Una aniquilación silenciosa: la batalla que América del Sur está perdiendo contra el Covid-19
Con frío, cansados y desesperados, los familiares que se encuentran acampando frente al hospital general Barrio Obrero de Asunción no necesitan gráficos, curvas, estadísticas ni otros conjuntos de datos para confirmar lo que pueden ver muy bien por sus propios ojos.
Mientras Paraguay registra la proporción diaria más alta de muertes por Covid en el mundo, las familias apiñadas esperan noticias de sus seres queridos y respuestas a las repentinas solicitudes de medicamentos y suministros que el sistema de salud del país, con una insuficiente financiación crónica por parte del Estado, no puede proporcionar.
“Realmente hay muy poco apoyo del gobierno, es un desastre”, sostuvo Jessica Ortigosa, cuyo padre languidecía sentado como podía en una silla en lugar de estar acostado en una cama. “Deberían haberse preparado para todo esto desde el comienzo de la pandemia”.
Mientras hablaba, dos mujeres se desplomaron sobre un sofá en la entrada del hospital. Sus lágrimas incontrolables anunciaban la muerte de la víctima más reciente del coronavirus en Paraguay.
Natalia Bernal, que estaba cerca, se sintió aliviada por dejar de fingir la cara valiente que mostraba ante su madre, quien yacía intubada en el hospital un día después de perder a su esposo por Covid. “No podía dejar que mi mamá me viera en el estado en el que estaba”, dijo Bernal. Aun así, agregó, al menos su madre tenía una cama. “Ayer necesitábamos cuidados intensivos para mi papá y no había ninguno. Simplemente, no hay ninguno”.
El miércoles de la semana pasada, Paraguay registró 18,9 muertes por millón, en comparación con 2,71 en India, 2,2 en Sudáfrica, 1,01 en EEUU y 0,14 en Gran Bretaña.
Y a medida que EEUU y Europa comienzan a salir de la pandemia, se quitan los barbijos y reflexionan sobre la mejor manera de gastar los fondos de recuperación, la crisis – que es más evidente en Paraguay- se está desarrollando en gran parte de América del Sur.
India puede haber atraído gran parte de la atención del mundo en las últimas semanas, pero Paraguay, Surinam, Argentina, Uruguay, Colombia, Brasil y Perú están sufriendo, en ese orden, una aniquilación silenciosa por parte del Covid como en cualquier otro lugar del mundo. Incluso en Perú, que ocupa el séptimo lugar, el número de muertes por millón es de 9,12, más de tres veces la cifra de India.
En los primeros meses de la pandemia, Paraguay y el cercano Uruguay fueron elogiados como los casos más exitosos de América Latina en la gestión de Covid.
Sin embargo, desde marzo los dos países han visto una explosión de la enfermedad, atribuida en gran parte a la agresiva variante brasileña que ha arrasado gran parte de América del Sur, y al menor cumplimiento de las medidas de distanciamiento social.
En Uruguay, que contó con uno de los programas de vacunación más rápidos de América Latina, no se ha podido contener la propagación. Mientras tanto, Paraguay ha enfrentado la emergencia continua bajo la presión de la pobreza arraigada, un sistema de salud históricamente insuficiente y con muchas preguntas sobre la corrupción del gobierno. La ira y la frustración provocaron protestas callejeras generalizadas a principios de este año y la fiscalía ha abierto una causa contra el gobierno por homicidio culposo.
Argentina y sus tensiones políticas
Argentina también fue vista como un modelo, con un bajo número de casos al comienzo de la pandemia, cuando el gobierno introdujo fuertes restricciones que fueron respetadas por el público.
Sin embargo, ese escenario ha cambiado drásticamente. El Covid se ha convertido en la principal causa de muerte de Argentina, superando con creces las enfermedades cardíacas y el cáncer, y se ha cobrado un promedio de 528 muertes al día durante las últimas dos semanas.
Vanina Edul, doctora de Unidad de Terapia Intensiva (UTis) en el Hospital Fernández de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, dice que la ausencia del tipo de escenas presenciadas en algunos países durante la primera ola de la pandemia es engañosa: “Lo que genera la noción de colapso sanitario es cuando la gente muere en sus hogares o en la calle, pero en Argentina la gente está muriendo de Covid a puerta cerrada en los barrios, por lo que las muertes de Covid siguen siendo invisibles y casi irreales”.
Claudio Belocopitt, director de la Unión Argentina de la Salud (UAS), que representa a las empresas privadas de medicina prepaga, sostiene que los problemas sociales y económicos crónicos del país influyen en la alta tasa de mortalidad por Covid.
“Nuestros indicadores de pobreza han crecido enormemente en la última década, nuestra tasa de inflación es una de las más altas del mundo, entonces, ¿por qué deberíamos esperar que de repente nos convirtamos en genios en el manejo de una calamidad como esta?”, considera Belocopitt.
Las tensiones entre el peronismo progresista que está en el gobierno, que se ha plantado del lado de la ciencia aunque ha permitido que sus reflejos populistas tradicionales influyan en las decisiones, y la oposición de la coalición política de centroderecha Juntos por el Cambio, con sus tendencias negacionistas, no han ayudado.
A principios de la semana pasada, el gobierno anunció una revisión del sistema de salud del país para integrar a los proveedores de atención públicos y privados, una decisión que Belocopitt compara con “reorganizar su ejército en medio de una guerra”.
Y, sin embargo, los argentinos siguen siendo optimistas, y en gran medida desconocen la alta tasa de mortalidad, ya que la noticia se ve desplazada del foco de atención de la opinión pública por las complejas disputas políticas del país.
El programa de vacunación de Argentina está en pleno apogeo y el menú de vacunación se ha diversificado con Sputnik, Sinopharm y AstraZeneca, que son las principales vacunas administradas. Casi el 40% de la población ha recibido al menos una dosis y casi el 8% dos dosis hasta ahora.
Brasil y el negacionismo de Bolsonaro
Si bien la inversión insuficiente, la economía, las nuevas variantes y los programas de vacunación lentos son responsables de gran parte de la crisis actual en la región, también lo son muchos de sus políticos. Y ningún líder del continente enfrenta una hoja de cargos tan condenatoria como la de Jair Bolsonaro.
Brasil, que este fin de semana alcanzó el terrible hito de las 500.000 muertes, ha sido liderado por un presidente que desestimó el coronavirus como una “gripecita”, que se resistió a las estrategias de contención y que fue multado el fin de semana pasado por no usar barbijo en un mitin de motociclistas en São Paulo. Ahora está siendo investigado por una comisión del Congreso sobre su calamitosa respuesta a la emergencia de salud pública.
Los involucrados en la respuesta de Covid, incluidos representantes de compañías farmacéuticas, dijeron a la comisión que la administración de Bolsonaro rechazó las ofertas para adquirir la vacuna el año pasado. Hasta ahora, el país ha logrado inmunizar solo al 11,4% de sus 212 millones de ciudadanos.
Peor aún, la aceptación de la vacuna también se ha visto obstaculizada por la postura vehementemente anticientífica de Bolsonaro.
“El mayor problema en Brasil, y uno que está teniendo un efecto terrible en la adopción de vacunas, es el negacionismo en la política”, dijo Chrystina Barros, miembro del grupo que lucha contra el Covid-19 en la Universidad Federal de Río de Janeiro, la mayor universidad federal, también conocida como Universidad de Brasil.
“Tenemos un presidente negacionista cuyo discurso y comportamiento van en contra de los consejos médicos y que están influyendo en las personas para que no se vacunen. Es una tormenta perfecta”.
Con un promedio de 2.000 muertes diarias, Brasil está cada vez más aislado en todo el mundo. Varias naciones, incluida su vecina Argentina, están restringiendo la entrada a pasajeros brasileños, y el país ha sido objeto de oprobio internacional.
“Si Brasil no se toma la pandemia en serio, seguirá afectando a todo el vecindario allí y más allá”, dijo Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), a fines de marzo. “No se trata solo de Brasil”.
Perú, agitación política y débil sistema sanitario
La agitación política, por no mencionar décadas de subinversión en la salud pública, también ha cobrado su precio en el vecino Perú.
Héctor Araújo, un nutricionista de 51 años que trabajaba en una clínica para ancianos en el centro de la capital, Lima, falleció 15 días después de ser diagnosticado con Covid. Dejó huérfanos a tres hijos de 18, 16 y 10 años.
“Murió debido a la ineficiencia del sistema de salud”, declaró su hermana menor, Patty. “Entonces la enfermedad lo consumió”.
A pesar de realizar sus pagos de la seguridad social médica, Héctor Araujo pasó 10 días en cuidados intensivos en un hospital que carecía del personal necesario para atender casos complicados.
“Mi hermano necesitaba atención las 24 horas con especialistas y equipo de Unidades de Terapia Intensiva que no podían darle”, dijo Patty Araujo.
Patty, como decenas de miles de peruanos en duelo, está furiosa con los sucesivos gobiernos que han invertido una parte ínfima del producto interno bruto (PIB) en el sistema de salud, menos de la mitad de lo que los países vecinos destinan a la salud pública, a pesar de dos décadas de fuerte crecimiento económico.
Días antes de una segunda vuelta electoral profundamente divisiva entre dos candidatos ubicados en los extremos opuestos del espectro político, una revisión del gobierno confirmó lo que los peruanos habían sospechado durante mucho tiempo: el número real de muertes por Covid-19 en el país era de 180.764, casi el triple del número oficial de muertes de 69.342. La revisión tardía convirtió al Perú en el país con la tasa de mortalidad per cápita más alta del mundo.
Perú pudo haber impuesto uno de los primeros y más estrictos cierres en América Latina en marzo de 2020, pero la alta informalidad laboral, los hogares superpoblados e incluso los hábitos de compra hicieron que las medidas no lograran reducir las infecciones.
El lanzamiento de la vacuna ha sido lento y la segunda ola del virus fue peor que la primera, lo que obligó a Perú a otro bloqueo severo después de un aumento en las infecciones que empujó a los hospitales al borde del colapso. El progreso también se ha visto frustrado por la agitación política que vio sucederse a tres presidentes en una semana el año pasado, y la situación no fue ayudada por la revelación en febrero de que el exmandatario Martín Vizcarra y casi 500 personas más habían sido vacunados en secreto.
Un gobierno interino volvió a encaminar la campaña de vacunación y alrededor de 2 millones de peruanos, el 7% de la población, ya han sido completamente vacunados.
La tasa de mortalidad, que alcanzó su punto máximo en abril, ha disminuido lentamente, pero el dolor y la ira persisten.
“Lo extraño de esta pandemia es que el número de muerte no termina; cada vez que miramos hay más muertes de las que creíamos, sea las del pasado (que nos informaron mal) como las del presente”, dijo Patty Araújo. “A veces, yo pienso que nosotros creemos que todo esto es un mal sueño”.
Jessica Ortigosa ve pocas perspectivas de un rápido final a la pesadilla mientras espera noticias sobre su padre y se pregunta si podrá cambiar su silla por una cama.
“Así es”, dijo en medio del frío y de las lágrimas y de los abrazos frente al hospital general Barrio Obrero. “Así es aquí todos los días. A diario”.
AGB
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