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La guerra que cambió Europa

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, recibe a los presidentes del Consejo, Charles Michel, y la Comisión, Ursula Von der Leyen, en Kiev

Andrés Gil

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Es la primera guerra en suelo europeo desde 1945. Es verdad que ha habido otros conflictos armados, como el de la antigua Yugoslavia, o el de Chechenia, pero es la primera vez que un país invade otro desde hace más de 80 años. Y eso ha supuesto un shock en un continente que intentaba salir de las consecuencias económicas, sociales y sanitarias de la pandemia del coronavirus.

El 24 de febrero de 2022 el presidente ruso, Vladímir Putin, decidió atacar Ucrania. Y lo hizo en un contexto que recuperaba todos los ingredientes de la Guerra Fría, y que ha cambiado una Unión Europea alumbrada, entre otros motivos, para evitar un nuevo conflicto bélico en Europa y que Francia y Alemania sellaran una paz duradera.

Más OTAN

El fracaso de Afganistán –como el de Libia previamente, por ejemplo–, que se llevó por delante miles de vidas y millones de dólares, alimentó la idea de que la Unión Europea debía tener una voz propia en el mundo, añadió ingredientes al propósito de la Comisión Europea de ser un actor geopolítico; un jugador, no un terreno de juego.

Pero se atravesó Vladímir Putin y su invasión de Ucrania que, sobre todo, ha reforzado a una OTAN que estaba en el rincón de pensar; a una alianza militar y geostratégica nacida tras la Segunda Guerra Mundial, cuyo primus inter pares es el inquilino de turno de la Casa Blanca y tiene sus propias prioridades en el sistema mundo, como se apreció en la última cumbre, la de Madrid. Por ejemplo, en la inclusión de China como desafío, algo que preocupa más a Washington que a Europa; o la mirada indo-pacífica, que responde más a intereses estadounidenses que europeos. Porque, al final, no se trata solo de tanques y batallones, sino de áreas de influencia, economía, comercio, presencia, los flujos energéticos, frente a Rusia y China.

“Putin buscaba la finlandización de Europa”, dijo el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en la cumbre de la Alianza Atlántica de Madrid, “y va a conseguir la OTAN-ización de Europa”. La frase de Biden describe el momento geopolítico: la UE ha movilizado 3.600 millones de euros en armas para Ucrania a través del llamado Instrumento de la Paz, está proporcionando ayuda financiera para que el Estado ucraniano subsista en su día a día y ha prometido ayudas para la reconstrucción del país al tiempo que ha abierto sus puertas concediendo el estatus de candidato a Ucrania.

Los meses previos a la invasión de Ucrania, el Kremlin argumentaba, y era verdad, que la OTAN no había dejado de ampliarse hacia el Este desde la caída de la Unión Soviética. Y denunciaba que eso suponía dos cosas: una violación de los acuerdos de los noventa, al tiempo que un riesgo para su seguridad. Así, pedía a la OTAN que regresara a sus límites previos al ingreso de países del bloque soviético, algo que resultaba inviable, o, al menos, la retirada de misiles de estos países.

Sergei Lavrov, ministro de Exteriores, insistía en que las demandas de Rusia incluían “la retirada de fuerzas, equipos y armas extranjeras y otras medidas para volver a la configuración de 1997 en el territorio de países que no eran miembros de la OTAN en aquella fecha”, cuando la OTAN comenzó a admitir países del Pacto de Varsovia. “Eso incluye a Bulgaria y Rumania”, dijo Lavrov, y agregó que la exigencia de Rusia era “básica” y “deliberadamente redactada con la mayor claridad posible para no permitir interpretaciones”.

Moscú, además, aseguraba que Ucrania estaba a punto de ingresar en la OTAN, algo inasumible por Putin al tiempo que desmentido por los propios aliados en varias ocasiones.

¿Y qué ha pasado tras estos 12 meses? Que la OTAN, una organización que se encontraba en “muerte cerebral”, según el presidente francés, Emmanuel Macron, que venía del fiasco de Kabul y que se encuentra ahora reforzada, con más gasto militar por parte de sus 30 integrantes, con un nuevo plan estratégico aprobado en junio pasado en Madrid y con dos países llamando a la puerta que antes del 24 de febrero de 2022 jamás habían imaginado pedir el ingreso: Suecia y Finlandia.

Si Putin quería alejar a la OTAN, lo que ahora tiene es un país con 1.300 kilómetros de frontera con Rusia, Finlandia, pidiendo el ingreso. “Putin quería tomar Ucrania en unos pocos días y dividirnos. En los dos casos ha fracasado”, decía recientemente en Bruselas el secretario general de la alianza atlántica, Jens Stoltenberg. “Putin quería menos OTAN y ha conseguido lo contrario: tiene más OTAN y más UE”, expresaba en la misma dirección el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, quien ha recordado que los socios europeos han mandado ya un total de 50.000 millones de euros de ayuda al Gobierno de Volodímir Zelensky.

Más EEUU

Durante las conversaciones entre EEUU y Rusia de finales de 2021 y principios de 2022, la Unión Europea lamentaba no tener una silla en esa mesa. Se estaba hablando de Europa, del futuro de Europa, de la seguridad de Europa, y se hacía, como en tiempos de la Guerra Fría, entre EEUU y Rusia.

“Nothing about us without us”, afirmaba en las Navidades de 2021 el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, en una conversación con elDiario.es: “No puede discutirse nada sobre Europa sin el concurso de la Unión Europea”, insiste: “No puede haber un Yalta 2, si acaso, un Helsinki 2”.

Borrell recordaba al momento histórico en el que las grandes potencias se repartieron Europa tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero la Europa de 2022 no es la de 1945. No es un continente arrasado que acaba de derrotar al nazismo y al fascismo con la ayuda de EEUU y la URSS, que construyeron sendas áreas de influencia sobre los escombros de la guerra. La Europa de 2021 aspira a tener un lugar de pleno de derecho entre las potencias geopolíticas –EEUU, Rusia y China–, sin arriesgar el vínculo transatlántico, reforzado con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca y, sobre todo, la salida de Donald Trump.

Ciertamente la Unión Europa ha intentado buscar su sitio en el conflicto, básicamente porque es frontera del conflicto, pero se han producido varios hechos elocuentes: el primer viaje que ha hecho el presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, fuera de Rusia ha sido a Washington. Y el primer líder que ha visitado Ucrania en la semana del aniversario de la guerra ha sido Joe Biden, quien a continuación se ha dirigido a Polonia, país de gobierno ultraconservador y autoritario que en estos 12 meses ha recuperado una relevancia geopolítica impensable antes de la guerra.

“Cuando Putin lanzó su invasión hace casi un año, pensó que Ucrania era débil y que Occidente estaba dividido. Pensó que podría más que nosotros. Pero estaba totalmente equivocado. Durante el último año, Estados Unidos ha formado una coalición de naciones desde el Atlántico hasta el Pacífico para ayudar a defender a Ucrania con un apoyo militar, económico y humanitario sin precedentes, y ese apoyo perdurará”, dijo este lunes Biden en una comparecencia con Zelenski en Kiev, quien afirmó: “[Esta visita] es una señal inequívoca de que los intentos de Rusia de ganar no tendrán ninguna opción”.

De la brújula estratégica a los carros de combate

El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, accedió al cargo con un propósito político: dotar a la Unión Europea de una brújula estratégica para tener un papel en el mundo, para “ser un jugador, más que un terreno de juego”. Pero una cosa son los planes y otra las circunstancias. Y las circunstancias han pasado por una guerra a las puertas de la UE que ha golpeado desde el primer día la economía europea, muy dependiente de los suministros energéticos rusos.

A las pocas horas de iniciarse el ataque ruso sobre Ucrania, Borrell propuso un primer paquete de sanciones, que parecía atascado por incluir la exclusión de los principales bancos rusos del sistema de comunicación financiero SWIFT. En aquellos días, además, anunció que utilizaría el llamado Instrumento para la Paz para enviar armas a Ucrania.

Doce meses después, la UE se encuentra aprobando un décimo paquete de sanciones, después de medidas tan relevantes como el embargo al petróleo ruso, sanciones a numerosos empresarios, militares y dirigentes, así como el veto a medios de comunicación estatales rusos.

Pero no sólo eso: el Instrumento para la Paz ya ha destinado 3.600 millones para comprar armas para Ucrania, y los países europeos han comenzado a enviar material pesado de guerra, algo que se consideraba un riesgo ante Rusia, una potencia nuclear. Y, además, el envío se hace con permiso alemán, cuyos Leopard no pueden usarse para otros fines a los adquiridos sin permiso de Berlín, algo que ha ocurrido por primera vez en la historia y que supondrá que esos Leopard puedan atravesar los mismos bosques que los Panzer hace más de 80 años.

Así lo explicaba Borrell en conversación con elDiario.es: “La reticencia a suministrar carros de combate pesados ha sido precisamente esta: 'Cuidado, que esto nos puede hacer ver...'. Pero cuando tú ves que están destruyendo el país y matando a civiles de una manera indiscriminada y que el frente está estabilizado, pues te tienes que volver a plantear la cuestión. El presidente del Consejo Europeo [Charles Michel] lo dijo en el Parlamento Europeo, y yo también soy de esta opinión. Creo que, en el momento actual, hay que asumir ese riesgo, hay que asumir el riesgo de suministrar a Ucrania las armas que necesita. Hasta ahora no lo hemos hecho, pero en este momento de la guerra... Siempre ha sido un riesgo, precisamente por este riesgo no se quiso entregar a aviones de combate”.

El siguiente debate, que ya se ha abierto, es el del envío de los cazas de combate. ¿Acabarán llegando a Ucrania? El riesgo de escalada sería aún más grande: ¿Y si uno de esos cazas, de origen aliado, bombardeara ciudades rusas?

¿Y la paz?

Hay expertos que señalan que el debate se ha centrado en exceso en los combates y en el control territorial de un conflicto que se dirige inexorablemente a una guerra larga cuyos costes, desde el punto de vista de los aliados (no de Ucrania), son más elevados que el intentar sentar a las partes en la mesa de negociación. Unas negociaciones en las que la cesión de territorio ucraniano será un elemento fundamental. Christopher Chivvis, director del American Statecraft Programme del think tank estadounidense Carnegie Endowment y exoficial nacional de inteligencia entre 2018 y 2022, coincide: “Poner en marcha la vía diplomática exigirá conversaciones duras para persuadir a Ucrania de que adopte un enfoque más realista respecto a sus objetivos bélicos. Los tanques occidentales para Ucrania lo harán más difícil, pero también refuerzan la capacidad de Occidente –y su derecho– a hacerlo”, dice.

“El control territorial, aunque inmensamente importante para Ucrania, no es la dimensión más importante del futuro de la guerra para Estados Unidos”, señala un informe reciente del think tank estadounidense RAND (financiado principalmente por el Ejército, el Departamento de Defensa y el Departamento de Interior). “Llegamos a la conclusión de que, además de evitar una posible escalada hacia una guerra entre Rusia y la OTAN o el uso de armas nucleares por parte de Rusia, evitar una guerra larga es también una prioridad más importante para EEUU que facilitar significativamente un mayor control territorial a Ucrania”.

“La situación actual sobre el terreno es de hegemonía clara de la vía militar, por la cual el objetivo es vencer al enemigo, ganar mediante la destrucción o la rendición del adversario. Esto lo hacen los dos ejércitos, pero ello no quita que en Ucrania estén pasando muchas otras cosas. Además de militares y armas, hay millones de civiles”, dice a elDiario.es Jordi Calvo, doctor en paz, conflictos y desarrollo e investigador del Centre Delàs d’Estudis per la Pau. “No priorizar una negociación es, además de una irresponsabilidad política, un acto de falta de humanidad deleznable”.

También hay peticiones políticas en favor de la negociación. Varios dirigentes internacionales han firmado una declaración por la paz en Ucrania en la que piden “redoblar los esfuerzos diplomáticos para establecer un alto el fuego y una negociación para una solución pacífica”. Entre los firmantes se encuentran Gustavo Petro, presidente de Colombia; Alberto Fernández, presidente de Argentina; Jean-Luc Mélenchon, fundador de La France Insoumise; Ione Belarra, ministra de Derechos Sociales en España y secretaria general de Podemos; Jeremy Corbyn, diputado británico y ex líder laborista; y Catarina Martins, diputada portuguesa y coordinadora del Bloco de Esquerda.

Crisis energética

Si Europa tenía un plan para la transición energética, la guerra de Ucrania ha influido radicalmente. Para algunos países, como Polonia, y para parte de la familia del PP europeo, era una excusa para retrasarla. Para otros, incluida la Comisión Europea, era el momento justo para, a la vez que se cortaba la dependencia rusa, se acelerara la transición energética aprovechando los 750.000 millones de los fondos de recuperación.

Pero esa dependencia energética rusa fue fundamental en el cuestionamiento del mercado eléctrico europeo, cuyo precio en la factura de la luz, por ejemplo, viene dado por la energía más cara; en este caso el gas.

Hace 12 meses nadie escuchaba a países como España, que venían reclamando desde septiembre de 2021 una reforma del mercado eléctrico, para hacer frente a la crisis de precios. Ni siquiera se escuchaban propuestas, ya puestas en marcha, como un tope al precio del gas, el desacople del gas y el precio de la luz, las compras conjuntas o los almacenamientos comunes.

Todo eso ha ido haciéndose realidad a lo largo de todos estos meses: Bruselas se ha comprometido a presentar el próximo 14 de marzo una propuesta de reforma del mercado eléctrico, algo que llega después de haber fijado un tope al precio del gas a finales de diciembre y de haber prorrogado la excepción ibérica para evitar que el precio del gas contamine la factura de la luz.

Los mayores picos del precio del gas se produjeron en agosto, cuando Alemania llenó sus reservas para hacer frente al invierno. Se preveían racionamientos, que no han llegado a producirse, si bien sí se han aplicado medidas de ahorro en toda Europa, algunas de ellas objetadas por el PP, como los topes al aire acondicionado y la calefacción, o la iluminación nocturna de edificios y escaparates.

“Para nosotros este año ha sido un año complicado”, explicaba la vicepresidenta Teresa Ribera a finales de diciembre tras aprobarse el tope al gas, “en el que hemos ido ganando apoyos en los argumentos y en el modo en el que explicábamos las preocupaciones y presentábamos las propuestas. Lo más importante es que esta es una respuesta de todos”.

Además, la UE ha ido desmontando algunos mitos neoliberales en estos meses de guerra, al margen de intervenir el mercado eléctrico, como es limitar los beneficios de las grandes empresas energéticas.

Crisis de precios y escalada de tipos

Europa ha vivido una escalada incesante de precios desde octubre de 2021, cuando los dirigentes de la UE identifican los primeros movimientos de Putin con el precio y el suministro del gas. También se hablaba entonces de los cuellos de botella industriales chinos, e incluso del empujón de las economías que salían de la crisis del coronavirus. Sea como fuere, lo que en octubre de 2021 parecía un aumento de la inflación, el pico del verano de 2022, con más dos dígitos de IPC en buena parte de Europa, sirvió para que el Banco Central Europeo diera un vuelco a su política monetaria para empezar a subir los tipos hasta el 3% actual, la tasa más alta desde noviembre de 2008.



La escalada hasta el 3% (de momento) es el ciclo de incrementos más abrupto de su historia y está siendo duramente criticado por las posiciones más progesistas, que entienden que supone una amenaza de recesión económica y de destrucción de empleo. Algo que asume el BCE, y sobre lo que la presidenta de la institución ha recalcado que su única misión es devolver la inflación al entorno del 2%.



Las consecuencias las sufren principalmente las familias más vulnerables. Mientras la medida, según denuncian distintos expertos, supone ignorar que la política monetaria no puede intervenir en los precios de la energía, que son los que exacerbaron la crisis de inflación con la perturbación que implicó en los mercados internacionales la invasión rusa de Ucrania a finales de febrero de 2022.

Más sanciones que nunca

La UE nunca había aprobado tantas y tan severas sanciones a ningún país. Unas sanciones cuya repercusión no es inmediata, que en algunos casos no está claro su impacto, pero que, en otros, ha evidenciado que pueden ser duras, como el embargo al petróleo, por ejemplo.

Hasta tal punto ha sido delicado el debate interno, que Hungría, principal aliado de Putin en la UE, ha batallado duramente para lograr excepciones al embargo al petróleo por tubería –es un país sin salida al mar–; para sacar de la lista de sancionados al patriarca ruso, por ejemplo, o para poner un tope al precio del petróleo ruso para terceros países.

El propio alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, aseguraba hace una semana en Estrasburgo: “Las sanciones son un veneno de acción lenta como el que está hecho en base a arsénico. Tardan en producir sus efectos, pero lo hacen y lo hacen de una forma irreversible”. El jefe de la diplomacia europea reconoció que “la economía rusa no ha colapsado y que la tasa de crecimiento de su PIB no es la que se había previsto” al aprobar los nueve paquetes de sanciones que la UE ha aplicado hasta ahora.

El propio Putin presumió este martes del estado de su economía, y señaló que el PIB de Rusia solo se ha reducido un 2,1% en el último año, añadiendo que esta cifra es mucho menor de lo que decían las predicciones de Occidente a raíz de las sanciones que, según Putin, auguraban un “colapso” total. Los países occidentales “han provocado crisis en sus propios países” con las sanciones, ha afirmado.

Ucrania, país candidato

El ingreso en la UE es un proceso largo, lleno de condiciones. Pero con Kiev se están haciendo excepciones: la Comisión Europea consideró país candidato a Ucrania en un tiempo récord, pero el camino que queda por delante está fundamentalmente vinculado al final de la guerra.

Zelenski pide el ingreso inmediato, y Bruselas a veces ha parecido ser equívoca, pero lo cierto es que los 27 son conscientes de que Ucrania no puede ser miembro de la UE hasta que acabe la guerra y se cumplan una serie de condiciones, que pasarán no sólo por la reconstrucción material del país, sino por la construcción de un Estado de Derecho homologable con la UE, desde el punto de vista judicial, democrático, económico y de lucha contra la corrupción.

Ahora bien, hace 12 meses, nadie imaginaba que Ucrania podría ser ya un país candidato al ingreso de la Unión Europea, como lo es su vecino Moldavia y Bosnia Herzegovina. La guerra, de alguna manera, ha impulsado el proceso de ampliación de la Unión Europea.

La UE hace equilibrios. Por un lado, da por hecho que se incorporará al club, pero por otro pisa el freno respecto a las expectativas de Zelenski, que quiere que la entrada sea “cuanto antes” frente a la falta de concreción por parte de las instituciones europeas, que se resisten a poner un calendario. “La UE y Ucrania somos familia. El futuro de Ucrania es dentro de la UE”, ha dicho el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, en una rueda de prensa reciente junto al presidente ucraniano y la jefa del Ejecutivo comunitario, Ursula von der Leyen, que se ha declarado “impresionada” por los avances que está haciendo el país para sumarse a los 27, a pesar de estar en guerra.

“El objetivo es comenzar las negociaciones este año”, ha dicho Zelenski ante Michel y Von der Leyen. Sin embargo, esa decisión corresponde a los 27 y es un proceso arduo. En otoño, la Comisión Europea evaluará la situación de los ocho estados que tienen ya el estatus de candidato. En función de las conclusiones, se dará o no, el siguiente paso, que es abrir formalmente el proceso de negociación. La decisión corresponde al Consejo Europeo y, como ha recordado su presidente, debe gozar de “unanimidad”.

Polonia, el 'halcón' que gana peso

Polonia y Hungría acababan de llevarse una dura derrota ante la Justicia europea. El 16 de febrero de 2022, apenas ocho días antes del inicio de la invasión de Ucrania por parte del presidente ruso, Vladímir Putin, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea avaló el reglamento que vincula los fondos europeos y el cumplimiento del Estado de Derecho. Polonia y Hungría acumulaban pleitos ante el TJUE y hasta sentencias por su deriva autoritaria y homófoba, y se habían convertido en lo contrario a lo que representa la Unión Europea, en tanto que tenían abiertos sendos procedimientos del Artículo 7 del tratado de la UE por violar los valores comunitarios: la propia presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha condicionado los 35.000 millones de los fondos europeos, cuyo plan aprobó Bruselas, al cumplimiento del Estado de Derecho en Polonia

Sin embargo, desde el 24 de febrero, Polonia ha pasado de ser un Gobierno con quien nadie quiere hacerse una foto, salvo la extrema derecha europea –empezando por Santiago Abascal, quien ejerció de anfitrión en Madrid– a convertirse en una pieza clave en la basculación de la UE hacia el Este por la guerra de Ucrania, pero también de la OTAN y de EEUU, cuyo presidente, Joe Biden, ha visitado Varsovia esta semana.

Polonia, como los países bálticos, puede presumir de llevar años alertando de la amenaza de Putin, que desoían los países del Oeste, por su distancia con Rusia, y otros más próximos, como la Hungría de Viktor Orbán o la Alemania de Angela Merkel, que firmó el Nord Stream 2, a cuya cabeza el Kremlin colocó al excanciller alemán Gerhard Schröder.

Y en esa memoria de haber sido de los primeros en alertar de los peligros que venían de Rusia, Polonia también encabeza la mano dura contra Putin reclamando sanciones más severas. Polonia, por su tamaño, por su historia como país conquistado no hace tanto por Alemania para caer posteriormente bajo la órbita soviética, impregna los debates con una visión opuesta muchas veces a las de la histórica locomotora europea francoalemana. En la guerra de Ucrania, se ha visto el afán diplomático de Emmanuel Macron y las dudas de Olaf Scholz en relación con las sanciones, muy determinadas por la dependencia alemana del gas ruso.

Pero Polonia no tiene ese problema. Tiene un país carbonizado y contaminante, menos vulnerable que otros a los combustibles fósiles rusos, y hace frontera con Bielorrusia, país usado por Putin para su invasión sobre Ucrania. Y también tiene frontera con Ucrania, uno de cuyos misiles antiáereos cayó en su territorio y mató a una persona.

Polonia también es un país al que al principio de la guerra llegaron más de un millón de refugiados a los que está recibiendo, a estos sí, con los brazos abiertos –no como a los 2.500 de la frontera de Bielorrusia a los que cortaba el paso sin presencia de prensa ni organizaciones humanitarias; o como los que mueren ahogados en el Mediterráneo o la valla de Melilla–; y para los que empezará a recibir unos fondos europeos que, hasta hace nada, tenía racionados.

Polonia ha encabezado una lista de países europeos que han pedido la vía rápida para la adhesión de Ucrania a la UE, y, también, lideró al principio de la guerra un viaje a Kiev al margen de la UE, con el entonces primer ministro esloveno, Janez Janša; y el checo, Petr Fiala, para reunirse con el Gobierno ucranio. No en vano, el viaje partió de Varsovia y la delegación polaca contaba con el primer ministro, Mateusz Morawicki, y el todopoderoso líder de su partido, Jaroslaw Kaczynski.

Polonia, miembro clave de la OTAN, se ha convertido en un epicentro para el envío de armas a Ucrania, lo cual le concede un nuevo papel en la OTAN y la UE en un momento en que ambas organizaciones están redoblando sus apuestas militares a raíz de una guerra en la que Kiev está luchando con la ayuda de Polonia, teóricamente, por unos valores que la propia Varsovia venía saltándose desde hacía años. Unos valores con lo que intenta congraciarse de nuevo abriendo los brazos al mayor éxodo en la historia reciente de Europa.

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