga a los amigos, el puente que une esas cuatro islas. Chiqui es el que está al costado de la foto, el que se hace llamar “Oso” para conseguir que una chica se fije en él mientras el resto “no moja”. Es el pibe que lleva un rosario colgado al cuello y va contando su historia de a poco, y su historia es un drama pero jamás un golpe bajo. El Chiqui limosnea en la calle con el mismo desparpajo con el que ofrece sus monedas en la mesa de amigos cuando hay que hacer una vaquita para sobrevivir. Porque El Chiqui sabe que en la Ley del Más Fuerte el hombre prima, y por eso le da de comer al grupo. Es, al cabo, su cordón umbilical.

El Chiqui es el sabio sin audiencia, salvo nosotros que vemos que entra en un kiosco y pregunta si es posible saber qué viene adentro del Kinder antes de abrirlo. No hay ingenuidad en esa pregunta. Todos y todas, arriesgo, cuando teníamos 17, 18, 20 años, es decir en los 2000, queríamos saber qué nos deparaba el destino antes de asumir la experiencia de la adultez. Todavía éramos “los mantenidos”. Las chicas nos defendíamos de las afrentas, miradas y comentarios de los varones, chabones que se medían la poronga porque eran víctimas de lo mismo que ostentaban. En el fondo, ahí donde se juntan las verdades que nos cuestan, sospechábamos que salir a la vida era someterse al negreo: al negro de la pasantía, del call center, de la repartija de volantes, del delivery, de las encuestas callejeras.

Si esta es la era de confirmación yoica -yo soy, yo quiero-, los años de Okupas eran los de las preguntas -quién soy, quién quiero ser-. Años en los no dependíamos del teléfono celular. Aún no sabíamos que ese aparato era un tridente -inmediatez, big data, tecnología- que nos confirmaría una y otra vez que la diversión siempre está en otro lado, nunca donde estamos. Era la época del prensado, la época en la que se podía manguear un pucho en la calle sin vergüenza: “Disculpá, ¿te sobra un cigarrillo?”. Ciudades con deseo, a pesar de todo.

Y nosotros, que salíamos de la adolescencia, estábamos asustados. Nos brillaban los ojitos. Nuestros cuerpos eran selvas que querían salvarse del eco de los tiros, como más o menos dice la letra de Sr. Cobranza, un himno en la alborada del nuevo siglo. Mientras cantábamos contra el Estado, el Gobierno, lo que sea que estuviera por encima, nos preocupaba no poder cumplir las expectativas más cercanas, la de nuestros padres. ¿Era posible si todavía titubeábamos ante la pregunta “qué vas a estudiar”? Algunos teníamos que responder dos veces: también somos la generación de los padres separados. Pero Chiqui estaba a salvo porque había perdido tanto que no tenía qué perder. La excepción fue la novedad: su nuevo grupo de pertenencia.

¿Cuál de los amigos de Okupas creés que sos? ¿Cuál te gustaría ser? Pero… ¿Cuál sos? Hay un poco de todos en cada uno, pienso. Incluso de la vecina que advierte sobre la ilusión de la casa tomada: apenas unas vacaciones raras. Incluso de la prima que flashea con El Pollo: nuestra ESI y educación sentimental, una calentura que hoy nos interpelaría desde la cuestión de clase. Había menos pdfs en esos tiempos. Para saber dónde estamos tenemos que entender de dónde venimos. En ese sentido, Okupas también funciona.

El domingo, la madrugada en que liquidé la serie, fueron y vinieron audios larguísimos. Mi amiga Ana, que no la había visto y la arrancó con prejuicios varios, terminó “conmovida” y con ganas de volver a verla. Mi amiga Juli quedó “agobiada, regulando, pensando cosas”. Mi amiga Gi vio dos capítulos: “Recordé esa época, los desalojos y la vida sin esperanza, y me dio tristeza”, dijo. Todas tenemos más o menos la misma edad. A todas Okupas nos dejó una sensación que perduró horas. Eso mismo que pasa con los buenos textos, esos que no vencen, que cada tanto se te cruzan mientras hacés algo que no tiene nada de espectacular, como lavar los platos o viajar en colectivo. Okupas nos habitó porque ya la habíamos visto y porque la habíamos vivido. Como preguntará Chiqui en algún momento: “¿Estamos en casa?”

VDM

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A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.

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