Análisis

Gabriel Boric, presidente electo de Chile: la administración de la utopía y el gobierno de la eficacia

0

En un día y medio de presidente electo, hay un primer logro mayor de Gabriel Boric tan paradójico que cuesta calibrarlo. Es la percepción pareja, sin por ello resultar parejamente expresada entre quienes anticipaban o temían lo contrario, de que el nuevo Ejecutivo, vencedor en la elección, asegurará gobernabilidad. La ventaja de 55% sobre 46% en su triunfo, y la inesperadamente alta participación obraron variadamente en pro de esta certidumbre, en curso, antes que inmediata. Correlativa a la constatación de que el nuevo presidente no se parece en nada, ni da signos de que esto pueda ocurrir,  a la caricatura que se había construido de él desde la campaña para las internas que en julio lo consagraron sorpresiva pero decisivamente, candidato de su coalición Apruebo Dignidad. Simultánea con una certidumbre, contrafáctica, pero anterior. La de que su derrotado contendiente, José Antonio Kast, de ser electo, sí se habría parecido a la caricatura que le tocaba, porque ya había exhibido, a pesar de notorios esfuerzos de sofrenarse, los rasgos y exabruptos del coronel o comisario o 'momio' de opereta.

Las fuerzas políticas centristas que prestaron su apoyo clave a los dos candidatos en la segunda vuelta se resignaban a que si ganaban un Boric 2 o un Kast 2, los candidatos ‘reinventados’ para el balotaje, sobrios, sin la ebriedad revolucionaria allendista o reaccionaria pinochetista, volverían como un resorte reprimido a ser quienes ‘en realidad’ eran. A los gestos, ademanes, discursos, alardes, de la primera vuelta, abandonada la domesticación de la ingeniería electoral. Surge así una distancia máxima que la opinión pública, los mercados, la comunidad internacional, los grandes medios, el establishment político nacional y regional (aun el alineado con su coalición electoral victoriosa) –todas esas perspectivas externas, escépticas, sin empatía ninguna previa- empiezan a reconocer entre Boric presidente y Kast presidente, a beneficio del primero en el ábaco del debe y del haber.

Boric tiene por delante los mismos problemas económicos que tendría Kast. No hay divergencia en su formulación. Pero existía un consenso pre-existente, entre las fuerzas de la ex Concertación representadas en el Congreso, a favor de soluciones que coinciden con las de la campaña de Boric. Desde las elecciones del 21 de noviembre, el Senado quedó empatado entre derecha e izquierda (de hecho, la derecha hizo las mejores elecciones legislativas desde el fin de la dictadura). De las 155 bancas de la Cámara de Diputados y Diputadas, Apruebo Dignidad tiene sólo 37 votos. Boric necesita acuerdos para sus reformas. Para aumentar por dos períodos de cuatro años los impuestos hasta un 8% del PBI, para refundar sobre base estatal el sistema privado de jubilaciones y pensiones (nacionalizará, posiblemente, las AFP, como proponía la Democracia Cristiana),  aumentar el salario mínimo, reducir la semana laborable, establecer, definitivamente, sistemas de educación y de salud universales, gratuitos, y de calidad. Además de enfrentar los temas de la seguridad, la inmigración, y las reivindicaciones mapuches. El crecimiento de sus votos en el norte y en el sur del país permiten inferir que quienes esperan soluciones para estos temas particularmente urgentes en sus regiones lo creen idóneo para plantear iniciativas viables y eficientes.

Un regreso al Boris 1, en el talante del joven electo de 35 años, había sido aceptada, sin queja ni reparo, como escenario post balotaje por las fuerzas centro-izquierdistas de la ex Concertación que había gobernado por casi treinta años desde 1989. En cambio, el escenario correlativo sublevaba a la centro-derecha. Que había hecho, una y otra vez, y con diversas voces que representaban a sus diversos partidos y espacios, sonora reserva explícita de superioridad moral y modernidad ultrajada. Querían dejar en claro que no se reconocían en Kast 1, ni siquiera en Kast 2, y que llamaban a votarlo como único antídoto coyuntural contra el ‘comunismo. Kast no las representaba, buscaban que ‘constara en actas’, porque mucho menos representaba a sus electorados. Kast podía elogiar y buscar apoyos en Donald Trump y en Jair Bolsonaro. Pero los que resultaron demasiado disímiles fueron sus electorados. El espectáculo cotidiano de presidentes que ofrecen entretenimiento sin consecuencias (porque la administración está en manos neoliberales en economía y conservadoras en temas sociales) no resultaba admisible para el centro de la centro derecha, que en Chile incluye a franjas educadas y ricas de la población. Conservador tradicionalista, también faltaba a Kast el dominio escénico de la televisión chatarra en la que el presidente 45 de EEUU descollaba como payaso siniestro y faltaba asimismo al republicano chileno la pericia bombástica y soliviantada en las redes sociales del ex capitán del ejército de Brasil.

Si la izquierda hubiera sido derrotada, la Convención Constitucional, que es la institución en la que más confía la ciudadanía chilena según los sondeos, se habría convertido en la mayor fuerza opositora, y desvirtuado en la lucha política su función.

Otra mejora inmediata, para Chile, que se deriva de por sí, y sin más, de la victoria de Boric, es que todo invita a creer que su presidencia marchará acompasadamente, en su primer año, con las labores de la Convención Constitucional que está reunida para redactar la nueva Ley Suprema que sustituya al texto pinochetista de 1980 todavía en vigencia. Mucho se había especulado sobre el conflicto entre Gobierno y Convención en el caso de un triunfo de Kast, que habría convertido al presidente derechista en Opositor en jefe a la una asamblea constituyente con paridad de género, representación indígena preasignada, y mayoría de independientes y de la izquierda. En esa contraposición hipotética se prestaba menor atención al daño mayor: no que el presidente derechista hostigara a la Convención, sino que esta se convirtiera en opositora de primera línea de fuego al gobierno. Esto habría desnaturalizado sus funciones, su funcionamiento operativo, monopolizado su tiempo útil, y orientado la redacción hacia una artillería ofensiva contra un pinochetista neoliberal en economía y neoconservador reaccionario en temas sociales instalado en La Moneda. Un presidente de izquierda y una asamblea de izquierda tienen la oportunidad de aprender en la marcha. En la redacción, la orientación será a cómo fortalecer gobiernos como el de Boric, orientados a su vez al reconocimiento de derechos por un Estado que se obliga a ellos como a necesidades que debe saciar, y no a ofrecer la imagen invertida del continuismo irredento.

Es así que entre los motivos por los cuales alegrarse de la rotunda victoria de Boric en segunda vuelta, no faltan algunos tan razonables y aun pedestres al punto que regocijarse por ellos luce afrentosamente enemigo del entusiasmo. Mala onda, como el título de la novela de Alberto Fuguet ambientada en el Santiago del plebiscito constitucional pinochetista de 1981. Antiutópico, moderado, conformista. Más banal que la etiqueta frontal de ‘socialdemócrata’ que Boric toleró sin queja ni remilgos que le adhirieran cuando el último debate de la campaña presidencial.

En sus anuncios declarados, en su proceder personal, en su encuentro con el presidente Sebastián Piñera en La Moneda, inclusive en la copucha (los rumores, el chismorreo, en Chile), que circula sobre quiénes integrarán o podrían integrar el gabinete, hay un aire mejor, una atmósfera más limpia, un oxígeno más abundante y menos dosificado que el de la moderación, la mesura, el realismo de la gestión que hace circular sin velocidades máximas por las grandes alamedas.  Y es que transparece, por delante, o por detrás, de las componendas en procura de equilibrios necesarios y de distribuciones ecuánimes, de las cuotas, y otras aritméticas que sin duda pesan, y que es preciso cuantificar balanceadamente, el criterio de eficacia. En la impaciencia de la eficacia, la utopía no se aleja ni relega: al contrario.  

AGB