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Y DESPUÉS ES AHORA — Narraciones

Adiós al chalet

La casa familiar

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El fin de semana finalmente entregamos la casa familiar en la que aún vivía mi mamá.

Se hizo la compraventa en el mismo día en la misma oficina, se va el chalet, se viene el departamento, una familia compradora, otra vendedora, la maquinita que cuenta billetes, trrrrrrrrrrrrr, firmamos papeles, nos damos las manos, nos sacamos la foto, nos deseamos suerte, siguen con su vida, que les vaya muy bien, que tengan mucha suerte, que disfruten la casa como nosotros, chau chau y el chalet cierra sus puertas para lo que queda de la familia Paula después de 35 años. Tampoco parece tanto. Pero fue un montón. 

La única que murió en esa casa literalmente es la gata, que vivió su vida entera ahí hasta que se recostó a dormir frente a la puerta una noche y no despertó. Por suerte lo hizo cuando mi madre estaba en casa, así pudo sepultarla en el cantero del fondo y es ahí donde la gata va a quedar. Es lo primero a lo que se refirió mi hijo Ramón cuando le contamos que se había vendido la casa familiar. Sin decir nada me preguntó si podía mandarle un mensaje a su abuela y le grabó un audio en el que le preguntaba si acaso le había contado a lxs nuevos propietarixs que en esa casa había una tumba de un gato, “¿Les dijiste que hay una tumba de un gato?” fue lo que quiso saber. También propuso desenterrarla, para llevárnosla.

En esa casa no murieron ni mi hermana ni mi papá, que sí murieron en el período en el que vivimos y vivían en esa casa, pero murieron en otro lugar. O sea que se le murieron a la casa, pero no en ella.

A esa casa sí volvimos después de la muerte de mi hermana, ese mismo día, porque nunca nos habíamos ido, y sí convivimos con esa habitación vacía semanas y meses y años, como en la película de Nani Moretti.

A esa casa no volvió mi papá después de haber salido una tarde a hacerse unos análisis porque estaba blanco y no se sentía bien y entonces salió esa tarde al sanatorio y de ahí al hospital pero a esa casa ya no volvió. Entonces ya no vivíamos en esa casa ni mi hermano ni yo y fue mi madre resiliente la que quiso seguir estando ahí por doce años más. Que colgó los cuadros como siempre había querido y acomodó los muebles a su gusto e invitó a gente y niños aunque pudieran arruinarle el piso de madera porque compartir siempre ha sido su prioridad.

En esa casa también vivieron infinidad de muchachas alemanas a lo largo de años que venían a trabajar en el colegio alemán de San Isidro y le alquilaban a mi madre un cuarto y eran tratadas como hijas y no podía creer yo que ellas hubieran elegido un destino tan remoto para ir a parar a la casa de una señora que les cocinaba y les hablaba en su idioma, pero creo que fue eso justamente lo que armó un boca en boca que duró muchos años y ayudó a mantener la casa familiar sin familia en movimiento y habitada.

La pandemia acabó con la visita de las chicas alemanas y las rodillas de mi mamá, que doloridas, convirtieron las escaleras al primer piso en un calvario y esa fue otra de las razones para decir adiós al chalet.

A ese chalet entraron a robar tres veces. Una en los 90’s, una noche con todxs nosotrxs durmiendo adentro, fue la vez que más sacaron, microondas, cd’s, equipo de música y no pudieron con la videocasetera que fue la que se cayó al piso e hizo el ruido que despertó a mi mamá que dormía con la puerta abierta y echó un gritó en alemán pensando que había sido alguno de nosotros deambulando y escucharon a alguien correr escaleras abajo y luego la puerta abierta y el tendal. Pero ni siquiera nos despertaron para contarnos y cuando en el desayuno hay un agujero en el mueble en el que sabía estar el microondas, nos enteramos de la aventura nocturna, de la visita de gente en casa y el hurto y vaya que me dio impresión. Esa vez habían entrado por el ventanal del fondo pasando desde la casa de los vecinos que estaba en obra. Y abrieron desde adentro la puerta con la llave puesta y fueron sacando las cosas por ahí, elegantemente desde la puerta de enfrente.

La segunda vez entraron a robar otra vez de noche, pero por suerte no estábamos esta vez. También fue a finales de los 90 y había pasado lo de mi hermana hacía poco. Llegamos de algún lado en el auto de noche y la puerta de la casa está abierta. Entra mi padre, me mandan a lo de la vecina de enfrente a llamar a la policía o no sé a qué, no recuerdo, esa vez no robaron tantas cosas, no había mucho más que robar, pero sí revolvieron mucho el cuarto de mi madre y padre, todos los cajones afuera y revoleados, supongo que buscaban dinero que no había.

Después de esa vez recuerdo haber propuesto que nos mudáramos, que ya nos habían pasado demasiadas cosas feas ahí, y mi madre y mi padre que no, que ni modo, que además no tenían nada que ver con la casa las cosas que habían sucedido, y que de ningún modo nos iríamos de ahí.

La tercera fue hace un par de años nomás, de día, la misma vecina de enfrente llama a mi madre que está almorzando en la casa de una amiga y le avisa que hay unos tipos saliendo con bolsos de su casa. Mi madre vuelve a su casa, está con Ramón, a quien justo estaba cuidando. Otra vez todo revuelto y cada vez menos que robar. Es el mismo chalet del ‘86 sin mucha inversión ni en tecnología ni en nada. Mucho menos en dinero en efectivo entre los calzones. Pero la ventana de la cocina que da hacia adelante sin reja y a la que se accede por solo una reja no muy alta y nada pinchuda, parece ser una entrada tentadora. Esta vez solo bijouterie y algunos objetos, nada muy importante, se llegan a robar. Creo que agarran cosas al voleo para justificar la entrada. La policía científica toma huellas con luminol. Ramón está impresionado con eso y sus maletines y con la habitación de su abuela toda patas para arriba.

En estos últimos días trituré infinidad de fotos. Vi pasar por mis manos antepasados, parientes, vivos, muertos, niños, bebés, jóvenes, vacaciones, cumpleaños, tortas de cumpleaños, reuniones, grupos, grupos y grupos, infinidad de gente abrazada para la ocasión, sonriendo. Fotos en blanco y negro, en sepias, en naranjas, en colores palidecidos, en saturados también.  Tuve entre mis manos viajes de egresados, novios, primos, asados, amigxs, bicicletas y la familia, la familia, la familia, mucho de nosotros en todas las edades, creciendo y envejeciendo ahí, una última mirada y adiós adiós, a la trituradora y ahora somos tiras de papel. La otra acción catártica fue la quema de cuadernos, pruebas, boletines, agendas, había agendas de mi hermana aún y cartas, infinidad de cartas de cuando las cartas eran el modo de comunicarse, carta de amor de la infancia, carta de amor de las amigas en la adolescencia, cartas de amor de novixs, hojas y hojas de diálogos con amigas y compañeras de banco manteniendo largas conversaciones mientras la clase sucedía enfrente nuestro.

No hicimos a tiempo de hacer un día de puertas abiertas para que quien quisiera viniera a despedirse del chalet, porque todo fue demasiado rápido y pronto y ya hubo que decirle adiós al chalet. Sí la despedimos con un asado familiar con la familia grande, con primos e hijes de primos y bebés y la parentela hablando fuerte y lxs niñes gritando y corriendo por ahí.

Estoy segura de que voy a seguir percibiendo las dimensiones y los olores de esa casa para siempre, como algo patente: cuántos pasos me lleva caminar de la cama hasta el baño, donde está el ángulo de la puerta, cómo tengo que girar. Y el olor es altamente probable que se reproduzca en la casita nueva de mi mamá, entre lo que cocina, los muebles de madera y, claro, su propio estar.

La última recorrida que le hago a la casa vacía es con mis compañeres completamente azarosxs, Antonella y Balthazar. Es la primera vez que veo a Antonella, la hija de Ana que vino a ayudar con el desmonte de la casa, Antonella de 6, de buzo rosa y Baltazar de 10, el hijo de un amigo de mi hermano. Recorremos la casa lxs tres, vamos de la mano cuando subimos las escaleras, esa casa no tiene peso para ellxs, vamos habitación por habitación y les decimos chau y ambos me preguntan cada vez, y acá quién, este era el cuarto de quién. Enuncio cada cosa una última vez, y nos despedimos y resulta liviano así, despedirse, de la mano de mis amigxs tan ocasionales, Antonella y Baltazar.

RP

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