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Análisis

Por qué la destrucción de Palestina revienta el orden mundial

Foto tomada desde la frontera israelí con la Franja de Gaza, muestra edificios destruidos en territorio palestino

Moustafa Bayoumi

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Sereen Haddad es una joven brillante. A sus 20 años, acaba de terminar la carrera de Psicología en la Virginia Commonwealth University (VCU). Aunque normalmente se hace en cuatro años, ella la ha terminado en tres y ha obtenido las máximas calificaciones. Sin embargo, a pesar de sus logros, no tiene el título. La universidad ha retenido su diploma, dice la joven: “No porque no haya completado los requisitos, sino porque defendí la vida palestina”.

Haddad, que es palestina-estadounidense, ha estado haciendo campaña en su campus en torno a la lucha palestina por la libertad como integrante del grupo “Estudiantes por la Justicia en Palestina”. En su caso, la lucha también es personal. Su familia procede de Gaza y más de 200 de sus parientes han muerto como consecuencia de los ataques de Israel.

En abril de 2024 formó parte de un grupo de estudiantes y simpatizantes de la VCU que intentaron acampar en el campus para protestar. La universidad llamó a la Policía esa misma noche: los manifestantes fueron rociados con gas pimienta y maltratados, y 13 fueron detenidos. Haddad explica que no pesan cargos en su contra, pero fue trasladada al hospital “por un traumatismo craneoencefálico”. “Sangraba. Tenía moratones y cortes por todo el cuerpo. La policía me golpeó contra el hormigón un mínimo de seis veces”, cuenta.

En realidad, el intento de acampada del año pasado ni siquiera fue la razón por la que Haddad no ha podido obtener su título universitario, sino una conmemoración pacífica que se celebró este año. Y la forma en que se desarrolló la situación, con la Universidad y la Policía del campus cambiando constantemente las normas, ilustra algo preocupante mucho más allá de los frondosos confines de un campus estadounidense.

La acampada de protesta en el campus de la Universidad de Columbia (Nueva York).

Los cimientos del orden internacional

La guerra de Israel en Gaza está socavando gran parte de lo que —en Estados Unidos, pero también a escala internacional— habíamos considerado aceptable: desde las normas que rigen nuestra libertad de expresión hasta las propias leyes de los conflictos armados. No parece exagerado afirmar que los cimientos del orden internacional de los últimos 77 años se ven amenazados por este cambio en las obligaciones que rigen las responsabilidades jurídicas y políticas mutuas entre Estados.

Este colapso comenzó con la falta de determinación de las voces progresistas para frenar la guerra de Israel en Gaza. Se intensificó cuando nadie movió un dedo para impedir el bombardeo de hospitales. Se extendió cuando el hambre se convirtió en un arma de guerra. Y está alcanzando su punto álgido en un momento en que la guerra total ya no se considera una aberración humana, sino la política deliberada del Estado de Israel.

Para la política internacional, regional e, incluso, nacional, las implicaciones de este colapso son profundas. Supone la represión de la disidencia política, el control y fiscalización del lenguaje político y la progresiva militarización de las sociedades tradicionalmente liberales contra sus propios ciudadanos.

Muchos de nosotros ignoramos lo mucho que ha cambiado la situación en los últimos 20 meses. Estamos ignorando el colapso del orden mundial que ha definido nuestras vidas durante generaciones y lo hacemos asumiendo un riesgo colectivo.

cualquier sistema político que dé prioridad a castigar a quienes protestan por un genocidio en lugar de detener la matanza está claramente agotado

Normas cambiantes en las universidades

El 29 de abril de 2025, un grupo de estudiantes de la VCU se reunió en el jardín del campus para recordar el desmantelamiento por la fuerza de un campamento levantado brevemente en el mismo espacio el año anterior. La reunión no era una protesta: el encuentro, más bien, parecía un picnic, en el que algunos estudiantes utilizaron pancartas de manifestaciones anteriores como mantas; otros trajeron mantas de verdad. Los estudiantes se sentaron en el césped y estudiaron para sus exámenes finales, jugaron con sus ordenadores portátiles, a las cartas o al ajedrez. Algunos de los cerca de 40 estudiantes lucían una kufiya (el pañuelo tradicional de Palestina).

Resultó que las mantas eran un problema. Cuando llevaban casi dos horas de pícnic, un representante de la universidad se enfrentó a los estudiantes por una publicación en las redes sociales en la que se informaba de la reunión: “Venid en comunidad unos con otros para conmemorar el primer año desde la brutal respuesta de la VCU al campamento de solidaridad G4Z4. Trae mantas de pícnic, deberes/finales, material artístico, aperitivos, música, juegos”, había publicado un grupo local de solidaridad con Palestina.

Debido a ese post, la universidad consideró el pícnic un “evento organizado” y, como los estudiantes no habían registrado el evento, se consideró que habían vulnerado las normas. En realidad, las normas en VCU habían ido cambiando debido a las protestas por Gaza desde febrero de 2024. El representante explicó a los estudiantes que no podían seguir acampando en el césped, pero que podían ir a la zona de libre expresión del campus, un área que se había establecido en agosto de 2024 por las protestas de ese año –según la descripción de Haddad, “un anfiteatro junto a cuatro contenedores de basura”–.

La organización de defensa de la libertad de expresión en el campus Foundation for Individual Rights and Expression (Fire) considera que las zonas de libertad de expresión “funcionan más bien como cuarentenas para la libertad de expresión, relegando a estudiantes y profesores a lugares marginales que pueden ser diminutos, estar en los márgenes del campus o (frecuentemente) ambas cosas”.

En lugar de irse a esa zona, los estudiantes anunciaron el fin formal de su reunión y optaron por quedarse, tranquilamente, en el césped del campus. Pero, según el relato de Haddad, como las pancartas sobre las que estaban sentados expresaban un punto de vista político, el representante de la universidad les dijo que tendrían que llevarlas a la zona de libre expresión. Los estudiantes argumentaron que el jardín debería ser para todos. Siguieron varias conversaciones con agentes de policía del campus y con distintos representantes de la VCU, que fueron citando normas distintas.

Más de una decena de agentes de policía del campus aparecieron esa misma tarde (como puede verse en este video). “Se os ha pedido que no haya mantas en el césped. Tenéis un minuto para recoger las mantas y abandonar el jardín. De lo contrario, seréis detenidos por allanamiento”, les dijo un agente. Los policías iban cambiando las normas: primero, les dijeron que tenían que retirar las mantas y marcharse; minutos después, que podían quedarse si quitaban las mantas.

Los estudiantes quitaron las mantas y, mientras los agentes se marchaban, empezaron a corear: “¡Palestina libre, libre!”. Uno de ellos levantó un cartel, en referencia a los manifestantes del año pasado que fueron rociados con gas pimienta por la policía, en el que se leía: “Vais a gasearnos otra vez, malditos monstruos”. Fue detenido. Los demás se enfadaron y se sintieron frustrados.

“¿Sabéis por qué esto ha terminado siendo una manifestación?”, gritó un estudiante a la policía. “¡Porque habéis traído a la puta policía a un pícnic! Eso es lo que lo ha convertido en una puta manifestación”.

En lugar de escuchar a los estudiantes que quieren que Israel rinda cuentas de sus actos, quienes ocupan puestos de poder en la universidad optan por cambiar las normas

Ocho días después, Haddad y otro estudiante, identificados por la universidad como líderes, recibieron un aviso de infracción de la normativa del campus por haber convocado un evento organizado sin autorización. Fue entonces cuando sus títulos universitarios fueron retenidos.

“Cuando los estudiantes exponen la violencia de la ocupación y el genocidio de Israel, las instituciones como VCU, que tienen vínculos profundos con los fabricantes de armas y los donantes corporativos, se vuelven temerosas”, señala Haddad. “Así que retuercen las normas, reescriben las políticas e intentan silenciarnos... Pero todo es cuestión de poder. Nuestras demandas de justicia son una amenaza para su complicidad”.

El cambio estratégico de las normas no es exclusivo de la VCU. Se está produciendo en todo Estados Unidos a medida que los órganos de gestión de las universidades reprimen las protestas en apoyo de los derechos de los palestinos. En uno de muchos otros ejemplos, decenas de profesores y estudiantes fueron suspendidos temporalmente de la biblioteca de Harvard a finales de 2024, después de sentarse tranquilamente a leer en la biblioteca con carteles que apoyaban la libertad de expresión o se oponían a la guerra en Gaza, aunque una protesta similar en diciembre de 2023 no había conllevado tal sanción.

Si alguno de estos estudiantes hubiera protestado por la guerra de Rusia contra Ucrania, muy probablemente las universidades habrían aplaudido el gesto. Al fin y al cabo, las universidades se enorgullecen de ser el campo de pruebas de los valores colectivos de la sociedad. Como lugares de contemplación y exploración, funcionan como incubadoras de futuros líderes. Pero cuando se trata de la cuestión de Palestina, el patrón es diferente. En lugar de escuchar a los estudiantes que quieren que Israel rinda cuentas de sus actos, quienes ocupan puestos de poder en la universidad optan por cambiar las normas.

Impunidad internacional

Estos dudosos cambios normativos no afectan solo a nuestro alumnado. En un demoledor informe publicado en enero, el medio de investigación ProPublica desglosó las múltiples formas en que la Administración de Joe Biden (al frente de Estados Unidos hasta enero de 2025) fue cambiando las reglas del juego en favor de Israel tras los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023.

¿Recuerdan las amenazas de sanciones contra Israel por la invasión de Rafah? (“Es una línea roja”, dijo Biden). ¿O el ultimátum de 30 días para que Israel aumentara drásticamente la ayuda alimentaria? No pasó nada. Salvo por una breve pausa en los envíos de 1.800 bombas de 900 kilos y 1.700 de 220 kilos, el suministro de armamento militar continuó sin interrupciones.

La ley Leahy exige restringir la ayuda a las unidades militares de gobiernos extranjeros implicados en graves violaciones de los derechos humanos. Nunca se ha aplicado a Israel. En abril de 2024 todo parecía indicar que el entonces secretario de Estado, Antony Blinken, iba a sancionar a Netzah Yehuda, un notorio batallón de las Fuerzas de Defensa israelíes, en virtud de la ley Leahy. Al final, se echó atrás y el batallón no sólo se libró de las sanciones estadounidenses, sino que, según la cadena de televisión CNN, sus comandantes incluso fueron asignados a entrenar fuerzas terrestres y dirigir operaciones en Gaza.

“Es difícil evitar llegar a la conclusión de que las líneas rojas han sido sólo una cortina de humo”, dijo a ProPublica Stephen Walt, profesor de Asuntos Internacionales en la Harvard Kennedy School. “La Administración Biden optó por implicarse por completo y solo fingió estar tomando medidas”.

El presidente de EEUU, Joe Biden (izq.), junto al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.

La Ley Leahy no es la única ley estadounidense que la impunidad de Israel está llevando al límite. A finales de abril de 2024, las principales agencias del Gobierno de EEUU en materia de ayuda humanitaria concluyeron que Israel estaba bloqueando deliberadamente la entrada de alimentos y medicinas a Gaza. La Ley de Asistencia Exterior exige suspender la ayuda militar a cualquier país que “restrinja, directa o indirectamente, el transporte o la entrega de ayuda humanitaria estadounidense”. Blinken simplemente ignoró las pruebas aportadas por su propia Administración. “Actualmente no consideramos que el Gobierno israelí esté prohibiendo ni restringiendo el transporte o la entrega de ayuda humanitaria estadounidense”, informó al Congreso.

Las reglas se doblan como juncos cuando se trata de Israel, que en marzo de 2025 también rompió el alto el fuego que la Administración de Donald Trump había promovido en enero. Y ahora asistimos a un nuevo nivel de crueldad: el uso de la inanición como arma de guerra. Mientras tanto, algunos políticos israelíes llaman abiertamente a la limpieza étnica. Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas de extrema derecha, se jactó de que Israel está “destruyendo todo lo que queda de la Franja de Gaza” y que “el ejército no está dejando piedra sobre piedra”. Y añadió: “Ocuparemos, limpiaremos y permaneceremos en Gaza hasta aniquilar a Hamás”. Y su idea de Hamás es amplia. “Estamos eliminando a ministros, burócratas, manipuladores de dinero, a todos los que sostienen el Gobierno civil de Hamás”, explicó. Matar a miembros civiles del Gobierno que no son combatientes es un crimen de guerra.

Una vez más, Estados Unidos y la comunidad internacional no hacen nada.

¿De qué sirve un “orden internacional basado en normas” si esas normas no dejan de cambiar?

Cada día, no sólo se habla en voz alta de lo que antes era inaudito, sino que se actúa en consecuencia, precisamente porque suscita poca reacción. En un artículo publicado en la edición hebrea del periódico israelí Haaretz, dos pilotos retirados de las Fuerzas Aéreas israelíes escribieron que “un miembro de la Kneset incluso se jactó de que uno de los logros del Gobierno es la capacidad de matar a 100 personas al día en Gaza sin que nadie se escandalice”.

Este cambio constante de las líneas rojas y de lo que consideramos “aceptable” ha dado lugar a políticas y prácticas criminales de desplazamiento forzoso, sufrimiento masivo y genocidio, todo ello llevado a cabo bajo la aquiescencia pasiva o la complicidad activa de países poderosos.

Incluso la Cruz Roja, normalmente reticente a denunciar públicamente, ya que prefiere resolver situaciones a puerta cerrada, se ha mostrado horrorizada. “La humanidad está fallando en Gaza”, declaró recientemente Mirjana Spoljaric Egger, presidenta del Comité Internacional de la Cruz Roja, a Jeremy Bowen, de la radiotelevisión pública británica BBC. “El hecho de que estemos viendo cómo se despoja por completo a un pueblo de su dignidad humana debería conmocionar nuestra conciencia colectiva”, lamentó.

Sin embargo, la indignación oficial es, en el mejor de los casos, silenciosa, mientras todo lo que antes se consideraba institucionalmente sólido se está evaporando.

El “anacronismo” de Israel

¿Qué tiene Israel que le permite salirse con la suya? Durante mucho tiempo, EEUU ha protegido a Israel de las críticas internacionales y lo ha apoyado militarmente. Las razones ofrecidas para ese apoyo suelen ir desde el vínculo “inquebrantable” que comparten ambos países hasta el poder del Comité Americano-Israelí de Asuntos Públicos (AIPAC) en Washington. Se podría argumentar razonablemente que lo único diferente de la guerra actual es la escala.

Pero no se trata sólo de Washington. Israel y la cuestión de Palestina producen divisiones y muchas tensiones en gran parte del mundo occidental. Dinamarca prohibió recientemente a los niños que se preparaban para votar en unas elecciones juveniles a nivel nacional debatir sobre la soberanía palestina. ¿Por qué?

En una conversación con Ezra Klein, del periódico The New York Times, la profesora de derecho internacional de derechos humanos Aslı Bâli ofreció una explicación sobre lo que hace diferente al caso de Palestina. En 1948, señaló, Palestina fue “el único territorio que estaba previsto que se descolonizara en el momento de la creación de Naciones Unidas... y que [a día de hoy] aún no ha sido descolonizado”.

Sudáfrica estuvo una vez en esa categoría. Durante décadas, Palestina y Sudáfrica fueron “entendidas como ejemplos continuos de una descolonización incompleta que continuó mucho después de que el resto del mundo se hubiera descolonizado por completo”. En la actualidad, Palestina es la última excepción a ese proceso histórico; un vestigio claramente visible para los pueblos que en su día fueron objeto de colonización, pero que el mundo occidental se niega a reconocer como una aberración.

No se trata sólo de Washington. Israel y la cuestión de Palestina producen divisiones y muchas tensiones en gran parte del mundo occidental

En otras palabras, para muchos en Estados Unidos y gran parte del mundo occidental, la creación del Estado de Israel se entiende como el cumplimiento de las aspiraciones nacionales judías. Para el resto del mundo, el mismo cumplimiento de las aspiraciones nacionales judías ha hecho que la descolonización de Palestina quede incompleta.

En 2003, el historiador Tony Judt escribió que el problema de Israel es que “llegó demasiado tarde”. “Ha importado un proyecto separatista característico de finales del siglo XIX a un mundo que ha avanzado, un mundo de derechos individuales, fronteras abiertas y derecho internacional. La idea misma de un ”Estado judío“ (un Estado en el que los judíos y la religión judía tienen privilegios exclusivos de los que los ciudadanos no judíos están excluidos para siempre) tiene sus raíces en otro tiempo y lugar. Israel, en resumen, es un anacronismo”.

La idea de Judt de que Israel es una reliquia de otra época requiere comprender cómo el impulso global de descolonización se aceleró significativamente después de 1945. El resultado fue un mundo nuevo, pero que abandonó a los palestinos, dejándolos en campos de refugiados en 1948. Este nuevo mundo, surgido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en lo que hoy llamamos “el orden internacional basado en normas”, del que el derecho internacional es un componente clave.

El derecho internacional también se codificó mucho más en ese período. El año 1948 no fue solo la fecha de la Nakba palestina (“catástrofe”, en árabe) y de la independencia de Israel. También fue el año en que se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH). Junto con la Carta de Naciones Unidas de 1945, la DUDH constituye la base principal del derecho internacional de los derechos humanos.

La representante de EEUU,  Dorothy Shea, en el Consejo de Seguridad de la ONU el 4 de junio de 2025, en Nueva York.

Pero, ¿de qué sirve un “orden internacional basado en normas” si esas normas no dejan de cambiar?

Instrumentalizando el Derecho Internacional

La verdad es que nunca hemos vivido realmente en un “orden internacional basado en normas” o, al menos, no en el que la mayoría de personas imagina cuando escucha esta expresión. La idea de que el derecho internacional establece límites a las acciones de los Estados no impidió el genocidio de Ruanda. El “orden internacional basado en normas” no impidió la invasión “ilegal” de Irak por parte de EEUU en 2003. Mucho antes de 2023, Israel violaba sistemáticamente las resoluciones del Consejo de Seguridad. No impidió que Hamás cometiera sus crímenes de guerra el 7 de octubre.

El problema con el derecho internacional no es sólo la falta de un mecanismo de aplicación que obligue a cumplir a los Estados delincuentes. El problema con el derecho internacional es que “es más probable que sirva como herramienta de los fuertes que de los débiles”, escribe Ian Hurd, teórico jurídico y profesor de Ciencias Políticas de la Northwestern University, en su ensayo How to Do Things with International Law (Cómo hacer cosas con el Derecho Internacional), publicado en 2017.

Tendemos a pensar en la ley como un límite acordado a las acciones de los humanos. Como dijo el presidente de EEUU Dwight D. Eisenhower: “El mundo ya no va a poder elegir entre la fuerza y el derecho. Si la civilización quiere sobrevivir, debe elegir el imperio de la ley”.

Pero, ¿y si la ley se entendiera mejor como un sistema que, sí, restringe el comportamiento, pero sobre todo valida lo que es posible? Quien define los límites define lo que es aceptable. Como tal, es mucho más probable que los poderosos cambien el terreno de lo aceptable en su beneficio. Como explica Hurd, el derecho internacional “facilita el imperio en el sentido tradicional porque los Estados fuertes... configuran el significado de las normas y obligaciones internacionales mediante la interpretación y la práctica”.

El derecho internacional también se ve sometido repetidamente a presión, se viola de forma rutinaria y se pone sistemáticamente al servicio de Estados fuertes

Aunque el derecho internacional prohíbe, en general, la guerra, establece una excepción para la legítima defensa, y los Estados poderosos son los que pueden cambiar la línea de lo que constituye legítima defensa. (Israel reivindica ampliamente la legítima defensa en su agresión a Irán, por ejemplo, al igual que Rusia reivindica explícitamente la legítima defensa para atacar Ucrania).

En su ensayo, Hurd examina cómo EEUU ha justificado el uso de la guerra con aviones no tripulados e incluso la tortura apelando al derecho internacional. El derecho internacional, para Hurd, no es un sistema que esté por encima de la política. Es política.

Lo que extraigo de Hurd no es que el derecho internacional no exista o que no sea valioso. Está claro que hacen falta normas para salvar a los civiles y evitar la guerra. El Derecho Internacional Humanitario es también algo vivo que se adapta y amplía. En 1977 se adoptaron protocolos adicionales a los Convenios de Ginebra. El Estatuto de Roma por el que se creó el Tribunal Penal Internacional se aprobó en 1998.

Pero el derecho internacional también se ve sometido repetidamente a presión, se viola de forma rutinaria y se pone sistemáticamente al servicio de Estados fuertes. Como tal, el derecho internacional en la práctica se entiende mejor como una línea de comportamiento aceptable que cambia constantemente. Puede que ahora estemos llegando a un punto en el que esa línea se haya alejado tanto de las intenciones fundacionales del derecho internacional que el propio sistema esté al borde del colapso.

La campaña de Israel en Gaza conlleva la aterradora posibilidad de un desplazamiento tan radical de los límites de lo aceptable que convierta al genocidio en un arma de guerra legítima.

Si crees que estoy exagerando, considera lo que escribió Colin Jones en The New Yorker a principios de este año. Jones consultó a destacados juristas del estamento militar estadounidense sobre sus opiniones respecto a la campaña de Israel en Gaza. Lo que descubrió fue un Ejército estadounidense profundamente preocupado por verse limitado por el derecho internacional a la hora de librar una futura guerra contra una gran potencia como China; tanto es así que “la relajación de los límites en torno a las bajas civiles” por parte de Israel desplaza convenientemente los límites de lo permitido para futuras acciones militares de EEUU.

Para el Ejército estadounidense, Jones escribe: “Gaza no sólo parece un ensayo general del tipo de combate al que pueden enfrentarse los soldados estadounidenses. Es una prueba de la tolerancia de la opinión pública estadounidense ante los niveles de muerte y destrucción que conllevan este tipo de guerras”. ¿En qué distopía estamos viviendo?

La campaña de Israel en Gaza conlleva la aterradora posibilidad de un desplazamiento tan radical de los límites de lo aceptable que convierta al genocidio en un arma de guerra legítima

En su ensayo, Hurd también ilustra una diferencia fundamental entre los regímenes jurídicos nacionales e internacionales. La expectativa que tenemos del derecho interno, dice, es que sea “claro, estable y conocido de antemano”, mientras que el derecho internacional depende del consentimiento de los Estados.

El desprecio de Trump por las instituciones del derecho internacional no puede ser más evidente. Impuso sanciones a jueces y juristas de la Corte Penal Internacional después de que se emitieran órdenes de arresto contra el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y el exministro de Defensa Yoav Gallant. (Desafió la Carta de la ONU bombardeando Irán, un país soberano que no representa un riesgo inminente. ¿La respuesta mundial? Una leve reprimenda del presidente francés, Emmanuel Macron, y el apoyo a toda voz del secretario general de la OTAN, Mark Rutte).

Su desdén por las instituciones jurídicas nacionales es igualmente visible. Ha invocado falsas emergencias para reclamar “poderes de emergencia” como ningún presidente ha hecho antes que él, lo que le permite eludir al Congreso y, esencialmente, gobernar por decreto. Ha desplegado soldados en California y Washington, y un tribunal de apelación incluso ha autorizado su decisión. Está desafiando abiertamente varias órdenes judiciales.

¿Qué está ocurriendo? Es tentador pensar que vivimos en una nueva era de anarquía, pero eso no captaría el cambio que tenemos ante nosotros. No se trata de la ausencia de ley. Se trata de rehacer la ley. Lo que Trump y líderes como él buscan no es tanto destruir la ley como colonizarla, poseer la ley determinando sus parámetros para que sirva sus intereses. Para ellos, la ley existe para plegarse a su voluntad, para destruir a sus adversarios y para proporcionar una coartada a comportamientos que, en una versión mejor de nuestro mundo, serían castigados como criminales.

Quizá no sorprenda que algo tan vulnerable como el derecho internacional pueda resquebrajarse bajo las presiones actuales. Lo que puede ser sorprendente es cómo estamos perdiendo también nuestro sentido interno de la estabilidad, la paz y la seguridad junto con él y lo conectada que está la lucha por Palestina a este desmantelamiento interno, especialmente cuando se trata de la libertad de expresión.

Si no, que se lo pregunten a Sereen Haddad o a Mahmoud Khalil, el activista palestino que pasó 104 días detenido por su discurso político protegido por la Constitución de Estados Unidos y que aún se enfrenta a la posibilidad de ser deportado.

Un orden mundial en colapso

La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio se aprobó, al igual que la DUDH, en el fatídico año de 1948. Su llegada era urgente y necesaria tras el Holocausto nazi del pueblo judío, y el derecho internacional moderno se construyó sobre el entendimiento de que juntos, en la comunidad internacional, trabajaríamos para prevenir futuros genocidios. Aunque en el pasado no hemos estado a la altura de esa promesa, hoy son los actos de exterminio y genocidio de palestinos en Gaza por parte de Israel, financiados y permitidos en todo momento por un Occidente cómplice, los que más han contribuido a la desaparición del orden mundial basado en normas.

Tal y como está hoy, el sistema no llegará a los 100 años. Y su colapso puede atribuirse directamente a la hipocresía con la que el mundo ha tratado a los palestinos

Tal y como está hoy, el sistema no llegará a los 100 años. Su colapso puede atribuirse directamente a la hipocresía con la que el mundo ha tratado a los palestinos. Ningún otro grupo ha sido sometido a un estado de pérdida tan prolongado en el orden liberal posterior a 1945. Los refugiados palestinos constituyen “la mayor y más antigua situación de refugio prolongado” del mundo moderno. Y las exigencias impuestas a los palestinos simplemente para sobrevivir se vuelven más bárbaras cada hora.

En Gaza, palestinos desesperados son abatidos a diario por francotiradores y drones mientras esperan comida. La sequía es inminente porque los ataques de Israel han destruido la mayoría de las plantas de tratamiento de aguas residuales, sistemas de alcantarillado, embalses y tuberías de la franja. Hasta el 98% de las tierras de cultivo de Gaza han sido destruidas por Israel. Esta es una forma de guerra total que el mundo moderno nunca debería ver y, mucho menos, aprobar.

Nadie sabe qué vendrá a sustituir al sistema internacional que actualmente se derrumba a nuestro alrededor, pero cualquier sistema político que dé prioridad a castigar a quienes protestan por un genocidio en lugar de detener la matanza está claramente agotado.

Si hay un rayo de esperanza en toda esta miseria que induce a la rabia, puede encontrarse en el creciente número de personas de todo el mundo que se niegan a dejarse intimidar hasta el punto de no alzar la voz. Puede que hayamos visto un pequeño ejemplo de ese coraje en la ciudad de Nueva York recientemente, y no me refiero sólo a que Zohran Mamdani ganara la nominación del Partido Demócrata a la alcaldía.

Ese mismo día, dos políticas progresistas de Brooklyn, Alexa Avilés y Shahana Hanif, se presentaban a la reelección. Ambas apoyaban a Palestina, ambas fueron atacadas implacablemente por sus posicionamientos sobre Gaza y ambas se negaron a cambiar de opinión. Donantes proisraelíes se volcaron en las campañas de sus oponentes. Sin embargo, ambas han ganado por un amplio margen.

En cualquier campaña política intervienen múltiples factores, pero cualquier apoyo expreso a Palestina solía ser una sentencia de muerte. ¿Podría ser que estemos en la cúspide del cambio? ¿Quizás la libertad de Palestina ya no sea un lastre, sino una verdadera posición ganadora en política?

Tal vez Palestina sea hoy la expresión más clara, como me dijo Haddad, de cómo “el poder se siente amenazado por la verdad”. Como ella expresó, “si tienen tanto miedo de un estudiante con una pancarta o un mensaje escrito con tiza o una petición para que se haga justicia, entonces somos más fuertes de lo que nos quieren hacer creer”. Más vale que tenga razón. Por el bien de todos.

Traducción de Emma Reverter

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