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El intento desesperado de las embarazadas de Ucrania por refugiarse en la maternidad de Leópolis: “No hay lugar intocable, también acá nos pueden atacar”

Iryna Zelena mira a sus hijas en la incubadora.

Mariangela Paone

Enviada especial a Leópolis (Ucrania) —

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Iryna Zelena salió de Kiev el 28 de febrero embarazada de siete meses. Llegó a Leópolis al día siguiente, tras 15 horas de viaje en tren abarrotado. Tres días después nacieron sus hijas. “Se llaman Victoria y Verónica. Victoria para Ucrania y Verónica porque significa 'portadora de victoria'”, cuenta sentada en la cama de la habitación en la que se recupera luchando contra la ansiedad por la suerte de su país y de sus niñas. Nacieron con solo 700 y 1.200 gramos de peso y están estables en la Unidad de cuidados intensivos del Centro Perinatal Regional, la maternidad más grande de Leópolis que desde hace dos semanas ha empezado a recibir mujeres desde las ciudades del país más golpeadas por los bombardeos de la ofensiva rusa. 

“Desde el inicio de la guerra han llegado unas 50 y 21 de ellas han ya dado a luz. Han huido desde Jarkóv, Kiev, Irpin, Sumy... Antes del conflicto era raro que llegara gente desde otras regiones”. Maria Malachynska es la directora de este hospital y, un día después de las imágenes del horror del ataque a la maternidad de Mariúpol, no tiene reparo en reconocer que la ansiedad que la acompaña cada minuto desde el comienzo del conflicto se ha multiplicado. “Mariúpol es la demostración que no hay nada intocable, nada sagrado para los rusos. ¿Cómo molestaban a los rusos estos niños? ¿Por qué les atacaron? Los niños son el futuro de nuestro país y Rusia lo está destruyendo”, dice haciéndose eco de las palabras que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski pronunció tras el bombardeo del jueves. También repite la petición de la creación de una zona de exclusión aérea que la OTAN se niega a declarar por el temor que el conflicto se convierta en una guerra total en Europa.

De los 600 empleados con los que cuenta este hospital solo cinco han dejado el trabajo para salir del país, asegura la directora. Pero ya no se sienten protegidos como antes en este lugar “Tienen miedo, han entendido que ahora esto puede pasar con cualquier cosa, incluso con un sitio como este”. A través de las ventanas de su despacho, adornadas con orquídeas blancas, se entrevén los finos copos de nieve que van cayendo lentos, haciendo de cortina a los bloques de viviendas anónimos que rodean este hospital, abierto hace 36 años y reformado en 2018. Cinco mil mujeres dan a luz aquí cada año. 

“Nadie se esperaba esto. Cuando nos despertamos el 24 de febrero con la noticia de la invasión nadie lo esperaba”, repite Malachynska, que habla rápido, entrelazando las manos, como para mantener la calma, contener la agitación. El centro ha tenido que hacer planes de contingencia y ahora mismo cuentan con recursos y medicamentos suficientes para aguantar tres meses. Las habitaciones de las mujeres que acaban de dar a luz han sido trasladadas desde el cuarto al primer piso para que, cuando saltan las sirenas antiaéreas, el trayecto hasta el refugio que han preparado sea más fácil. Para acceder al local hay que salir del edificio principal y, tras andar unos metros, meterse en una pequeña puerta que da acceso a un sótano donde, debajo de las tuberías que recorren el techo y apoyadas en la tierra, están unas cuantas camas, con sábanas y mantas, agua y comida para las madres y sus bebés. Un espacio desangelado y angustioso que contrasta con la pulcritud del centro. 

“El principal problema lo tenemos con los niños prematuros que necesitan estar conectados a los equipos de los cuidados intensivos”, subraya la directora. Como las niñas de Zelena que comparten una cuna térmica en una sala donde también están los trillizos que nacieron hacen tan solo unas horas en la vigésimo séptima semana de embarazo. Un tubo muy sutil sale de las narices de las bebés, con sus cuerpos diminutos cubiertos por la mitad por pañales demasiado grandes. “No puedo decir si los partos de prematuros han aumentado en estos días –comenta Verónica Koldra, responsable de esta UCI–, pero lo que sí hemos visto es que las mujeres que llegan con problemas han pasado del 20 al 40% y surgen más complicaciones debido al estrés. Una angustia que hace que, por ejemplo, no consigan amamantar porque la ansiedad influye en la lactancia”. Algunas mujeres piden que no se les pongan la epidural para que puedan recuperarse más rápido y salir cuanto antes hacia la frontera. 

Zelena se acerca a la cuna que custodia a sus hijas. Ha podido tocarlas, sujetarlas pero tardará aún en poder salir con ellas de este hospital. No tiene más planes para el futuro que volver cuanto antes a Kiev. Allí se han quedado los conjuntos que había preparado para sus hijas y también los planes de reformar la vivienda para la familia que crecía. Allí se ha quedado su marido, que solo ha visto a sus niñas por foto y que le dice que lucha por proteger su casa y su país. No le explica cómo lo hace. Ambos antes de la guerra eran asesores jurídicos. “Cuando salga del hospital me quedaré aquí en Leópolis a la espera de poder regresar a Kiev. Pero ahora mis niñas tienen su propia guerra: están combatiendo por sus vidas”. 

MP

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