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Sobre este blog

A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.

Autora: Victoria De Masi

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Venceremos

Susana Giménez.

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Ahora, en la noche y al filo, en la víspera de nuestro día, el Día del Periodista, renuevo mi compromiso con la profesión que elegí, que elegimos. Lo hago después: después de que se me cayeran tres notas (hoy). Lo hago aunque: aunque esa fuente con la que necesito chequear un dato me haya mandado a la mierda (hoy también). Llevo 18 años en el mercado laboral periodístico. Siempre ocupé el mismo puesto. Soy redactora, el cargo más bajo de la escala jerárquica dentro de una redacción. Dos veces pedí aumento, la primera vez me dieron 4% (esto es real), la segunda, 10%. Ni una sola vez pedí un ascenso. Tampoco me lo ofrecieron. No importa. Yo tomé la comunión con el oficio y voy confirmar la fe. Estos son mis motivos. 

Me autoafirmo en el periodismo porque a pesar de seguir sumando millas, cada vez que me piden una minibio -es decir, una breve presentación- no agrego sino que saco cosas. Aspiro a un currículum vitae miniatura, como un haiku. Editar el CV hasta que no quede nada, excepto mi nombre y de qué trabajo. También renuevo los votos porque entendí que cada cien notas que uno propone o que a uno le encargan, una -y solo una- va a ser una experiencia inolvidable. Con el resto, sigo haciendo mis cimientos, sobre esos cimientos construyo mi casa, mi casa de sólida piedra. Será un lugar modesto y luminoso. El viento feroz que me crió en el Sur no se atreverá a cubrirlo con su mano. 

Digo que sí, que sigo queriendo, porque anteayer me llamó un hombre al que venía buscando hace un mes. Se trata de alguien que no quería ser encontrado. “Hola, ¿hablo con Victoria De Masi?”. “Sí, ¿quién es?”. “Victoria, qué tal, soy…”. Y los segundos que siguieron a su nombre no los recuerdo. No los recuerdo porque me tomó por completo esa sensación intransferible, la de la misión cumplida, la de la tarea hecha. Muchos de ustedes, que leen este newsletter y son periodistas, saben perfectamente a qué sensación me refiero. Fue una conversación larga y amable. No obtuve la entrevista, pero antes de colgar el hombre y yo nos deseamos cosas buenas. Yo lloré un poquito. No por no conseguir la nota, sino porque de eso se trata esto. De buscar y buscar, de buscar y encontrar

“Soy periodista”, respondo si alguien pregunta de qué vivo. No tengo respuesta para la pregunta que sigue: “¿Periodista de qué?”. Estupor y temblores. No logro afinar la técnica. Digo que escribo, digo que no hago ni política ni economía ni deportes ni espectáculos ni cultura ni opinión ni crítica. Digo que hago “información general” que, por supuesto, no se entiende porque información general es todo y es nada. Me siento un médico rural que ataja chicos con fiebre y hace lo que puede. Pero lo cierto es que no soy especialista en nada. Hoy conviene ser especialista en algo. Esto último lo dije en voz alta y luego lo escribí. Es un consejo.

Especializado como Ezequiel Fernández Moores. Por él también soy periodista. Ayer vi pasar en Twitter un corte de su participación en un programa de El Destape. En nueve minutos, Ezequiel hizo tres cosas en simultáneo: informó sobre actualidad deportiva, hizo una necrológica oral del Flaco Ferrari y dio una clase de periodismo. Las hizo en vivo, en directo, sin titubear. Me retracto: no hizo tres cosas, hizo una. Enhebró una aguja y fue zurciendo los temas con un hilo invisible. Lo hizo de una manera brillante. 

Hoy hay que ser más periodista que nunca porque los poderosos de este siglo no se deschavan en tapas de revistas. Al Poder hay que ir a desenmascararlo, sacarle el velo: ¡acá tááá! Y también hay que asumir el riesgo que eso implica. El riesgo puede ser una amenaza, un llamadito al jefe, una cartita documento, una fuente menos, esa entrevista que te prometieron y ya no será. El Poder de ahora no se muestra, está oculto bajo la turba, es un IP. El Poder de ahora es barrani

Poderoso también es el algoritmo y la métrica a la que somete SEO a nuestras notas. Poderosas son las reglas de las redes sociales, contratos que firmamos como bobos. Poderoso es Google. Y el ChatGPT. “Hasta mi conocimiento de corte en septiembre de 2021, no tengo información específica sobre declaraciones de Susana Giménez acerca del padre Julio César Grassi”, me contestó el ChatGPT cuando le pregunté qué había dicho la conductora sobre el cura. El programa no recuerda que Susana dijo a los medios que el delito por el cual detuvieron a Grassi -abuso sexual y corrupción de menores-. “se sabía hace mucho”. El robot tampoco sabe que la conductora lo increpó en su propio programa: “Pero padre, ¿qué se está construyendo? ¿Un Sheraton?”. Grassi había ido a pedir plata para Felices Los Niños. Susana siempre fue así. ¿De qué se sorprenden?

 Esto comunicaron a sus periodistas y editores, la editora Jefa de Reuters, Alessandra Galloni, y el editor de Ética de la agencia, Alix Freedman: “Reuters aprovechará la tecnología de inteligencia artificial para respaldar nuestro periodismo cuando estemos seguros de que los resultados cumplen consistentemente con nuestros estándares de calidad y precisión, y con una supervisión rigurosa por parte de los editores de la redacción”. Nosotros, nosotros tenemos que volver a ser poderosos. El ChatGPT es una máquina que toma información del pasado, pero no tiene memoria.

No sólo hay que ser más periodista, sino mejor periodista. Hay que estar preparado para atender la demanda y la queja de las audiencias, que están más preparadas, que quieren debatir, que se imponen. Si antes nuestro jefe era el editor inmediato -al que le seguía una cadena interminable de mando-, ahora se multiplicó. Nuestro jefe es el jefe, el jefe del jefe, las audiencias y los buscadores. Yo solo quiero tener un ratito para terminar de leer ese perfil que escribió Janet Malcolm sobre una presentadora de noticias de los Estados Unidos que no conocía ni googleé porque no hace falta: el texto está tan bien escrito que no quiero ni soltarlo ni conocerle la cara a la conductora en cuestión.

Ahora, en esta noche y al filo, en la víspera de nuestro día, vuelvo a firmar al pie el contrato del oficio que me ocupa. Soy una militante del periodismo y no al revés, perdón: nunca al revés. Pero eso me llevaría otro párrafo y para qué, tantos años y sin embargo. Soy periodista porque elijo embarcarme en este río; un río que siempre es el mismo pero nunca es igual. Somos náufragos, somos nadadores, somos timoneles. Tiramos la caña y si no pica no comemos. Pero mañana quién sabe, si al final este trabajo da revancha. Sí, da revancha. No falla.

Lo que me gusta del periodismo es que me habilita a encender el grabador y hacerle preguntas a un estafador, a un violador o a un asesino. Me sienta frente a personas que están en las antípodas de mis valores (y ellos jamás lo sabrán). Me sienta frente a famosos que son… (y ellos jamás se enterarán). Me acerca a víctimas de todo tipo de violencias y me expone a todo tipo de violencias. El periodismo me metió en marchas históricas. Me puso delante de un edificio derrumbado por un escape de gas. Y me subió a un auto para cubrir un caso de una chica “a la que mataron por linda”. Me dio tiempo para escribir y me obligó a escribir cuatro notas por día. Me dio mails de jefes que me pedían más: más precisión, más foco, más calidad, más rápido. Hice lo posible por satisfacerlos hasta que me di cuenta de que, con argumentos sólidos, también puedo decir “no quiero”, “no sé”, “no puedo”

Tengo, sobre todo, inundaciones e incidentes viales en mi haber. Pero tengo, y esto es lo más importante, amigos y amigas que son parte de mi familia. Son personas valiosas que conocí en las redacciones o en la calle o en talleres y con los que puedo hacer, entre otras cosas, “chistes de periodistas”. A mí el periodismo me dio herramientas para tomar decisiones vitales, no sólo laborales. Sin brújula, me coloca. Me enseñó a escuchar, me enseñó a distinguir y me mostró los grises. Y me concedió un alivio extraño: yo no estoy acá para salvarle la vida a nadie. Estoy para ir en contra de todos, apretar donde duele y ver cómo sangra. 

Salud, camaradas.   

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PD. Esta entrega de Gracias por venir está dedicada a los y las compañeras del SiPreBA, nuestro sindicato, que a fuerza de lucha y resistencia lograron que la Justicia reconozca la personería gremial

VDM

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A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.

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