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Análisis

El futuro político de Chile: sin derecha ni centro derecha en la Convención Constitucional ni centro izquierda en las elecciones presidenciales

El progresivo declive de la importancia de la Iglesia Católica en Chile ha acompañado, cuando no impulsado, a la Democracia Cristiana en su plano inclinado hacia la irrelevancia.
29 de mayo de 2021 00:59 h

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Al despuntar el lunes 17, la degradación de la derecha a mera figura decorativa en el elenco de la política chilena era un hecho consumado. De ese 41% del padrón que en el fin de semana participó de la jornada electoral doble, menos de un tercio de los votos fueron para el frente oficialista Chile Vamos que durante treinta años representó a la mitad derechista del país a la sombra del capitán general Augusto Pinochet. Con 37 bancas sobre un total de 155, en la Convención nada podrán pedir ni impedir en la redacción del nuevo texto constitucional chileno. Para pulverizar a la centro izquierda no hicieron falta ni un solo día ni un solo voto. Bastaron unas pocas horas del miércoles 19. En el día y la hora límite para inscribir las candidaturas partidarias en las primarias de junio, el viejo Partido Socialista (PS) de Salvador Allende rompió su alianza histórica con la Democracia Cristiana (DC). El socialista Álvaro Elizalde buscó anotar a su partido en las primarias del Frente Amplio (FA) y el Partido Comunista (PC), los grandes ganadores, junto a los independientes, de las elecciones de convencionales. Pero fue rechazado. Llegaron así a su fin treinta años de hegemonía de la Concertación: la alianza de partidos de centro e izquierda que había guiado la transición democrática y hegemonizado el poder y la agenda durante los últimos treinta años.

El sábado y el domingo 15 y 16 se eligieron autoridades para los poderes constituidos (regionales y municipales) y para el poder constituyente (convencionales). La DC ganó alcaldías y concejales. A lo largo de todo Chile, el país del mundo que tiene menos tierra próxima frente a sus dilatadas orillas oceánicas, especialmente en ciudades y pueblos medianos o pequeños con demografía envejecida, los partidos tradicionales llevan ventaja para retener el dominio territorial, o para que el poder local sean el último que deban entregar. A la elección determinante, de consecuencias históricas, dentro del frente porque la de convencionales constitucionales es de aquellas que un país celebra una o dos veces por siglo, la Democracia Cristiana había presentado cinco decenas de candidaturas; ganó una sola banca. Dentro de la Lista del Apruebo, el pacto electoral del que formaba parte, le fue mucho mejor al Partido Socialista (PS), que ganó 15.

El último día para presentar las candidaturas partidarias a las primarias de los cinco partidos que integraban el espacio político de la Concertación, una revolución interna había sacudido a uno de los dos más importantes, la Democracia Cristiana. Muy poco más de la mitad de sus máximas autoridades nacionales reconocía favorecer, y acaso sólo tibiamente, a estas alturas, a Ximena Rincón, quien sin embargo se había ganado en elecciones internas, sólo partidarias, el derecho a competir en representación del partido en las primarias de la alianza electoral de la Concertación. El resto favorecía a Yasna Provoste, una política de la que poco se sabía dos meses atrás, pero que como flamante presidenta del Senado había sido una de las lideresas de los retiros de fondos de pensiones de las AFP, que habían permitido que, en tres etapas, volviera a cada ahorrista un 10% de sus capitalizaciones antes forzosas e intangibles hasta la edad jubilatoria. El nombre de Rincón, en cambio, se asocia al de quienes favorecieron el sistema de las AFP como sistema previsional chileno. 

Rincón se había mostrado dispuesta a ceder su lugar a quien no lo había ganado en internas. De lo que no se había mostrado dispuesta Provoste era a que el partido siguiera bajo la dirección de alguien que no reconociera la necesidad de girar a la izquierda en las actuales circunstancias, o la necesidad de reconocer que la auténtica naturaleza de la Democracia Cristiana (DC) era izquierdista, lo que a sus ojos venían a ser una y la misma cosa. Si Provoste no estaba dispuesta -a tanto había llegado su poder-, el propio presidente de la DC, tampoco, y fue así que Fuad Chahín renunció. Quedó como presidenta interina Carmen Frei, hija del presidente Eduardo Frei Montalva, hermana del presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle. Quedaba por resolver la cuestión Rincón/ Provoste, pero en escasísimas horas pudo advertirse cuán académica era. Reunida por zoom la cúpula de la DC, le pasan a Frei una llamada telefónica impostergable. Sus ‘camaradas’ (así se llaman entre sí en la DC, a la que también llaman ‘legión’) pudieron ver cómo se descomponía en cámara. Después de cortar, visiblemente alterada por una noticia súbita que le había costado comprender, Frei hija y nieta les comunicó ‘fraternalmente’ (vocabulario católico) a sus ‘camaradas’ que quien la había llamado era Álvaro Elizalde, presidente del Partido Socialista (PS) chileno, y que le había dicho: “Es un camino sin retorno”.  El PS, que en las elecciones para convencionales constitucionales había obtenido 15 bancas, rompía para siempre la Concertación de tres decenios con la DC, que sólo había obtenido 1 banca. Y se iba a competir en las primarias de FA y PC, los grandes partidos ganadores de la doble jornada de las elecciones para la Convención constituyente.

Elizalde corrió a las oficinas del Servicio Electoral de Chile (Servel) a pedir una prórroga para la inscripción del PS en las primarias de de FA y PC, que, por ser las fuerzas ganadoras en las últimas elecciones, y posiblemente vencedoras en las presidenciales de noviembre, se hacía acreedora sin más a una excepción discrecional que se habría rehusado a otras. Corrió a la sede del FA para finiquitar la nueva Concertación. Donde, para su sorpresa, y la de casi todo Chile, el mismo FA que había invitado al socialismo a sumarse a la nueva izquierda, no se mostró dispuesto a incluir al PS en sus primarias. Alegó que iba junto a otros tres partidos, el Partido para la Democracia (PPD), el Partido Liberal (PL) y el Partido Radical, que le disgustaban. Elizalde no podía deshacerse de estos como de un nuevo lastre. Porque, según la ley chilena, la militancia (inscripta) de un partido no puede participar -no puede votar- en una elección primaria, a menos que su partido esté inscrito junto a alguna de las fuerzas partidarias que las disputan. Un chileno apartidario puede votar en cualquier primaria, pero un chileno con carnet liberal, sólo si el PL estuviera inscrito ante el Servel en una primaria. 

A la sombra de una prórroga que aun extendida declinaba, Elizalde corrió a rehacer el camino de no retorno, y a pedir a la Democracia Cristiana participar en esa primaria de la que había desistido. Ya era tarde. El PS había roto una alianza de 30 años para inscribir una candidatura, la de Paula Narváez, destinada a la derrota, en la primaria de los ganadores pasados y futuros, sólo con la expectativa de algún cargo en el gobierno de Chile 2022. Rechazados por el FA, llegando tarde para reinscribirse con la DC, el PS hizo oír su diagnóstico sobre el actual horizonte de la vida política chilena. “¡Humillan al partido de Salvador Allende!”, exclamó Álvaro Elizalde. “El Frente Amplio es incapaz de brindar gobernabilidad”, concluyó y advirtió Paula Narváez.  

Los partidos no mueren de muerte súbita, sino que se perpetúan en una larga agonía. E incluso cuando mueren intestados, alguien acaba por heredar el sello partidario. En sus idas y venidas al Servel, el socialista Álvaro Elizalde se encontró en la calle, y después adentro (por el frío, habían hecho una excepción a la bioseguridad) con Carlos Maldonado, del Partido Radical, el más viejo de Chile, fundado en 1863. Que le preguntaba por qué no hacía la primaria con él. Y al mismo tiempo, y tenazmente, el radical Maldonado le tuiteaba la misma propuesta a la Democracia Cristiana. Hay que decir que fue dos veces en vano.

La Concertación que se había formado en 1988 para decirle No a la Constitución pinochetista de 1981 se rompió así en 2021 cuando se trataba de redactar el texto que la sustituyera. Como se dejó atrás uno de sus principios fundadores de este frente de centro e izquierdas: no incluir al comunismo. Con esta fuga socialista acababa la Concertación que había guiado la transición democrática chilena. Era la segunda prueba en días que recibía la DC de que ahora el suyo era un lugar de una irrelevancia tal como no había conocido en más de medio siglo. Si se la mira con mayor perspectiva, el declive de la DC hacia la irrelevancia había sido acompañado cuando no empujado por el de otra de las que fueron las instituciones mayores en Chile de la resistencia a la dictadura y de la transición hacia la democracia electoral pluripartidista, la Iglesia Católica. Así como el parejo camino de sus tradicionales opositores, los del concierto de Chile Vamos, había sido acompañado por la erosión, menos pronunciada pero de todos modos progresiva, de la gravitación de las Fuerzas Armadas. 

Sin embargo, “como el punk”, dijo uno de sus dirigentes a elDiarioAr, “la DC ni está muerta, ni ha dejado de ser verduga”. En sus manos está el futuro del gobierno de Sebastián Piñera. El debate de los 'mínimos comunes' del Ejecutivo con el Legislativo lo lleva adelante esta semana la presidenta del Senado Yasma Provoste. Quien le tiende al ahogado Piñera un salvavidas de hierro. Que es un IFE, llamado en Chile 'Renta Básica Universal'. Para el 80% de la población, es decir, para 6 millones 600 mil personas -y tal vez para 2 millones más. Con un costo para el Estado de 3.790 millones de dólares mensuales, por unos cuatro meses a partir de junio, con un costo total de más de 15 mil millones de dólares. Y si no hay dinero, con reasignación de los recursos de las FFAA.

AGB

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