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Análisis
Francia, la potencia que sale del caos

El vigente campeón, Francia, le ganó a Marruecos por 2 a 0 la segunda semifinal de la Copa del Mundo.

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Marruecos hizo lo que pudo, pero lo hizo cargando desde el inicio con la desgracia de un problema de inseguridad en el fondo. Griezmann se filtró a espaldas de un anticipo fallido y armó un episodio confuso para que Hernández hiciera su gol con una patada de karate. Es un hecho que la buena suerte persigue a Francia desde hace tiempo, y en este evento la alcanzó para otorgarle la paz que no había empezado a gestionar. 

La media hora siguiente fue una monografía de Marruecos. Tema: la propiedad de la pelota. La propiedad y una agresividad medida, racional, para impedir la pesadilla de mirar hacia atrás y ver a Mbappé cabalgando a campo traviesa. Pero el empate no llegó, ni llegaría jamás. Queda el consuelo de haber postergado el costo de quererlo a toda costa, o sea el aplazo de una fatalidad que ya había empezado a operar. 

Excepto por una bomba lejana de Giroud que abolló un caño, Francia se agazapó detrás de los arbustos, como suele hacer, y trató de reunir sus líneas, habitualmente desorganizadas (posiblemente adrede), con los empalmes de Griezmann, su pieza clave, el pegamento universal de todo lo que ande suelto en su equipo. Encuentra pelotas perdidas, molesta en la salida de los centrales, juega largo y corto, bajo y alto, y siempre hojeando el manual correcto de cada actividad que le toque realizar, que son todas menos atajar. 

Sin Griezmann no hay Francia, no hay baguettes, no hay Revolución Francesa, no hay nouvelle vague, no hay quesos, etc. Mientras sus compañeros aportan la carga personal a la acumulación del conjunto, Griezmann parece flotar y nadar libre. Juega en el agua, a un nivel de intervención celestial, en un limbo que lo convierte en el verdadero peligro de la Guerra Fría que acaba de empezar. Su presencia es problemática para los rivales, y se basa en una actividad fantasmática que lo hace inhallable. 

Mientras Griezmann no aparezca, su equipo padece una extraña o calculada falta de identidad. Porque ¿quién puede asegurar que no sea esa, la de la potencia medio zombi, la mayor carta estratégica de Deschamps? No olvidemos que de esos pozos de aparente amnesia o desinterés es de donde brotan los contragolpes de Mbappé. De repente, “de la nada”, la bestia del PSG deja el surco por la rive gauche y no lo vemos más.

Estaría bien para un debido plan de aplicación futura decir que eso (las fugas de Mbappé, la tenacidad de Giroud y el enduido de Griezmann rellenando los agujeros de su equipo) es “toda” Francia. Más no, porque el futuro se especializa en negarnos las noticias de su misteriosa existencia. En todo caso, eso ha sido Francia hasta ahora. Lo que será en la final del domingo no puede saberlo nadie.

Marruecos registró estos argumentos, que se manifiestan de una manera inorgánica, quizás porque Francia no tiene una red eficaz de tenencia. Los registró y en buena medida los neutralizó mientras hacía méritos para empatar. Pero bastó que saltara el payaso de resorte llamado Mbappé y reabriera el juego en el inmenso espacio libre del contragolpe largo para que llegara la lápida del 2 a 0.

Queda en el recuerdo la temeridad de Marruecos y varios ingresos de construcción interior hasta la intimidad de Lloris. Para Varane y Konaté es una pesadilla el ingreso del juego corto en su zona, y Tchouaméni y Fofana son de retroceder en chancletas, lo que obliga al obrero de la construcción Griezmann a ir en auxilio de ese Cuadrado de las Bermudas, en las que se lo ha visto reparando fallas hasta en el rol de tercer central. He allí una llave de la bodega. 

El 2 a 0 de Francia refrenda la suerte y la eficacia de una potencia extraña, un poco desmembrada en su organización, pero peligrosísima para salir con jugadas limpias desde el corazón del caos. No es ni más ni menos que la marca registrada en Rusia 2018, con una salvedad a nuestro favor: hoy se pueden leer mucho mejor sus mañas.

Marruecos la presionó con juego de tramas pequeñas, microscópicas casi, de pases en el ascensor, y la sacó de la comodidad del rechazo por arriba y el cierre de las bandas, donde encontró también algún sufrimiento, aunque allí se sienta más fuerte. Si vamos a contarle las flaquezas, ya van varias, a la que hay que sumar otra, que quizás no se vea en primer plano: su bravura es estrictamente profesional, salvo excepciones. No es una zona mental del equipo que podamos describir como blanda, pero su dureza tiene un límite.        

Lo que vaya a pasar en la final del domingo es cosa de la final del domingo, un tesoro todavía enterrado del que se esperan sus revelaciones. Pero la víspera de una final del mundo también es un hecho, y ese ya empezó.

JJB

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