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Marcelo Guerrieri, escritor y presidente de la Unión de Escritoras y Escritores Entrevista
“Los escritores compramos tiempo para trabajar de escritores trabajando de otras cosas”

Marcelo Guerrieri

Julieta La Casa

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En la Argentina de la inflación, de insumos dolarizados y de falta de acceso a divisas los distintos actores de la industria editorial emparchan agujeros para sostener oficios, profesiones, mercados y, principalmente, la circulación de las ideas y de la información. Mientras se suman trabas a la rueda que hacen girar imprentas, editoriales, distribuidores, librerías y autores, esta industria cultural reclama medidas integrales para ser protagonista en la activación económica y en la democratización del acceso a la cultura.

El sector editorial se caracteriza por la diversidad de actores con necesidades que varían tanto como sus infraestructuras, y que están profundamente ligadas a su ubicación en el extenso y desigual mapa de la Argentina. Sin embargo, como se advertía con mayor urgencia hace solo unos meses cuando la falta de un insumo clave como el papel se veía agravada por el desconcierto nacional sobre las variaciones del dólar, las distintas voces que mantienen activo al sector reclaman desde lugares diferentes pero interdependientes. Sus demandas son particulares pero todos los caminos conducen a la necesidad de políticas públicas, sostenidas a largo plazo, que consideren a todos los actores de la industria. En diálogo con elDiarioAR, Marcelo Guerrieri, escritor y presidente de la Unión de Escritoras y Escritores, realiza un diagnóstico de las principales necesidades de los trabajadores y las trabajadoras de la palabra. Su actividad impacta en la creación de obras, en la visibilización de contextos sociales, en el acceso a la educación y en el vasto universo del que forman parte los derechos culturales. 

En el contexto actual, ¿cuáles son las principales necesidades que identifican en la industria editorial?

Cada uno, desde su lugar, aporta a sus necesidades. Desde la mirada de los escritores, necesitamos que se valore al escritor en tanto trabajador como un factor más de la industria editorial. Se suelen hacer estudios sobre ventas, sobre publicaciones, sobre distribución pero no hay datos sistemáticos sobre los ingresos de los escritores, por ejemplo. No hay estudios académicos, relevamientos sistemáticos, ni forma de saber cuánto gana un escritor, cuántos escritores viven de su trabajo. Un primer aspecto es entender que los escritores somos un factor de la industria editorial y como tales necesitamos tener información. Esa información es vital para después pensar políticas públicas. Lo que observamos en nuestro ámbito es que los escritores compramos tiempo para trabajar de escritores trabajando de otras cosas. Esa es la situación de precariedad general del trabajador escritor. Pensando que el texto es un insumo sin el cual no se puede hacer un libro, es paradójico que quienes proveemos el material para que la industria editorial tenga sus libros debamos trabajar de otras cosas para trabajar de escritores. Las políticas públicas, hasta ahora, no nos han pensado como un factor más dentro de la industria editorial, sino como un insumo que se consigue y que está disponible como si bajara del cielo.

¿De qué depende ese reconocimiento como trabajadores?

Primero, somos los propios autores los que tenemos que reconocernos como trabajadores y hacer valer nuestro trabajo. Después, las políticas públicas, que tienen que incluirnos. El mercado editorial actual, por cómo está configurado, no permite que los escritores vivamos de trabajar de escritores. El estado, en esta situación, tiene que generar políticas públicas para compensar lo que el mercado no está haciendo. Y después hay que transformar las relaciones laborales dentro de esta industria editorial para que los escritores tengamos ingresos suficientes. Vivimos de una cantidad de tareas diversas y los derechos de autor suelen ser una porción mínima de todos estos ingresos. En otros países, por ejemplo, hay políticas públicas de becas constantes a la creación autoral. Desde el Estado tiene que haber una una política sostenida, basada en datos que hoy por hoy no están. El Instituto del Libro sería un espacio justamente para debatir entre todos los actores y pensar políticas públicas a mediano y largo plazo que nos incluyan a todos: escritores, libreros, editores, distribuidores, imprenteros.

Un proyecto que se dilata

“El proyecto que presentó Daniel Filmus en el 2019, que había tenido un avance en la Comisión de Cultura, no se llegó a tratar en el recinto y cayó porque perdió estado parlamentario. Cuando se renovaron las autoridades, quedó sin nadie que lo siguiera. Nosotros veníamos participando del armado de ese proyecto con muchas críticas porque reproducía las desigualdades en relación con los escritores”, resume Marcelo Guerrieri. Durante la pandemia, la Unión de Escritoras y Escritores realizó un encuentro virtual al que convocaron a diputados, senadores, autores y del que participaron el ministro de Cultura de la Nación, Tristán Bauer, y el entonces ministro de Educación, Nicolás Trotta. Con el objetivo de poner el proyecto nuevamente en la agenda parlamentaria, consiguieron que lo retomara la senadora Cristina del Carmen López Valverde y que se le realizaran los cambios que proponían para el sector, aunque aún aguarda ser tratado en el recinto: “El 40% del presupuesto que habría para el Instituto del Libro tendría que ir a becas autorales, becas a la creación, sanar esta falencia que hay en el mercado actual. Además, pedimos que haya igualdad de representación dentro del Directorio, que tenga igual cantidad de escritores que de editores y libreros”, explica Guerrieri y agrega: “Otro aspecto que no estaba en la versión anterior es que el Instituto del Libro consideraba libro argentino, es decir un libro a ser promovido, aquel que tuviera ISBN argentino. Y para eso no es necesario, por ejemplo, que el libro sea escrito por un escritor argentino, que sea editado en Argentina. Entonces propusimos que se considere libro argentino aquel que es impreso en Argentina, con autor o traductor argentino”. 

¿Creen que con estas demandas se podría potenciar el rol de las industrias culturales en la reactivación económica del país? 

Nosotros estamos convencidos de que la industria editorial, con una mínima inversión, puede generar ingresos, valor agregado y trabajo de calidad. Además de lo que aporta en tanto construcción de identidad, porque la industria editorial y los libros no son cualquier bien, son un bien cultural. Entendemos el derecho a la lectura como un derecho humano que debe ser democratizado. Hoy, la industria editorial no está pensada de forma sistemática y federal. Está muy concentrada en Buenos Aires. De pronto hay problemas enormes con la logística, eso ya no tiene que ver con los escritores, pero sí, porque si se venden más libros nosotros cobramos más derechos de autor. Hay una ley que hace que el libro valga lo mismo en todo el país, que evita que se bajen los precios o que haya competencia desigual. De hecho las librerías son un espacio que también habría que considerar distinto, no es un comercio cualquiera. Pero esa ley, que es positiva, si no tiene luego un apoyo en la logística, termina complicando otro aspecto que es la democratización y federalización del libro en el país. 

El presidente de la Unión de Escritoras y Escritores enumera otros factores a mejorar como la liquidación de los derechos de autor, que se realiza cada seis meses, y hace que el 10% que se cobra por cada venta pierda su valor adquisitivo contra la inflación. El régimen impositivo es otro tema pendiente, ya que no existe en el monotributo una categoría propia para escritores.  Cuando se presentan coyunturas como la escasez de papel, que frenan la actividad editorial, ¿cómo repercute eso en autores y autoras?

Yo creo que el problema que existe es que no se piensa en la industria editorial como un todo ni en la interrelación que tenemos todos los actores de la industria. Lo que suele pasar es que cada uno se salva como puede. Entonces, de pronto está la crisis del papel, y las imprentas o los editores consiguen un subsidio específico para subsanar ese problema. Pero en el medio hubo un parate, ¿y los escritores? ¿Y qué pasa con las librerías que perdieron ventas? No se puede pensar en ningún aspecto de la industria editorial por separado. Desde ese lugar creemos que es imprescindible que exista un Instituto del Libro que cambie las reglas, entendiendo al libro como un derecho humano y no como una mercancía más.

Alejandro Dujovne, en diálogo con elDiarioAR, describía una potencia de la industria editorial a pesar de las sucesivas crisis, ¿cómo ven eso desde su lugar de escritoras y escritores?

No hay ninguna duda. Hay un vigor que está apoyado en el sacrificio de escritores, editores y libreros que hacemos un gran esfuerzo para llevarlo adelante y basta ver la cantidad de premios internacionales que reciben nuestros libros, la diversidad de temáticas y de calidad de textos que circulan. Hay una carrera universitaria gratuita de Artes de la escritura, algo que es inédito en muchos países (la Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes), eso habla también de la cantidad de actores que se interesan en ser escritores, en publicar libros. Hay mucho amor y mucho sacrificio. A veces hablan del milagro, y no es un milagro, se sostiene con el esfuerzo y la precariedad laboral de escritores, de libreros y de editores. 

JLC

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