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QUÉ LEER

Meditación madre

Meditación madre, de Ana Montes

Ana Montes

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Volver al lugar de vacaciones de la infancia es un viaje inevitable al pasado. Le mando a mamá una foto con Fede para decirle que llegamos bien y me contesta que le emociona que esté ahí, pero adulta y con novio. En cambio, yo con Fede me siento un poco adolescente. Tenemos un amor de secundaria: nos nombramos con apodos cursis, nos besamos mucho y festejamos los aniversarios. 

Cariló está igual que hace veinte años: la peatonal llena de negocios, el Sacoa en el local de siempre, la costa que parece un tetris de carpas amarillas, verdes y azules, las calles de arena entre bosques y los hoteles con nombres como Luz de mar, Brisa de sol o Playa serena. El nuestro se llama Piedras Doradas y queda justo detrás del restorán al que íbamos a comer todas las noches con mi familia durante los quince días que pasábamos acá. Me subo al tronco en el que hacíamos equilibrio con mi hermana mientras esperábamos una mesa y me decepciona lo cerca que estoy del piso ahora. 

Me encanta hacer pis en el mar. Caminar a la orilla con un secreto entre las piernas. Fingir que miro las olas, terminar casualmente tapada por el agua y ahí largar el chorro calentito que se mezcla con el frío del Atlántico. En la playa, Fede es el encargado de poner la sombrilla. Hace estrategias con el viento, evalúa los riesgos, dedica varios minutos a pensar todas las variables antes de hundir el palo en la arena. A veces pienso que exagera y después me acuerdo de las veces en que en esta misma playa vi volar sombrillas mal clavadas. Mi mamá le pagaba a un chico del balneario para que la pusiera bien firme porque ella no tenía la fuerza suficiente. A simple vista mi mamá parece muy frágil, es flaquísima y de huesos chicos. A mí siempre me pareció que estaba expuesta al peligro, como si un viento la pudiera volar de un momento a otro como a una sombrilla, como si no advirtiera el peso de lo que está a su alrededor. Sin embargo, tengo la certeza de que es fuerte.

En uno de sus libros, Laurie Anderson escribe sobre la Meditación madre, un ejercicio budista que consiste en encontrar un momento en el que tu madre realmente te amó sin reservas y enfocarse en ese momento para aplicarlo a toda la gente, para darle tu propio amor sin reservas al mundo como si fueras su madre. Laurie dice que ese momento siempre se le escapa y me angustia que a mí también se me escape a menudo. Me cuesta mirar a mamá, siempre le temí a ese espejo que podía llegar a ser. Pero estando acá me siento cercana a ese centro de amor sin reservas. No lo puedo ver en una imagen concreta, pero me llega con el olor a choclos con manteca de la orilla. 

Últimamente le presto especial atención a los nenes en todas partes, en la playa está lleno. Cuando los miro hay algo se despierta, lo siento en los órganos. Siento cómo mis entrañas me piden un hijo al que darle todo de mí. Sé que cuando tenga uno voy a poder mirar más a mi mamá. Me la imagino como una abuela genial, amorosa y cuidadosa. Un bebé entre nosotras. El eslabón perfecto que nos despegue y nos acerque a la vez. 

El día que nació mi mamá, mi abuela completó uno de esos cuadernos del bebé que vienen con preguntas predeterminadas. Color de ojos: azules. Color de pelo: indefinido. Peso: 3 kilos. Medida: 50 cm. Descripción del bebé: horrible, muy hinchada. Eso fue lo primero que mi abuela escribió sobre mi mamá. Hoy es una anécdota familiar graciosa. Mi mamá conserva el libro y mi abuela dice, cada vez que sale el tema, que a los dos días se puso preciosa y que, de verdad, estaba muy hinchada al nacer. Hace un tiempo mamá me dejó leer su diario de cuando tenía doce años. En una entrada escribe que no se puede dormir porque es la chica más horrible de todo el mundo entero, los planetas y el universo. Que los chicos gustan de todas sus amigas menos de ella, que en los bailes primero sacan a bailar a Verónica, después a Gabriela, después a Cynthia y a Patricia, y a ella la sacan última porque les da lástima que se duerma, pero que, en realidad, no la deben querer sacar porque es horrible. En otra entrada sueña que todas sus amigas se besan con chicos sentadas en las ramas de un árbol y ella los mira desde abajo, sola. Cuando leí el diario me llamó mucho la atención, vi fotos de mi mamá en su adolescencia y era objetivamente hermosa. Pienso en la conexión invisible entre esos dos relatos, el que mi abuela fundó con sus palabras cuando mi mamá nació y el que ella construyó desde ahí hasta hoy. Esas primeras palabras fueron un conjuro que nunca se pudo sacar de encima. 

Hacemos lo que el clima quiere que hagamos. Hoy llueve y caminamos hasta una casa de té alemana. Pedimos dos tortas, a mí me sobra la mitad y la pido envuelta para llevar. Fede siempre come la porción que le dan, sea gigante o sea chica. Nunca un poco más o un poco menos. No sé qué dice eso sobre él. Después dormimos una siesta en nuestra habitación, que da al mar, y me parece que somos bastante afortunados. Me basta pensar en eso antes de dormir para levantarme de mal humor, Fede ni se da cuenta. Él no parece ocultarme nada ni buscar nada que yo le oculte. Usa mi celular como si fuera suyo, mira las fotos que sacamos, escucha música y a mí me da bronca que no aproveche la oportunidad para revisar algo más privado. Muy seguido me preocupo por el provecho de las cosas. Cuando estoy en la playa y no miro el mar por mucho rato me agarra culpa de estar desaprovechando eso que vine a ver y que después anhelo todo el año. Fede dice que siempre estoy queriendo estar en donde no estoy. 

La frescura del verano se me escurre entre los dedos y de pronto estamos de vuelta en un micro de larga distancia que para de ciudad en ciudad hasta llegar a Retiro. En la cola para bajar, veo a una nena que desploma todo su peso sobre su madre, que también carga con dos bolsos. La nena está dormida y la madre hace malabares para sostenerle la cabeza, que le cuelga, mientras bajan las escaleras para salir. La luz de la terminal es muy fuerte, la nena abre un poco los ojos y se queja, no parece querer despertar. La madre le acaricia el pelo, le besa la frente y yo pienso que ahí está, ahí está su amor sin reservas. Ojalá que se acuerde.

AM

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