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Sobre este blog

A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.

Autora: Victoria De Masi

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Del puesto de diarios al portal de noticias: entre el F5 y los canillitas

Puesto de diarios.

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Vivo en una frontera difusa, entre Villa General Mitre y Paternal. Mi barrio se va gentrificando de a poco. Avanza, lento y en silencio como el moho, todo lo que ya se instaló en Villa Crespo, en Palermo y en Colegiales. Una casa de ochava, antes tapiada por el abandono, puede convertirse en un par de meses en un café de especialidad. Un local que pudo haber sido una panadería hace dos décadas, ahora es un taller de cerámica. En las vidrieras donde hubo pan y masas finas, cajas de bombones encintadas y suvenires con gibre y plumas, ahora se exhiben piezas únicas, esmaltadas a mano. Eso que fue un taller mecánico, ahora es un atelié. Y así. Y así.

El domingo corté la tarde con una merienda. Hacía tiempo que quería probar el café y la pastelería prometedora que instagrameaba una confitería abierta hace poco en el barrio. Cada vez que iba, me topaba con una fila de gente a la espera de que se liberara una mesa. Entonces pasaba de largo. Pero el domingo me mandé. Eran casi las cuatro y el lugar explotaba de gente. Di con una silla en un lugar, intuyo, un poco inventado. Me senté a una mesa, debajo de una estantería donde apilan azúcar mascabo, servilletas, cucharas, platitos, plantas. Y ahí, frente a mí, estaban uno sobre otro los diarios del día. Triolet clásico: Página/12, Clarín y La Nación. Un arco narrativo. 

Pedí un café con leche y me adueñé de la pila de diarios. Eran las cuatro de la tarde, decía, y los diarios estaban intactos, lisos, armados, plegados, impolutos. Ni una arruga, ni una mancha de café, ni una página arrancada. Hice, rápidamente, dos lecturas. La primera fue “qué bueno todo esto solo para mí”. La segunda, inmediata, fue “che, nadie los agarró, los tocó, los leyó”. Confieso que me robé una página de La Nación porque me interesaba una nota escrita por Germán de los Santos, periodista al que sigo porque su trabajo es admirable, se mete ahí donde nadie quiere. Germán viene contando cómo se transformó la ciudad en la que vive. El no habla de gentrificación sino de narcotráfico.

¿Qué pasa con los puestos de diarios?

Pero los diarios: los diarios. Ayer llamé a Carlos Vila, secretario del sindicato de Vendedores de Diarios y Revistas de la Ciudad Autónoma y Provincia de Buenos Aires, el sindicato de los canillitas. Y me enteré de varias cosas. ¿Por qué le dicen “canillitas” a los vendedores de diarios? De otro lado del teléfono, a Carlos Vila lo tomó la nostalgia. Me habló de una obra de Florencio Sánchez, escritor uruguayo radicado en la Argentina. El personaje de la historia es un chico de quince años que vende diarios para aportar dinero a la familia. Las bermudas que usaba dejaban al descubierto sus piernas, las canillas. De ahí, “canillitas”. El origen de los nombres siempre me conmueve.

Después fui al grano: ¿Qué pasa con los puestos de diarios? “Antes de la pandemia había 4.800 kioscos de diarios abiertos. Ahora hay unos mil menos, 3800. La mejor época fue a fines de los ochenta y los noventa, con 7.500. En ese momento vendíamos 4 millones de diarios por día. Después desaparecieron las ediciones vespertinas de Crónica y La Razón. Es que se instaló una idea equivocada, la que dice que el diario que vale es el que sale a la mañana. La cantidad que antes vendíamos por día, 4 millones, ahora lo vendemos por mes”, responde Carlos. El sindicato que integra abarca la Capital Federal hasta el tercer cordón del conurbano. Carlos tiene 65 años y es canillita desde los 15, igual que el personaje de Florencio Sánchez. Le pregunté si el oficio de canillita está en extinción. No me dijo que no, pero el avance digital hace que no se incorporen nuevos trabajadores. “Y la mitad de los canillitas arañan el salario mínimo”, agregó.

Al menos en la Ciudad de Buenos Aires, los puestos de diarios ya no rebosan de papel sino de juguetes en miniatura: autitos, muñequitos. O sahumerios o plantas. Los diarios del día quedaron relegados a unas mesitas que ponen al costado. Pisan las tapas con una piedra para que no se vuelen los ejemplares. Recuerdo cuando las exhibían a pleno: en el frente del puesto, un diario al lado del otro o en una soga colgados con broches. A mí también me abraza ahora la nostalgia.

“Lo de los autitos y muñequitos no es de ahora. Lo introdujo (la editorial) Atlántida a fines de los ochenta con la revista Teleclic, que venía con un adicional. Una idea traída de Europa. En Italia, donde fueron pioneros, la edición te venía con una muestra gratis de perfume. Acá, Noticias añadió colecciones de ópera, tango y rock, entonces la revista te venía con un CD. Después La Nación y Clarín armaron clubes de lectores, entonces sumábamos al kiosco los libros de bolsillo. O cacerolas. En una semana repartíamos 40 mil cacerolas con los suplementos de cocina”, siguió Carlos. Hay otras versiones: que el adicional empezó con Caras y una colección de CD de música, y que Gente se acopló rápidamente. A veces, de esto me acuerdo, venía un sobrecito de shampoo.

Durante la charla largué una pregunta al aire, sin esperar una respuesta de Carlos: ¿Qué importaba más, la cacerola o las noticias? Pero Carlos respondió: “La distribución es lo importante. Los canillitas llegamos adonde nadie llega con la logística”. Junto a las industrias de medios gráficos, y los y las periodistas que la componen, los canillitas son un eslabón fundamental en la cadena de consumo noticioso. Pero la venta viene cayendo. Cae rápido, cae estrepitosamente. 

Carlos, sin embargo, es un entusiasta. Más tarde me enviará un link. Lo abro. El título es “Los diarios en papel son el futuro, según una experta”. La publicó La Nación el 18 de agosto de 2018, hace casi cinco años. La experta en cuestión es Iris Chyi, profesora en la Universidad de Texas. Ese año, propuso a la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA) priorizar las ediciones impresas. “El diario digital no logra ser percibido como un producto que está a la altura del diario impreso. Es considerado inferior en parte porque históricamente fue gratis, y lo gratuito tiende a ser considerado de menor calidad. Pesan también cuestiones físicas: difícilmente la experiencia de lectura en una pantalla sea igual de placentera y relajada que en el papel”, decía Chyi.

Información a toda hora para “una ciudad letrada”

Esto que sigue no está en Internet. En 1913, según datos de la Guía Periodística Argentina, en Buenos Aires se imprimían a diario 520 mil ejemplares. La Prensa, La Nación y La Razón, en ese orden, eran los de más tirada. Transcribo aquí unas líneas de Regueros de tinta, una investigación de Sylvia Saítta sobre el diario Crítica, pero el Crítica de la década de 1920. Dice así y me parece hermoso: “No sólo había una alta oferta de información a toda hora del día, sino también una masa de lectores ávida de noticias, perteneciente a todas las clases sociales. El crecimiento significativo de la oferta en los horarios vespertinos ratifica la demanda de nuevos sectores de público que, a partir del impacto de la enseñanza pública y las campañas de alfabetización, quedan incorporadas al mundo de la ‘ciudad letrada’”.

Saber leer. Tener para leer. Poder tocar la lectura. Noticias con textura, con olor a tinta. Pero bueno, vamos, vamos que es el año 2023 y ahora le damos F5 al portal de noticias. Indoloro, porque no huele ni duele, todo pasa liso frente a nuestros ojos. Todo pasa liso y todo pasa rápido. Una autopista de scrolleo que la memoria apenas capta. Tomaremos de ahí el material que luego será ironizado y/o editado con Paint en las redes sociales.

A favor, el diario del domingo que antes quedaba en una discusión de sobremesa ahora se nos comparte, es decir, yo puedo enterarme en redes sociales qué opina un usuario -que no siempre es un lector- sobre aquello que escribí. En contra, las redes sociales rara vez amplifican sentido; si no sucede, ocurre lo contrario: la nueva conversación consiste en no hablarle a nadie.

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PD. Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920 fue editado en 2013 por Siglo XXI. El precio al que lo compré está, por supuesto, desactualizado. En la web se consigue a poco más de 5 mil pesos.

PD2. Remiendo aquí un error que cometí en la entrega del newsletter: Teleclic era la revista editada por Atlántida y no por Perfil.

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A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.

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