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Cómo la sabiduría de los indígenas de Colombia ayudó a rescatar a los niños perdidos en la selva

Dairo Kuramitere, uno de los indígenas que encontraron a los niños supervivientes del accidente de avión, en Bogotá el 15 de junio.

Luke Taylor y Mat Youkee

Bogotá (Colombia) —

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Los equipos militares de rescate encargados de la búsqueda de cuatro niños indígenas perdidos en la selva amazónica colombiana estaban preparados para una tarea que parecía imposible. La tecnología de satélites de alta resolución los ayudó a identificar el lugar donde se había estrellado la avioneta que transportaba a los niños. Los soldados estaban acostumbrados a operar en territorios hostiles por los años de guerra con los grupos rebeldes.

Sin embargo, en el Amazonas la tecnología no es suficiente. “Podíamos ver perfectamente las hojas de los árboles, pero no sabíamos qué había debajo. Por eso, necesitábamos hacer una búsqueda por tierra. Fue paso a paso, encontrando diferentes pruebas que para algunos eran imposibles de ver”, explica a los medios de comunicación el general Pedro Sánchez, que supervisó la operación militar.

Para poder ver en el terreno lo que de otro modo hubiera sido imposible, el presidente Gustavo Petro hizo un llamamiento a las comunidades indígenas de Colombia para que colaborasen en la búsqueda de los niños, de entre uno y 13 años de edad. Los menores fueron rescatados el 10 de junio, tras permanecer 40 días en la selva.

Rescatistas indígenas

Como explica Luis Acosta, jefe de la Guardia Indígena de Colombia, 93 personas de comunidades indígenas de todo el país fueron llevados a las selvas del sur para asistir a los 120 soldados en la búsqueda. Entre ellos, había miembros de los pueblos siona, nasa, uitoto, sikuani, misak, murui y koreguaje.

Los militares elogiaron la labor de los voluntarios y afirman que el hecho de que estuvieran familiarizados con las condiciones de la selva fue decisivo para hallarlos a tiempo. “Los niños fueron encontrados vivos gracias a la combinación de nuestros conocimientos indígenas con los conocimientos occidentales”, sostiene Acosta, coordinador de los indígenas que participaron.

“Si no fuera por nuestro conocimiento ancestral del bosque -sus propiedades medicinales, su vida y sus espíritus-, no habríamos encontrado a los niños cuando lo hicimos”, asegura. “Todos somos diferentes y tenemos nuestras propias y ricas tradiciones: algunos venimos de las montañas, otros de las selvas, pero hemos trabajado juntos para salvar a los niños”, agrega el jefe de la Guardia Indígena colombiana.

Durante más de un mes, los voluntarios indígenas estuvieron buscando rastros de vida, desde las cinco de la mañana hasta las cinco de la tarde, trabajando en silencio y rastreando la densa maleza, las cuevas y las orillas de los ríos.

Acosta afirma que, sin la experiencia de los voluntarios, los equipos de búsqueda no habrían podido cubrir tanto terreno en la selva virgen, donde los árboles alcanzan los 40 metros de altura y la visibilidad es muy reducida. Las condiciones eran duras, con un 80% de humedad y lluvias torrenciales constantes.

“Un día, tras haber estado perdidos durante horas navegando con el GPS, se nos echaba la noche encima. Cuando dejamos de usar el GPS, volvimos a nuestros sentidos y miramos al sol para que nos guiara, regresamos rápidamente a los grupos. A veces ni siquiera la mejor tecnología es suficiente: el conocimiento ancestral juega un papel también”, dice.

Los voluntarios encontraron frutos e insectos comestibles para complementar las raciones militares, pero lo más importante para el éxito de la misión fueron las plantas medicinales, que dieron a los buscadores la fuerza mental y física para aguantar en esas duras condiciones. “También compartimos nuestros conocimientos ancestrales con los soldados y nos agradecieron mucho la fuerza que les dieron las plantas para seguir con la labor de búsqueda y rescate”, explica.

A pesar de ello, varias personas que integraban la unidad de rescate necesitaron tratamiento hospitalario en Bogotá tras contraer neumonía y enfermedades tropicales, pero siete de ellos no fueron trasladados rápidamente a la capital para recibir asistencia médica. (La familia de los niños pidió al Gobierno “atención especial para los compañeros indígenas que se encuentran enfermos por accidentes ocurridos en la selva”, según un comunicado).

Fortaleza espiritual

Los buscadores indígenas también rezaron para que los espíritus de la selva guardaran a los niños y protegieran y guiaran a los grupos de búsqueda. “Algunos no comieron animales durante 40 días como ofrenda a la selva. Ni siquiera una serpiente, hasta que aparecieron los niños”, cuenta Flavio Yepes, miembro de la comunidad sikuani.

Tanto Yepes como Acosta aseguran que el elemento espiritual fue fundamental en las labores de rescate. “Por la noche, los tigres rugían y eso nos mantuvo alerta durante la búsqueda. Muchos de nosotros tuvimos sueños que ayudaron a guiarlos hacia los niños”, relata Acosta.

Los buscadores también tomaron yagé, o ayahuasca, una bebida alucinógena a base de plantas que, según los curanderos indígenas, puede abrir la mente para tener una intuición espiritual.

Henry Guerrero, miembro del grupo de búsqueda, dice: “El Ejército carecía de los conocimientos necesarios para moverse por la Amazonia colombiana. Les enseñamos a sobrevivir en la selva. [Pero] después de 25 días estábamos totalmente desmoralizados... Nos dimos cuenta de que sólo con el esfuerzo humano era imposible encontrarlos, así que decidimos recurrir a la búsqueda espiritual. Tomamos yagé porque la búsqueda se había vuelto muy dura”.

El gran avance se produjo el 8 de junio, según dice Yepes, y coincidió con el momento en que un grupo del pueblo murui -al que pertenecen los niños perdidos- celebró una ceremonia, cantando y consumiendo yagé con la esperanza de recibir orientación espiritual. “Algunas personas se convierten en anacondas durante estas ceremonias; otras, en tigres; otras, en grandes aves. No sé en qué animales se transformaron los murui aquella noche, pero es lo que les llevó a dar la vuelta hacia el lugar del accidente, donde encontraron a los niños”, asegura Yepes.

Al día siguiente, encontraron a los niños demacrados y sin zapatos, en un claro del bosque a sólo cuatro kilómetros del lugar del accidente. Lesly Mukutuy, de 13 años, desempeñó un papel esencial en la supervivencia del grupo, ya que ayudó a los más pequeños a identificar frutas comestibles y a encontrar agua, gracias a las enseñanzas de su abuela, de la comunidad uitoto.

Los buscadores murui que los hallaron lo celebraron cantando, rezando y fumando tabaco, que consideran sagrado (de hecho, su nombre significa “hijos del tabaco”).

Por su parte, los mandos militares elogiaron la ayuda de las comunidades indígenas, después de que su papel resultara fundamental en la búsqueda de los niños y, según Acosta, contribuyó a cambiar la opinión de los soldados sobre los indígenas de Colombia, los cuales suelen aparecer en las noticias sólo cuando se enfrentan a las fuerzas de seguridad en protestas contra proyectos extractivos.

Abandono del Amazonas

“Espero que la sociedad se dé cuenta de que no somos guerrilleros ni nos interesa la guerra. Somos una fuerza generadora de vida y protectores de la Madre Tierra”, declara Acosta.

Otros miembros del equipo de rescate esperan que el episodio sirva para llamar la atención sobre la situación de la Amazonia, donde el Estado colombiano apenas hizo acto de presencia, dejando a las comunidades indígenas a merced de las mafias de la droga y los grupos guerrilleros, como las facciones disidentes de las Farc.

En una conferencia de prensa celebrada en Bogotá, Guerrero, que al igual que los cuatro niños es miembro de la comunidad uitoto, pidió al Gobierno de Gustavo Petro que reforzara la seguridad y mejorara las infraestructuras de transporte para que la población local no se viera obligada a depender de aviones tan precarios como en el que viajaban los menores.

“Lo cierto es que esta región está abandonada por completo... Hay una base militar en Araracuara, pero el resto de la región circundante está totalmente controlada por los grupos disidentes de las Farc”, dice el voluntario.

La importancia crucial que pueden tener los grupos indígenas en la defensa de la Amazonia frente a la deforestación es cada vez más aceptada por los investigadores, junto con la profundidad de sus insustituibles conocimientos sobre la flora y la fauna de la región.

“Nadie duda de la dificultad de encontrar una aguja en un pajar y, en este caso, el pajar era la Amazonia colombiana”, apunta Mark Plotkin, experto en los poderes curativos de las plantas y los chamanes de la selva amazónica. “El hecho de que recurrieran a la sabiduría indígena demuestra que estas personas conocen la selva mejor que nadie”, indica.

Acosta espera que “el mundo entero haya visto ahora el poder” de sus conocimientos y costumbres. “La Madre Tierra envió un mensaje al proteger a los niños: que debemos proteger a la Madre Tierra”, advierte.

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