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OPINIÓN

Italia espera del nuevo premier Mario Draghi un retorno a una normalidad largo tiempo perdida

El que salvó al euro para que salve a Italia: Mario Draghi, ex director del Banco Central Europeo, juró como nuevo primer ministro italiano con una aceptación popular del 85%

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“¿No sería más sencillo / en este caso para el gobierno / disolver al pueblo y elegir a otro?” Los versos del poema La solución, de Bertolt Brecht, se citan a menudo después de dudosos trastornos ocurridos en procesos democráticos, como cuando la imposición de políticas de austeridad por la administración de Mario Monti en Italia en 2011, o el aplastamiento de las aspiraciones de Syriza en Grecia en 2015. También el nombramiento de Mario Draghi como primer ministro ha sido impuesto desde arriba a los de abajo. Pero el nuevo primer ministro de Italia nos habla de algo diferente,  que también sirve como advertencia para el resto de Europa.

Una encuesta reciente muestra que el 85% de los italianos aprueba que que sea un ex director del Banco Central Europeo y niño prodigio del establishment quien dirija el Gobierno nacional tras el colapso de la administración de Giuseppe Conte. Este es un resultado sorprendente en un país donde el apoyo combinado a los partidos populistas había representado la mayoría absoluta de los sufragios en las últimas elecciones. ¿Cómo se puede explicar una contradicción tan flagrante?

Otro poeta puede venir a rescatarnos. En su poema En cualquier parte fuera del mundo, Charles Baudelaire entabla una conversación con su alma, preguntando dónde podría finalmente encontrar la felicidad. Propone Lisboa, Batavia y el Báltico, pero el alma permanece en silencio. Hasta que, finalmente, el alma estalla y responde: “¡En cualquier lugar! ¡Siempre que esté fuera del mundo!”

En cualquier lugar, pero fuera de aquí, parece ser también la aspiración de Italia, un país sumido en décadas de estancamiento económico y políticas inconclusas. El extremismo de los mayores partidos italianos es la expresión de un estado de ánimo nacional de abatimiento, que gira en espiral y en todas direcciones, al azar e impredeciblemente.

Esa desesperación ahora se ha vuelto contra la propia clase política. Durante los últimos tres años, los italianos han sido testigos de cómo el gobierno era ocupado sucesivamente por el entero espectro político: a la Liga (de extrema derecha) de Matteo Salvini, al Movimiento Cinco Estrellas (antipolítico) y al Partido Democrático (de centro izquierda) les han tocado turnos en el poder compartido como si fuera un carrusel giratorio.El resultado han sido dos crisis políticas y episodios interminables de luchas intestinas mientras la pandemia se desataba y la economía se desplomaba.

En contra a lo que podría parecer intuitivamente, la misión principal de Draghi será una que no eligió: volver a encarrilar la política, aun antes que a la economía. El nuevo premier no es miembro de ningún partido, pero su gabinete incluye un número asombroso de políticos y de matices políticos, desde la Liga de derecha a la izquierda, pasando por la derecha moderada de Forza Italia de Silvio Berlusconi, el Cinco Estrellas y los Demócratas. Este es un álbum familiar de la política italiana, no una administración tecnocrática. Draghi ha sido llamado para enseñarle modales a este grupo muy poco convincente. La suya ha de ser pedagogía política en estado puro.

De hecho, Salvini parece haber comprendido la oportunidad de oro que se le presenta y tiene delante. Se ha involucrado en un giro sin precedentes, donde trocar sueños de Italexit (el nuevo partido que aspira que Italia abandone la Unión Europea) en una renovada profesión de fe por la UE. Ese cambio de sentido es una estratagema inteligente para deshacerse de una imagen de extrema derecha y generar apoyo que le permita liderar el próximo gobierno.

Draghi reservó la tarjeta tecnocrática para los ministerios de Economía. Un equipo de Draghi´s Boys, llamado así porque todos sus integrantes son jóvenes, dirigirá la inversión de más de 200.000 millones de euros que procede de subvenciones de la UE. Hay poca novedad aquí. No son visionarios, ni siquiera economistas con ideas audaces, pero el exdirector del Banco de Italia y el CEO de la empresa de telefonía italiana Vodafone tomarán las decisiones. Se trata de una asociación económica convencional. Sin embargo, estas medidas parecen no importar, ya que los italianos no aspiran ahora a nada radical.

Draghi parece estar respondiendo a un antiguo deseo nacional de Italia de convertirse en un país “normal”. ¿Por qué nosotros no podemos, se preguntan los italianos, ser como Francia o España? ¿Por qué no podemos tener políticos competentes en lugar de un circo sin fin? Y, sin embargo, aquí radica el peligro.

Al comienzo de esta pandemia global era común escuchar a los comentaristas que advertían sobre la locura de volver a la normalidad después del Covid-19. Normal era el problema. Entonces, ¿cuál es la normalidad a la que aspira Italia ahora? El espectáculo que ofrece la mayor parte de Europa es un declive en cámara lenta, donde la situación de siempre preside la creciente desigualdad, la degradación democrática y ambiental y una pérdida dramática de cualquier control sobre los desafíos del siglo XXI.

Las políticas centristas llevaron a la Eurozona a una casi ruptura tras la crisis financiera de 2008. Los políticos del establishment prepararon el terreno para el extremismo nacionalista, ya que los efectos de una economía disfuncional se desplomaron desproporcionadamente sobre los más pobres; nuestro modelo de desarrollo “normal” es el que está precipitando el colapso climático, haciendo que la mano de obra sea cada vez más precaria, enfrentando al trabajador en contra del migrante.

El giro italiano tiene el beneficio de hacer explícito lo que está simplemente implícito en la mayoría de los países europeos: la ausencia de alternativa, la infame frase atribuida a Margaret Thatcher conocida por sus siglas TINA, en inglés “There Is No Alternative” (“No Hay Alternativa”), que acecha la política contemporánea como una trágica pulsión de muerte.

Para un país rezagado en lo económico y lo social como Italia, unirse a la corriente principal europea puede parecer mejor que nada. Una reducción de la ambición política que también es explícita en Italia e implícita en todo el continente.

De hecho, la pobreza y el estrecho alcance de la política italiana nos recuerdan la decadencia de toda la política nacional en Europa. Por sí solos, ninguno de los estados nación disminuidos de Europa tiene la capacidad de implementar políticas transformadoras: controlar a las multinacionales, descarbonizar la economía o aprovechar la riqueza exorbitante de unos pocos, que se volvió aún más escandalosa por una pandemia de multimillonarios. La idea de política descansa en que se trata de transformar el mundo. Y vemos que la política ya no tiene derecho de residencia en nuestro continente.

Europa debería mirarse en Italia como en un espejo cóncavo. Le muestra una representación más grande, aunque ligeramente distorsionada, teatral pero honesta de sí misma. Europa debe tener cuidado con los aplausos y con las bromas: de te fabula narratur. La advertencia de Marx en el ‘Prólogo’ a El Capital bien viene a cuento: la historia que cuenta Italia también es la suya.

Y, sin embargo, incluso si Draghi no es radical, hay un área en la que podría atreverse a hablar. Quien dijo “cueste lo que cueste”, el “salvador” del euro, sabe más que la mayoría que sólo una auténtica unión económica y política puede empoderar a los estados europeos para recuperar la soberanía colectiva sobre su destino. El fondo de recuperación cuasi federal pospandémico de la UE es el embrión de ese salto. Un impuesto común a las empresas digitales, un impuesto europeo al carbono, el cierre conjunto de los paraísos fiscales y un impulso colectivo para reformar un orden global inestable e injusto también podrían estar al alcance de una Europa unificada.

Un momento extraordinario como este requiere gobiernos que no aspiren a abandonar el mundo, como hace el alma atormentada en el poema de Baudelaire, pero que tampoco se aboquen simplemente a administrar el declive relativo de manera eficiente, sino que su meta sea restaurar un sistema que se encuentra en bancarrota. Draghi no se entregará a eso. Y el riesgo de una renovada reacción nacionalista es real. Pero todavía tiene la oportunidad de convertir esta toma de posesión de la normalidad en algo que allane el camino para la ambición y la visión que nuestro continente necesita tan desesperadamente.

Traducción de Alfredo Grieco y Bavio

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