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ANÁLISIS

Guerra de Gaza: ¿Qué poderes encendieron la hoguera de Israel y Hamas y ahora no quieren que se apague el incendio?

Ya al lunes a la mañana, los bombardeos de Gaza habían sido a la vez más nutridos, menos discontinuos y más prolongados que en todo el día domingo. El premier israelí Benjamín Netanyahu anuncia que el ataque aéreo continuará "a toda máquina".

Simon Tisdall

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Un variado número de interesados, desde Trump a Netanyahu y Hamas, avivaron las llamas. La pregunta central ahora es: ¿quién puede apagarlas?

¿Es esta la venganza de Irán? Existen buenas razones para sospechar que el reavivamiento repentino y extraordinariamente violento del siempre latente conflicto israelí-palestino fue planeado y desencadenado en Teherán, la ciudad capital de la República Islámica de Irán.

No hay que ir tan rápido, previenen los críticos de Benjamin Netanyahu. Las políticas represivas y racistas aplicadas por el primer ministro de Israel, incentivadas hasta hace poco por el inescrupuloso ex presidente de EEUU Donald Trump, son la principal causa del estallido, insisten.

Otros afirman que todo es culpa de Hamas -la organización palestina yihadista, nacionalista e islamista- y de los militantes de la Jihad Islámica – el movimiento caracterizado por el uso del terrorismo en nombre de jihay, la “guerra santa” en el nombre de Alá- y del débil liderazgo palestino. La única certidumbre anuncia que, si la matanza finalmente se detiene, habrá mucha culpa para todos.

Los militantes de la línea dura dominante en Irán tenían motivos, oportunidades y medios. Los jefes de seguridad han sido humillados repetidamente por ataques israelíes semicubiertos. La presión para devolver el golpe a lo grande ha ido en aumento. El más espectacular fue una explosión enormemente dañina en la instalación nuclear subterránea iraní de Natanz ocurrida en abril. Israel más o menos veladamente admitió haberla causado. Después del asesinato en suelo iraní, en noviembre, de Mohsen Fajrizadeh-Mahabadi, el destacado científico nuclear y profesor de física en la Universidad Imam Hussein de Teherán.

El Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRCG) -que EEUU designó terrorista- advierte que aún no se ha vengado por completo otro asesinato. El perpetrado, en un ataque con aviones no tripulados estadounidenses el año pasado, al comandante de una unidad de IRCG, la temida Fuerza Quds, el poderoso general Qassem Suleimani. Israel, mientras tanto, ha extendido su “guerra en la sombra” a objetivos marítimos, atacando a los petroleros iraníes. Bombardea regularmente bases iraníes y apoderados en Siria.

Irán también ha perdido diplomáticamente, ya que sus enemigos del Golfo han forjado acuerdos de “paz” con Israel. Teherán ahora puede esperar que los llamados “Acuerdos de Abraham” -firmados entre los Emiratos Árabes y Bahein con la mediación de Trump- se deshagan a medida que se intensifica la ira árabe.

Las elecciones presidenciales de Irán se celebrarán el próximo mes. Si la profundización de la polarización regional impide que EEUU levante las sanciones, y las conversaciones nucleares de Viena -iniciadas desde principios de abril para que Therán y Washington reanuden el acuerdo nuclear firmado en 2015 con el levantamiento de las sanciones económicas impuestas por EEUU- colapsan, los partidarios de la línea dura en Irán (e Israel) lo considerarán una victoria.

Algunos comentaristas israelíes detectan la mano de Irán detrás de la última violencia. El analista estadounidense Seth Frantzman destacó una declaración reciente del jefe del IRGC, Hossein Salami, donde sostenía que Israel era vulnerable a una operación “táctica” rápida y a gran escala.

“El masivo lanzamiento de cohetes lanzado el 11 de mayo, una serie de bombardeos sin precedentes... Parece ser parte de un plan inspirado en Irán”, afirmó Frantzman en el periódico israelí en lengua inglesa The Jerusalem Post.

“Esto se debe a que la Jihad Islámica, un representante de Irán, está involucrada en el lanzamiento de cohetes y porque Hamas está respaldado por Irán ... Hamas está marcando el ritmo, y ese ritmo puede ser uno que esté siendo observado o incluso guiado desde Irán”.

Los críticos de Netanyahu, como Louis Fishman, que escribe en el periódico israelí en hebreo Haaretz, lo hacen responsable, ante todo, de un desastre predecible: la culminación, dicen, de su comportamiento en casa durante muchos años. “A través de ilusiones, incitación, medios cautivos, vigilancia policial brutal y leyes discriminatorias, Netanyahu ha reprimido a los ciudadanos palestinos de Israel, preparando el terreno para un conflicto violento”, declaró Fishman en su artículo de opinión.

Una “burbuja casi impermeable” envolvió a los judíos israelíes, cegándolos a la creciente opresión. “Lo que no pudieron ver en su mundo segregado fue que, para los palestinos, el conflicto nunca terminó”, escribió. Esta distorsión ayuda a explicar las causas por las cuales los ciudadanos judíos de Israel parecen tan conmocionados por la profundidad de la ira dirigida contra ellos, no solo desde Gaza sino dentro de los barrios mixtos judíos-árabes. Este engaño masivo ha sido asistido inconscientemente por un liderazgo palestino dividido entre la aislada y desacreditada Autoridad Nacional Palestina de su presidente Mahmoud Abbas y Hamas con sus temerarios cohetes en Gaza.

De manera negligente, la comunidad internacional, especialmente Gran Bretaña y Europa, que durante mucho tiempo habían defendido la causa de Palestina, se ha coludido efectivamente en los esfuerzos de Netanyahu-Trump para enterrar toda solución entre los dos estados.

Una sensación cada vez más profunda de abandono e injusticia, agravada por las implacables y oficialmente toleradas depredaciones de los colonos de derecha en el “territorio ocupado” de Cisjordania y, últimamente, en Jerusalén-Este bajo control jordano, ha empujado a los palestinos de regreso al borde peligroso alcanzado por última vez durante la Intifada como se llamó a las rebeliones de Cisjordania y la franja de Gaza contra Israel de 2000. Esta regresión desesperada marca un fracaso fundamental tanto de la política como de la democracia israelíes.

En las cuatro elecciones realizadas en los últimos dos años, Netanyahu solo demostró que la mayoría de los votantes rechaza a Netanyahu como líder. Sin embargo, él todavía se aferra al poder. Las interminables divisiones entre los numerosos partidos de oposición aseguraron que su sucia marca populista-nacionalista de derecha se arraigara en la sociedad israelí.

Ahora está sucediendo de nuevo. Algunos israelíes afirman que Netanyahu ha creado deliberadamente una nueva crisis de seguridad nacional que le permita la permanencia el cargo, tal como lo hizo en el pasado al invocar al “hombre de la bolsa”, el ogro iraní.

Cierto o no, el resultado puede ser el mismo. Las negociaciones entre los partidos anti-Netanyahu para la formación de un “cambio” de gobierno están fracasando, destrozadas por el lanzamiento de cohetes desde Gaza.

El enojado Donald Trump que se encuentra conspirando en Florida, e inexplicablemente, aún sin formular declaraciones, tiene una gran responsabilidad. Nunca perdió la oportunidad de impulsar a Netanyahu, su alter ego ideológico, creyendo, erróneamente, que esto le haría ganar votos.

Trump recompensó la adulación sin fondo cuando reconoció a Jerusalén como la capital de Israel, al tiempo que recortaba los fondos para los refugiados palestinos. Ninguno de los dos, ni Netanyahu ni Trump, hicieron esfuerzo alguno para involucrar a los palestinos en la búsqueda de un arreglo duradero.

En cambio, Trump y su desvergonzado yerno, Jared Kushner, propusieron el “pacto del siglo” al estilo de un desarrollo inmobiliario, que destruyó la idea misma de un estado palestino y pretendió que el problema de los territorios ocupados podría resolverse ignorándolo, o, preferiblemente, anexándolo.

Lamentablemente, al sucesor de Trump, Joe Biden, no le está yendo mucho mejor. El presidente de EEUU y su asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan, pensaron que podían dejar a un lado Israel-Palestina en tanto resuelven otros asuntos. Quieren concentrarse en China, la pandemia y una enorme agenda nacional.

Para su evidente malestar, el conflicto ha vuelto a morderlos. Falta el toque seguro habitual de Biden. Claramente, no tiene ningún plan. Y las viejas ideologías tardan en morir: EEUU bloqueó una declaración del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) la semana pasada que criticaba a Israel.

Aun si Biden interviene enérgicamente para poner fin a la violencia actual, carece de apetencia por el tipo de pacificación ingrata y a largo plazo que derrotó a los sucesivos predecesores de la Casa Blanca.

Maquinaciones iraníes; furia ciega y estancamiento político en Israel y Palestina; impotencia estadounidense. Tomados en conjunto, a partir de ahora, estos elementos sugieren que hay pocas posibilidades de que se detenga de forma duradera el caos. 

Traducción de Alfredo Grieco y Bavio

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