Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Libros

Patricio Pron: “La literatura es un inmenso repositorio de vidas posibles”

El escritor Patricio Pron nació en 1975 en Rosario y vive desde hace varios años en Madrid.

Agustina Larrea

0

“Va a chocar, va a perder el control del automóvil y va a embestir las vallas que separan la autopista del bosque y de los secretos que éste oculta, pero Olivia aún no lo sabe; no tiene idea de lo que va a sucederle en un momento, cuando un recuerdo de una intensidad desusada la asalte, rompa sobre ella como una ola y la arrastre consigo”. Con esa cadencia, con esa intensidad, con esa imagen en movimiento comienza La naturaleza secreta de las cosas de este mundo (Anagrama, 2023), la reciente novela del escritor argentino Patricio Pron

Separada en dos partes en el libro y con una tercera que el autor invita a leer en su página web, la novela traza un camino magnético desde su escritura, lleno de desvíos. Es que, a partir de esa escena inicial se irá contando la historia de Olivia, una actriz que creció al lado de una madre indescifrable, y de Edward, el padre de la protagonista, un artista visual que cuando la joven tenía 14 años decidió irse de la casa familiar de manera abrupta y sin ningún tipo de explicación. Esa partida –una fuga secreta que abrirá el juego para otros misterios– será el interrogante y también el pulso que marcará la vida de todos en un libro que indaga sobre la identidad, sobre la necesidad de huir, sobre lo que parece accidental y sobre la memoria.

Pron, que nació en Rosario y vive en Madrid hace varios años, estuvo de visita por Buenos Aires recientemente para presentar la novela. A partir de ese viaje, surgió el siguiente intercambio por escrito con elDiarioAR.

—¿Hubo una primera imagen, una escena, una lectura, un diálogo que te llevó a escribir La naturaleza secreta de las cosas de este mundo? ¿Qué fue lo primero que te impulsó a hacerlo?

—Suelo comenzar a escribir cuando una situación narrativa, una escena o unos personajes se me imponen, por decirlo de alguna manera. Son como un sueño recurrente durante algún tiempo, que permanece agazapado. Una posibilidad. En este caso, esa imagen era la de una mujer joven que maneja por una autopista de circunvalación en dirección a una ciudad. Alguien que va a tener un accidente, pero todavía no lo sabe. Yo, por mi parte, no sabía que la joven se llama Olivia, que se dirige a Manchester, que su accidente estará motivado por algo que recordará sobre su padre y su desaparición. Un detalle que lo explica todo. Marguerite Duras dijo en una ocasión, más o menos, que “escribir es averiguar qué escribiríamos si escribiésemos”. Y creo que tenía razón. Yo, como digo, tuve que escribir esta novela para averiguar quién es Olivia y qué es esa “naturaleza secreta” de la que se habla en su título.

—“Más habitualmente, sin embargo, la escritura no revela nada; parte de una compulsión sin motivo y su punto de llegada es una opacidad sobre la que sólo arrojan alguna luz, si acaso, otros textos, que se oponen a ella, la sostienen, le sirven de fundamento, limitan con ella como los países en los mapas”, señala el narrador en la primera parte del libro. ¿De esa manera pensás vos a tu propia escritura? ¿Vas, como Olivia, manejando por una ruta que creés conocer hasta que algo en el bosque te trae un poco de luz?

—Podríamos pensarlo de esa manera, sí. Si hay una trayectoria, una ruta trazada de antemano para los escritores y las escritoras como yo, a mí no me interesa tanto como encontrar un desvío. Ir a lugares que no están del todo cartografiados aún y ver si hay algo en ellos que nos permita ampliar el horizonte de posibilidades de una literatura, de una obra o de una lengua literaria. A los personajes de esta novela les sucede algo similar, en realidad. Y supongo que todos sentimos lo mismo en este momento, un anhelo de libertad y autonomía que se superpone a otro de solidaridad y comunidad. Y que el modo en que navegamos esa contradicción entre ambos deseos es lo que nos convierte en las personas que somos. Y lo mismo puede decirse de los países, que a menudo enfrentan contradicciones similares y las dirimen o resuelven de diferentes maneras, a veces trágicas.

Marguerite Duras dijo en una ocasión, más o menos, que “escribir es averiguar qué escribiríamos si escribiésemos”. Y creo que tenía razón.

—Olivia tiene padres artistas y el libro en muchas zonas propone indagaciones sobre ese universo. ¿Qué te ofrecía ese mundo en términos literarios para rescatarlo en esta historia?

—Una de las razones para escribir esta novela consistió en averiguar si podía meterme en la cabeza de actrices y actores, artistas visuales y contemporáneos, creadores que producen con herramientas muy distintas a las mías. No voy a profundizar sobre este asunto, que tiene más que ver con el tipo de apuestas que algunos escritores hacemos a veces contra nosotros mismos para ver si estamos a la altura de una tarea. Si somos los escritores que creemos ser y si además podemos convertirnos en otros, cubrir un territorio aún más amplio. A mis ojos, el arte contemporáneo ha resuelto el problema del valor de la obra artística con mucha mayor eficacia que la literatura contemporánea y, en ese sentido, pero no sólo en ese sentido, está uno o dos pasos por delante de la literatura.

—¿Por qué decidiste incorporar al libro un epílogo, donde trazás un mapa de referencias y lecturas e invitás a los lectores a seguir buscando una tercera pata de la novela en tu página web?

—Vivimos una época de finales, en la que decenas de cosas a nuestro alrededor (desde la concepción de la naturaleza como un refugio, y no como el origen de terribles catástrofes de las que nosotros mismos somos causa, hasta ciertos derechos que creíamos garantizados) parecen estar terminando, rotos ya los frágiles consensos y los órdenes que las hacían posible. Y, sin embargo, tal vez “final” sea sólo el nombre que damos a una nueva manera, conjetural, baja, de empezar de nuevo. La naturaleza secreta de las cosas de este mundo postula la idea de que nada termina nunca. Y, por lo tanto, tampoco podía terminar después de que los lectores y las lectoras hubieran volteado la última página. De modo que se continúa en un epílogo y en un texto en la página web, que, pese a ser explícitamente su final, es lo primero que muchos leen del libro.

—Estuviste en la Argentina en días de un proceso electoral que dejó para muchos un resultado inquietante. ¿Cómo lo viviste vos?

—Quisiera poder responderte que lo viví con entusiasmo, o con cierta esperanza. Pero lo que vi allí fue una sociedad rota, desgarrada por asuntos que afectan a otros países (y tienen que ver con la posición periférica de la Argentina, los flujos internacionales de capital, el endeudamiento, la pérdida de calidad y de propósito de la prensa generalista y tecnologías disruptivas que promueven la manipulación y el pensamiento paranoico), pero también por problemas propios, completamente argentinos. Ninguna de estas cosas se resuelve con unas elecciones, de modo que voté, sí, pero lo hice con el convencimiento de que nada terminaba ese domingo. Sino que, precisamente, ese domingo comenzaba de nuevo la tarea de tender puentes y, sobre todo, de hablarle a una nueva generación de argentinos a la que hasta ahora no supimos cómo dirigirnos, hombres y mujeres jóvenes para los que la historia argentina reciente y los derechos de las mujeres y de las minorías no producen sentido, no tienen propósito y pueden ser dejados de lado.

A mis ojos, el arte contemporáneo ha resuelto el problema del valor de la obra artística con mucha mayor eficacia que la literatura contemporánea y, en ese sentido, pero no sólo en ese sentido, está uno o dos pasos por delante de la literatura.

—¿Qué pensás que pueden aportar la literatura y quienes se dedican a escribir en estos tiempos que se avecinan como muy difíciles?

—La literatura es un inmenso repositorio de vidas posibles, de modos de vida y de ideas acerca de quienes somos y de quienes, eventualmente, podríamos ser si lo deseamos. Naturalmente, muchas personas leen para identificarse con los personajes de los libros. Pero la experiencia más radical que la literatura tiene para ofrecerte es la de poner a prueba tus ideas en un ejercicio de objetivización que está en las antípodas de la identificación y del “sólo leo escritoras” o “sólo leo varones heterosexuales blancos” o la que sea que sea la moda de esta semana. De todo libro de relevancia, de toda experiencia dotada de orden y sentido, nadie sale nunca incólume. Una transformación sutil, a menudo imperceptible, se produce en los lectores y las lectoras que determina que ya no sean los mismos después de haber leído ciertos libros. A todos nos ha pasado eso alguna vez. Y, con un poco de suerte, más de una vez. Y de eso se trata, pienso. De que la literatura sea la interrupción de esa interrupción que es nuestro modo de vida. Una manera de tomar algo de distancia de las circunstancias políticas y económicas en las que nos encontramos, de nuestras ideas de quiénes somos como país, como clase, como género, como sociedad. Supongo que mis libros tratan de provocar esa interrupción de la que hablo. Pero también creo que no hay ningún libro de importancia que no lo haga.

AL/JJD

Etiquetas
stats