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El festival más glamoroso de todos

Cannes: Lo que es moda, ¿no incomoda?

Jennifer Lawrence hace su entrada triunfal a la alfombra roja de Cannes.

Moira Soto

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¿Cómo que la moda no es tema profundo? ¿Acaso no vieron los escotes abismales de algunas actrices en la alfombra roja de la muestra actual de la Riviera Francesa? Perdón por el chiste fácil, pero la culpa es de figuras zarpadas como la coprotagonista de la enésima secuela de Misión imposible, ostentando escotes por delante y por detrás para subir las gradas junto a Tom Cruise. Aunque la rubia Pom Klementieff (39, conocida por su Mantis del mundo Marvel) porta curvas moderadas, su exiguo vestido, probablemente pegado a su piel para que no zafara ningún pezón, sin duda le restaba posibilidades de bailar salsa en la fiesta posterior a la función…

Pero más allá del exhibicionismo y las poses ensayadas que ocurren en la red carpet del citado festival, cada vez más copada por diseñadores top, la moda es un hecho cultural y sociológico indiscutible que implica los usos y costumbres de cada época y lugar, la situación económica, los códigos de comportamiento, la silueta (femenina, en particular) que se impone. Por otra parte, da cabida a una fuerte industria que se lleva el 6 por ciento del consumo mundial y es una gran fuente de trabajo. A la fabricación de prendas de vestir se suman los accesorios, el maquillaje, el perfume. Por cierto, la moda existe desde hace miles de años, con diferente ritmo de evolución según las latitudes. En Occidente, las tiendas de vestimenta surgen y se afianzan en los siglos 18 y 19.

No hace falta aclarar que, en centurias cercanas, el vestuario exigía más empeño y asistencia a las mujeres de clases empinadas, si bien ellos tuvieron sus pelucones (todavía se los calzan en tribunales del Reino Unido), uniformes muy recamados y hasta taquitos altos, para no hablar de los dandis, con el Bello Brummell y Oscar Wilde a la cabeza.

Hace rato muy reconocida en Francia como expresión cultural que podía alcanzar alto rango estético, pero aún tenida solo por asunto superficial y frívolo en otras comarcas, en una expo del Metropolitan Museum de Nueva York, 2007, dedicada al modisto francés Paul Poiret, se le concedió estatus de arte. Esto a décadas del vestidito negro todoterreno igualitario de Chanel (la que nos liberó del corsé, del pelo largo para ser “más femenina”); de los pantalones y el vestuario andrógino de Marlene Dietrich; de los refinamientos de Givenchy llevados idealmente por Audrey Hepburn en muchos films; de la minifalda, emblema mod con el sello de Mary Quant, calzada por la supermodelo superflaca Twiggy; del jean puesto de moda por James Dean y Marilyn Monroe…

Porque esto de Cannes dándole al vestuario de gala casi tanto lugar como a las películas no es ninguna novedad, puesto que muchas estrellas –amén de las ya nombradas– han incidido en la forma de vestir del común de las mujeres: los vestidos de falda muy fruncida y estampado Vichy de Brigitte Bardot a fines de los ’50, Jane Birkin y su modo casual decontracté con su canasta de mimbre (que inspiró a Hermès el famoso bolso de piel de cocodrilo, del que la actriz y cantante renegó cuando adoptó en este siglo la moda ética); la forma de sublimar el trench por parte de una serie de actrices, a partir de –otra vez– Dietrich.

Vida ¿elegante? de Cannes

En estos días de mayo, los medios registraron minuciosamente sendos rituales muy codificados: uno (más multitudinario) de tipo religioso, las honras fúnebres del papa Francisco y luego la entronización de León 14; el otro, laico y mundano, consagrado al séptimo arte en el festival más deseado y prestigioso. En el primero, el vestuario de cardenales, sacerdotes, etcétera, prácticamente inmutable en su diseño y suntuosidad a través de los siglos. En el segundo, un reinado de la moda cambiante, a veces con toques vintage, exaltada en las calculadas marchas, postureos intencionados, y sonrisas impostadas (Wes Anderson llevándose la Palma de Hielo) de los equipos de los films en competición o de figurones sueltos. Dos semanas en la gran escalinata del Palacio mostrando –principalmente, ellas– vestuario de firmas, peinados elaborados (mucho chignon o rodete), maquillajes impecables, alta joyería.

No todas las stars concurrieron a todas las funciones, pero a la eximia actriz Isabelle Huppert se la vio en más de una ocasión: en la noche de presentación de su film La mujer más rica del mundo, se permitió un vestido con vida propia hecho de largos flecos de seda, verde eléctrico que combinaba regiamente con su melenita de cobre rojizo; y en otra función, en un giro radical, se mandó toda de jean, sofisticado total look vaquero. Ella siempre con Balenciaga es, además de una actriz requerida de continuo por grandes directores de cine y teatro, un sobresaliente ícono de la moda a los 72 pirulines.

En Cannes 1991, Madonna supo sorprender al quitarse el abrigo y quedar en falda y el luego famoso corpiño cónico de Gaultier. Hoy el traje escueto de Pom K o la sisa muy pero muy cavada de Bella Hadid, no inquietan a nadie. A su vez, el ampuloso traje de cola de Irina Shayk hace sospechar que necesitó entrenar para no enredarse al trepar por los escalones, y que necesitaría una butaca de dos plazas en la sala. En cambio, la gentil Andie MacDowell, sin cirugías y con las canas al natural, optó por clásico esmoquin.

Aquí valdría recordar en que 2015, Julia Roberts, traje corto negro de Armani, se animó a atravesar el tapiz rojo descalza, luego de quitarse los carísimos stilettos, en señal de protesta por la obligación que tenían las mujeres de usar tacones cercanos en las funciones nocturnas. Dos años después, Jennifer Lawrencehoy presentando Matate, amor en competición)– hizo lo propio con sus Louboutin antes de emprender el ascenso entre fotógrafos y gentío a ambos lados.

Gestos un toque políticos que tuvieron una expresión más fuerte cuando en 2018, 82 actrices encabezadas por Cate Blanchett (a la sazón, presidenta del jurado) irrumpieron desafiantes en airado montón, con justa razón: solo 82 films dirigidos por mujeres se habían seleccionado para la muestra hasta esa esa fecha, ¡contra 1645 hechos por hombres!

Volviendo al actual Festival número 78, entre otras participaciones merece ser mencionada la cantante y compositora Mylène Farmer, vestida de noir sur noir homenajeando a David Lynch con su tema Confession. También de negro, Julianne Moore se destacó por su auténtica simpatía y la simplicidad tan chic de su atuendo. Jennifer Lawrence en un Dior discutible, níveo, mucho volumen de tafetas de seda plisadas. Y Juliette Binoche, otro Dior más original, rosa muy pálido, pantalones amplios, una toca sobre el pelo (algunas versiones periodísticas sostienen que es una alusión al velo de la Virgen de La Pietà, de Miguel Ángel, que justo está en el Vaticano). Otra que no cumple años la tal Juliette o, en todo caso, que tiene el mejor cirujano del planeta. Esta cuestión de los agregados inesperados se notó a Emma Stone, de blanco, traje neto salvo una especia de enorme babero levantado sobre el pecho (de Vuitton).

Los señores casi todos de previsible esmoquin, con leves variaciones (alguno sin solapas, otro sin camisa), exceptuando el disfraz a rayas naranja y azul de Spike Lee, colores de su club de básquet de Nueva York, los Knicks; en tanto que Gael García Fernández llevaba con cierta distraída displicencia un traje azul dominguero con sobria corbata. Como aludiendo in mente al Eclesiastés: “Vanidad de vanidades, todos es vanidad y persecución del viento”.

MS/MG

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