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LATINOAMÉRICA

América Latina 2021, la agenda política en 5 claves

El reclamo por una nueva constitución, protagonista del estallido social en Chile en 2019.

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Con la incertidumbre por el devenir de la pandemia y el cambio de administración en Estados Unidos como gran banda de sonido, América Latina y su ciudadanía movilizada se enfrentan en 2021 a un calendario agitado de renovación de actores políticos.

El super año electoral en Chile

El futuro inmediato de Chile no está escrito, pero en buena medida dependerá de lo que pase este año, en el que el calendario electoral se va a mezclar con el proceso constituyente. En apenas doce meses, Chile cambiará de presidente, elegirá nuevos gobernadores, legisladores, alcaldes y concejales y definirá el contenido de su nueva constitución.

El ciclo comienza en abril. Las elecciones para decidir constituyentes, que serán los encargados de redactar y dotar de contenido a la nueva carta magna en una Asamblea que tendrá paridad de género, van a coincidir con los comicios regionales y municipales.

Para mayo, la Asamblea ya tendrá que haber empezado a reunirse, luego de elegir autoridades y dotarse de un reglamento. En julio, las primarias presidenciales despejarán el escenario de candidaturas, una cita clave teniendo en cuenta la dispersión de alternativas a derecha e izquierda. En noviembre, será la primera vuelta electoral, junto a las legislativas, y en diciembre tendrá lugar la eventual segunda vuelta. El texto de la nueva constitución debería estar listo para enero de 2022. Si no hay consenso, existe una opción de prórroga con abril como fecha límite.  Después, los chilenos tendrán que acudir una vez más a votar en un plebiscito para aprobar o rechazar la nueva constitución.

Por ahora, es el proceso constituyente el que marca el pulso del ciclo electoral. En los próximos meses se terminarán de definir las candidaturas para la Asamblea, para lo cual quienes tengan cargos públicos deberán renunciar para participar. Esta semana, por ejemplo, el presidente Sebastián Piñera tuvo que reemplazar a dos ministros que serán candidatos en abril.

El pelotón de aspirantes presidenciales, mientras tanto, se encuentra disperso y ningún nombre por ahora supera el 20% de la intención de voto. Dos figuras se destacan: por la derecha, el alcalde de Las Condes Joaquín Lavín, quien se posicionó a favor de una nueva constitución; por la izquierda, el dirigente comunista y alcalde de Recoleta Daniel Jadue, que aspira a traducir su popular gestión municipal en una alternativa nacional.

A Sebastián Piñera no le será fácil navegar su último año de gestión. Su apoyo no supera el 20% en las encuestas, la coalición de gobierno está dividida por el proceso constituyente y las cenizas del estallido social siguen vivas. Lo mejor que le puede suceder al presidente es pasar desapercibido.

Elecciones en Perú y Ecuador

El ciclo electoral latinoamericano tiene fecha de inauguración: el 7 de febrero Ecuador elegirá al sucesor de Lenín Moreno. La campaña comenzó a fines de diciembre y hoy tiene tres candidaturas competitivas: el banquero Guillermo Lasso, el correísta Andrés Arauz y el indigenista Yaku Perez. Los números varían según las encuestas, pero todas coinciden en un punto clave: todavía subsiste un gran número de indecisos. El escenario, entonces, se encuentra abierto.

Como explicó Paulina Recalde, directora de la consultora Perfiles de Opinión, a elDiarioAR, el rechazo a la gestión de Lenín Moreno juega un papel central. “Su gobierno se convirtió en sinónimo de lo que la gente no quiere. La clave emocional está en el cambio: ¿cuánto puedes proyectarle al electorado de que tu eres el cambio, la alternativa a lo que ha sido este periodo de gobierno?”, dijo. 

En Perú, por otro lado, donde habrá elecciones presidenciales y legislativas el 11 de abril, el escenario yace aún más incierto, con una diferencia importante: el estallido social de noviembre pasado, luego de la destitución del presidente Martín Vizcarra, todavía sigue vivo. La crisis política no parece haber terminado: el rechazo al Congreso, sintetizado en el lema “Que se vayan todos”, es altísimo y la desconfianza alcanza a todo el sistema político. Por ahora hay 24 candidaturas confirmadas, entre las que se destaca –según las encuestas–, la del exfutbolista George Forsyth, que se presenta por el partido de derecha Victoria Nacional y roza el piso de los 20 puntos. El resto -entre los que se encuentran Julio Guzmán, del partido del actual presidente, la dirigente de izquierda Veronika Mendoza y la derechista Keiko Fujimori- no supera el 8% en la intención de voto. 

Según esa misma encuesta, realizada por la firma Ipsos en diciembre, la opción del voto en blanco alcanza el 18% de las preferencias y todas las candidaturas tienen al menos un tercio del electorado indicando que jamás votaría por ellos. La pregunta no es sólo quién va a ganar sino, principalmente, si el presidente y Congreso que salgan elegidos van a poder ponerle fin al clima de hartazgo que impera en la sociedad peruana. 

Los cambios en la oposición de Venezuela y Nicaragua

Con la renovación de la Asamblea Nacional, en la que el oficialismo asumió el control el 5 de enero, la oposición venezolana está obligada a reinventarse. Juan Guaidó, el líder del espacio desde su autoproclamación como presidente interino en enero de 2019, después de asumir al frente del parlamento, perdió la carta de legitimidad que sostenía su estrategia. Los primeros coletazos internacionales llegaron el miércoles, cuando la Unión Europea anunció que dejará de reconocerlo como presidente interino, aunque lo sigue destacando por sobre otros líderes opositores.

La erosión de apoyos internacionales sumado a cuestionamientos internos, que le endosan a Guaidó ser el representante de una estrategia fracasada para derrocar al presidente Nicolás Maduro, puede aumentar la dispersión y fragmentación del espacio opositor, un problema que ya ha manifestado en el pasado. La pregunta es si habrá un nuevo liderazgo que pueda ofrecer un cambio en la estrategia para enfrentar a Maduro, que hoy se muestra fortalecido. 

Aunque su apoyo es bajo (25%), Guaidó sigue siendo el líder mejor valorado dentro de Venezuela. El cambio podría llegar desde afuera, sobre todo si la Unión Europea o la nueva administración demócrata en Estados Unidos buscan otros interlocutores. Un sector minoritario de la oposición, tildado como “colaboracionista” por los dirigentes tradicionales, ahora tendrá representación parlamentaria. Del otro lado, viejos conocidos como Leopoldo López, el padrino político de Guaidó, y el excandidato Henrique Capriles levantan la mano. 

En Nicaragua, la menguada oposición al Gobierno de Daniel Ortega también enfrentará un año desafiante. El Parlamento aprobó el mes pasado un proyecto rotulado como “Ley de defensa de los derechos del pueblo a la independencia, la soberanía y autodeterminación para la paz” que excluye de las elecciones de noviembre a quienes sean considerados “traidores de la patria”. Dado que serán las autoridades las que deciden a quienes les cabe esta inscripción, es posible que la mayoría de la oposición -a la que el presidente Daniel Ortega se suele referir con ese término- quede excluida de los comicios.

La oposición nicaragüense ya se encontraba dispersa y expuesta a un aumento de la represión estatal a cargo de Ortega y la vicepresidenta Rosario Murillo. Ahora puede quedar fuera de las elecciones, una cita que se consideraba vital para encontrar una salida al conflicto político que se agudizó en 2018.

Bolsonaro, AMLO y el amor después de Trump

Con la salida de Donald Trump del poder en Estados Unidos y la llegada de Joe Biden, el presidente brasileño Jair Bolsonaro se enfrenta a un dilema: seguir con un discurso y política exterior alineada al trumpismo y quedar aislado en el escenario internacional o adaptarse a la nueva coyuntura global, mostrándose menos combativo con China y otros países de la región (entre ellos, Argentina). 

La política exterior de alineamiento total a los Estados Unidos de Trump fue la seña particular del gobierno de Bolsonaro desde su llegada al poder. El politólogo brasileño Oliver Stuenkel señala tres efectos negativos de la derrota de Trump para Bolsonaro. Primero, la pérdida de un activo importante para su base doméstica de apoyos y lealtades, frente a la que capitalizaba la cercanía que tenía con el líder republicano. En segundo lugar, los ataques de Bolsonaro al sistema multilateral, que con Trump al frente de Estados Unidos quedaban en un segundo plano y no implicaban muchos costos, ahora sí podrían tenerlos. Por último, la prioridad de Biden en la crisis climática, sumada a la voluntad de recomponer las alianzas con Europa, puede significar una mayor presión a la política medioambiental de Bolsonaro, obligándolo a revertir curso.

Otro potencial escenario de hostilidad con la entrante administración demócrata se ubica en México. Andrés Manuel López Obrador fue, junto con Bolsonaro, uno de los últimos líderes en reconocer la victoria de Biden y , como aquel, también supo cultivar una relación de cercanía con Trump, al que llamó un “amigo” en la visita que hizo a Washington -la única vez que salió del país como presidente- en octubre pasado. La relación entre ambos, sin embargo, sólo mejoró cuando AMLO aceptó un paquete de concesiones migratorias para limitar la entrada a Estados Unidos.

El presidente mexicano envió una carta fría a Biden para saludarlo como presidente e impulsó y aprobó una reforma a la ley de seguridad que limita la actividad de agencias extranjeras como la DEA, un movimiento que será una de los primeras cuestiones a desactivar para Biden en los primeros meses del vínculo con México. Para algunos analistas, la salida de Trump de la Casa Blanca puede significar un cambio en la percepción de AMLO hacia Estados Unidos; menos preocupado por controlar y saciar a un presidente que manifestaba una hostilidad abierta con México, López Obrador puede bocetar un perfil más nacionalista con Biden. Los cálculos electorales también juegan: México tendrá legislativas en junio y el presidente ha sido cuestionado por la gestión sanitaria y económica ante el coronavirus.

La prolongación del estallido social

Incluso antes de que el coronavirus contagiara a América Latina -México, Argentina, Colombia y Perú se encuentran entre los 10 países con más casos confirmados en todo el mundo-, el hartazgo y la movilización de las ciudadanías contra las élites políticas ya había despertado. Sin embargo, el descontento popular que estuvo en el centro de las protestas del 2019 en Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia ha rebrotado en los últimos meses y puede multiplicarse en 2021 si los estados no dan respuesta a las demandas ahora amplificadas de protección económica, educación, salud, seguridad, transparencia y justicia que recorrieron, en mayor o menor medida, la región en el último tiempo.

El golpe económico que sufrieron los estados latinoamericanos (según el último informe del Banco Mundial, la economía de la región cayó 6,9% en 2020, lo que la convierte en la más afectada en todo el mundo durante la pandemia) va a limitar sus capacidades para dar respuesta a la crisis sanitaria mientras los fantasmas de la segunda ola pueden complicar aún más la situación. Un eventual retraso en los planes de vacunación podría, también, profundizar el descontento. 

JE

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