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Entrevista

Margarita García Robayo: “Siempre me sentí afín al registro femenino en mis libros sin que eso signifique una camisa de fuerza”

Margarita García Robayo acaba de editar en la Argentina "El sonido de las olas"

Agustina Larrea

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“Lo bueno y lo malo de vivir frente al mar es exactamente lo mismo: que el mundo se acaba en el horizonte, o sea que el mundo nunca se acaba. Y uno siempre espera demasiado. Primero espera que todo lo que está esperando le llegue un día en un barco, y cuando se da cuenta de que nada va a llegar entiende que tiene que salir a buscarlo. Yo odiaba mi ciudad porque era bellísima y también feísima, y yo estaba en el medio”. 

Así comienza Hasta que pase un huracán, la primera de las tres novelas cortas que integran El sonido de las olas (Alfaguara, 2021), el libro de Margarita García Robayo que por estas semanas salió en la Argentina y que reúne los primeros textos de la escritora colombiana. 

Es, además, el regreso –también compuesto por las novelas Lo que no aprendí y Educación sexual– de un conjunto de relatos atravesados por un espacio y varios conflictos similares: con ese horizonte de fondo y el mar siempre presente, hay narradoras jóvenes, algo de irritación con el lugar de origen de las protagonistas y una espera que se va volviendo inquietante.

“Entre las tres novelas hay un universo no solamente geográfico sino un espacio sensible bastante común y que tiene que ver con las ciudades costeras y el mar, que es fundamental. Costeras y, bueno, por eso también periféricas. Estos lugares nunca están en el centro de nada”, señala la escritora en diálogo con elDiarioAR por videollamada.

¿Cómo fue volver a este material? Porque, por un lado, se trata de tus primeros libros (N. de la R.:la primera edición de Hasta que pase un huracán es de 2012), es decir que pasaron casi 10 años, y a la vez, se ven tópicos que parecen actuales (en algún caso aparece el aborto, las narradoras son mujeres, los conflictos tienen que ver con las violencias, los cuerpos, etc.). ¿Volviste a leer todo junto, decidiste retocar algo?

Las releí, pero no modifiqué prácticamente nada. Modifiqué cosas de forma o puntuación apenas. Antes yo era muy de frases muy cortas y los textos conservan bastante de eso. Sobre las narradoras mujeres y esos tópicos, para mí se dio muy naturalmente. De hecho yo me recuerdo a mí misma, como cuando me hice lectora, siempre elegí escritoras mujeres. En mi biblioteca la mayor parte son mujeres. Así que siempre me sentí afín con un registro femenino en mis libros, si se quiere, pero sin que eso signifique una camisa de fuerza. Para mí realmente nunca fue un tema forzado. Y bueno, la prueba un poco es lo que tú estás diciendo, ahora que hay como un auge con todo esto, pero estas son mis primeras novelas, publicadas hace muchísimos años. Hay elementos que podrían coincidir con cierta tendencia actual, aunque para mí siempre fue muy natural ese tipo de narraciones y ese tipo de registros. No sabría explicar por qué (risas).

En las narradoras de estas novelas cortas se nota una incomodidad muy marcada con el lugar que las rodea. Incluso una de ellas se tiene que ir de su ciudad de origen para poder escribir, algo que incluso vos como escritora hiciste. ¿Cómo te atravesó esto? ¿Cómo lo leés ahora?

Por un lado, hay un plot de estas novelas, que tiene que ver con esas narradoras, con una mujer joven en general que se siente un poco molesta o incómoda con ese entorno. Sentirse expulsada del propio lugar, ese sería un poco el resumen. Eso a mí me pasó, y no solo a mí, nos pasa todo el tiempo a muchas mujeres, sobre todo las que crecemos en lugares como el que yo conocí. Soy de una ciudad muy pequeña, muy conservadora, muy colonial en todo sentido. Y siempre traté de hacer algo por mi cuenta, digamos, tener la osadía entre comillas de decir “me dedico a la escritura” siempre fue mal visto o en un sentido fuera de norma. Entonces siempre está la incomodidad de vivir con incomodidad y con cierta molestia, incluso con violencia, en el lugar propio. Sentirse violentado y expulsado del propio lugar. Eso les pasa a mis narradoras. Y creo que, finalmente, lo que están buscando, más allá de un escape o de la fuga de un lugar físico, es también tratar de liberarse de ese espacio simbólico de lo afectivo del que se sienten presas. O más que presas, diría impotentes. Lo que les pasa, sobre todo, es que se saben impotentes frente a la posibilidad de modificar alguna de esas circunstancias. Y es así, aunque parezca fatalista. Un poco en los finales de estas tres novelas juntas se ve que: por mucho que uno quiera, por más que uno, digamos, le abre cierto camino para desatar eso, eso no es fácil, por lo menos no por la voluntad de una persona inconforme. 

Justamente venimos de ver días de marchas y protestas en Colombia.

Es que quizá ahora un poco es eso lo que estamos viendo en Colombia: confluyen muchas voluntades de personas inconformes para desatar esas cadenas. Dicho de un modo cursi, pero como un poco librarse de ese destino al que estás condenado por nacer en cierta ciudad, en cierta clase social y bajo ciertos mandatos. Yo creo que eso es lo que les pasa a estas narradoras. Eso: no solamente quieren irse de ese lugar físico, sino que necesitan poder modificar lo que les pasa y no pueden

Los conflictos políticos y sociales de Colombia, sobre todo en Lo que no aprendí, aparecen como una especie de ruido que llega a través de la tele. ¿Cómo es escribir a partir de haber crecido con ese sonido de fondo? ¿Fue cambiando a medida que fuiste creciendo?

Sobre todo en estas primeras novelas yo no era consciente de lo que quería decir, no lo tenía tan articulado. Sí sabía lo que me pasaba. Yo podía reconocer una sensación que era la misma, que persistía, y tenía la necesidad de escribir sobre ciertas cosas que me producían mucha molestia, mucha incomodidad. O sea, ciertas cosas que necesitas sacarte del cuerpo, ciertos temas que son como toxinas, que necesitas ponerlos en algún lugar. Eso me influyó en la escritura, esa fue mi pulsión y la sigue siendo. Ahora, que ha pasado el tiempo y estoy grande, te puedo decir que controlo un poco más los argumentos que resultan, sin dudas. Pero la pulsión es la misma, esta necesidad de hablar de algo que de algún modo sientes que te está violentando, que necesitas ponerlo en un lugar. A mí me interesa tocar temas que tengan que ver con mi entorno, y casi todo lo que escribo está basado en mi experiencia, no es que saco las cosas de la nada. Me interesa que la escritura tenga un ancla muy fuerte en la realidad, sobre todo social y política del entorno en el que crecí y con el que estoy más vinculada. A la vez no me gustaba que ese fuera el argumento, el tema central, me interesa que los argumentos sean líneas cortas, abarcables, simples, casi banales, si se quiere. Pero que a partir de eso pueda visualizar cierta profundidad. Como una línea delgada y corta en lo que abarca, pero profunda. Si pudiera graficarlo sería un poco eso lo que me pasa con la escritura. 

Siempre está la incomodidad de vivir con incomodidad y con cierta molestia, incluso con violencia, en el lugar propio. Sentirse violentado y expulsado del propio lugar.

A la vez, en estos casos y en tu trabajo se ve este movimiento de alejarte para llegar más al fondo, la idea de irse lejos para meterse más en lo más íntimo. ¿Te pasó algo en este sentido para ponerte a escribir estas novelas?

En mi caso haberme ido fue fundamental para mi escritura, siento que para mí fue una ganancia irme. Porque, bueno, es un poco casi como una cosa física. Cuando uno toma distancia consigue perspectiva, marco, contorno. Puedes ver un poco y percibir mejor eso que estás mirando. Cuando uno está muy cerca de las cosas a las que quiere referirse, o que quiere entender, ve todo mucho más distorsionado. En mi caso yo creo que eso fue lo que pasó y agradezco, en ese sentido, estar lejos. Yo siento que uno tiene que tomar distancia y distanciarse mucho para entender el contorno, por lo menos para identificarlo. Si bien es cierto que buena parte de las cosas que yo escribo tienen que ver con cosas muy cercanas a mí, muy ligadas a mi experiencia y me inserto claramente en esa tradición, si se quiere, no me gusta para nada la escritura desbordada. Con desbordada me refiero a que carece de margen. Yo necesito un envase para volcar eso. Necesito que se entienda. Necesito que sea, en el mejor sentido del término, algo que se siente. O sea, que quien lo lee pueda terminarlo y lo entienda. Seguro que la distancia en eso para mí fue fundamental. Y me refiero a la distancia no solo geográfica, sino también afectiva.

Me interesa que la escritura tenga un ancla en la realidad, sobre todo social y política del entorno en el que crecí. A la vez no me gustaba que ese fuera el argumento, el tema central, me interesa que los argumentos sean líneas cortas, abarcables, simples

Siempre volvés a las familias, o a la idea de familia, como se ve en estos primeros trabajos.

Sí, es una composición rara. Siento que no termino de entender las motivaciones de armar una familia, un fenómeno completamente falible. La experiencia nos ha enseñado que no se sostiene o que siempre se transgrede. E igual insistimos. Me pasa: escribí libros y libros sobre los vínculos disfuncionales, las madres de una amiga, los padres de otra y tal, y yo misma tengo una familia absolutamente convencional. Esto también indica un poco que el carril de la literatura es uno y el de la vida es otro. Uno nunca puede pretender ni por sí mismo ni de otros escritores, que el autor se parezca al narrador y sean lo mismo ¿no? Entonces eso, la literatura corre por una vía y la vida es otra cosa.   

Sin embargo se va a pescar bastante ahí a ese universo que está a mano.

Claro, no hay modo de que no se fagocite lo que hace buena parte de tu vida. Quiero decir, mi vida se compone de un montón de cosas, de un montón de aristas. Ahora, la arista que más se aprovecha del resto es la literatura. 

Por estos días se da este debate, un poco a partir de la salida de Yoga de Emmanuel Carrère en la Argentina, de lo autobiográfico en la literatura donde se empastan algunas ideas de quienes hablan de “literatura del yo”, la vida de los autores como material posible, la autoficción y demás. ¿Vos, que llegaste inclusive a publicar un libro más ensayístico desde tu yo, además de tus novelas, cómo lo ves?

Mira, a mí me pasan varias cosas. Lo primero que me pasa es que me parece una discusión muy capciosa, porque el formato de algo no es nada. Es como decir “no me gustan los tenedores”. O sea, un tenedor sirve para muchas cosas (risas). Como una carcasa que tú llenas con cierto contenido. En la singularidad que le puedes dar a ese contenido está el valor de un texto o de la obra entera de alguien. A mí decir que “la literatura del yo” o “la autoficción”, “el ensayo personal”, realmente no me dice nada. Además hay tantos nombres posibles para una misma cosa, que al mismo tiempo es una cosa poco definible, porque cada vez más se van armando. Entonces, lo que a mí más me interesa es este registro, más que este género. Carrère es un ejemplo perfecto. Yoga a mí me encantó, a mí me gusta Carrère. Creo que lo que más me gusta realmente es la conciencia que él tiene de su propio personaje y cómo todo el tiempo te lo está recordando, te lo está diciendo. Y me parece que está bueno porque yo creo que el truco de la autoficción es hacer de cuenta que no hay ningún truco. 

Si bien es cierto que buena parte de las cosas que yo escribo tienen que ver con cosas muy cercanas a mí, muy ligadas a mi experiencia y me inserto claramente en esa tradición, si se quiere, no me gusta para nada la escritura desbordada

Te parece interesante entonces como recurso.

Es perfectamente entendible, lícito, interesante como mecanismo que uno tome cosas de la vida, de su intimidad, de su entorno, para hacer  literatura. Pero literatura es literatura. Por otra parte, ningún autor es igual a otro porque cada uno viene con una serie de conceptos que lo acompañan en su camino y eso se imprime obviamente en su literatura. Esto parece muy abstracto, después uno va a los textos en sí mismos y puede encontrar cosas más ficcionales, más autoficcionales o menos, algún dato duro, algunas cosas fácticas y todo eso es como una mezcla. En lo personal, me parece que se pone interesante este género –y es ahí donde me gustaría inscribir mi escritura– en esa cosa híbrida ¿no? El no poder discernir ni siquiera uno mismo. O sea, qué tanto de lo que vuelco acá es realidad, si existe tal cosa como el concepto de la realidad constatable y no constatable. A mí las cosas constatables no me importan tanto realmente. Salvo que alguien esté haciendo acta notarial (risas). Porque incluso hasta en el periodismo más duro que se precie tiene una intervención clarísima que viene de la subjetividad. Por otra parte, un texto que se agota en la experiencia individual para mí es como un post de Facebook, no es literatura en mi opinión. Para que un texto de esta índole, digamos, tenga la aspiración o se proponga ser literatura creo que tiene que trascender lo individual y convertirse en una experiencia colectiva.

¿Cómo estás viviendo estos días de pandemia respecto de la escritura? ¿Pudiste escribir, te bloqueaste, leíste más que antes? 

Me pasó algo rarísimo. Al principio estaba muy enrollada en criticar mis elecciones personales. Me preguntaba, por ejemplo, por qué me hice esta vida que requiere tanto de otros. Del colegio al que van mis hijos, de un sistema de transporte, de un auto, decisiones que uno toma muy automáticamente. Así que primero fue una especie de “necesito un cambio de vida” (risas). Tengo dos hijos que tienen 7 y 4 años que requieren mucha atención y al comienzo de todo mi marido estaba en España filmando una película, así que estaba un poco sola en una casa a la que me acababa de mudar. Más allá de eso pude leer mucho y también trabajé en algo que tenía dando vueltas hace algunos años. Siempre me decía “bueno, ya se va a dar el momento de escribirlo”.  No soy muy fatalista, pero con la pandemia me agarró miedo de “cuál es el momento si el mundo está como está”. Entonces parte de algunas madrugadas las dediqué a escribir y terminé y es una novela que seguramente sale el año que viene.

AL

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